Ha aprovechado la pandemia para escribir sus memorias. Tan íntimas que no parecen la confesión de una estrella de Hollywood. El hombre que renunció a hacer rentabilísimas comedias románticas para convertirse en un actor con mayúsculas nos cuenta su vida. Y empieza con un perturbador recuerdo… Por Ben Hoyle /Fotografía: George Pimentel.

Los ojos azules de Matthew McConaughey se iluminan mientras recrea el momento en que su madre trató de matar a su padre delante de él cuando tenía apenas 4 años.

Fue un miércoles de 1974. Su padre, Jim McConaughey, llegó a casa tras pasar el día vendiendo tuberías para oleoductos. Se sentaron a cenar y, de pronto, Jim pidió más patatas. Su mujer, Kay, le echó en cara que estaba gordo… Y se armó el belén.

Su padre, antiguo jugador de fútbol americano, volcó la mesa. Su madre corrió hacia el teléfono para llamar a la Policía, pero aferró el auricular con la mano, «como quien empuña un arma», recuerda McConaughey, salió corriendo y se parapetó tras el sofá. Cuando Jim dio un paso hacia ella, su madre le golpeó la nariz y la sangre empezó a manar.

«Papá se quedó medio paralizado. Mamá llevaba puesto el camisón, él iba en camiseta». A continuación, su madre echó mano a un cuchillo de cocina con una hoja de palmo y medio y espetó: «Ven aquí si te atreves. ¡Te corto las pelotas en rodajas!». Jim agarró un frasco de kétchup y le lanzó un chorro a la cara. Rabiosos, empezaron a girar uno en torno al otro.

«‘¡Estoy en pelotas! Es la prueba de que soy inocente’, le grité a pleno pulmón al policía que vino a detenerme»

Matthew McConaughey, que viste pantalón corto y una sudadera con capucha, finge ser su madre y pugna por quitarse el kétchup que la tiene medio cegada mientras lanza peligrosos tajos a su marido con el cuchillo. El actor, de pronto, se transforma en su padre. Anda de puntillas. «Mi padre era un tiarrón, pero también era bailarín. De pronto estaba de puntillas, haciendo piruetas. Sin más, se puso a dar pasos de baile, y lo que era un verdadero horror de repente se transformó en comedia».

«Al final todo quedó en nada. Mi padre se las había arreglado para desactivar la situación. Ella dejó caer el cuchillo y él puso el kétchup en la mesa. Bajaron los hombros, se miraron. El suelo estaba perdido de sangre. Mascullaron unas imprecaciones. ‘¡Joder!’. Se echaron el uno encima del otro, hasta caer al suelo, y entonces me fui». El actor se arrellana en el asiento. «No me quedé a ver cómo hacían el amor».

Una extraña forma de amarse

Esta entrevista por Zoom está resultando de lo más entretenida. Y eso que ya había leído sobre este episodio en el libro de memorias que McConaughey acaba de publicar con el título Greenlights (‘Luces verdes’), donde concluye: «Así es como se comunicaban mis padres».

Matthew Mconaughey: "Mi madre dejó caer el cuchillo. El suelo estaba lleno de sangre" 1

El padre de Matthew, Jim, había sido jugador de fútbol americano e hizo fortuna con una empresa de tuberías. Tuvo una relación singular con la madre del actor (a la derecha) –se casaron tres veces– y falleció en 1992 mientras tenía relaciones sexuales con ella.

Jim y Kay McConaughey se divorciaron dos veces y se casaron otras tres. La atmósfera en casa ocasionalmente podía ser violenta, pero también se respiraba amor, según Matthew. No había forma de evadirse del culebrón de todos los días. «Lo que formaba parte de la belleza de nuestra familia».

Desde que debutó en el cine, hace ya 27 años, Matthew McConaughey, de 50, ha sido muchas cosas para los aficionados al cine. Al principio lo vendieron como «el nuevo Paul Newman», pero no tardó en convertirse en una celebridad casi de broma. Una noche de 1999, la Policía se presentó en su casa de Austin a las 2:30 de la madrugada después de que unos vecinos se quejaran del ruido que hacía al tocar los bongos. El actor, que estaba en pelota picada y llevaba un colocón de campeonato, se resistió a la detención.

La escena, descrita en sus memorias, acaba por ser casi cómica: «Un agente cogió una manta del sofá e hizo amago de envolverme en ella. ‘¡De eso ni hablar!’, aullé. ‘Estoy en pelotas, sí, ¡lo que demuestra que no estaba metiéndome con nadie!’». Cuando salió a la calle esposado, había media docena de coches de la Policía alertados de la detención de un famoso, además de los vecinos. «’¿Está seguro de que no quiere cubrirse con la manta?’, preguntó el policía. ‘¡No, coño! ¡Es la prueba de que soy inocente!’, grité a pleno pulmón». Y así, desnudo, entró en comisaría. Solo lo convenció de vestirse un detenido de dos metros y 130 kilos. «Aquí todos somos inocentes, colega. Pero, hazme caso, más vale que te pongas unos pantalones antes de entrar al calabozo». Salió al día siguiente. «Dos días después, en las tiendas de Austin no veías más que camisetas con una leyenda estampada: con bongos y en pelotas».

Ha nacido un ‘sex symbol’

Casi sin solución de continuidad, McConaughey empezó a ser percibido como un fascinante objeto de deseo sexual: no pasaba semana sin que lo fotografiaran corriendo con el torso al aire por la playa de Malibú. Por esa época protagonizó una serie de comedias románticas, tirando a decepcionantes.

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A finales de los noventa, McConaughey era un ‘sex symbol’, más conocido por sus juergas que por sus dotes actorales. En 1999 fue detenido tras estar un par de días de fiesta consumiendo alcohol y drogas, que remató en su casa tocando los bongos de madrugada. Salió con Ashley Judd, Sandra Bullock y Penélope Cruz, entre otras, antes de conocer a Camila Alves, en 2006.

Y entonces llegó su momento, su regeneración como artista. Más equilibrado tras convertirse en padre, decidió que «la pasta podía irse a tomar viento» y dio un golpe de timón, aspirando a papeles más ambiciosos y gratificantes. Resultado: pasó unos años mano sobre mano. «No sabía cuánto se prolongaría la situación. Y se prolongó mucho. Pero dio sus frutos. Al cabo de un par de años empezaron a llegar papeles con verdadero interés».

El giro fue radical: McConaughey se lució en su breve aparición en El Lobo de Wall Street, encabezó el reparto de la sorprendente y taquillera Interstellar y coprotagonizó la celebrada primera parte de la serie True detective. El colofón llegó en 2014 con el Oscar por su interpretación en Dallas Buyers Club.

«La gente pensaba que vivía como un salvaje, pero mi caravana tenía de todo. Cocina, café del bueno, cama de matrimonio, sábanas limpias… Y tenía a mi perro»

Este 2020, el actor ha hecho lo posible por mantener alta la moral en el combate contra el coronavirus mientras «seguía una cuarentena rigurosa» en su casa de Austin (Texas) –donde se encuentra–en compañía de su mujer –brasileña–, Camila Alves, sus tres hijos y su madre, de 88 años.

Y ha terminado de escribir Greenlights. Se metió de lleno en su escritura en mayo de 2019, a solas en una caseta en mitad del desierto, cerca de México, valiéndose de los diarios personales que escribe desde que tenía 15 años. La primera frase de su libro advierte: «Estas no son unas memorias al uso». Y es un hecho que casi ninguna otra autobiografía hollywoodiense incluye semejante profusión de notas garabateadas a mano, pegatinas, cuentos de acampada, aforismos de cosecha propia… En cambio, las anécdotas de Hollywood brillan por su ausencia. Así es como describe su gran noche en la gala de los premios de la Academia: «Pronunciaron mi nombre en el estrado. Acababa de ganar el Oscar al mejor actor». Por el contrario, el relato de una noche de borrachera con unos desconocidos en un bar de Montana ocupa cinco páginas. Lo que cobra perfecto sentido si tenemos en cuenta que el autor revela que a finales de los noventa, cuando ya era una estrella cotizada, estuvo tres años viviendo en una autocaravana en distintos puntos de Estados Unidos sin otra compañía que su perro, Mister Hud. También llevaba consigo una pistola y un bate de béisbol, por si las moscas, pero nunca fue preciso usarlos.

Si alguien quería contratarlo, lo invitaba a embarcarse en el primer avión a la ciudad más cercana. Y la reunión de trabajo tenía lugar en la carretera. Si se disponía a trabajar en una película, conducía hasta el lugar indicado del rodaje y aparcaba la autocaravana en el parque más próximo.

«La gente pensaba que vivía como un salvaje, poco menos que a la intemperie. No era el caso. Mi caravana Airstream tenía de todo. Una cocina como está mandado, café del bueno, cama de matrimonio con sábanas limpias… Y tenía a mi perro».

De vez en cuando se permitía un capricho y pasaba unas noches en un hotel del lujo. Pero al poco tiempo echaba de menos la caravana y la vida al volante. «En muchos sentidos, un espacio reducido te ayuda a ser más libre».

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Matthew McConaughey ha escrito unas memorias inusualmente íntimas para una estrella de Hollywood.

Apenas tuvo percances desagradables. «Por lo general, consultaba el mapa a media mañana. A sabiendas de que se haría de noche a las siete, paraba tranquilamente hacia las cinco. Hacía una hoguera, marinaba un filete para la cena, me preparaba un cóctel… Escogía el lugar donde iba a hacer noche con varias horas de antelación. Solía evitar los grandes campings y parques para caravanas, prefería instalarme en un estacionamiento pequeño. En estos lugares conocí a personas que habían recorrido más de un millón de millas a bordo de sus caravanas. ‘¿Os arrepentís de alguna cosa?’, les preguntaba. ‘Sí, de no haberlo hecho antes’, respondían». En la carretera, «lo mismo te encontrabas con matrimonios de jubilados que con jóvenes delincuentes en busca y captura. Con lo que vi y escuché en mi época de las caravanas, tengo material de sobra para otro libro».

Tanto vagabundeo fue su respuesta a la circunstancia de haberse hecho famoso de la noche a la mañana. «Tenía ganas de volver a relacionarme con completos desconocidos, con personas que no me reconociesen, que no supieran quién era yo. O con personas que me reconociesen pero ni se inmutasen al estar hablando con Matthew McConaughey».

«En mi familia, nos queremos de verdad y nos enfadamos de verdad. Y somos duros de pelar. Aguantamos lo que nos echen»

Matthew reconoce que fue «el niño mimado de mamá», la mujer que le enseñó a andar por la vida como si fuera el rey de la creación, dice. A la vez creció a la sombra de Rooster y Pat, hermanos mayores a quienes idolatraba. La situación económica de la familia nunca fue boyante, hasta que la suerte dio un vuelco a principios de los ochenta. Jim McConaughey dio el pelotazo. «El hombre de pronto tenía 70 empleados a sus órdenes».

Al poco tiempo, la familia viajaba en avión privado, tenía una lancha rápida… Su madre empezó a llevar abrigo de visón y a conducir un Cadillac Fleetwood. McConaughey sonríe. «La pregunta del millón es: ¿de verdad éramos propietarios de todas aquellas cosas?». Suelta una risotada. «Yo sigo sin saberlo».

Pese a los episodios de violencia, su descripción de los McConaughey hace que una se encariñe con la familia. «Nos queremos de verdad. Nos enfadamos de verdad. Lloramos de verdad, si hace falta, y somos duros de pelar, aguantamos lo que nos echen. Si hay un problema, lo decimos a la cara y lo encaramos de frente. Siempre ha sido así. Eso evita rencores y resentimientos. No hay noche en que te acuestes ciego de rabia contenida porque terminas por arreglar las cosas. Aunque el mundo en general no funciona así».

Jim McConaughey solía decir a sus hijos: «Muchachos, el día de mi muerte me pillará haciendo el amor con vuestra madre». Acertó. Sufrió un infarto mientras tenía un orgasmo con su esposa una mañana de 1992, detalle que Matthew no había revelado hasta ahora.

Por entonces, el joven Matthew era estudiante de cine en Austin. Pocas noches antes había rodado su primera secuencia como actor profesional: un papelito improvisado en Movida del 76, de Richard Linklater. El salto a la fama –vertiginoso– llegó tres años después gracias a su actuación en el drama de abogados Tiempo de matar, junto con Sandra Bullock.

Fiel a sí mismo, tras el lanzamiento de la película le faltó tiempo para viajar a pie a un remoto monasterio de Nuevo México donde se encerró a cal y canto para sentar la cabeza. «Cuando pienso en mi vida creo dar con una constante: cada vez que me he sentido perdido, he sabido arreglármelas para largarme y cambiar de aires».

«Siempre quise ser padre»

Dos años después dio un nuevo golpe de timón tras pasar «18 meses de juerga desenfrenada y permanente». Por entonces vestía pantalones de cuero negro, vivía de noche y dormía de día en su habitación del célebre hotel Chateau Marmont, en Sunset Boulevard. Recuperó el equilibrio personal de forma inusitada para una estrella de Hollywood: equipado con una mochila, se pasó un mes recorriendo a pie las regiones rurales de Mali, en África.

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Con la modelo Camila Alves se casó en 2012, después de haber tenido a sus tres hijos: Levi, ahora de 12 años; Vida, de 10; y Livingston, de 7. En la foto, la familia en 2014 cuando le concedieron la estrella de la fama en Hollywood Boulevard después de haber ganado un Oscar.

Pero seguía sin cumplir con la mayor ambición en su vida. «Lo que siempre había querido: ser padre. Lo que soñaba desde siempre». En 2005 conoció a Camila Alves. Resultó que los padres de esta también se habían casado y divorciado dos veces. Matthew se quedó prendado. Al poco tiempo vivían juntos en la autocaravana.

Levi, Vida y Livingstone McConaughey vinieron al mundo durante los siguientes siete años. La boda tuvo lugar en 2012 y fue oficiada por el monje que ayudó a Matthew a recuperarse durante su estancia en Nuevo México en 1996. Por insistencia de Camila, la familia ahora lo acompaña a cada rodaje.

«Me he propuesto darlo todo por aquello que me importa», subraya McConaughey. Piensa seguir escribiendo, seguir trabajando con el equipo profesional de fútbol del que es copropietario y en la fundación creada junto con Camila para ayudar a los estudiantes con rentas bajas. «No renuncio a plantarme delante de una cámara, pero, si quieres saber la verdad, ahora mismo me parece aburrido».

Al final de su libro, el apartado ‘Sobre el autor’ no tiene desperdicio. «Cantante melódico, talentoso silbador, es un buen luchador de lucha libre, etimólogo prescriptivo y trotamundos. Ha ganado seis competiciones a beber más agua que nadie, reza una pequeña oración antes de cada comida porque los platos así saben mejor, tiene un gran talento para poner apodos, estudia gastronomía y arquitectura, le chiflan las hamburguesas y los pepinillos, con el tiempo ha aprendido a disculparse y disfruta de una buena llorera una vez a la semana en la iglesia».

La última frase dice: «Matthew prefiere los atardeceres a los amaneceres». Al otro lado de la conversación por Zoom, Matthew McConaughey, «que se considera un hombre feliz», suelta una nueva risotada. «Sí que me gusta más el atardecer. Porque disfruto mucho haciendo de todo cuando se ha puesto el Sol».

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