Dientes amarillos, mirada inquietante, piel arrugada ¿Por qué la naturaleza ha creado seres como los uakarís, las ratas topo o las tortugas mordedoras? La respuesta es evidente: la selección natural no se rige por criterios de fealdad o belleza, sino por si una criatura es capaz de sobrevivir o no. La belleza, además, está en el ojo de quien la contempla. Por E. Font

Los animales más feos del mundo

Sus cuerpos están cubiertos de pelo largo y lacio, pero sus cabezas son calvas y, como no tienen apenas grasa subcutánea, sus caras se muestran prácticamente con la forma del cráneo Además, sus incisivos prominentes acaban por desfigurar su gesto. Son los uakarís o guacarís, unos primates de la selva amazónica. Su aspecto es repulsivo para muchos. Incluso con la boca cerrada, su rostro rojizo es, como poco, inquietante. Pese a ser un animal inofensivo y pequeño, de no más de 50 centímetros y cuatro kilos de peso, es posible que uno evitase cruzarse con él. Sin embargo, los indígenas que vivían hace siglos en su hábitat llegaron a domesticarlos y usarlos como mascotas.

Muchos defensores de la naturaleza guardan un llamativo silencio si la que está en extinción es la rata topo

Es difícil argumentar por qué un animal nos parece adorable y otro, repugnante. Pocas veces la repulsión se basa en el peligro real que esos animales representan para un humano, como en el caso de las ratas, antiguas transmisoras de enfermedades. Más pesan en general los prejuicios culturales e individuales. O, en el extremo opuesto, el hecho de que ciertas armonías y proporciones corporales actúen como un estímulo clave que provoca una conducta protectora inconsciente, como el llamado ‘esquema infantil’, por el que nos sentimos atraídos por animales que nos recuerdan características propias de nuestros bebés.

El Homo sapiens suele buscar la belleza: Le gusta lo vistoso y elegante, lo majestuoso y con gracia. Entre los animales: liebres de orejas largas y periquitos multicolores, pingüinos de frac y paso bamboleante, fieros leones, elefantes poderosos y gigantescas ballenas. Y, por supuesto, simpáticas y achuchables crías de oso.

De ahí que, en general, perciba con aprensión a las ratas, las cucarachas, las arañas y las serpientes. E incluso sienta auténtico asco ante las sanguijuelas, los sapos, las hienas y las ratas topo.

Muchas veces nos los quitamos de en medio de un manotazo o de un pisotón. Otras veces acabamos con sus presuntamente tristes existencias mediante venenos y redes. Incluso los defensores de la naturaleza guardan a veces un llamativo silencio cuando el amenazado de extinguirse es uno de estos seres desagradables.

Pero la selección natural no se rige por criterios de fealdad o belleza. A la evolución le da igual el aspecto de una criatura: solo le importa que esté adecuadamente preparada para luchar por la supervivencia.

Los cruces que deforman o laceran -perros sin pelo, gastos sin olfato…- están prohibidos desde 1986

Las valoraciones estéticas se forman únicamente en los ojos y cerebros del observador; no existen para un zoólogo, ceñido al método científico. Tampoco son valores universales. La rata, de hecho, tan denostada entre nosotros, es considerada un manjar en docenas de países y adorna el menú de muchos restaurantes. Puede suceder también que la imagen de un animal evolucione con el tiempo y pase de negativa a positiva. El murciélago, por ejemplo, que ha visto cambiar nuestra percepción sobre él, o el hipopótamo y el rinoceronte -antes catalogados como brutos poco agraciados- se han ido ganando poco a poco nuestra simpatía.

Solo desde esta perspectiva se explica que mucha gente hoy elija como mascota a perros cuya simple presencia causa aún terror a la mayoría. O que los criadores hayan producido un verdadero gabinete de los horrores, diseñado nuevas razas con criterios estéticos que han destrozado su salud: perros con piel desnuda y con tendencia a las quemaduras solares, o perros que sufren problemas oculares por culpa de la forma de sus cráneos. O gatos persas con hocicos tan aplastados que apenas pueden oler. Aunque este tipo de cruces, los que dan lugar a deformidades lacerantes, están prohibidos desde 1986.

«La fealdad es más interesante que la belleza», asegura el escritor italiano Umberto Eco, autor de un libro titulado Historia de la fealdad. Valga el matiz de que ‘interesante’ -aquello que genera interés- no siempre es sinónimo de ‘atractivo’. Ciertas cosas nos ‘interesan’ solo a distancia, desde el Sol a una tormenta oceánica.

Cuentan que los discípulos de Da Vinci solían avisarlo cuando encontraban a alguien muy feo en algún sitio cercano para que él lo retratara. Leonardo retrató, de hecho, a muchas personas especialmente feas, ya que creía que la fealdad extrema era algo tan excepcional como la belleza más excelsa. «Lo normal es lo mediocre», escribió. Acaso sea esa misma fascinación la que nos mueve a mirar en detalle, hasta la náusea casi, a aquellos seres sobresalientemente poco agraciados. Lo excepcional -acertó Leonardo-, ya sea feo o bello, es lo que nos impide apartar los ojos de lo que nos llama desde su propia excepcionalidad.

 

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