El verano se despedía con la triste noticia de la muerte de Álvaro Bultó en un accidente en los Alpes suizos mientras practicaba el salto base con traje de alas. En estas páginas hay más de un amigo que lloró su muerte alguno lo acompañaba en ese vuelo final. Por Daniel Méndez

Todos se han llevado algún susto. el último, el de Jesús Calleja, atrapado a principios de septiembre durante varios días en la sima más profunda del mundo. Pero ninguno se plantea abandonar. ¿Por qué? Lo cuentan ellos mismos.

«Empezamos a notar algo inusual a 1640 metros de profundidad», cuenta Jesús Calleja. «Detectamos condensación de agua en una zona que debía estar seca». Faltaban algo más de 300 metros para llegar hasta el fondo de la sima Krúbera-Voronya, la más profunda del mundo, en la República de Abjasia (Georgia). Era a primeros de septiembre y con él viajaba el equipo del programa televisivo Desafío extremo (Cuatro) y una expedición de 24 personas. En el momento en que deciden dar la vuelta, un rugido los estremece. una tromba de agua. La gota fría que se vivía en la superficie, donde, entre otros, esperaba Kike el hermano de Jesús, se filtraba por este sumidero natural hasta convertirse en un gran tsunami subterráneo. A partir de entonces estuvieron varios días atrapados, sin posibilidad de recibir ayuda del exterior, sin comida habían salido con alimentos para un solo día, atravesando sifones de agua con un único equipo de submarinismo para todos; empapados día y noche, a una temperatura de cero grados y con un cien por cien de humedad; buscando recovecos donde aguantar hasta que la tromba de agua redujera su caudal…

«Cuando vi que la espeleóloga rusa que nos acompañaba, una auténtica fiera con años de experiencia, se ponía a llorar y a escribir su testamento, fue cuando realmente me dije que de esta no saldríamos», recuerda este aventurero desde la paz del salón de su casa, en León.

Y, sin embargo, salieron. Su madre pudo abrazarlo entre lágrimas y celebrar su regreso, tan solo tres días antes de nuestro encuentro. En su éxito, asegura Jesús, tiene mucho que ver la gestión del miedo: «La clave está en que mantuvimos la tranquilidad, incluso dentro del máximo estrés. Si te pones nervioso e intentas salir a toda costa, malo». La espera es, en ocasiones, lo más difícil. Implica incertidumbre, miedo, tedio. «Te machaca moralmente, pero fue nuestra salvación». Salió bien esta vez, como salió bien aquella en que una avalancha en el campo base sepultó su tienda donde él había estado minutos antes y a todo su equipo bajo 20 metros de nieve. O aquella otra en que un desprendimiento de rocas los sorprendió en un cráter del Congo; o aquel naufragio que los tuvo una noche entera en el agua en la Antártida

Jesús Calleja: «Cuando la espeleóloga rusa se puso a llorar y a escribir su testamento, me dije que de esta no saldríamos»

¿Por qué correr esos riesgos?Esa es la pregunta del millón. Cada uno de los que se juegan la vida en la alta montaña o practicando saltos freestyle en bicicleta o lanzándose con un paracaídas desde un avión o desde lo alto de un edificio responde a su manera. Jesús Calleja alude a la figura del explorador. Si no existiera, no hubiéramos descubierto América, nunca habríamos llegado a la Luna. Lo que hacemos es un modo de vida. nadie me puede pedir que monte una tienda y me ponga a trabajar con un horario. Pero es algo más, no es algo lúdico. toda aventura de entidad supone un avance para la humanidad . Ellos se dirigieron a la sima más profunda del mundo, de 2197 metros de profundidad, con el objetivo de recabar muestras de vida allí. Y en ese sentido, recalca, fue un éxito. volvieron con muestras de extremófilos que ahora analizan los biólogos.

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Blay Olmos sénior y júnior

Para él incluso su amigo Álvaro Bultó era un visionario; alguien que, más allá del riesgo, de la adrenalina, buscaba aportar su grano de arena al avance científico. Falleció la misma semana en que Jesús Calleja se embarcó rumbo al Cáucaso. Barcelonés de 51 años, Álvaro contaba con varios récords en su haber: batió el récord del mundo en caída libre, escaló la pared más alta del Ártico en Groenlandia, fue el primer español en volar sobre el Polo Norte en traje de alas… Hasta que un accidente acabó con su vida en los Alpes suizos.

Armando del Rey que compartía con Álvaro y con Carlos Suárez el Proyecto Alas, especializado en salto con traje de alas voló con él ese día, aunque no vio el accidente. «Nos dimos cuenta al llegar a tierra, cuando faltaba uno de nosotros. Era Álvaro». Habían realizado un salto relativamente sencillo, algo que habían hecho muchas veces ya. Por respeto a la familia, a los amigos que, como él, Jesús o Darío Barrio, sufren la irreparable pérdida, Armando no entra en detalles. «Fue un accidente», resume. Pero recalca que Álvaro era una persona obsesionada con la seguridad. Como todos los que aparecen en este reportaje: pese a lo que pueda parecer, todos insisten en que no buscan jugarse la vida.

¿Qué buscan en verdad? «Yo, desde pequeño, buscaba sensaciones. Muy pronto decidí que quería probar el surf, el buceo y el submarinismo». Y lo ha hecho todo y más: fue también campeón del mundo de saltos en bicicleta BMX en el 96. «Lo dejé porque me rompí de todo», asegura. «Pero en cuanto a sensaciones, no hay nada como el salto con traje de alas: te sientes como un superhéroe que vuela con Batman a un lado y el Capitán América al otro. Muchos nos preguntan si estamos locos. ¡Al contrario! Los locos duran poco en esto. Tienes que saber bien lo que haces en cada momento. Estar muy preparado y saber dónde está la línea que no puedes pasar. Tenemos parámetros muy claros (límites de viento, de visibilidad ), pero hay algo más que te dice que no lo hagas, que no saltes».

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Darío Barrio

«Hay, a su vez, un motivo extra: la hermandad que surge entre quienes practican estos deportes. Varios días de escalada en la selva o en la alta montaña unen mucho; llegar a tierra después de un vuelo, también. Cuando saltas con alguien y aterrizas, te sientes más unido que nunca», dice Darío Barrio. Te miras y te dices: ‘¡A mis brazos, corazón!’, antes de fundirte en un fuerte a: Darío, propietario y cocinero del restaurante madrileño Dassa Bassa, es un rostro conocido en la televisión. Y un aventurero que se ha lanzado en traje de alas con Armando y Álvaro desde el Salto del Ángel (Venezuela), el más grande del mundo, con casi un kilómetro de alto. Empezó con el salto en paracaídas desde avión en 1995, practica también el ala delta… «El salto base era la continuación lógica», dice. «A él también le cuesta explicar por qué lo hace. No es racional, la razón te llevaría a jugar al ajedrez. Pero lo mío es el deporte en exteriores. En cuanto tengo un par de días libres, trato de aprovecharlos saltando. ¿Por qué? Porque amo la vida y en ningún momento me siento más vivo que en el aire. Pese a los sustos y a la pérdida de amigos. Todos hemos perdido a más de uno, pero nos da mucho más de lo que nos quita», explica Ramón Portilla, un veterano con más de cuarenta años en el alpinismo. Fue cámara de Al filo de lo imposible, el primer español en ascender las Siete Cumbres, ha conquistado muchos ochomiles. «Engancha más el reto, el contacto con la naturaleza, que la búsqueda de adrenalina».

Ramón Portilla: «Engancha más el reto, el contacto con la naturaleza, que la búsqueda de adrenalina»

Como todos, acumula muchos sustos en su trayectoria. El más gordo, en los Alpes. «Cuando estaba colgado de la pared, a 400 metros del suelo, se desprendió un bloque del tamaño de un frigorífico. Me rompí tibia y peroné, los huesos me salían a través de la bota. Fue terrible, pero hoy la recuerdo como una de las noches más bonitas de mi vida. Aferrado a la imagen de mi hijo, que tenía nueve meses, solo pensaba en ver amanecer y en que no me podía permitir el lujo de morirme». ¿Y si su hijo siguiera sus pasos? «Lo he llevado ya a escalar, a hacer kayak, ver animales salvajes en Namibia Pero no me interesa que siga mis pasos. Me daría mucho miedo. Pero sería su elección».

Blay Olmos júnior: «La clave es no caer en un exceso de confianza. Un poco de miedo es fundamental para salvar la vida»

Quien sí ha seguido los pasos de su padre es Blay Olmos júnior, hijo de Blay Olmos sénior. El padre enseñó al hijo los secretos del ala delta, hasta que júnior, con 19 años, dio la campanada al ser el primer español que ganaba el Forbes Flatland Challenge de Australia, la tercera prueba más importante del mundo. Después llegarían otros hitos, como recorrer la mayor distancia en Europa en ala delta. Despegó en Portugal y, 385 kilómetros y más de ocho horas de vuelo después, aterrizó en Murcia. La clave siempre es no confiarse. «El miedo es fundamental para salvar la vida». Y la verdadera cumbre resume Ramón Portilla es «volver a casa y contarlo a los tuyos».

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