El hombre tímido, de aspecto apocado, poco extrovertido y tal y tal, que ha ganado de calle las elecciones generales después de haber perdido dos, trabaja en su despacho de la calle Génova acumulando planes y previsiones. Dice que no quiere irse a vivir a la Moncloa, que es lo que dicen todos, pero acabará yéndose como todos porque es lo más operativo y lo que menos dificulta el trabajo de un tipo que va a tener que dedicar las veinticuatro horas del día a estrujarse el cerebro para salir del lodazal en el que estamos (un presidente tiene siempre a tiro una UVI móvil y un sistema de comunicaciones brutal; ¡a ver cómo se monta eso en su chalé!). Llegará al palacio de la carretera de La Coruña, que él conoce bien, y legítimamente pensará en dónde se ha metido. en el peor momento de la historia reciente de España, cuando más arrecia la lluvia ácida, cuando más empobrecidos estamos, cuando más acosados por nuestros acreedores, cuando más desunidos, cuando más amenazados por las secesiones seculares que han amenazado el viejo y razonable proyecto nacional, cuando más desacreditada y desnortada la necesaria izquierda socialdemócrata socialista, cuando más desactivada la costumbre del esfuerzo y el mérito, cuando más inoperativa la máquina empresarial, cuando más depauperada, en fin, la creación y tradicional imaginación de los españoles para superar adversidades. No quiero imaginar siquiera la mesnada de llamadas que estará recibiendo a diario para decirle lo que tiene que hacer, a quién tiene que nombrar, cómo solucionar esos o aquellos problemas, que si la clave va por aquí, que si la salida está por allá. Tiene fama de estoico y de silente, de escuchar de todo para luego hacer lo que crea más conveniente, pero para él se queda el mesecito de transición antes de llegar a su mesa de trabajo en el palacio maldito, sin poder disponer del BOE, pero teniendo que tejer estrategias y acometidas de urgencia. Uno de sus quehaceres es ligar un proceso de transición razonable con el que se va, Rodríguez Zapatero, cosa, a lo que se ve, a la que el saliente está absolutamente dispuesto. Yo diría que incluso encantado. Encantado de marcharse a su ciudad, a su tierra, a sus cosas. Ambos, que se han dado estopa hasta en las fotos de primera comunión, han acabado estableciendo una relación razonable y cooperadora. ZP se marcha con la sensación de haber sido maltratado por los mismos que lo auparon a cimas insospechadas de culto a la personalidad. No le falta algo de razón. Sostengo y me arriesgo a recibir los correspondientes ladrillazos por ello que es un hombre que asumió el deber de achicharrarse por su país. Y achicharrar a su partido. Todo como consecuencia de errores que él mismo cometió o de gobiernos débiles que él mismo nombró, lo cual no es poco, pero que no desmerece un cierto patriotismo final en la asunción de medidas inevitables que sabía que resultaban absolutamente contraproducentes con su discurso y su programa. El libro de los errores del zapaterismo ha salido ya de imprenta y está dispuesto a ser firmado por una legión de pacientes. Nada que objetar. Pero más legítimo hubiera sido escribir a medida que se producían y no cuando el árbol ha caído entre el estrépito, como editorializó el diarioEl País. tantos años callado y finalmente, cuando pierde las elecciones su partido, desatando una furia indecente, traicionera y cobarde. A Rodríguez Zapatero había que haberle atizado cuando era presidente y cometía errores, no cuando se despide absolutamente derrotado.La deriva impredecible de los asuntos de España conduce a una cierta inquietud. Más que a una inquietud, a un desasosiego molesto y zumbón. Nada, en cualquier caso, que los hombres y las mujeres de nuestro país no puedan resolver si existe dirección certera y voluntad de supervivencia. Ya habrá tiempo de ajustarle las cuentas al que llega, como se le han ido ajustando al que se va; por el momento, deseémosle suerte y acierto. Y encomendémonos a quienes nos resulte más creíble. Y pongámonos a la labor que corresponda.

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