La esposa de Reinhard Heydrich, director de la Gestapo y uno de los promotores de la ‘solución final’, ideó un sistema para espiar a otros mandatarios nazis sobre los cuales recaía la sospecha de traición o tibieza ideológica. Por Jose Segovia

La idea cristalizó en el Salón Kitty, un elegante burdel berlinés en el que atractivas prostitutas sacaban información a invitados de Estado, diplomáticos y jerarcas nazis. En el sótano del lujoso establecimiento, los técnicos de sonido a las órdenes del matrimonio Heydrich grababan todas las conversaciones.

El célebre burdel fue inaugurado a principios de 1930 por su propietaria Katherina Kitty Schimdt. Años después, Katherina prestó su ayuda a varios judíos para que escaparan de Alemania, por lo que fue detenida y encarcelada durante unos días en Berlín. La Gestapo le propuso que cediera su burdel para que el régimen lo convirtiera en una tapadera. Si se negaba, sería internada en un campo de concentración. La madame optó por ceder el burdel a Heydrich.

Los clientes del Salón Kitty que se fueron de la lengua, los incautos que criticaron al Führer o los que ponían en entredicho la política del partido nazi tuvieron que enfrentarse a los despiadados interrogatorios de la Gestapo. Los oficiales de mayor rango que estaban al tanto de lo que ocurría en el burdel huían de la siniestra pareja como si se tratara de dos apestados. Sus labores de espionaje habían arruinado la vida a algunos conocidos nazis de la ciudad, razón por la que muchos funcionarios y miembros del partido repudiaron a los Heydrich.

Los nazis utilizaban el burdel para espiar a sus altos cargos y oficiales sospechosos de traición o tibieza

Tras el asesinato de Reinhard en Praga, donde ocupaba el cargo de protector de Bohemia y Moravia, el burdel pasó a ser controlado por su lugarteniente Walter Schellenberg y más tarde por Arthur Nebe, jefe de la Policía Criminal.

Dado que su marido había muerto en acto de servicio, la figura de Lina Heydrich cobró nuevo brillo en el partido. Los que antes le dieron la espalda, ahora la consideraban mártir de la causa nazi. Estaba bien vista en la cúpula del partido, dado que el propio Hitler y sus más cercanos secuaces la habían animado desde el principio a montar el servicio de espionaje en el burdel berlinés.

Una vez finalizó la guerra, Lina Heydrich pasó el resto de su vida minimizando los brutales actos de su marido, su papel en la represión y fusilamiento de cientos de patriotas checos y negando su implicación en el exterminio de millones de judíos.

Meretrices de lujo

Las prostitutas polacas que había contratado la propietaria del burdel fueron sustituidas por otras de origen ario que fueron aleccionadas para el espionaje por las SS y la Policía.

Pareja diabólica

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A Lina y Reinhard Heydrich se les ocurrió usar prostitutas para controlar a los suyos. A Reinhard lo asesinaron en Praga. A Lina Hitler la llamó «la viuda del Tercer Reich».

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