Es la mayor crisis migratoria de la historia de Europa. Faltan centros de acogida, recursos y el trámite burocrático que debería durar seis meses se alarga tres años. Así es el laberinto de los migrantes que solicitan refugio en nuestro país. Por Carlos Manuel Sánchez

La guarida del asesino de Damasco

Tuvo que ahogarse un niño en una playa para que la historia de Europa cambiase. Un niño que había huido con su familia de la escabechina del Estado Islámico en Siria y al que pudimos poner nombre, Aylan, a diferencia de otros miles de niños anónimos.

Un niño al que se sometió a una última violencia. que se exhibiera su cadáver. Solo entonces, sacudidos por esa fotografía, los ciudadanos agarraron a los políticos de sus largos pescuezos de avestruz para obligarlos a sacar la cabeza del agujero y afrontar de una vez la mayor crisis de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial.

¿Y ahora qué? ¿Estamos preparados para acogerlos? ¿Podemos mantener el impulso de la generosidad o será flor de un día? ¿Afectará a la convivencia si la jugada sale mal, no se integran y brota la xenofobia? «Lo siento, hay muchos como tú» , le decía Angela Merkel a una niña palestina que lloraba porque la iban a expulsar de Alemania. La misma Merkel que días después cambiaba de opinión, algo inaudito en ella, y organizaba el reparto de cuotas de asilo en la UE, con sus socios europeos apretando los dientes; unos para esbozar una mueca que pareciese una sonrisa (caso de España, que guarda el portal oeste) y otros para expresar su rechazo (caso de Hungría, que vigila la entrada este). Y, mientras, todos añadiendo metros a las vallas fronterizas.

El ministerio del interior hace sus cuentas. Este año llegarán a España unos 35.000 demandantes de asilo. A saber, unos 17.000 entre sirios, eritreos e iraquíes que nos ‘tocan’ por mandato europeo y otros tantos de diferentes nacionalidades (malienses, somalíes, ucranianos, palestinos, centroamericanos ) que ya han venido o vendrán por su cuenta. El Gobierno decide quién consigue el estatuto de refugiado y quién deberá hacer las maletas de nuevo y errar por esos mundos. Se estudia caso por caso para evitar, por ejemplo, que a río revuelto se cuelen yihadistas y migrantes económicos. En teoría tiene seis meses para decidir. Pero en la práctica la resolución puede tardar años porque hay un atasco, agravado desde que empezó a gestarse el alud que ahora amenaza con sepultar el derecho comunitario y liquidar la noción misma de Europa.

Hay pocos recursos y no han aumentado, por aquello de los sacrificios para salir de la crisis económica. Solo el 20 por ciento logró el asilo en 2013, según la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), porque no es fácil aportar pruebas de que tu Gobierno, en vez de protegerte, quiere darte matarile. La tendencia cambió cuando empezaron a llegar los sirios. Los trámites se agilizaron algo con ellos, porque se les suele conceder la protección subsidiaria, muy parecida en la práctica al estatuto de refugiado, pero sin la necesidad de acreditar que sus vidas corren peligro Total que en 2014 se resolvieron favorablemente el 45 por ciento de los 6000 expedientes. Aun así, España no llegó ni al 1 por ciento de los que tramitó la UE.

Las entidades que atienden a los refugiados también hacen sus cuentas. Solo hay 900 plazas en los ocho centros de acogida, cuatro de la Dirección General de Migraciones y otros cuatro de CEAR. Pero son optimistas. María Jesús Vega, portavoz del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) en España, opina que «estamos ante una encrucijada histórica. La opinión pública ha tomado las riendas de la política, y eso hay que aprovecharlo. El sistema, tal y como está organizado, no es operativo. Es una lotería. Cada país europeo lo hace a su manera. Pero tenemos una oportunidad de oro para sentar las bases de un cambio. La respuesta ciudadana es impresionante, pero hay que encauzar esa solidaridad para que se beneficien no solo los que llegan ahora, sino los que ya estaban aquí y llevan años esperando a que se resuelva su situación. Es muy difícil integrarse cuando arrastras el estrés de la huida, el sentimiento de culpa por haberte salvado tú después de haber dejado familiares atrás y, encima, vives con el miedo de que te devuelvan», explica. Vega puntualiza que «no se trata solo de solidaridad, sino que es una obligación, pues existen convenios internacionales que España ha firmado».

Julia Fernández, directora de la Asociación Comisión Católica Española de Migraciones (Accem), también es optimista. «Estas crisis son cíclicas, pero sabemos reaccionar. Tenemos la experiencia con los refugiados bosnios y kosovares. Y la de los cayucos en Canaria.No puede haber refugiados de primera y de segunda, dependiendo de su nacionalidad. Los sirios las han pasado canutas, pero también los que llegaron antes. Y hay que explicar muy bien a la opinión pública las cosas. Porque tarde o temprano la generosidad se va a enfriar. A esta gente no se le va a dar una casa de por vida. Ni se les va a dar trabajo. Tendrán que buscárselo ellos, con las dificultades de no tener una red social que los apoye, no dominar el idioma Pero también hay que decir que estas familias vivían autónomas, tenían su casa y su trabajo. No pretenden vivir de los servicios sociales. Son gente fuerte, que aporta valor y dinamismo a la sociedad. Y no son tantos. Somos un país de 45 millones. El esfuerzo para integrarlos no es tan brutal como lo pintan algunos». Y pone un ejemplo. Un médico de cabecera atiende 1500 tarjetas sanitarias. Con 23 médicos quedarían cubiertas sus necesidades sanitarias. No van a colapsar la sanidad. Pero reconoce que esta crisis va para largo.

Y va para largo porque un país entero ha sido desmantelado. Hay cuatro millones de refugiados sirios, y la gran mayoría está en Turquía, Jordania y el Líbano. Ibrahim Abayat, refugiado palestino, lo tiene claro. «Si la guerra se para, los sirios regresan mañana. Tienen la vida allí. Por eso hay que atajar la raíz del problema, la guerra». Y opina que los países árabes no han estado a la altura y que Europa debería exigirles un esfuerzo. Un solo día de producción de petróleo de Arabia Saudí puede sostener a los refugiados. Cristina Manzanedo, abogada del Servicio Jesuita a Inmigrantes, expone que «es necesaria la complicidad de toda la sociedad. Que se impliquen los ayuntamientos y las comunidades autónomas». El sistema español tiene excelentes profesionales: trabajadores sociales, intérpretes, psicólogos, abogados… Pero el atasco de las tramitaciones provoca listas de espera en los centros. Cruz Roja, CEAR y Accem, que son las organizaciones en primera línea, además de la Fundación La Merced o los jesuitas, con sus pisos tutelados, no tienen capacidad para atenderlos a todos. Y eso condena a algunos a quedarse en la calle antes de estar preparados para integrarse. Hacen falta voluntarios que sirvan de mediadores entre los refugiados y el barrio, una figura que da excelentes resultados para evitar la exclusión. En la práctica, son como hermanos mayores a los que el refugiado puede acudir.

Abdirizak, somalí de 33 años, es la prueba viviente de que no hay fronteras para los desesperados. Cuenta su historia con serenidad. Cómo huyó de las guerras de clanes, primero, y de los islamistas de Al Shabab, después; su periplo de miles de kilómetros por dos desiertos y una decena de países africanos. Lo que pagó a las mafias. Cómo llegó en una patera a Tarifa en la que se ahogaron 12 personas Vino a España sin nadie. Pero no siempre fue solo. «Conocí a una chica por el camino, una paisana, y nos casamos en Libia». Antes de que Abdirizak probase suerte en el Estrecho, la pareja intentó llegar a Italia. Rumbo a Sicilia o Malta, eso nunca se sabe, porque depende de las condiciones del mar. Y de la suerte. «No tuvimos suerte». Y Abdirizak se calla. Un silencio incómodo. La gente que no está acostumbrada necesita llenarlo como sea. La grabadora tampoco está diseñada para soportar el silencio. Registra el sonido ambiental, el tráfico de una carretera madrileña que parece amplificarse, atronador. El silencio de Europa suele estar lleno de ruidos. Abdirizak recupera el habla, pero sé lo que va a decir. «Ella».

Amr Sbahi es sirio, tiene 20 años y huyó hace ya tres de Alepo a Egipto, por vía aérea. Desde allí solicitó el permiso a España. Hoy vive y trabaja en Madrid.

El vía crucis de los refugiados

1. Toma de huellas. Tu país de entrada es tu destino

Fatima Hossaini, Afgana

«Yo no quería vivir con el burka. Mi marido y yo queríamos una vida normal. Lo vendimos todo, cogimos a los niños el mayor tenía cinco años y el pequeño era bebé y nos fuimos en 2009. No teníamos estudios y ni siquiera sabíamos en qué año estábamos. Tampoco sabíamos dónde empezaba Europa. Hicimos la mayor parte del camino a pie, tardamos un año desde Afganistán hasta Hungría, sin más documentos que el libro de familia. Allí, nos tomaron las huellas dactilares y nos llevaron a un centro. Teníamos a un niño malito, con fiebre, pero nadie nos hacía caso. Así que nos escapamos. Cogimos varios trenes Austria, Italia y vinimos a España».

«Cuando llegamos a Madrid, nos atendió el Samur Social. Enseguida, un médico vio a los niños. De allí nos mandaron a un hostal. Pedimos el asilo, pero salió denegado por tener las huellas en Hungría. Nos expulsaban Pero un abogado de Accem se hizo cargo y nos comentó que los niños tienen protección automática. Estuvimos viviendo unos meses en un centro de acogida y pudimos matricular al mayor en un colegio. Mientras se resolvía nuestro expediente, estudiamos español. Queremos integrarnos. Por fin conseguimos el permiso de residencia. Me ofrecieron trabajo en una lavandería y acepté encantada. He aprendido más oficios y me he sacado el carné de conducir. Quiero hacer el bachillerato. Mis hijos aquí tienen un futuro».

Huellas dactilares. Al solicitar el asilo, se le toman huellas al migrante y se envían a una base de datos de la Comisión Europea en Luxemburgo. Si se comprueba que ha entrado a la UE por otro país, la ley dice que se le debe trasladar a ese país.

2. Ministerio de interior. Cuéntame tu historia

«Soy de Alepo y tengo 20 años. Salí hace tres. Mi familia se quedó en Siria. Compré un billete de avión para Egipto. Pero durante quince días el aeropuerto estuvo cerrado por las bombas. En Egipto estuve ocho meses esperando un visado para Europa. Mi padre tenía un amigo en Toledo, así que pedí España. Fui el único de seis amigos que lo consiguió. No sabía nada de español, pero en tres meses ya me defendía.Cuando llegas, tienes que pedir cita para hacer la solicitud de asilo. Un funcionario te hace una entrevista y le cuentas tu historia. La mía es sencilla. Mi padre es abogado y mi madre, profesora de arte. Soy el mayor de cuatro hermanos. Teníamos de todo. Yo quiero estudiar. Hice el bachillerato en Siria. Pero si te quedabas allí, te reclutaban a la fuerza. unos u otros. Nunca me ha interesado la política. Toco la guitarra, tenía un grupo de rock, jugaba a la Xbox con mis hermanos Los echo de menos. Tengo permiso de trabajo y estoy en una obra, aprendiendo de albañil. Ya sé amasar cemento y poner ladrillos. La vida no es fácil. Pensaba estudiar un grado, pero no me dieron la beca«.

Oficinas de asilo. Las solicitudes las centraliza la Oficina de Asilo y Refugio de Madrid. Hay atasco y se está dando cita para febrero. También se tramitan en comisarías o en frontera. aeropuertos, Ceuta y Melilla; y en los CIE

3. La tarjeta roja o el miedo de volver al infierno

Mamadou Dicko, Maliense

«En Malí hay guerra, aunque no sale por la tele. Tengo 21 años. Era vendedor en mi pueblo. Intenté saltar la valla de Ceuta nueve veces. Y las nueve me cogieron y me devolvieron ‘en caliente’ a Marruecos. Al final llegué a España en zódiac. Me internaron en el CETI de Ceuta y luego en un centro de extranjeros. Ahora estoy en un piso de acogida de la Fundación La Merced con otros africanos. Pedí el asilo el año pasado y ahora me han dado la tarjeta roja. Durante los seis primeros meses no puedes trabajar. De todos modos, es difícil que te contraten, porque en cualquier momento te pueden expulsar si te deniegan el asilo. Estudio hasta las doce de la noche. Quiero ser cocinero» .

*La tarjeta roja.  Admitida a trámite la solicitud, el Estado tiene, en teoría, seis meses para estudiarla. En la práctica, esta fase de análisis dura varios años. Durante este periodo se concede al solicitante una documentación provisional. la tarjeta roja.

 

4. Ya soy refugiado. Tengo el estatuto de protección

Familia Alazem, sirios

«Vivíamos muy bien en Siria -cuenta Batoul-. Mi marido tenía una carpintería con 20 empleados; yo soy profesora. Teníamos dos casas, tres coches Las bombas destrozaron nuestras casas. Y cuando un francotirador mató a una maestra del colegio, decidimos marcharnos . Eso fue hace dos años -relata Fawaz-. Al llegar a España, tuvimos que rebuscar en la basura para comer. Empezamos de cero. Cáritas y Cruz Roja nos ayudaron con el alquiler, la comida y la ropa. Los niños van al cole, tienen amigos; pero lloran si oyen petardos. Hemos hecho cursos de español, informática pero aún no hemos encontrado trabajo. Recibimos una ayuda de 621 euros».

Protección subsidiaria. Se otorga a las personas que reúnen los requisitos para el asilo, pero hay motivos para creer que si refresan a su pasís sus vidas corren peligro. Como el estatu de refugiado, permite residir y trabajar cinco años.

5. Ya soy refugiado. Tengo el estatuto de asilo

Ahmed Jaffa, palestino

«Mi abuelo lanzaba un puñado de arena al viento y nos decía que los palestinos somos como esos granos de arena. Él tuvo que huir de su casa en Jaffa (la actual Tel-Aviv). Yo nací en un campo de refugiados en la Franja de Gaza, igual que mi padre. Conseguí salir con una beca para estudiar fisioterapia en Irak. Empezó la guerra y estuve en un hospital cosiendo cadáveres. Cayó Bagdad y tuve que escapar porque el nuevo régimen perseguía a los palestinos. Volví a Gaza, donde trabajé en varias ONG de ayuda a mujeres y niños. Denuncié la corrupción, el islamismo, el machismo Y tuve que irme. Tardé tres años en conseguir la autorización.Volé a El Cairo, pero no me dejaron salir del aeropuerto. Cogí un avión a Kuala Lumpur porque no hacía falta visado. Y de allí fui a Siria. Me aconsejaron comprar un billete a Cuba en un vuelo que hiciera escala en Madrid. Pedí asilo en Barajas. Estudié español mientras esperaba a tener un permiso de trabajo. Hoy estoy casado y trabajo como telefonista. En mi tarjeta pone que soy de ‘No consta’. Voy a hacer el examen para ser español. Por primera vez tendré una nacionalidad«.

Estatuto de refugiado. Es la protección que se da a las personas que han demostrado con pruebas que son perseguidas por su raza, religión, nacionalidad, orientación sexual Se les da permiso de residenccia y trabajo por cinco años.

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