Pocos conocían tan íntimamente a Salvador Dalí como el arquitecto y escritor Oscar Tusquets, amigo personal del artista durante 15 años. Hablamos con él sobre la magnética personalidad del genio. Por Gloria Otero

El genio surrealista y del mago del ‘marketing’. Del bufonesco personaje que él mismo se inventó y, sobre todo, del hombre a secas que había detrás, que muy pocos tuvieron la suerte de conocer.

«Yo lo conocí en una fiesta en Cadaqués a finales de los sesenta», cuenta Tusquets. «Era un progre, como casi todos los universitarios en la Cataluña de entonces y, claro, el maestro de Figueras me caía mal. Pero a él la arquitectura le fascinaba. Yo era arquitecto, joven y nada oportunista, al contrario que mucha gente que lo rodeaba. Me dijo. ‘¿Quieres venir por casa?’. Como no era lo suficientemente rígido para decir que no, fui Y al cabo de dos horas había cambiado de opinión sobre él. Era la persona más culta, más perspicaz, más sugerente… Y la más divertida. Alguien que se había forzado a sí mismo para divertir a los otros hasta la muerte. Y que se adelantó a su época. En su visión del marketing, por ejemplo.

Dedicaba dos horas al día a los medios, pero hoy conozco a muchos artistas que dedican las 24. Philippe Starck puede estar tomando copas contigo a las doce de la noche y de pronto se levanta, empieza a hacer de mimo entre las mesas. ¡Y es que hay unos periodistas a lo lejos! No se agota. Dalí, cuando cortaba, cortaba. Eso sí, cuando venía la prensa, decía. ‘¡Ay, qué pereza’, pero engolaba la voz, iba corriendo a disfrazarse Tenía clarísimo lo importante que era la puesta en escena para conseguir el impacto mediático. La diferencia entre él y sus imitadores de hoy es que él se lo tomaba a risa. Y con el tiempo va exagerando su personaje.

Lo caricaturiza a propósito, antes de que lo hagan los demás. Además, a todo le veía el lado bueno. Cuando Breton lo bautizó como d’Avida Dollars, le pareció estupendo. ‘¡Qué favor me ha hecho; en América ganar dinero es lo más sagrado. Triunfaré con ese eslogan’. ¡Todo le iba a favor! Pero era supergeneroso y nada interesado. Nunca pagué nada yendo con él. Cuando lo acompañábamos en París, decía. ‘Tú, tú y tú venís conmigo a comer’; a lo mejor había un ministro y lo dejaba fuera. Y nos íbamos al Maxim y a los mejores restaurantes. Siempre procuraba rodearse de gente insólita, simpática y, sobre todo, guapa. Un colombiano muy andrógino se convirtió en su ‘invitador’ oficial; rastreaba Cadaqués en busca de los especímenes más exóticos y escandalosos para llevarlos a Port Lligat. Y en Nueva York los domingos por la noche organizaba cenas ‘de príncipes y mendigos’, a las que invitaba a ricos esnobs, artistas de por allí y algunos desarrapados escogidos en función de su guapura.

Le importaba mucho más disfrutar que poseer. Esa fue una de las enseñanzas más valiosas para mí de su amistad, que hay que tener pocas cosas. una sola casa, un coche, alguna obra de arte de un amigo , y disfrutar de muchísimas. hoteles de lujo, transatlánticos, buenos restaurantes, tiempo para pintar y charlar con los amigos Para eso quería el dinero Dalí. Y, claro, ahí Gala lo ayudó mucho. Pero no solo en eso. Él tenía 25 años cuando la conoció y ella, que le llevaba 10, le comentó a su marido de entonces, Paul Éluard, que le parecía un tipo antipático y ridículo, con su pelo engominado y su pinta de bailarín de tango. Pero decidieron verse al día siguiente y ya no se separaron. Se casaron por lo civil en 1934 y por la Iglesia 10 años después. Ella era una auténtica musa de los surrealistas, que había sufrido y hecho sufrir a varios. Pero se encaprichó de aquel excéntrico joven y decidió muy fríamente que la obra de arte de su vida sería Dalí.

Y se dedicó a construirlo. De hecho, formaban una simbiosis perfecta. Ella encarnando el lado masculino: la energía, la organización, el pragmatismo. Él, lo femenino. la creatividad, la imaginación, el desorden. Gala tenía sus jóvenes amantes y él montaba orgías. Y sabía muy bien a quién proponerle que participara. A mí, por ejemplo, nunca me lo dijo. Le interesaban esos montajes porque era un voyeur, como todos los artistas. Al fin y al cabo es su profesión. Pero no participaba, máximo se masturbaba. Yo creo que follar, solo folló con Gala. Él mismo lo dijo. Y también que gracias a ella no se volvió loco de verdad. Tenía razón. Gala era, sin discusión, un personaje inteligentísimo y fascinante. Aunque estaba siempre celosa de todos sus amigos, y algunos la odiaban. A mí me pegaba cada dos por tres, medio en serio medio en broma. Pero fue vital para Dalí en todos los aspectos. Incluso se dedicó a estudiar la técnica de los pintores clásicos; el tipo de pigmentos, los sitios donde podía comprarlos, para enseñársela a él. Decía que eso de pegar periódicos encima de la tela o echarle arena no era serio ni duradero. Y la verdad es que Salvador consideraba que lo mejor de su obra eran sus ideas, no su realización.

Se consideraba mejor escritor que pintor. Llegó a pensar en escribirlas en tarjetones, meterlas en sobres sellados y llevarlas a subastar. El comprador desconocería de qué se trataba, pero el divino Dalí le garantizaba su rentabilidad. Nunca se rompía ese buen rollo suyo que no he logrado imitar. Tampoco hablaba mal de nadie, aunque intentaban que lo hiciera. Él, por ejemplo, le mandaba una postal cada verano a Picasso, que no contestaba. Y una vez que Dominguín los había citado, Picasso se echó atrás; por eso, nunca se encontraron. Y con Buñuel, igual. A los 50 años de El perro andaluz, me dijo: ‘He tenido una idea buenísima. hacer El perro andaluz II. Va a ser un éxito mundial’. Le envió una cartita y, cuando le pregunté qué había dicho Buñuel, me dijo: ‘¡Ah, no ha entendido nada! Me ha contestado. Agua pasada no mueve molino’. No ha visto el negocio que habríamos hecho con esto’. Lo cierto es que se las arregló para no tragar bilis ninguna. No tuvo celos de nadie. Vivió como quiso. En sus memorias lo cuenta. ‘Yo, de pequeño, quería ser cocinera; después. rey Y desde entonces mi ambición no ha dejado de aumentar’. Era feliz. Se divirtió mucho. Y como persona era aún superior a su obra. A mí no toda me gusta, ni creo que tampoco le gustase a él. Pero es que no hay artista sin altibajos. Solo Vermeer y Velázquez.

En todo caso, mis obras favoritas no son las más valoradas por la crítica, que considera lo único realmente válido su periodo surrealista. Tampoco coincido con quienes vieron en él un cínico o un franquista convencido. Él decía que la política es la anécdota miserable de la historia y que no le interesaba nada. Estoy convencido de que sus estruendosas declaraciones sobre Franco eran solo una boutade más contra lo políticamente correcto. Algo que histéricamente atacó toda su vida. Me acuerdo de que un día me dijo. ‘¿Tú sabes la diferencia entre un dandi y un esnob?’. Le dije que no. ‘¡Hombre, Tusquets siempre me llamaba así, esto es fundamental. Un esnob se vuelve loco por que lo inviten a una fiesta, y un dandi hace lo imposible para que lo echen’. Con esa anécdota supe que Dalí tenía el objetivo, ¡desde los cinco años!, de ser un dandi. Que lo echasen de la familia ‘Yo escupo en la faz de mi madre’, de la escuela de Bellas Artes de Madrid, del grupo surrealista… Y cuando todos los artistas eran progresistas, de izquierda, ¿qué podía hacer para que lo echasen? Decir que le gustaban el dinero y Franco. Yo creo que Dalí era en verdad un nihilista total. No creía en nada. Y lo primero en lo que no creía era en él».

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