En el acelerador de partículas que busca desentrañar el origen del universo se está realizando el experimento más caro de la humanidad y un estudio sociológico único: un grupo de antropólogos indaga qué pasa cuando miles de científicos trabajan juntos. Por Bernhard Borgeest

En el centro se palpa nerviosismo, expectación ante la posibilidad de que suceda algo grande. Y fantasean con el nacimiento de una «nueva física». Ante ellos se abre un año que podría ofrecer la respuesta a preguntas fundamentales de la existencia: ¿hay en la naturaleza más dimensiones de las cuatro que conocemos? ¿Se esconde un mundo oculto en el que las partículas de materia y energía intercambian sus propiedades? ¿Opera sobre el universo una fuerza hasta ahora desconocida?

Casi 10.000 físicos de 97 naciones participan en un colosal experimento en el CERN, el Consejo Europeo para la Investigación Nuclear, cerca de Ginebra. Confinados en un circuito de 27 kilómetros de longitud a más de 100 metros de profundidad y conectado a monstruosos imanes supraconductores, los protones procedentes de átomos de hidrógeno chocan entre sí a velocidades cercanas a la de la luz y desencadenan un fuego similar al que se produjo tras el Big Bang. Es un viaje al origen de los tiempos.

Acelerar partículas y hacer que choquen entre sí no es el único experimento que allí se realiza. Los científicos asentados en la frontera entre Francia y Suiza y dedicados a la búsqueda de antimateria, energía oscura y nuevas fuerzas naturales se han convertido ellos mismos en objeto de investigación. Antropólogos, sociólogos y economistas se han instalado en el CERN para estudiar una cuestión social de carácter único: ¿qué ocurre cuando 10.000 físicos chocan entre sí?

¿Cómo coordinan sus intereses y organizan su saber? ¿Dominan las reacciones de rechazo entre semejantes o la suma de tanta capacidad intelectual da una superinteligencia? El mayor experimento de la humanidad es a la vez un experimento con humanos.

¿Cómo viven? ¿De qué hablan?

La ciudad de los investigadores, un conglomerado de construcciones prefabricadas, barracones y talleres, se encuentra en área extraterritorial: la Policía suiza no tiene acceso a este lugar. El linóleo de los pasillos está desgastado; los sillones, deformados por el uso. Todo aquí está tan raído que el director de la película Ángeles y demonios, que arranca en el CERN, decidió renunciar en buena medida a rodar en el escenario original.

Quien falla al grupo de investigación está acabado. Marginado, comerá solo. Será un muerto social

Pese a su multimillonario presupuesto, la comunidad científica parece concederle muy poca importancia a las apariencias. Su código de vestimenta permite ir con sandalias. Muchos físicos llevan mochila y botas de montaña. Se mueven por el mundo como nómadas modernos, normalmente y por desgracia, con contratos de dos o tres años a lo sumo, algo que no se puede compaginar con hacer planes para formar una familia. En ellos hay algo de eterno estudiante. La antropóloga Arpita Roy acaba de terminar su tesis doctoral para la Universidad de California sobre sus experiencias vividas en el CERN. Allí pasó dos años y medio. Recuerda que las conversaciones giraban en torno a «lluvias hadrónicas», «tensores de alto nivel» o «quarks».

En el CERN se habla el esotérico idioma de la ciencia a todas horas. en los pasillos, en las reuniones, en el autobús, en los pisos compartidos de los doctorandos, en la cafetería donde hay pantallas que informan del progreso de las colisiones atómicas e incluso corriendo al aire libre.

«A los físicos de partículas les encantan las críticas y las controversias, los teoremas y paradigmas enfrentados -observó Roy. Están obsesionados por la inteligencia y se miden por ella. Preguntan: ¿quién es listo?, ¿quién es creativo?, ¿quién es listo y creativo?»

Especialmente exclusivo es el club de los teóricos, los ‘brahmanes’ de entre los físicos. Una vez, Roy vio a uno de ellos en la terraza de la cafetería, sentado solo ante su café. «Hola -le dijo-: ¿qué haces? Él respondió: «Trabajar». Estaba resolviendo una ecuación en su cabeza.

Al acabar su estudio, esta antropóloga de 36 años se descubrió llena de admiración: pasión, sentido del deber y orgullo caracterizan a los físicos de partículas. Solo la infinita dificultad de la tarea que se han marcado les hace sentirse humildes. Lo llaman «la sumisión a la materia».

Sus dioses de acero

La depresión se extendió entre los científicos del CERN cuando, hace dos años y medio, el acelerador se averió y su rayo de protones dejó de circular durante 14 meses. Aún hoy hablan del 19 de septiembre de 2008 igual que el resto del mundo del 11 de septiembre de 2001.

La socióloga austriaca y docente de la Universidad de Chicago Katrin Knorr Cetina, que siguió los trabajos en el Consejo durante 15 años, asegura que para estos científicos el detector es una deidad posmoderna, al mismo tiempo amigo y amante, un objeto del que dependen todos los descubrimientos y todas las carreras.

El economista Max Boisot, de la Universidad Ramon Llull de Barcelona, va más allá y atribuye a los científicos del CERN algo monacal, un fervor casi religioso en su búsqueda de los secretos de la naturaleza: «Con su fe depositada en el enorme acelerador, confrontados con problemas que ningún ser humano podría abarcar y resolver por sí mismo, viven en comunidad y se organizan en grandes clanes…».

Sin jerarquías

Max Boisot ha encontrado especialmente fascinante las formas de trabajar de estos megaequipos. Le sorprende especialmente la falta de jerarquías. «La autoridad se basa en los logros, no en la posición -asegura-. No hay jefes, como mucho hay coordinadores y portavoces elegidos por todos. No dan órdenes: intentan convencer y construir consensos». El proceso de toma de decisiones discurre de abajo arriba.

No hay jefes. Las decisiones se toman de abajo arriba. La reputación del clan vale más que el dinero

No se puede tratar a profesores internacionales como a empleados, cuenta un antiguo portavoz. Sería como intentar pastorear un rebaño de gatos. Es mejor utilizar las preferencias naturales: la gente hace mejor aquello que le gusta.

También se forman grupos pequeños, pasajeros, para resolver tareas concretas. Los científicos más jóvenes dicen que, cuando se forman los grupos, a menudo no se sabe quién es estudiante de máster, doctorando, asistente o profesor.

Tras numerosas y acaloradas discusiones, las mejores ideas se acaban imponiendo y se llevan a la práctica en común. Hablan de «competencia constructiva» y emplean frases como: «Debemos dejar a un lado la cuestión del ego» o «luchar en solitario no es la forma, pues el riesgo de fracaso es demasiado grande». En el frente de la investigación domina el principio de la cooperación. «La ambición -afirma el economista Max Boisot- ha sido colectivizada».

Todos a una

Los 3100 miembros de la colaboración figuran en la lista de autores cuando se publican sus descubrimientos en las revistas especializadas. Los nombres, ordenados alfabéticamente, ocupan 13 páginas. Más que el texto en sí.

En un lugar donde el error de un individuo puede poner en peligro el proyecto de miles, es fundamental que todos puedan confiar en todos. Todas las informaciones circulan con completa publicidad. Aquel que no es cuidadoso en su trabajo o que no comparte sus conocimientos es castigado por el clan. Será marginado, comerá solo, sufrirá una muerte social. Todo el prestigio procede del reconocimiento interno de la red. La recompensa es la reputación del clan, nunca el dinero. Uno de los coordinadores asegura que sus chicos seguirían trabajando incluso a cambio de cacahuetes.

¿Es posible que una colaboración como esta pueda suponer un modelo para otros campos de la investigación o incluso para empresas? Las petrolíferas ya han enviado a sus ojeadores. También los directivos de grandes astilleros, que se quejan de que nada funciona desde que han externalizado todas las tareas.

¿Y qué ocurriría si al final los físicos consiguieran descifrar una física nueva y espectacular? ¿Si encuentran, por ejemplo, el bosón de Higgs o demuestran que no existe? ¿Quién se llevaría entonces el premio Nobel? Los miembros del Comité Nobel de Estocolmo estuvieron de visita recientemente y pidieron que les enseñaran el santuario científico al completo… Sería la primera vez que el galardón de Física fuese a parar a una organización y no a un individuo. De confirmarse, la Física se despediría de cierta manera de Einstein y la era de los grandes genios solitarios. Sería el triunfo del colectivo.

Radiografía de un ‘país’ aparte

Sin jurisdicción

El CERN (la Organización Europea para la Investigación Nuclear) es el mayor laboratorio de investigación en física de partículas en el mundo. Fundado en 1954 por 12 países europeos, está situado en la frontera entre Francia y Suiza, entre la comuna de Meyrin (en el cantón de Ginebra) y la de Saint-Genis-Pouilly (en el departamento de Ain). Como una instalación internacional, no está bajo jurisdicción ni suiza ni francesa.

España aporta

Los estados miembros (hoy ya son 20; España, entre ellos desde 1961) contribuyen conjunta y anualmente con unos 665 millones de euros. El presupuesto más alto para un proyecto científico. España aporta el 8,5 por ciento del total: unos 61 millones de euros. Aparte de los 20 países miembros, otros 28 participan con científicos de 220 institutos y universidades utilizando sus instalaciones.

«Catedral» enterrada

Entre las fantásticas creaciones técnicas del CERN destacan, entre otras, cuatro grandes detectores de osada complejidad hundidos en la tierra, que les permiten analizar los efectos de sus fuegos artificiales atómicos. El mayor de ellos lleva el nombre de Atlas, tiene las dimensiones de una catedral y pesa 7000 toneladas. Su sensibilidad registraría un único copo de nieve en toda la extensión de los Alpes.

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