Uno de cada cuatro niños menores de 16 años no tiene cubiertas sus necesidades básicas de alimentación. Hablamos de España, donde tres millones de personas viven con menos de 300 euros al mes, según el último informe de Cáritas. Acompañamos a María Dolores y sus cuatro hijos, una de las muchas familias españolas que logra sobrevivir gracias a un comedor social. Texto y foto: Carlos Manuel Sánchez

María Dolores Martínez (32 años) es madre. Madre con mayúsculas. Una mamá que solo piensa en sus hijos desde que los levanta para ir al colegio hasta que los acuesta.

Una madre joven, española, que los ayuda con los deberes, que lleva meses ahorrando para que todos tengan su regalo de Reyes, que el verano pasado los llevó a un campamento para que estuviesen «ocupados y activos». Supermami de familia numerosa. Cuatro hijos a su cargo: de 9, 7, 6 y 3 años (el mayor, de 16, vive en casa de su exmarido). Madre sola. Cabeza de familia. María Dolores está desempleada. Antes de la crisis trabajó de cocinera y en una empresa de limpieza. Entonces, María Dolores formaba parte de la clase media. Hoy, sus únicos ingresos son los 426 euros del subsidio a los parados de larga duración que han agotado la prestación por desempleo. ¿Hacemos cuentas?

«No me puedo venir abajo. No me lo puedo permitir. Mis hijos solo me tienen a mí, pero me angustia que la situación se alargue. No sé cuánto tiempo podremos aguantar así», dice esta madre

María Dolores y sus cuatro hijos viven de alquiler (300 euros) en Los Barreros, un barrio obrero de Cartagena (Murcia). Los gastos de agua, gas, electricidad, ropa, calzado y material escolar suman unos 100 euros mensuales. A María Dolores le vienen quedando unos 26 euros para comprar comida. Son cinco bocas que alimentar. ¿Dividimos? Es fácil. Tocan a cinco euros y veinte céntimos al mes. ¿Nos hemos equivocado de país? No, es España. De verdad de la buena. ¿Nos hemos equivocado de época? No, no es la posguerra… Estamos en el siglo XXI. «No me puedo venir abajo. No me lo puedo permitir porque mis hijos solo me tienen a mí. Pero me angustia que esta situación se alargue mucho más. No sé cuánto tiempo podremos aguantar así», dice María Dolores.

De momento han ido aguantando gracias a los familiares. Pero la situación se ha ‘cronificado’, una palabra que ni siquiera venía en el diccionario, pero que la Real Academia ha tenido que aceptar para su próxima edición porque, en fin, la pobreza ha adquirido la mala costumbre de cronificarse en España. María Dolores es una ciudadana de un país que se está quedando en los huesos. Literalmente. Un país donde tres millones de personas viven con menos de 300 euros al mes según el último informe de Cáritas. Un país donde las familias en situación de pobreza extrema se han duplicado desde que empezó la crisis en 2008. Un país donde, mucha atención, uno de cada cuatro menores de 16 años no tiene cubiertas sus necesidades básicas de alimentación. En otras palabras, un país donde el 27 por ciento de los niños se van a la cama con hambre.

¡Perdón! ¿He escrito ‘hambre’? ¿He escrito ‘niños con hambre’? ¿En España? ¡Tabú! El Síndic de Greuges de Cataluña, el defensor del pueblo catalán, Rafael Ribó, alertó en agosto en un informe oficial de que 50.000 niños catalanes pasan hambre y 750 están desnutridos. Los políticos casi se lo comen. Le dijeron de todo en el Parlament, desde «poco patriota» a «demagogo». Y el asunto se diluyó hasta convertirse en una cuestión semántica. De matices. No hay que confundir malnutrición (comer mal; para entendernos, muchos fritos y poca verdura) con desnutrición (no ingerir suficientes alimentos). Tampoco hay que confundir el riesgo (potencial) con la realidad (actual). Y los parlamentarios dieron por zanjado el asunto, que era la hora de almorzar y rugían los estómagos. Ribó sigue en sus trece y afirma que es «casi diabólico» negar el problema. ¿Casi?

En el comedor al que acude María Dolores sirven 450 comidas al día. «Vienen muchas familias españolas con niños. Para algunos es un trauma y se llevan la comida a casa», afirma uno de los responsables

Lo de reducir la desnutrición/malnutrición infantil a un debate a medio camino entre la honrilla patriótica y el eufemismo lingüístico (¿por qué decir ‘hambre’ cuando se puede decir ‘privaciones alimentarias’, que suena menos dramático?) no es exclusivo de Cataluña. No solo Cáritas y el defensor del pueblo catalán han puesto el dedo en la llaga del problema y en el ojo de los gobernantes. Unicef, Cruz Roja, Save the Children y varias ONG señalan el deterioro de la situación en España desde 2010. Los profesores ven que muchos niños ya no se comen el bocata en el recreo. No por falta de ganas, sino por falta de bocata… Y sospechan que otros muchos llegan a clase sin haber desayunado. Y los pediatras advierten de que una manera barata de saciar el estómago es inflarse a chuches, gusanitos… Calorías de baja calidad y perjudiciales para la salud. Ya se habla incluso de que los percentiles de crecimiento de las generaciones que han nacido desde la crisis podrían ser más bajos que los de las precedentes.

Además, esto sucede en un contexto donde las ayudas y los presupuestos de los servicios públicos que atienden a las familias se reducen de un año para otro, aunque algunas comunidades hayan comenzado a dar el desayuno o la merienda a los alumnos más desfavorecidos. O incluso tres comidas, como en Andalucía. «Una bolsa con un bollo, un embutido, una magdalena y un zumo. Si a eso usted lo llama ‘tres comidas’, yo no», criticó la consejera catalana de Enseñanza, Irene Rigau. Un portavoz del PP, Rafael Hernando, llegó a decir que los casos puntuales de desnutrición son una responsabilidad que corresponde a los padres , aunque luego matizó sus palabras.

Mientras los políticos se atizan y matizan unos a otros, María Dolores tiene algo bastante más importante y urgente de lo que ocuparse: alimentar a sus hijos. En su colegio no hay comedor. Y aunque lo hubiera, no podría pagarlo. El menú escolar cuesta cuatro euros de media en España. La Confederación Española de Asociaciones de Padres y Madres de Alumnos ha denunciado ante la ONU que las becas de comedor se han reducido drásticamente, entre un 30 y un 50 por ciento, precisamente cuando cada vez son más las familias que las necesitan.

Así que a María Dolores no le queda otra que hacer algo que nunca imaginó: acudir a un comedor social. Por mis hijos haré lo que sea. «Mientras yo esté vi dejaré que pasen hambre», se juramenta. Esta madre acude cada día al Hogar del Buen Samaritano, en la barriada de Las Seiscientas. Los días laborables va sola. Un ratito, a pie y otro, caminando. Cinco kilómetros entre ida y vuelta empujando un carricoche donde transportará una olla con algún guiso caliente, fruta, verduras, pan, arroz, pasta… Los fines de semana va con los niños, desafiando al tráfico y al cansancio: el más pequeño acaba de salir de una operación pulmonar.

Fernando Prieto, uno de los responsables el comedor, que se fundó en 1998, cuenta que en los últimos años ha cambiado el perfil de los usuarios. «Ya no son indigentes únicamente, personas que viven solas, inmigrantes… Ahora vienen muchas familias jóvenes con hijos pequeños. Servimos diariamente 450 comidas. Muchos prefieren llevársela a casa. Para algunos resulta un trauma comer aquí». Es una cuestión de orgullo. En la cola que se forma en la puerta a las 12,30, esperando con las bolsas a que abra el comedor, se ven abuelas bien vestidas que van a llevarse la comida para los nietos, parados de 40 años con la mirada perdida Caras de incredulidad, de vergüenza.

María Dolores tiene palabras de ánimo y sonrisas para todos. Habla con orgullo de las buenas notas de sus hijos, de cómo se ayudan unos a otros, de cómo los dos mayores «han madurado muchísimo y cuidan de la niña y del pequeño; siempre están pendientes». Aunque a veces también la inunda el desánimo. «Necesito trabajar, pero no sale nada. Es desesperante. He perdido nueve kilos», se sincera. Pero enseguida se rehace; se obliga a sí misma a ser optimista. Voy a la iglesia y le rezo a Dios para encontrar trabajo y para que España salga de una vez de la crisis y podamos tener unas vidas mejores. Quiero que mis hijos tengan un futuro. Quiero que tengan una oportunidad .

EFECTOS DE LA DESNUTRICIÓN EN LOS NIÑOS

  • Falta de atención y concentración en clase. Los niños se cansan enseguida.
  • Secuelas en la capacidad intelectual. Problemas de aprendizaje. Retraso escolar
  • Niños más enfermizos. Problemas de corazón y vías respiratorias. Muchos resfriados
  • Pelo quebradizo. Palidez. Debilidad. Desmotivación. Inapetencia
  • La falta de proteínas dificulta la maduración del hígado, del sistema nervioso.
  • Niños más bajos. Primero enflaquecen; luego dejan de crecer
  • Problemas de anemia y descalificación de los huesos.
  • Riesgo de obesidad adulta por la ingesta de calorías de baja calidad.
  • Más infecciones. Dificultad para que las heridas cicatricen.

Te puede interesar

Pobreza infantil en España: el drama que no queremos ver

Nuevo XL Semanal
El nuevo XLSemanal

A partir de ahora consulta los nuevos contenidos en la web de tu periódico

Descúbrelos