Desde 1992, no ha faltado un solo domingo a su cita con nuestra revista. El académico y genial escritor se ha hecho mayor con nosotros. Le hemos pedido que reflexione sobre uno de los grandes fenómenos de nuestro tiempo: las redes sociales. Por Virginia Drake / Foto: David Matellanes

Si nuestra revista cumple tres décadas, también lo hace la carrera literaria de Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951). Hace 30 años, Arturo acababa de publicar su primera novela, El húsar, mientras cubría los conflictos bélicos para RTVE y empezaba a dar contenido a El maestro de esgrima. De sus inicios como novelista, de su encuentro con XLSemanal hace 25 años, de las redes sociales y del paso del tiempo contemplado desde la atalaya de un hombre maduro, hablamos con él.

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XLSemanal. La vida de XLSemanal y la de Arturo Pérez-Reverte novelista nacieron a la vez. Se puede decir que estamos de doble celebración.

Arturo Pérez-Reverte. Curiosamente, así es. En 1987 fue la primera vez que empecé a escribir con la consciencia de estar haciendo una novela. Por esa época empezaba ya a sentirme novelista.

XL. ¿Qué retrato haría de la España de aquel año?

A.P.R. No podría hacerlo. Solo en 1987 fui reportero en casi una decena de países. Pasaba la mayor parte del año fuera. Hasta el 94, en que me retiré, nunca tuve una mirada directa sobre España: la veía desde fuera.

XL. Su salida de TVE estuvo acompañada de un cierto desencuentro: «¡Que os den morcilla!», escribió en su carta de despedida.

A.P.R. En 1993 me pidieron que dejara de cubrir guerras para hacer un programa de sucesos que se llamaba Código uno. El programa lo colocamos número 1 de audiencia, pero a mí no me gustaba. En una conferencia en Pamplona dije que era basura y decidí dejarlo y volver a la guerra, con gran disgusto para TVE.

«Gran parte de los males de la sociedad española actual provienen de la estupidez. Con los estúpidos no hay nada que hacer»

XL. Acababa de empezar su etapa de columnista en XLSemanal.

A.P.R. Yo no me considero columnista. Un columnista es alguien que opina de manera directa sobre hechos políticos y sociales concretos e inmediatos. Yo soy un escritor que escribe artículos literarios en los que narra recuerdos, guiños a los amigos, anécdotas personales…

XL. Y usted ¿cómo ha evolucionado?

A.P.R. Al principio era un reportero que acababa de dejar de serlo. Tenía los instintos profesionales mucho más en carne viva. Ahora soy un escritor sexagenario largo y mi mirada es más reflexiva. He cambiado en ciertas cosas, como todas las personas mayores.

XL. ¿En qué, por ejemplo?

A.P.R. Sobre todo, se ha acentuado mi desprecio por la estupidez. Si antes la maldad, la guerra o el dolor me irritaban y me hacían darle a la tecla con furia, con los años he descubierto que peor que todo eso es la estupidez. La estupidez humana -española y no española- me enfurece.

XL. ¿Se ha hecho más intransigente?

A.P.R. Con lo único con lo que me he vuelto intransigente es con la estupidez. Yo puedo discutir, dialogar e incluso aprender de un malvado si es inteligente, pero con un estúpido no hay nada que hacer. Gran parte de los males de la sociedad española actual provienen no de la maldad, sino de la estupidez. Lo he dicho alguna vez: si juntas a un malvado con mil idiotas, obtienes mil y un malvados.

XL. ¿Y cómo cree que ha cambiado nuestra revista en 30 años?

A.P.R. Ha evolucionado al ritmo de la sociedad: se ha perfeccionado, se ha depurado, se ha modernizado y ha ido abordando líneas editoriales y de reportaje muy diversas. Creo que ha evolucionado muy bien, mientras que otros suplementos se han quedado viejos y caducos o han hecho reformas artificiales. XLSemanal ha evolucionado de forma natural, poco a poco; siendo el mismo, pero a la vez cambiando a mejor. Y esta modernización me gusta mucho porque ha mantenido el vínculo con el viejo periodismo que se hacía en la época en la que yo empecé en él y, sin romperlo, lo ha ido desarrollando hacia territorios nuevos, adaptándose a los nuevos tiempos.

XL. Sin duda, el gran cambio de estos tiempos son las redes sociales.

A.P.R. A mí las redes no me han cambiado mucho porque soy de la vieja guardia y en mi vida pesa más mi biblioteca, como en buena parte de mi generación.

XL. Pero usted es activo en las redes…

A.P.R. Por eso puedo hablar con autoridad. Son un medio de comunicación muy potente, por eso las utilizo. Lo que no hago es vivir ‘en’ las redes sociales: viajo sin Internet, llevo un teléfono antiguo sin conexión a la Red, me conecto solo cuando estoy en un hotel tranquilo o en mi casa, y poco más.

XL. ¿No mantiene relación con sus lectores?

A.P.R. Sí, en la medida que puedo. A través de las redes doy información y les contesto cuando me hacen consultas ortográficas y gramaticales o incluso cuando me piden ayuda con perros abandonados… Y lo hago con mucho gusto.

XL. ¿Para usted la Red es más un aliado o un estorbo?

A.P.R. Es un aliado que, cada lunes, hace que mi artículo del XLSemanal llegue a cualquier parte del mundo. Pero yo soy muy prudente porque las redes sociales son muy peligrosas: por ellas fluye mucha información, pero no discriminan, no jerarquizan y no filtran. En la Red, tanto peso puede tener una opinión de Vargas Llosa como la de un analfabeto populista. De la cultura del receptor y de su capacidad de filtrar depende todo.

«Hacerse mayor tiene muchos inconvenientes, pero tiene una gran ventaja: te va creando una saludable indiferencia»

XL. Entonces, ¿cuál es su veredicto?

A.P.R. En un mundo como este -inculto, complejo, lleno de ruido y con muy poco criterio-, las redes sociales crean mucha confusión porque no siempre el receptor filtra adecuadamente; y, por eso, en los últimos tiempos me he vuelto más prudente. Yo antes conversaba con los tuiteros que me seguían -ahora me siguen 1.900.000- y al día siguiente leía titulares fuera de contexto en la prensa. Descontextualizada, la red social es muy peligrosa.

XL. ¿Cómo evitar que una información falsa se convierta en creíble a través de la Red?

A.P.R. Ese es el problema y es gravísimo. La prensa rigurosa está siendo sofocada y suplantada por un montón de aficionados, manipuladores y espontáneos que forman un grupo heterogéneo en el que prima la ausencia de rigor. Ese rigor que se le exige al periodista, y que él se exige a sí mismo, pierde la batalla frente al populismo, a la demagogia barata, a la noticia sin confirmar y al sensacionalismo fácil de las redes sociales. Este es un territorio muy peligroso. Al final, la gente se está comportando, está votando y está pensando más según lo que le ofrece la red social populista, desordenada o irresponsable que lo que le ofrece el medio riguroso y contrastado. La información veraz ha sido sustituida por el ruido y el rumor de las redes sociales

XL. Es paradójico que un invento que revoluciona el siglo sea una amenaza.

A.P.R. Igual que el turismo masivo va a matar la cultura en Europa, las redes sociales van a matar el periodismo.

XL. ¿Le queda algún gramo de optimismo por alguna parte?

A.P.R. Sí; el conocimiento que te dan los libros, la observación y el sentido común permiten no arreglar el mundo -que no tiene arreglo-, pero sí al menos comprender por qué ocurren las cosas. La cultura es un analgésico, no quita la causa del mal, pero ayuda a soportarlo. La cultura es la aspirina de la vida y más en tiempos turbulentos como estos.

XL. ¿No vamos a mejor?

A.P.R. Yo pasé buena parte de mi vida en el mundo real, que es la guerra y es donde la gente sufre, se mata, roba, depreda, muere… Pero la gente ha vivido en un mundo irreal por creer que habíamos resuelto el problema de la vida, que todo iba a ser ya estupendo para siempre: derechos del hombre, confort, economía… Algunos advertimos durante estos 20 años que esto era un puro espejismo, anunciamos la crisis cuando nadie la veía y nos llamaron ‘agoreros’, sin aceptar que estábamos inmersos en una burbuja falsa. Después, la realidad terminó imponiéndose; y descubrimos que ni seguridad ni economía boyante ni nada. que vivimos en un lugar muy peligroso, muy cambiante, en el que únicamente la cultura, el coraje, la dignidad y el valor te pueden ayudar, al menos, a soportarlo.

XL. ¿Qué futuro nos augura?

A.P.R. A mí el futuro no me preocupa, porque yo no voy a estar aquí. Que cada uno haga su trabajo y asuma su cuota de responsabilidad.

XL. Pero tiene una hija…

A.P.R. Yo he educado a mi hija para que sea culta, para que pelee, para que esté bien formada, hable muchos idiomas, conozca el mundo, tenga una gran biblioteca… He hecho bien mi trabajo. Ahora es ella la que tiene que pelear por su trabajo y por su futuro.

XL. Parece que le pesan los años.

A.P.R. Hacerse mayor tiene muchos inconvenientes, pero también una gran ventaja: te va creando una saludable indiferencia. No es que sea indiferente del todo porque soy humano, tengo sentimientos, amistades, amores, odios… pero llegar a cierta edad me va distanciando. Saber que tu plazo es limitado hace que todo sea más fácil de asumir y mucho más confortable. Incluso no tienes que preocuparte ni siquiera por ahorrar porque no vas a estar aquí dentro de 30 años.

XL. ¿Pensar que su futuro es así de corto no le desasosiega?

A.P.R. Al contrario, pensar que tu futuro son 10 o 15 años ayuda una barbaridad, al menos a mí. Me consuela muchísimo, me llena de un estoicismo útil para soportar las adversidades y, sobre todo, me deja dormir por las noches en vez de estar angustiado pensando en el futuro. Digamos que yo ya estoy en la fase de observación. Observar cuando las viejas pasiones se alejan, observar cuando los viejos impulsos ya no te zarandean, observar cuando tienes la vida resuelta, observar cuando lo único que te preocupa es contar historias, es un privilegio. He tenido mucha suerte de llegar hasta aquí de esa manera. Me gusta mucho observar y es a lo que me voy a dedicar hasta que acabe: a observar y a navegar, que es mi otra vida.

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