La gracia del mar

Neutral corner

Uno de los títulos de novela más hermosos es de Mishima. El marino que perdió la gracia del mar. Me gusta, además, esa idea de que el mar concede y retira su favor, de que te permite navegarlo y te unge como marino hasta que de repente deja de hacerlo. Hay otro personaje, este de Conrad, un viejo pirata que desembarca y monta una taberna en su pueblo original, que también añora esa gracia y la mitiga sentándose con vistas al muelle para imaginar adónde van los barcos que zarpan. Tuve un tío que pasó de marino mercante a operario de la cadena de montaje de FASA-Renault en Valladolid. otro melancólico de este mismo clan.

Mi experiencia más emotiva de este último veraneo fue reencontrarme con un viejo marino y descubrir que había perdido la gracia del mar. Es un familiar del lado francés, un lobo de mar que compitió en vela por Francia en unos Juegos ya lejanos y que, en los veraneos de mi infancia, era un tiarrón con barba de Rasputín que me daba dos tragos de pastis y me soltaba solo en las aguas de Arcachon y Cap-Ferret con una barca motora para que me fuera haciendo con las olas y las mareas. Con el windsurf me dieron por imposible. soy el único caso documentado, en esa zona ostrícola y marinera, de naufragio en la arena de la playa. «Mira esas chicas, cómo se ríen. Ya no podrás acostarte con ninguna».

B. era nuestro tío el marino, el que nos subía al velero y nos usaba de contrapeso para escorarlo ceñido al viento. El que se esforzaba por inocularnos la pasión marinera durante esos pocos días en que nos tenía antes de que fuéramos devueltos a una ciudad manchega venida a más donde nadie abre botellas de ron de caña para entibiar a los empapados por el oleaje bravo.

B. ya es un hombre mayor, y además está enfermo. Regresé a sus aguas este verano, seis años después de la última vez. Y ya no había velero. lo vendió después de caerse dos veces al mar este invierno haciendo maniobras, de constatar que ya no tiene las mismas facultades. Lo vendió y te lo cuenta con vergüenza, como si creyera estar cometiendo un fraude de personaje. Al contármelo, me recordó inevitablemente el mito de que Belmonte daría por acabada su vida en el instante preciso en que ya no fuera capaz de montar su caballo. De una severidad parecida es haber perdido la gracia del mar.
En realidad, B. aún sale porque, a cambio del velero, compró una hermosa lancha marinera que, con su aire añejo y su puente de madera, recuerda las de los Kennedy en Martha s Vineyard. Pero no es lo mismo. Una llave en el contacto, un volante. un barquito de motor puede llevarlo cualquier torpe de secano, hasta uno capaz de naufragar en la arena. Pasar de la vela a la lancha es una degradación, es convertirse en un marino trucho como aquellos a los que B. siempre miró con desdén cuando cortaba aguas con el velero. Se ha convertido en uno de ellos, en un conductor de Vespas acuáticas. Pero nos saca al mar a los españoles con la misma pasión, y habiendo agregado encima a toda una nueva generación a la que arreará tragos de pastis en cuanto pueda.

La primera mañana en Francia, nos citó a todos para embarcar, aunque ya no fuera en el velero. La marea lo obligó a nadar para alcanzar la lancha y traerla a una zona de menos profundidad donde pudieran subir a bordo los niños. Gran diversión. Grandes recuerdos de otros años. El lobo de mar. El tío marino. La leyenda continúa, aunque ya no pegue voces para ordenarte que sueltes o ates un cabo, que levantes un ancla, que te agaches porque va a virar a babor y la vela va a pasar por encima del puente como un bate de béisbol. Con todos a bordo, el marino que perdió la gracia del mar metió la llave en el contacto y arrancó. Agarró distancia. De pronto, el motor emitió una señal de alarma y se escacharró. Nos quedamos a la deriva en unas aguas donde eso a él no le había sucedido jamás, como domingueros. ¿Y ahora qué hacemos? «Pues, si alguien tiene un teléfono, llamar a un mecánico. ¿Alguien tiene un teléfono?».

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