La cantata ‘Carmina Burana’, un superventas absoluto de la música clásica. Su creador, Carl Orff, fue el inventor de un estilo propio, un renovador de la pedagogía musical, triunfador de la Alemania nazi, y según cuentan sus discípulos un sabio dedicado a un único sacerdocio: el ritmo. Por Fátima Uribarri

La Gestapo se llevó a Kurt Huber el 27 de marzo de 1943. Había redactado un manifiesto contra las ansias bélicas de Hitler. Su amigo Carl Orff se enteró de la detención al día siguiente, cuando fue a visitarlo a su casa. Clara, la mujer de Huber, le suplicó ayuda: Orff tenía buenos contactos, era un músico de cierto prestigio, le rogó que intercediera por Kurt. La respuesta de Orff fue un hachazo que ni Clara Huber ni la Historia le han perdonado al compositor de la célebre cantata Carmina Burana: si trascendía su amistad con Huber (miembro de la organización antinazi La Rosa Blanca), él quedaría arruinado.

Tenía razón Orff, los disidentes contagiaban su desgracia. A Huber primero le prohibieron impartir clases en la universidad porque se había negado a componer canciones para la Agrupación de Estudiantes Nacionalsocialistas, después lo detuvieron por el manifiesto antinazi y el 13 de julio de 1943 lo ejecutaron. Al estudiante de química Hans Conrad Leipelt lo detuvieron y decapitaron por recaudar dinero para Clara Huber. La viuda de su colega en investigaciones sobre pedagogía musical quedó aislada. Orff puso distancia para no verse arrastrado en su caída, pero después le envió una carta para pedirle perdón.

Orff no prestó ayuda a su amigo Kurt Huber, detenido por la Gestapo: temía caer en desgracia

¿Fue Carl Orff un oportunista sin escrúpulos? ¿Fue un hombre sin alma que siempre se arrimó a quien convenía? Hoy en día todavía no se han disipado las luces y sombras de su biografía, aunque Orff salió exculpado tras el examen al que fue sometido por investigadores de los Estados Unidos. Según algunos de sus discípulos y varios expertos, Orff fue un genio concentrado tan solo en la música, un hombre tan inmerso en su arte que no prestó atención ni a la política… ni a su única hija.

Música para marionetas

Nació en 1895 en una familia acomodada y culta. Se crio rodeado de libros y de música. Su madre era profesora de piano y él comenzó a teclearlo a los cinco años. Era un niño taciturno que componía temas para animar las representaciones de su teatro de marionetas. A los 17 años se zambulló de lleno en sus estudios de composición, hasta entonces sus creaciones fueron autodidactas. Fue director de la orquesta de varios teatros hasta que le tocó lanzarse al barro de la Primera Guerra Mundial. Estuvo en Polonia y casi muere enterrado en una trinchera. A su regreso del campo de batalla se dedicó a la música en cuerpo y alma: estudiaba, componía e impartía clases.

Era un apasionado de lo antiguo, de los ecos medievales, las leyendas y la música popular. Comenzó a gestar un estilo propio, ecléctico, donde convivían lo contemporáneo y lo arcaico, un tono reconocible en su célebre cantata Carmina Burana: es moderna y medieval. Hitler llevaba cuatro años en el poder cuando, en 1937, Orff estrenó esta obra cumbre, una composición que continúa, hoy en día, abarrotando auditorios y sonando en anuncios televisivos y bandas sonoras de películas como Saló o los 120 días de Sodoma, de Pier Paolo Passolini; y The Doors, de Oliver Stone.

No fue Orff un hombre político. No militó en ningún partido, solo le interesaba la música, y que sus composiciones se interpretaran. De ahí su pánico a caer en desgracia. ¿Se involucró con el nazismo? Había participado en la composición de música para los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936, como muchos otros. Pero entonces el nazismo todavía se molestaba en disimular sus intenciones criminales. Más grave fue el compromiso del autor de Carmina Burana en crear nueva música para el Sueño de una noche de verano, de Shakespeare, y reemplazar la compuesta por el judío Felix Mendelssohn. Pero sus razones para aceptar el encargo «fueron estéticas, no políticas; la música de Mendelssohn no le parecía apropiada, era demasiado dulce», argumenta el profesor de Historia Hans Maier.

Ritmo contagioso

Para Orff, la música trascendía a todo, incluso a lo sonoro. En 1920 comenzó a formular un nuevo concepto de música en la que involucraba a otras artes como la poesía, la danza y el gesto teatral: la música debía afectar a todos los sentidos. Desde 1925 desarrolló sus teorías en educación musical en la Escuela Guenther para gimnasia, música y danza, en Múnich, y publicó un manual titulado Schulwerk. Era partidario de incluir los instrumentos de percusión en la enseñanza escolar, utilizaba canciones populares y fomentó la prosodia. Por eso afirmaba que su cantata Carmina Burana había que verla, además de escucharla, y contemplar al coro como se observa a la orquesta en un concierto.

De hecho, el coro funciona como un instrumento con todos los registros, «desde las voces blancas de los niños hasta la gravedad de los bajos, staccatos, legatos, falsetes…» , explica José Peris, compositor y discípulo de Orff. El coro recuerda a los monjes cantando en el el monasterio de Benedikbeuren, que es donde se encontraron los textos de estos cantos del siglo XIII.

Quien escucha Carmina Burana se pone a bailar o a utilizar una batuta invisible. La clave está en el ritmo, tan importante para él, y en la naturalidad. «Carl Orff lo hace tan bien como Wagner o Richard Strauss, pero la suya es una música asequible. Orff llega a toda la gente y lo hace, además, de una manera estricta, condensada, expresando lo máximo con el mínimo material rítmico», explica su alumno José Peris.

Estatus de estrella

Orff se concentró en su música mientras Europa se bañaba en sangre. Cuando la guerra terminó, hubo quienes dijeron que Orff enarboló su antigua amistad con Huber y que incluso dijo haber estado vinculado con La Rosa Blanca, pero no está probado: en su expediente de desnazificación, descubierto por el historiador Oliver Rathkolb en 1999, no se registra ninguna alusión a La Rosa Blanca.

Los norteamericanos lo exculparon. Y Orff continuó con la cabeza metida en las partituras. compuso Antígona, El triunfo de Afrodita, Edipo rey, Prometeo… No le fue mal. Incluso alcanzó estatus de estrella, impartió clases magistrales, nació el Instituto Orff, sus ideas sobre la enseñanza de la música y sus obras se expandieron por el mundo, su casa en Diessen (Baviera) -preciosa, decorada con gongs chinos y javaneses y antiguos cimbales, campanas y tambores- se convirtió en destino de peregrinaje musical. Carl Orff murió en 1982, a los 87 años, escuchando su Carmina Burana en anuncios televisivos comprobando cómo su ritmo seguía contagiando a gentes de todo el mundo.

VIDA Y OBRA DE UN MÚSICO

  • Sus colegas. En 1939 estrenó La luna, ópera inspirada en los cuentos de los hermanos Grimm. En la imagen, de ese año, Orff departe con colegas; entre ellos, con Clemens Krauss, director de la Ópera Estatal de Baviera.
  • Música visual. Decía Orff que Carmina Burana había que escucharla y mirarla.
  • Un estilo propio. En 1920  comenzó a formular un nuevo concepto de música en la que involucraba a otras artes como la danza y el teatro.
  • Componer durante el nazismo. Carmina Burana se estrenó en 1937 y no gustó a los críticos. Pero a Orff, que no se pronunció en política, los nazis no le pusieron trabas.
  • Su hija, Godela. Se casó cuatro veces y solo tuvo una hija, con la que no se entendió. no se hablaron durante años. Para Orff, la música fue su prioridad absoluta.

QUE SUENEN LOS TAMBORES

«Si no atendemos al jardín de infancia, no tendremos público el día de mañana», decía Orff. Con los niños aplicó su concepto de la música elemental, en el canto sencillo, en ayudarlos a descubrir el movimiento, el sentimiento y la razón a través del ritmo, la armonía y la melodía. Quería que todos participaran, no solo los que tenían buenas condiciones, y que se prestara más atención a la percusión. Su método pedagógico es menos técnico que el de los conservatorios. Se imparte en muchas escuelas. Orff decía que se puede conducir al niño con buenos maestros. Él lo fue.

CARL ORFF, MI MAESTRO

José Peris fue alumno y discípulo de Carl Orff en ALemania, a finales de los años cincuenta

Conocí a Carl Orff en 1958 -yo tenía entonces 30 años-, cuando me aceptó como su alumno, un honor difícil de conseguir: no servían de nada las papeletas de los premios, Orff te pedía conocer al piano tu música y te aceptaba o no. Lo traté durante más de 15 años, hasta que él murió. Fue un honor y un privilegio, porque Orff ha sido uno de los grandes maestros del siglo XX.

«No le servían los premios, te pedía que tocaras el piano y te aceptaba de alumno o no»

Con sus alumnos -aceptaba a tres o cuatro venidos de todo el mundo para sus clases magistrales- era como un padre. Íbamos a su casa de campo en Diessen, cerca del lago Ammersee, porque decía que uno no puede componer encerrado entre las cuatro paredes de una escuela. Era una experiencia maravillosa atender allí a las explicaciones de un hombre al que le sobraban las ideas, en un entorno en el que se contemplaban los Alpes

Tras largos años de estudio junto al maestro, yo definiría a Carl Orff como un mago del ritmo y del manejo de la percusión, con una intuición privilegiada. Con él aprendí la relación entre la música y la vida; entre los sonidos y las palabras, y también la relación profunda del arte musical con el humanismo. Era, además, un amante de la vida y un hombre muy generoso. se preocupaba por nosotros y, cuando alcanzó el éxito en todos los rincones del mundo, dijo. ‘Ahora es el momento de dedicar todo el tiempo a los niños’. Siempre le interesó la pedagogía. Era un caballero de la música.

PARA SABER MÁS

Carmina Burana. antología. Juan Antonio Estévez Sola. Alianza Editorial.

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