Vuelve a la novela después de ocho años de silencio. Y, como siempre, rodeado de polémica. Si con ‘La hoguera de las vanidades’ lo tacharon de enemigo de Nueva York y de antiamericano, con su nuevo libro se ha cobrado una nueva víctima. Miami, a la que retrata como un paraíso de vicio, dinero y poder. Por Aurélie Raya

En los mentideros se dice que ha cobrado siete millones de dólares como adelanto por Regreso a la sangre, y Tom Wolfe, a los 82 años, está dispuesto a no defraudar las expectativas.

Tom Wolfe camina encorvado, pero no ha perdido el olfato y la curiosidad del reportero que lideró el nuevo periodismo (en realidad, el de siempre, el que está atento a la calle; pero vestido con las técnicas de la ficción) ni el pulso del novelista que retrata sin misericordia a la sociedad norteamericana (utilizando para ello las técnicas del periodismo). «La gran felicidad de escribir es el descubrimiento. Todavía sigo amando la aventura de salir ahí fuera y hacer reportajes sobre temas de los que no sabía nada , dice. Publica ahora Regreso a la sangre (Anagrama), su esperadísimo retorno a la novela después de que la crítica despellejase Soy Charlotte Simmons hace ocho años. ¿Qué hace un señor tan mayor intentando meterse en la cabeza de una universitaria virgen? fue lo más suave que le dijeron entonces.

Pero Wolfe no se arruga. Dice lo que piensa y escribe (torrencialmente) lo que ve, por muy políticamente incorrecto que sea. Su visión de los hispanos en Miami de su última novela es un caleidoscopio de sexo, dinero y poder en cada una de sus casi 800 páginas. Muy bien pagadas, por cierto: casi 8000 euros por página. «Esta historia nace de una paradoja: la ley del pie seco y el pie mojado. Si un cubano puede colocar un pie sobre tierra firme de los Estados Unidos, es automáticamente legal. Si es capturado en el agua, se lo devuelve a Cuba», explica. Y no deja títere con cabeza. «Soy blanco y protestante. Por tanto, formo parte de una minoría en ciudades como Miami».

«¡Si me hubieran acusado de pedófilo, no se habrían ensañado tanto conmigo como cuando dije que había votado a George Busch Jr.!»

Probablemente es el neoyorquino (de adopción, porque nació en Virginia) más vilipendiado por la revista The New Yorker. Vive en el Upper East Side con su mujer, Sheila, y sus hijos, Alexandra y Tommy. Sus broncas con los popes de la literatura estadounidense (en especial, con Norman Mailer) son de alto voltaje.»Prefieren dárselas de grandes escritores en vez de remangarse. Solo escriben de sus obsesiones. Pero un buen escritor tiene que capturar el zeitgeist, la esencia de su tiempo. Y eso no se hace mirándose el ombligo. Hay que salir y hablar con la gente».

Mailer le replicó que solo un imbécil puede ir embutido eternamente en un traje blanco. Wolfe viste así desde 1962. Es su seña de identidad, pero asegura que no lo hace por dandismo. «Vestido así, la gente me mira como si fuera un marciano; un tipo que ha caído del cielo y que no sabe nada de nada, pero que tiene interés por saber. Entonces se abre y me explica». Su atuendo tiene bastante de decimonónico. Y es precisamente a los autores de ese siglo a los que considera sus maestros. Dickens, Balzac y, sobre todo, Zola. «Zola es mi modelo, porque basaba sus novelas en la investigación periodística. Era un burgués que vestía como tal, de punta en blanco. Pero fue capaz de meterse en los rincones más sórdidos de la sociedad y conocerla a fondo. Sin eso, la novela estaría muerta. Por eso, la no ficción es más interesante en la actualidad que la ficción. Está mucho mejor escrita y se basa en descubrimientos».

Se lo odia y venera con el mismo encarnizamiento. Se lo tacha de neoconservador e incluso de racista. «Crecí en el sur. Sé cómo funciona el racismo. No lo soy». Hijo de un ingeniero agrónomo y de una paisajista, está orgulloso de su educación y de sus antepasados. «Pertenezco a una familia que ha ido a la universidad durante siete generaciones».

Tom Wolfe

Wolfe se doctoró en Yale. Y descubrió su vocación por la influencia de un profesor que consideraba el periodismo una herramienta antropológica de primer orden. Y sigue al pie del cañón, intentando capturar la esencia de su época, sea con las crónicas sobre los hippies de los años sesenta (Ponche de ácido lisérgico) o con la caricatura de los yuppies de los ochenta (La hoguera de las vanidades). Cada época tiene su moral. Y esa moral presiona a todas y cada una de las personas que viven en ese tiempo.

XLSemanal. Dicen que ha recibido un adelanto por la friolera de siete millones de dólares por ‘Bloody Miami’ (‘Regreso a la sangre’)…

Tom Wolfe. No estoy autorizado para desvelar la cantidad, pero le puedo decir que ha sido suficiente, sí. Ahora, ¡no sabe lo fácil que es pulirse el dinero en Nueva York!

XL. ¿De dónde le vino la idea de describir Miami y, sobre todo, la comunidad cubana?

T.W. Siempre me ha interesado el tema de la inmigración. Me habría gustado estudiar la comunidad vietnamita de California, pero no hablo su idioma y eso limitaba las posibilidades. La idea surgió leyendo unos artículos sobre Miami. Es la única ciudad del mundo donde los cubanos, venidos de otro país y con una lengua extranjera, se han hecho legalmente con el poder gracias al voto. Los americanos se han convertido en los ‘anglos’ y los cubanos, en los ‘latinos’. Dos palabras extrañas que permiten evitar mencionar el color o el origen.

XL. ¿A qué cree que se debe que se usen esos términos?

T.W. Voy a intentar darle una explicación elaborada. Todo comenzó con el sermón de Jesús en la montaña, cuando dijo que es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que que un rico acceda al reino de los cielos. Entregó la tierra a los pobres y los humildes; fue unÿ acto radical. Esa ‘teoría’ se propagó. Ahora pensemos en Marx. Imagínese que su pensamiento estuviera influenciado por el mensaje de Jesús. Los humildes se convierten así en proletarios (ahora, muchas veces inmigrantes). Digamos que lo políticamente correcto suaviza la realidad, a falta de resolver su situación.

«¡Vivimos la locura de lo políticamente correcto! Dices que el matrimonio debe ser entre un hombre y una mujer y te tachan de demonio»

XL. Quizá no esté mal establecer unos valores supuestamente ‘correctos’ y no clasificar a la gente por su color de piel…

T.W. Bueno, es la moral imperante. El otro día, en la televisión, preguntaban a un hombre, dueño de una franquicia de pollos, qué pensaba del matrimonio gay. Respondió que «el matrimonio debe celebrarse entre un hombre y una mujer». Una alta funcionaria del Ayuntamiento de Nueva York criticó sus palabras y animó a los ciudadanos a boicotear sus restaurantes. De repente, ese pobre hombre se había convertido en un demonio, cuando hace solo una década su opinión era la dominante en los Estados Unidos. El pobre no merece que le pongan en la picota porque simplemente no comprenda cómo ha evolucionado la sociedad… Bueno, es un ejemplo más de la locura a la que nos puede llevar lo políticamente correcto.

XL. ¿Cuál es la conclusión de su investigación sobre Miami?

T.W. Miami es una amalgama donde nadie se mezcla. En los últimos años, muchos rusos se han instalado allí. Además, están los haitianos, los venezolanos, los nicaragüenses… Y todo el mundo odia a todo el mundo.

XL. ¿La sociedad multiétnica de Miami es la prueba del fin de los WASP (los protestantes blancos anglosajones)?

T.W. Sí, están desapareciendo, lo cual es una pena. No soy religioso, pero los protestantes hicieron un buen trabajo. Levantaron los Estados Unidos sobre el principio de que eran pioneros y debían sufrir y trabajar pero que el esfuerzo valía la pena. Existía una ética del trabajo (antes se llamaba ‘ética protestante’). Hoy, quizá, no se trabaje tanto…

«¿Qué cuánto he cobrado por mi novela? No estoy autorizado a decirlo. Pero ha sido suficiente. Ahora, ¡no sabe lo fácil que es pulirse el dinero!»

XL. ¿Teme que lo tilden de racista cuando intenta describir a las distintas comunidades?

T.W. ¡Pero si lo curioso es que nadie habla de ellas! He escrito un libro sobre Atlanta –Todo un hombre-, una ciudad donde más de la mitad de la población es negra, y jamás leerá nada sobre ella, excepto en mi libro.

XL. Parece que su objetivo como escritor es reírse de la hipocresía de la sociedad estadounidense y demostrar que la convivencia entre las distintas comunidades no existe realmente.

T.W. He sido periodista. Me encanta explorar nuevos temas y sacar a la luz hechos reales. Cuando publiqué La hoguera de las vanidades, muchos juzgaron el libro como una exposición de los peores defectos humanos. Me decían que no era literatura, que yo era antiamericano, que era una novela anti-Nueva York. Me quedé atónito con todas estas notas negativas. El libro era una descripción del comportamiento de los habitantes de la ciudad. A la gente le gusta interpretar los acontecimientos de una forma política. Y no se trataba de eso…

XL. La revista ‘The New Yorker’ lo ha calificado de conservador paranoico. ¿Tiene algo que comentar?

T.W. Mantengo un contencioso desde hace tiempo con The New Yorker. Cuando escribí la semblanza de uno de sus directores, les sentó mal y decidieron ignorarme. No tuve ninguna oportunidad de defenderme. Cuando volvieron a fijarse en mí fue cuando John Updike destrozó mi libro Todo un hombre. John Irving y Norman Mailer lo apoyaron. Yo les respondí con un artículo en el que defendía el realismo en la escritura.

«En un futuro no creo que la gente tenga paciencia para leer 700 páginas en una tableta, así que escribiré relatos cortos cada seis meses»

XL. No parece que el escritor Norman Mailer le cayera bien…

T.W. No, no lo apreciaba. Su oficio era ‘ser un gran escritor’, no escribir grandes libros. Destruyó La hoguera de las vanidades. Prefiero a Philip Roth, que ha hecho de la escritura sobre sí mismo un arte.

XL. En cambio, usted nunca habla de sí mismo en sus novelas…

T.W. No, ¡los escritores son tan aburridos!

XL. Votó a Bush en 2004 y también le cayó un aluvión de críticas.

T.W. ¡Fue mucho peor que si me hubieran acusado de pedófilo! He votado al vencedor de las elecciones desde que tengo edad de votar. Y, al igual que 62 millones de americanos más, voté a Bush. Eso traduce una tendencia en el país, ¿no? Lo que lamento es haber desvelado mi voto; un periodista nunca debería hacerlo.

XL. ¿Y Obama… ?

T.W. La elección de Barack Obama ha tenido efectos interesantes en un país como el mío, que ha conocido la esclavitud. En Europa, en Francia, por ejemplo, nunca tendrán la ocasión de elegir a un presidente argelino.

XL. ¿Piensa jubilarse?

T.W. Los agentes de Bolsa y los banqueros tienen dinero suficiente para jubilarse a los cuarenta años. ¿Para hacer qué? ¡Jugar al golf! ¿Y qué puedo hacer yo? Afortunadamente, nadie me puede echar, pero creo que la gente no tendrá paciencia para leer 700 páginas en una tableta. En el futuro, tal vez escriba un relato más corto cada seis meses.

Privadísimo

  • Nacido el 2 de marzo de 1931 en Richmond, Virginia, el Tom Wolfe niño es, además de un lector voraz, un gran aficionado al béisbol… ¡y al ballet!
  • Mientras cursa Periodismo, cofunda un periódico literario llamado Shenandoah.
  • Se gradúa en Yale en 1957 con una tesis sobre el comunismo en la literatura estadounidense.
  • Tras trabajar como corrector en varios periódicos, en 1959 logra su primer empleo como periodista en el Washington Post.
  • En 1961 se muda a Nueva York para trabajar en el Herald Tribune y colaborar en la revista Esquire, donde se convierte en uno de los artífices del nuevo periodismo.
  • Ha tenido sonadas broncas con autores como Norman Mailer o John Irving y con el compositor Leonard Bernstein, al que acusó de dar fiestas para recaudar dinero para el partido Panteras Negras y de usar la intimidación racial para lograr fondos del Estado.
  • Su obra cumbre, La hoguera de las vanidades, se publica en entregas quincenales en la revista Rolling Stone. Fueron 60. El libro se edita en 1987.
  • Desde 1978 está casado con Sheila Berger, directora de arte de Harper’s Bazaar. Tienen dos hijos.

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