Estos 16 jueces son piezas claves en la maquinaria de la justicia. Son los presidentes de los Tribunales Superiores de cada comunidad autónoma. Nos hemos «colado» en su reunión anual y hemos hablado con todos ellos, sin formalismos ni concesiones. de los problemas de la justicia, de si de verdad es igual para todos y de los casos que más los han emocionado y han determinado su vocación. Se lo contamos

El reto es que la justicia sea ágil, y no se está logrando. los ciudadanos están decepcionados. Por eso, estos 16 jueces se reúnen una vez al año para buscar soluciones. La última cita, en Pamplona.

Son 15 hombres y una sola mujer, la presidenta de Valencia. Visten trajes clásicos, sin apenas concesiones a la modernidad. El de Extremadura es el único soltero. El más joven viene de Murcia y tiene 47 años, aunque la mayoría ronda los 55. Su aspecto es serio. Tal vez se los presuma como gente distante, con tendencia a mirar desde arriba, pero lo cierto es que esa impresión queda matizada durante las charlas.

¿Cuáles son los problemas de la justicia? ¿Por qué recibe tantas críticas de los ciudadanos? Y en medio de tantos escollos, ¿dónde queda la antigua pasión por su profesión? El magistrado Miguel Ángel Cadenas, de Galicia, cuenta que él la siente cuando abre las puertas de su despacho a la gente. Cuando va a visitarlo, por ejemplo, una señora de 70 años que quiere separarse de su marido. Ya no lo aguanto . Y explica que su esposo no sabe todavía de sus intenciones de divorcio y que a ver qué se puede hacer. Y el juez se ofrece entonces a llamar a aquel hombre, al que oye decir. Verá, no nos llevamos bien desde hace tiempo. Pero yo tengo un cáncer y me voy a morir. Me quedan cinco meses. A lo sumo, seis. Aún no se lo he dicho a mi mujer. Oiga, ¿podría comentárselo usted? . Y Cadenas habla con una y con otro y ya no inicia ningún procedimiento porque ya no es necesario.

Frente a la idea de muchos ciudadanos de que la justicia beneficia a los poderosos, a quienes pueden pagarse un buen abogado, a quienes tienen capacidad de influir, los magistrados defienden su imparcialidad. Y aunque podría pensarse que, claro, que qué van a decir, en ocasiones resultan convincentes. Como cuando se escucha a Vicente Rouco, el presidente de Castilla-La Mancha. Él siempre quiso ser juez. Desde que tenía 16 años. ¿Por qué? Creía que este trabajo le daba la oportunidad de resolver los conflictos que existían entre las gentes. Esta tarea me llena de ilusión cada día. Siento que, aunque no puedo cambiar grandes cosas, ayudo a las personas .

En ese planteamiento de encender velas en la oscuridad, Rouco habla de pequeñas historias en las que la justicia juega a favor de los débiles. Del alcalde de un pueblo de Albacete que en pleno verano cortó el agua a varios vecinos a quienes acusaba de no pagar. Gracias al juez, el suministro se restableció de inmediato y el alcalde fue inhabilitado. O el caso de un hombre a quien policías corruptos acusaron de un atraco llegando incluso a manipular las pruebas para incriminarlo y que finalmente fue absuelto. O el día que dejó el despacho y cogió el coche para hablar con el alcalde de un pueblo y decirle que cumpliera una sentencia e hiciera unas obras, evitando así que las casas de varios vecinos se siguieran inundando. Estas son las actuaciones que a Rouco le saben a justicia.

Frente a la imagen fría del jurista en su estrado, vestido con toga y expresión distante, varios jueces describen su trabajo empleando un término próximo y cálido. `humanidad´.

Nada menos. Lorenzo del Río, de Andalucía, recuerda el día en que confió en un hombre acusado por robo quien le pedía que no le pusiera una fianza para salir de la cárcel porque necesitaba ese dinero para su nueva vida. Accedió. Cinco meses más tarde, el magistrado recibió una carta y pruebas de que se había establecido en otra ciudad y estaba ya trabajando honradamente.

Humanidad es lo que resalta también la única mujer, María Pilar de la Oliva, de Valencia. Como jueces de instrucción intervenimos en las circunstancias más duras de las personas. Cuando alguien se ha suicidado y hablamos con la familia, ellos están conmocionados. Muchas veces necesitan acercarse a ti y contarte lo que ha pasado. Y tienes que escucharlos. No olvido a una señora que después de un episodio así me reconoció por la calle, se acercó y me dijo. `Usted me ayudó en el momento más duro de mi vida´ .

Juan Manuel Fernández, de Navarra, afirma que los jueces tienen, sí, que castigar. Pero también intentar que la persona recomponga su vida. No hace mucho se me acercó un hombre que hace años estaba enganchado a la droga y cometió un robo. En lugar de mandarlo a prisión, le permití que cumpliera su pena en Proyecto Hombre, un centro de desintoxicación. Cuando nos volvimos a ver, me presentó con orgullo a su familia. A su mujer. A su hijo .

Los jueces reconocen que la comunicación muchas veces no es fácil. Sus escenarios y maneras decimonónicas y, sobre todo, un lenguaje enrevesado no les son de gran ayuda. Y, sin embargo, ellos insisten en que es esencial que cada ciudadano se sienta escuchado porque, si se le atiende, incluso aunque no se le dé la razón, puede sentirse reconfortado.

Comunicar, explicar. Miguel Ángel Gimeno, del Tribunal Superior de Justicia catalán, daba sus primeros pasos como juez y puso todo su empeño en aclarar a una señora que, aunque tuviera líos con su vecino, no podía resolverlos con una pelea. No eran formas. La escuché y, finalmente, le dije en un lenguaje sencillo, que ella pudiera entender, que no había actuado bien. Le di una serie de razones y luego la condené a un día de arresto en su domicilio. Por lo visto, logré convencerla de que la pena era justa y tenía sentido porque lo interiorizó tanto que, cuando tiempo después le llegó la notificación del juzgado, ella dijo, sorprendida, que ya había cumplido. justo al día siguiente de hablar conmigo se había quedado toda la jornada sin salir de casa .

Este es el lado bueno de la profesión, pero los presidentes de los Tribunales Superiores creen que la justicia en España es tan lenta que, cuando llega, a veces ya ni sirve. Las personas tienen que ver sus litigios resueltos en tiempos razonables , lo cual, en opinión de Juan Luis Ibarra, del País Vasco, no se consigue si a un juzgado le llegan 8000 asuntos en un año . La lentitud va a impedir que al final esa sea una buena respuesta a sus problemas. Una justicia que no llega a tiempo no es justicia, aunque sea de muy buena calidad , afirma César Tolosa, de Cantabria.

¿Y existe alguna manera de agilizarla? Creen que sí. Y aportan soluciones. La primera es contar con más personal, pero en tiempos de recortes esto puede ser complicado. La segunda, más factible. que seen nuevas tecnologías, los ordenadores, las conexiones en red entre los juzgados para que así puedan intercambiar sus informaciones a golpe de clic. Califican de `insólita´ la situación que viven ahora mismo y denuncian que incluso tienen que trabajar con sistemas informáticos que no son compatibles entre sí.

Hay más ideas para ganar rapidez. En lugar de que cada juzgado tenga su personal, son favorables a que los funcionarios de Justicia trabajen en una oficina única que atienda a todos los magistrados y así se optimicen recursos. Esta experiencia ya se ha puesto en marcha, pero los jueces critican que se ha establecido tanta burocracia en este sistema que se pierde agilidad.

Entre los cambios que algunos magistrados proponen está quitar a los políticos el poder de nombrar a los miembros del Consejo General del Poder Judicial. Así mejoraría la imagen de esa institución y de la justicia , afirma Vicente Rouco, de Castilla-La Mancha. Y, además, creen que la actual división en partidos judiciales es obsoleta, que se debe evitar que todo problema se criminalice y que en este país, en lugar de ir a juicio con tanta facilidad, habría que intentar solucionar los conflictos a través de la mediación y el arbitraje.

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