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Últimas confesiones de un dibujante genial ¿Por qué Francisco Ibáñez borró a los políticos de sus viñetas?

De su lápiz han salido algunos de los personajes más entrañables y queridos de la historia del cómic nacional.  Hablamos con él cuando publicó Mortadelo y Filemón se van a las Olimpiadas de Tokio. Repasó su vida, nos hizo una viñeta y nos dijo:  «Se me caerá la cabeza encima del tablero y será el final. Estoy muy satisfecho con todo lo que he hecho. ¡Ha sido bonito!».

Martes, 18 de Julio 2023

Tiempo de lectura: 10 min

Habla como una ametralladora, pero sin perder la sonrisa un instante. Creador, dibujante y guionista, Francisco Ibáñez está considerado el rey de la onomatopeya y del humor absurdo. De padre alicantino y madre andaluza, a los 11 años publicó su primer dibujo en la revista Chicos. El 20 de enero de 1958 nacieron Mortadelo y Filemón en la revista Pulgarcito. Luego vendrían La familia Trapisonda; 13, Rue del PercebeEl botones Sacarino; RompetechosPepe Gotera y Otilio… Ha vendido más de cien millones de ejemplares. Su  libro, Tokio 2020 (Penguin Random House), lo convitió en un dibujante 40 años olímpico, porque Mortaledo y Filemón han ‘ido’ a todos los Juegos desde Moscú en 1980. Ibáñez, que ha fallecido a los 87 años, trabajaba todos los días y, sin darle mayor importancia, insistía: «Yo no soy un gran dibujante, ya me habría gustado».

Esta es su última entrevista en XLSemanal.

XLSemanal. Usted se ha adelantado a algunos acontecimientos. Diez años antes del atentado de las Torres Gemelas ya publicó un dibujo en el que un avión se estrellaba contra un rascacielos de Nueva York.

Fransico Ibáñez. Lo pinté estrellándose a la misma altura que ocurrió la cosa… Fue una casualidad, pero después me pasó de todo: desde el que me decía que yo adivinaba el futuro y me pedía la combinación de las quinielas hasta el que se creyó que yo había promovido el accidente. ¡Qué barbaridad!

XL. También publicó una historieta titulada Corrupción a mogollón.

F.I. Con eso era más fácil acertar porque la corrupción en España ha existido siempre. Pero seguro que no hay más porque yo sacara ese álbum [ríe]. En este asunto, no hace falta dar ideas.

XL. Un álbum lo dedicó íntegramente a la corrupción en el Partido Papilar, en la que dibujó a Mamerto Rojoy, Demetria Costipal… ¿Se le ha enfadado algún político?

F.I. Que yo sepa, no. El asunto de Bárcenas daba mucho juego. A un político, jefe de Gobierno, sé que le gustó muchísimo…

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Instrucciones para sus biógrafos.«Cuando me muera y quiera alguien escribir mi biografía, simplemente tendrá que poner: «Fue un gilipollas que trabajó, trabajó y trabajó», dijo Ibáñez.Foto: Manuel Zambrana

XL. ¿Se refiere a Felipe González?

F.I. Jaja, sí. Sé que leía mis historietas. En unos Reyes, le preguntaron a su señora qué le iba a regalar y dijo que no sabía si comprarle toda la colección de Mortadelo porque le gustaban mucho.

XL. Los políticos de hoy ¿le hacen la misma gracia?

F.I. Ya no me hacen ni reír ni llorar: me la… Iba a decir una palabrota gorda [ríe]. Con los años que tengo encima, ya paso de muchas cosas. La parte política que sale en los periódicos no la leo porque no me interesa lo que dicen, todos mienten o dicen tontadas. Así que: ¡fuera, fuera! Cuando pintaba gags de políticos, lo hacía por darles actualidad, pero los políticos están bien en las viñetas de humor de los periódicos. En mis historietas, no hacen ninguna puñetera falta.

XL. ¿Mortadelo nunca se ha manifestado a favor o en contra del independentismo?

F.I. No, porque son situaciones en las que una parte del público está enfrentada a otra parte. Si pierdes lectores por eso, pues la hemos jorobado, nos quedamos sin la mitad de los clientes. Así que por ahí… ni hablar. ¡Ni soñarlo!

XL. Cuando tenía cuatro o cinco años, pintó un ratoncito en el borde de un periódico que, después, descubrió que su padre llevó siempre en su cartera.

F.I. Cuando mi padre desapareció y guardamos sus cosas, lo vi. No sabía que lo había llevado siempre ahí. Ahora no sé dónde está, no sé si se perdió entonces.

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El filón del quiosco. Cuenta que de niño leyó centenares de tebeos porque un vecino que tenía un quiosco dejaba en su casa cajones con todo lo que se publicaba para que no se lo robasen de noche. «Gracias a eso, yo leí más que la inmensa mayoría de los niños».

XL. Pero si se trata del dibujo suyo más antiguo que existe.

F.I. Para los coleccionistas, esas cosas son un tesoro; pero para mí no son más que garabatos de trabajo sin ninguna importancia.

XL. Usted se hizo contable, lo mismo que su padre, y trabajó en el Banco Español de Crédito.

F.I. Estuve un par de años en Banesto. Debajo de esos farragosos papeles del ‘debe y haber’ metía mis hojas en blanco y dibujaba mis personajitos. Muchas veces el subjefe de turno me descubría y me daba unos golpecitos en el hombro: «¡Pero, Ibáñez, otra vez!». El día que me fui, se pusieron muy contentos, casi tanto como yo al marcharme.

"Mortadelo no está ni a favor ni en contra del independentismo. ¡Te quedas con la mitad de los clientes! ¡Así que ni soñarlo!"

XL. Cuenta que hubo una época en la que la editorial Bruguera le exigía trabajar a un ritmo frenético, llegó a crear 40 páginas semanales.

F.I. Me exigían un disparate que solo podía hacer yo. Trabajaba todas las horas del día, pero esa es una historia que ya pasó.

XL. Incluso pusieron a cinco o seis personas a realizar sus historietas.

F.I. Para conseguir una mayor producción, se les ocurrió que una vez que yo había creado la historia, uno lo dibujase a lápiz, otro lo pasase a tinta, otro lo colorease… El resultado no era el mismo, aquello dejaba mucho que desear; pero a ellos eso no les importaba nada: había que vender y vender. Fue una de las razones por las que me fui a Grijalbo.

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Su dedicatoria a XLSemanal. Ibáñez hacía un dibujo a los lectores que le pedían un autógrafo «porque así se van encantados de la vida», decía. «Una vez, José Luis Sampedro me comentó: ‘Eso son dedicatorias, no la mierda que yo hago’». Este es el dedicado a los lectores de ‘XLSemanal’.

XL. Entonces, los tebeos también tenían que pasar por censura.

F.I. Te autocensurabas en las pequeñas cosas. Por ejemplo, a la hora de pintar una señora con unos pechos más o menos pronunciados… Cuando dibujabas personajes en la playa, los hombres podían salir en bañador, pero a las mujeres casi mejor vestirlas con abrigo de pieles [ríe]. Nunca me censuraron por motivos políticos porque sabíamos lo que nos podía pasar. Yo trabajaba con un ojo puesto en el papel y el otro en la oficina de censura.

XL. Sin embargo, más de una vez le devolvieron viñetas tachadas con lápiz rojo.

F.I. Sí; en la 13. Rue del Percebe pinté una especie de doctor Frankenstein que fabricaba sus monstruitos y nos lo devolvieron tachado, advirtiendo que el autor estaba pintando un personaje que creaba seres vivos y que los seres vivos solo puede crearlos el Sumo Hacedor. Eran pijadas de algún chiflado que tendría un mal día.

XL. Muchos niños adquirieron el hábito de lectura con sus tebeos.

F.I. Es que siempre he hecho textos cortitos y he buscado palabras que tuvieran una cierta gracia, aunque fueran palabras en desuso. Al llenar las páginas de dibujitos y figuritas que se mueven mucho, los críos se acostumbran a leer sin odiar a los bichitos negros (las letras). Luego, ya pasaban a otros libros sin dificultad. Algunos habrán terminado leyendo a Kafka y Kant. Bueno, yo no he llegado nunca a eso [ríe].

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Trabajando hasta el final. Ibáñez sufría problemas de espalda, pero eso no lo disuadía de trabajar. «Los médicos me dijeron que la artrosis había traído una escoliosis, pero yo creo que lo que tengo es ‘mortadelosis’ [ríe], por estar toda la vida dibujando, inclinado sobre el tablero».

XL. ¿Sus nietos son aficionados a la lectura?

F.I. Afortunadamente, sí; no son como la mayoría de los niños, pegados a las pantallitas. Por suerte, cuando vienen a mi casa, disfrutan mucho leyendo historietas, también las de Mortadelo. Yo creo que los niños pequeños aprenderían mejor las cosas a base de historietas, con mucho dibujo y pocas palabras, que con los libros farragosos que les dan en la escuela.

XL. Dice su mujer que en casa usted no tiene ninguna gracia.

F.I. Sí, sí; suele decirme que fuera seré muy gracioso, pero que en casa soy un palo, que no hay quien me aguante [se ríe]. Cuando me pongo a trabajar, me concentro mucho en el ‘¿qué pongo, qué pongo?’ y me aíslo de todo. Ella sabe que sigo vivo porque de vez en cuando escucha el ruido de los lápices. Parezco un monje trapense. No he tenido aventuras en mi vida, las he vivido a través de mis personajes. ¡Ojalá fuera ellos! [ríe].

XL. Cuando habla, parece que todo le hace gracia. ¿Tiene genio?

F.I. ¡Jajaja! Mi mujer también dice que fuera seré un genio, pero que en casa tengo un genio endiablado. Ya sabes: «en casa del herrero…». Pues eso, en casa, el historietista es más serio que la puñeta.

XL. ¿Sigue sin usar el ordenador?

F.I. No lo uso absolutamente para nada, todo lo hago a mano. Una vez intenté usarlo para escribir los gags y me corregía las palabras porque no las reconocía. Así que me harté y lo metí en el armario para siempre. Tampoco uso ese cacharrito terrible que todo el mundo lleva delante de las narices.

XL. ¿No tiene teléfono móvil?

F.I. No sé ni dónde está y no conozco ni de lejos el número que tiene. Cuando salgo de casa, lo llevo por si ocurriera algo, pero a veces no sé ni cómo se contesta y empiezo a apretar botones.

XL. ¿Mortadelo y Filemón son los superhéroes del siglo pasado?

F.I. Yo diría que son antihéroes de coña, no pueden ser superhéroes porque siempre la supercagan: todo lo que tocan se convierte en una desgracia. Son un par de agentes de la TIA bastante incultos, aunque Filemón tiene algo más de lógica que Mortadelo. Al lector le gusta que las cosas les salgan mal. A Rompetechos, que es el personaje que más me gusta, también le sale todo al revés por un defecto físico, el mismo que tiene su creador: la miopía.

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Un hombre serio. «Dice mi mujer que fuera seré muy gracioso, pero que es casa soy un palo, que no hay quien me aguante», cuenta Francisco Ibáñez. Aquí, con ella el día de su 80 cumpleaños.

XL. El cómic está de moda y el manga japonés arrasa.

F.I. No tiene nada que ver con lo que yo hago. Pero, si al público le gusta, me parece bien. Cualquier creador tiene derecho a tener su hueco y su público.

XL. Cuando va a las ferias, una de las colas más largas para firmar libros es la suya.

F.I. Sí y me pasa en todos los países. Cuando veo esas colas, de más de 300 personas, me dan ganas de echar a correr por la cantidad de trabajo que me espera. Pero también es cuando me doy cuenta de que vale la pena lo que estoy haciendo.

XL. ¿Cómo se siente cuando coincide con grandes escritores?

F.I. Una vez me convencieron de que fuera a una comida de escritores ilustres en el Café Gijón. Me sentaron al lado de Buero Vallejo, que me miraba como diciendo: «¿Qué hace este tío aquí?». Recuerdo que le dije a Vizcaíno Casas que no sabía qué pintaba yo entre tanto escritor famoso y me contestó: «Tú eres el que tienes más derecho a estar aquí. Tú vendes más que ninguno de nosotros». Pese a lo que me dijo Vizcaíno, no estuve muy a gusto allí, ni mucho menos.

"No uso ordenador. Todo lo hago a mano. Una vez intenté usarlo para escribir los gags y me corregía las palabras porque no las reconocía"

XL. ¿Qué edad tienen sus lectores?

F.I. Esto ha cambiado bastante. Inicialmente mi público era infantil, ahora hay casi más adultos que niños. Muchos me cuentan que me siguen desde que eran pequeños, alguno con más de 80 años. A veces me han hecho firmar álbumes para el niño, para su papá y para el yayo que venía con ellos. Me gusta ver a varias generaciones a la vez leyendo felices a Mortadelo.

XL. ¿Siente que ha sido suficientemente reconocido?

F.I. Los premios me traen completamente sin cuidado. Para mí, el premio de verdad es ver esas multitudes que te decía antes haciendo cola. Ver los ojos de un niño como platos mientras le hago un dibujo en su libro no lo cambio por ningún tesoro del mundo.

XL. ¿Hasta cuándo seguirá pintando?

F.I. Con el número ocho con el que empieza mi matrícula, hace un montón de años que tendría que estar jubilado y, sin embargo, sigo y sigo. ¡Y, además, de qué manera! Yo digo, en plan de coña, que cuando se acaba el día pongo la hora canaria para trabajar una hora más.

XL. Entonces, no lo dejará nunca.

F.I. Dije en la editorial que me quería retirar, pero no me dejaron. En el poco futuro que me queda ya, no hay planes de jubilación. ¡La jubilación ya no existe para mí! Hay dos maneras de retirarse: una es cuando te abandona el lector y deja de hacer cola para verte, y eso todavía no ha ocurrido; y la otra, cuando haces ¡boom!

XL. ¿Boom?

F.I. Sí, cuando esté trabajando y de repente: ¡boom! Se me caerá la cabeza encima del tablero y será el final. Cuando me muera y quiera alguien escribir mi biografía, simplemente tendrá que poner: «Fue un gilipollas que trabajó, trabajó y trabajó».

XL. ¿Se va a quedar con ganas de haber hecho algo?

F.I. No, he sido muy feliz. Estoy muy satisfecho con todo lo que he hecho: no he cambiado de señora en más de cincuenta y tantos años, tengo a mis hijos y a mis nietos, he trabajado en lo que me gustaba y mis historietas le han gustado a mucha gente… ¡Ha sido bonito!