A la espera del próximo bombardeo, ya nadie repara ventanas en la ciudad. No merece la pena. Además, los vidrios matan.

Dividida desde 2012 entre los barrios rebeldes y los que apoyan al régimen sirio, Alepo es una ciudad donde la guerra se ha hecho cotidiana. La mayor urbe del país ha sido la más castigada en un conflicto que, según estiman Naciones Unidas y la Liga Árabe, ha causado más de 400.000 muertos. Algunos de ellos, cuentan los supervivientes de Alepo, han fallecido tras ser acribillados por los vidrios de las ventanas de sus propias casas o negocios. Otros, como Ali Makansi, vecino del lado rebelde, han tenido ‘suerte’. Un mortero reventó un edificio cercano a su tienda y sufrió una herida en la mano tan profunda que tardó un año en curar. O como Asra al Masri, maestra que casi pierde a su hija. «Los cristales se le clavaron en las piernas durante un lanzamiento de cohetes». Tras cuatro años de batalla en Alepo, sus habitantes han aprendido las lecciones de la guerra. «Reemplazamos los cristales hasta tres veces. Al final, renunciamos», explica Ammar Wattar, un profesor de inglés en un barrio afín al presidente Bashar al Assad. La ausencia de ventanas, claro está, tiene consecuencias. «Tengo la sensación de vivir en la calle se queja un profesor de árabe de 29 años . Hay goteras, ruido, insectos, polvo, hollín y el olor agrio de los generadores». F.G.

 

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