¿Cómo ha conseguido un disléxico adicto a la adrenalina levantar un imperio valorado en 6000 millones de euros? Para empezar, convive desde hace tres décadas con la misma mujer. Richard Branson, el propietario de Virgin nos desvela esta y otras claves de su éxito. Por Ginny Dougary

Es chocante que sir Richard Branson, puesto 19 entre los superricos del Reino Unido,sea incapaz de mantener la mirada de su interlocutor. Además, su forma de hablar resulta indecisa, en ocasiones cercana al tartamudeo y plagada de «ehs» y «mmms». Branson, que se ha convertido en una especie de embajador del espíritu emprendedor, los viajes espaciales y más recientemente la exploración de las profundidades del mar con Virgin Oceanic, no podría diferir más de la imagen pública de un hombre aguerrido.

Se lesionó una pierna en un accidente de esquí a principios de año y cojea levemente, por lo que una ligera chepa lo acompaña al caminar. Su forma de conducirse y su lenguaje corporal (por muy peculiar que parezca) son propios de una persona con baja autoestima.

Le pregunto directamente si es tímido, dado que no me mira a los ojos. «Estaba pensando», responde: «No, no lo soy. Si el carácter de la gente se basara en mirar a los ojos, está claro que suspendería», añade, aunque las palabras no le salen tan fluidas. «Entonces, ¿es tímido?», insisto. «Resultaría ridículo que la gente leyera que Richard Branson es tímido… Solía serlo, pero creo que lo he superado. Voy a muchas entrevistas y después de esta tengo un encuentro con miles de personas en Holanda. He tenido que aprender a sobreponerme. Pero antes era algo tímido, sí».

Como dice que las entrevistas son su «tiempo en el psicólogo» aunque nunca ha ido a terapia, ni siquiera cuando se sumió en la crisis de los 40, he decidido preguntarle por su infancia. Me recuerda cómo su estilosa madre, Eve, se propuso infundir en sus hijos un espíritu independiente desde temprana edad, sometiéndolos a diversas pruebas para fortalecer su carácter. Por ejemplo, una vez dejó a Richard, con cuatro años, a varios kilómetros de casa para que encontrara el camino solo. Como es lógico, se perdió.

Todas esas experiencias infantiles, sin embargo, no fueron nada en comparación con la decisión de sus padres de mandarlo a un internado a los ocho años. «En realidad tenía siete y tres cuartos. Aquella primera noche en el colegio vomité y la enfermera me hizo limpiar las sábanas».

Su madre se propuso infundir en sus hijos un espíritu independiente: una vez abandonó a Richard a varios kilómetros de su casa

«Recuerdo que me sentía totalmente solo, infeliz y asustado -prosigue- también que, después de vomitar de ansiedad, la enfermera me regañó y aún sigue presente en mí la humillación que sentí entonces. No albergaba más que confusión, resentimiento y un miedo horrible hacia mis padres. Sus temores estaban justificados. A los ocho años todavía no sabía leer porque aunque nadie lo supo entonces era profundamente disléxico y miope. Y no saber leer ni escribir era sinónimo de ser tonto o vago para los profesores. En la escuela preparatoria pegaban por ambas cosas. Enseguida empezaron a pegarme por hacer mal los deberes o equivocarme con la fecha de una batalla».

En su siguiente colegio le propinaron más palizas. «Si no sabías deletrear o sumar, te zurraban hasta que lo conseguías». Amenazado con la expulsión (por una visita nocturna a la hija del director) e incapaz de afrontar la reacción de sus padres, escribió una nota de suicidio y se encaminó hacia las colinas, pero algunos profesores y alumnos lo alcanzaron y consiguieron hacerle desistir. De ahí pasó a la academia Stowe, donde adquirió un nombre propio, lanzó su revista Student y abandonó los estudios a los 15 años. El director del centro le dijo, en su despedida, que o acabaría en la cárcel o se haría millonario.

Cuando le pregunto sobre su época de estudiante, me contesta que lo lógico es que todos hubiéramos acabado traumatizados y tal vez lo estábamos, pero conseguimos sobrevivir de algún modo: «Aunque esos pobres niños a quienes todavía mandan a internados masculinos… Yo tenía claro que no iba a hacérselo a mis hijos y, por suerte, los tiempos han cambiado. O eso creo». De hecho, Holly y Sam, sus vástagos, no fueron a un internado de Oxford hasta los 16 años. «Allí, mi hija acabó siendo la delegada de la clase y lo disfrutó muchísimo. Se lo pasaron de miedo».

Branson está en forma y bronceado; lleva camisa azul, vaqueros y chaqueta oscura. Insiste en que, aparte de la lesión de la rodilla, se siente como cuando tenía 20 años. «Soy afortunado porque vivo en una isla preciosa [Necker], gestionada por mucha gente joven y divertida. Virgin ha evolucionado con los años a partir de mis propias experiencias y ya estamos en gimnasios y centros de salud. A medida que me hago mayor, más ganas tengo de meterme en negocios para atender a la tercera edad».

En línea con su filosofía libertaria, afirma no tener nada en contra de la eutanasia. «Si alguien quiere matarse, debería ser libre para hacer lo que quiera con su vida. No creo que el Gobierno deba inmiscuirse para impedírselo».

Le pido que me cuente el momento más triste de su vida. Y responde: «Mi mujer [Joan; llevan juntos desde los 70, aunque se casaron en 1989 presionados por su hija Holly, que entonces tenía siete años] dice que he tenido mucha suerte. No obstante, siempre he sido un llorón. Lloré con Mary Poppins. Mis hijos llevan pañuelos cuando vamos al cine porque saben que, si es una historia feliz, lloraré; y si es triste, también». Le pregunto si es un machote y me pide que defina el término antes. «Tal vez no sea un machote obvio». Insisto: «¿Posee un lado femenino?». «Hágame otra pregunta… No se me ocurre ninguna respuesta buena para esta».

Lady Branson es su segunda mujer, le lleva cinco años y parece estupenda: natural de Glasgow, modesta por lo visto, detesta el título de su marido, práctica y ajena a la imagen pública de Sir Richard. Es una mujer muy pragmática. «Cuando en plena crisis de la mediana edad me planteé acabar mis estudios, etapa vital que me había perdido, ella me puso en mi lugar y me obligó a volver al trabajo. ‘Y no a la universidad a ligar con jovencitas’, creo recordar que fueron sus palabras exactas. Fue un buen consejo».

¿Tienen un matrimonio abierto? «No, desgraciadamente no [se ríe]. Se lo pregunto porque sí que lo tuvo con su primera mujer, Kristen Tomassi. Aquello fue a finales de los 70, era otra época. Aun así, lo increíble es que, en muchos sentidos, no haya cambiado. A mi mujer no le importa que tontee, pero si hiciera algo más, seguro que me llevaba una bofetada. No vale la pena». ¿Tiene miedo de ella? «No. Tenemos una relación perfecta y no me gustaría estropearla. Llevamos 33 o 34 años juntos. Es insólito». ¿Cuál es su secreto? «No fijarnos límites mutuos. No agobiarnos el uno al otro todo el tiempo. Tiene sus amigos y yo tengo los míos. No nos asfixiamos. También tenemos muchos buenos amigos comunes y unos hijos maravillosos. Simplemente somos una familia muy unida».

«Me gusta pensar en mí mismo como en alguien que crea cosas especiales en vez de ser un mero empresario», confiesa Branson

Su hijo Sam ha cumplido 25 años y dirige una productora de cine. Holly, de 29, es médica; pero se ha tomado un año sabático para trabajar con su padre. «Me ha estado ayudando y aprendiendo los entresijos de Virgin, pero acaba de prometerse y tendremos boda en diciembre». Holly va a casarse con un agente marítimo. «Los invitados tendrán que pagarse el vuelo y dormir en tiendas de campaña».

Antes de conocer a Branson, leí su autobiografía y resultó fascinante evocar sus pugnas con los bancos y las dificultades que tuvo, en ocasiones, para mantener sus empresas a flote. Pero me interesaba más saber qué pensaba de sí mismo. ¿Seguía siendo fiel a su vena rebelde? ¿En qué sentido era un empresario convencional? ¿Hasta qué punto se creía un idealista, inconformista? «¿Cuál es la definición de empresario?» responde. «Emprendedor es cualquiera que crea algo especial que marca una diferencia en las vidas de la gente. El aspecto empresarial es, simplemente, que al final del año alguien suma los números y decide si se pueden pagar las facturas; es asegurarse de que lo que has creado continúa, y a mí me gusta pensar en mí mismo como en alguien que crea cosas especiales en vez de ser un mero empresario».

Pasamos a hablar del turismo espacial. Le brillan los ojos azules. «A veces me pellizco porque es emocionante poder decir que nuestra nave está construida. Que la nave nodriza, también. Que al puerto espacial solo le faltan cuatro meses para concluirse y que las obras del hotel espacial que tenemos proyectado en Nuevo México comenzarán pronto. Todo es tremendamente sexy y curvilíneo. Es una bestia sexual».

Por lo visto, la nave llevará una réplica gigante de 2,6 metros de uno de los ojos «azulísimos» de Branson. Impreso bajo la nave, como su logo. ¿Cuánta gente se ha apuntado hasta ahora? «Un total de 450 personas [cada una ha pagado 200.000 dólares, con una señal de reserva de plaza del 10 por ciento]» . ¿Algún famoso? «Stephen Hawking ha pagado». ¿Alguna estrella del pop? «No hacemos descuentos y creo que muchos famosos están esperando alguno». ¿Qué piensa de los famosos que tratan de lograr siempre un trato preferente cuando viajan? «Estoy en el negocio de las aerolíneas y recibo un montón de solicitudes de mejoras de clase. No me molesta, porque estoy seguro de que yo haría lo mismo si conociera al director de una línea aérea. A veces nos saltamos mis reglas y ayudamos a alguien a viajar mejor, pero, por lo general, tratamos de evitarlo porque al final hay que pagar las facturas. En los vuelos espaciales no damos ninguna mejora de clase porque en la nave solo hay una clase».

Asegura no haber donado nunca a un partido político. Ha renunciado a los viajes en globo y se propone pasar la segunda mitad de su vida levantando sus empresas no lucrativas, como el Centro para el Control de las Enfermedades en África. «Cuando esté en mi lecho de muerte, quiero poder decir que he marcado la diferencia y, siempre que me sienta satisfecho con la vida que he llevado, no me importará morir. Cada minuto de cada día de mi vida ha sido una fiesta. Soy una persona con mucha suerte y no creo que sea menos feliz ahora que cuando tenía 20 años».

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