Sin armas, con un bolígrafo y un ‘walki’, y con las plantillas menguadas por la crisis, los funcionarios de las prisiones españolas controlan, acompañan y atienden a casi 60.000 presos. Algunos de ellos altamente peligrosos y violentos. Por Fernando Goitia / Fotos: Carlos Carrión

Funcionarios de prisiones: el día a día entre rejas

«Cuando digo a qué me dedico, la gente siempre suelta un: ‘¡Qué horror!’». Josué es funcionario de vigilancia desde hace 17 años. Habla con XLSemanal en una de las calles del inmenso Centro Penitenciario de Córdoba. A su alrededor, reclusos escoltados por funcionarios se dirigen a clase, a la panadería, a la cocina, al taller textil, al centro deportivo, a la enfermería, a ver a su abogado… Subdirector de Seguridad, todo el mundo lo saluda mientras enumera situaciones vividas entre los muros que nos rodean: un asesinato, dos motines, agresiones a golpes o con ‘pinchos’ fabricados por los propios presos, reyertas, amenazas, celdas en llamas, suicidios, sobredosis…

«Lo más grave fue un asesinato, hace 5 años: un interno mató a otro en el módulo de Aislamiento. A golpes –subraya–. Los funcionarios lo redujeron en segundos, pero el tipo sabía cómo hacer daño y no se pudo salvar al otro preso. Cuando todo pasa, piensas: ‘Lo mismo pudo haberme hecho a mí’. Porque los compañeros entraron sin nada; pensando solo en salvarle la vida, en su responsabilidad… Aquello nos marcó». El tono de Josué carece de drama; sin efectismos. Así es la vida, la profesión, parece decir; la suya.

funcionarios carceles

Armas caseras -‘pinchos’ en la jerga carcelaria- confiscadas en cárceles españolas

«Este trabajo conlleva un alto riesgo; tratamos con gente que ha cometido todo tipo de delitos, atroces algunos, y con la crisis hemos sufrido una merma importante de personal, pero, ¡ojo!, lo principal aquí es que la mayoría de los que entran mejoran. Y nosotros contribuimos a ello como el que más –sentencia–. Los funcionarios, además, salvamos la vida a muchos presos. Y vivimos historias muy bonitas, de gente que llega hecha mierda, perdida, y sale reinsertada».

Josué enumera situaciones que ha vivido en estos años: un asesinato, dos motines, agresiones a golpes o con ‘pinchos’ fabricados por los propios presos, reyertas, amenazas, celdas en llamas, suicidios, sobredosis…

Cuando se trabaja a diario entre reclusos, se asiste a una especie de lucha entre el bien y el mal, la que enfrenta cada interno consigo mismo, y los funcionarios de prisiones están en primera línea. La mayoría se dedica a vigilancia –controlan a los presos, por turnos, las 24 horas del día–, pero también hay psicólogos, personal sanitario, educadores y trabajadores sociales encargados de guiar –de intentarlo, al menos– a los internos hacia la reinserción. Cuántos lo consiguen no está del todo claro. La Secretaría General de Instituciones Penitenciarias, el organismo dependiente del Ministerio de Interior que rige las prisiones, sabe, eso sí, que el 69% de los presos que salen libres no regresan a prisión.

psicologa prisiones

Pilar Reyes, psicóloga del Centro Penitenciario de Córdoba

Ahora bien, para dejar atrás una vida delictiva, reinsertarse, hay que desearlo. «Aquí hay muchos que nunca se van a recuperar, pero no porque sean malos, sino porque no quieren». Pilar Reyes es psicóloga y ejerce desde hace dos décadas, por vocación, en el presidio cordobés. «El corazón del tratamiento es conseguir que el condenado sienta empatía hacia sus víctimas; enfrentarlos al daño ajeno y al propio –dice–. Cuando llegan a eso, hay un cambio brutal. Ese clic es tremendo, se quedan hechos polvo, lloran todo el rato, como si sintieran de golpe un peso insoportable».

La carga emocional que recibe de sus pacientes es tan apabullante –ira, furia, dolor, violencia, muerte, odio…– que ella misma va a terapia para sobrellevarla. «Porque, al final, somos seis psicólogas para 1260 internos y la lista de espera es larga –cuenta–. Veo a los pacientes, como mucho, una vez al mes. ‘¡Señorita, señorita!’, me reclaman, porque sentir que alguien los escucha es algo inédito para ellos, una liberación. Pero aquí las manos son las que hay…».

Un falso suicida

La necesidad de personal es acuciante y creciente, ya que la media de edad ronda los 50 años y buena parte de los trabajadores se acerca a la jubilación. Funcionarios de vigilancia y personal sanitario son los más afectados por la reducción de personal que, a la sombra de la crisis económica, han sufrido las cárceles desde hace una década. Un problema que ha movilizado como nunca a los trabajadores, propiciando hace unos meses la primera huelga en la historia del colectivo. Instituciones Penitenciarias admite un déficit de 3000 puestos de trabajo en una plantilla que ronda los 20.000. «En junio, casi seguro, se incorporarán 831 nuevos funcionarios de vigilancia», informa a XLSemanal Ángel Luis Ortiz, el secretario general.

18-03-2019. Prisiones. Centro Penitenciario de Córdoba. Foto: © Carlos Carrión. Todos los derechos reservados.

Módulo de ingreso

Gloria es funcionaria de vigilancia y lleva 20 de sus 51 años en Córdoba, desde que se abrió la prisión, que llegó a albergar a 1800 reclusos hace una década. «A medida que baja el número de compañeros, aumenta el riesgo para nosotros. Vivimos situaciones en que te juegas la vida». Su capacidad de respuesta, además, está limitada.

«El corazón del tratamiento es conseguir que los presos sientan el daño que han causado. Cuando lo hacen, tras años de terapia, hay un cambio brutal. Lloran todo el rato y sienten un peso insoportable», cuenta una psicóloga

«Debemos salvaguardar la integridad física de los internos –dice Fernando, funcionario de vigilancia en la cárcel de Valdemoro (Madrid)–. Si uno se da de cabezazos contra la pared, debo sujetarlo, pero sin hacerle daño. Él puede golpearte como y donde quiera, pero tú no le puedes dar en la cabeza ni en el torso; solo en las extremidades o sujetarlo. En algunas circunstancias podemos usar porras, pero la única manera de reducirlos es en grupo. Ir muchos. Por eso se necesita más personal».

05-02-2019. Funcionario de prisiones. Fernando. Foto: © Carlos Carrión. Todos los derechos reservados.

Fernando, funcionario de prisiones en la cárcel de Valdemoro (Madrid)

Miembro de Tu Abandono Me Puede Matar, asociación de funcionarios nacida al calor de las protestas, Gloria trabaja parte del año en Enfermería, donde puede tratar a los presos más peligrosos. «Si uno de Aislamiento dice: ‘Estoy fatal, me corto las venas’, se activa el protocolo de prevención de suicidios y lo envían aquí. A un tío que viene escoltado por tres o cuatro funcionarios, hay días en que lo bajo y lo subo yo sola. Por no hablar de los ingresos de presos con problemas de salud mental, agravados muchas veces por una drogodependencia; entran totalmente desestabilizados y la psiquiatra sólo viene una día por semana. Más de una vez he tenido que ‘salir por patas’ ante uno de estos o, incluso, me han ayudado a reducirlo otros internos».

Las enfermedades mentales son «el problema más acuciante –admite el secretario general, Ángel Luis Ortiz–. Tenemos dos psiquiátricos penitenciarios, pero están llenos». Una realidad con dramáticas implicaciones. «Estas patologías afectan a un 25% de los presos –dice Silvia Fernández, de CC.OO. Prisiones– y están detrás del 60% de las agresiones». Limitar el riesgo es difícil, añade José Manuel Couso, del sindicato CSIF, pero «se deberían reforzar los momentos críticos –comida, bajada al patio y subida a celdas–, cuando te quedas tú y otro compañero con 50, 80, 100 y hasta 140 internos, depende del módulo».

En la cárcel de Córdoba hay 17 módulos. Es lo que se llama un ‘centro tipo’, modelo de prisión implantado en los noventa para favorecer la rehabilitación. Entre los 92 centros penitenciarios de España hay 34 macroprisiones como esta, pensadas para facilitar el desarrollo integral de presos de todo el abanico delictivo. «Acogemos a mujeres, hombres, jóvenes, enfermos mentales, discapacitados; gente más y menos peligrosa», enumera Yolanda González, la directora.

Vigilantes, psicólogos, médicos… son pieza clave en una tarea de alto riesgo (por eso muchos ocultan su rostro o su apellido), pero de gran valor social: la reinserción de los internos

Inaugurada en el año 2000, cuenta con 1008 celdas, talleres, gimnasios, cocina y panadería, peluquerías, huerto, centro escolar y complejo sociocultural y deportivo, que incluye una piscina. En las calles del presidio, sin embargo, ni siquiera los parterres, cuidados con esmero por los reclusos, le arrancan al complejo de blancos edificios uniformes de tres plantas su opresivo aire de cemento y hormigón.

La vida de los internos transcurre en los módulos del 1 al 14, repartidos en función de su conducta: los más tranquilos en el 1 y los más conflictivos en el 13 y 14, destinos estos últimos de alta tensión. Aunque hay dos excepciones en esta clasificación: en el 7, de mujeres, conviven todas las conductas y tipos delictivos –según un informe de Ser Mujer, por cierto, el 70% de las que están en prisión ha sufrido agresiones sexuales–; y en el 11, internos con diversos problemas de salud mental. Los tres restantes son el módulo de Ingreso, donde se evalúa al recién llegado y se cumplen sanciones; el 15, Aislamiento, reducto para los más peligrosos, en régimen cerrado, con total separación entre ellos; y Enfermería. «A partir del 9, la tensión es constante», dice Gloria, que trabaja 40 horas en tres días y descansa cinco.

Pese a ello, las agresiones e incidentes graves dejan una huella imborrable. De sus dos décadas como profesional, Gloria tiene dos motines grabados a fuego en la memoria. El primero lo vivió desde el búnker, sala que no se puede abandonar –«aunque estén matando a un compañero»– y desde la que se controlan cámaras de seguridad, puertas y dispositivos de alarma.

05-02-2019. Requisos de prisiones CSif. Foto: © Carlos Carrión. Todos los derechos reservados.

Móvil camuflado en un libro confiscado a un preso

«El segundo fue en el módulo de mujeres; los peores 45 minutos de mi vida –dice–. ‘De aquí no salimos’, pensé. Una magrebí condenada por dos asesinatos retuvo a la doctora y, al intentar reducirla, se me echaron encima varias presas y se armó la gorda. Sillas, escobas, mesas; voló de todo. Luego la confinamos y prendió fuego a su celda con un mechero que se había ‘empetado’ en el culo. Fue hace años, pero aún le doy vueltas a aquel día».

El lado bueno de las cosas

La lista de momentos tensos vividos es extensa: insultos, agresiones, empujones, amenazas –«de muerte incluso o de gente que te dice que va a violar a mi hija porque le obligas a limpiar su celda o a ducharse»–; aunque admite que le gusta su trabajo, que, además, se le da bien y que le ha dado muchas satisfacciones.

Una de ellas es la extensión y el éxito de los llamados ‘módulos de respeto’ de máxima exigencia, herramienta clave en las políticas de reinserción del sistema penitenciario español desde 2006. En Córdoba son los módulos del 1 al 6, aunque el 2, donde los propios internos gestionan el módulo, lo lleva Proyecto Hombre.

Para vivir en cualquiera de ellos, los presos aceptan por escrito cumplir ciertas normas de convivencia, higiene personal y limpieza, además de someterse al programa de tratamiento –estudiar, ir a terapia y talleres, hacer deporte, desintoxicarse…– diseñado de forma personalizada por la dirección.

«Ellos te pueden golpear donde quieran, pero tú solo les puedes dar en las extremidades o sujetarlos. Hay situaciones en las que podemos usar porras, pero la única manera de reducirlos es Ir muchos. Por eso se necesita más personal»

«Los módulos de respeto son el ejemplo que se desea consolidar y extender –concede Gloria, encargada seis meses al año del módulo 3, el de jóvenes–. Yo, incluso, doy pilates a los internos y enseño a algunos a leer. Me dicen: ‘Jo, seño, ojalá la hubiera tenido como madre’. El problema es que somos dos funcionarios para 78 presos y no siempre se puede. Hay poca conflictividad, pero esto sigue siendo una prisión».

Nadie más consciente de ello que Pepe de Juán, uno de los ocho médicos de la cárcel. «Llevo en prisiones 33 años y he visto cómo el sistema pasaba del caos absoluto de los ochenta, cuando el médico pasaba por aquí un día por semana, la mitad de los internos tenían sida y las cárceles eran hospitales desbordados, a convertirse en un modelo de referencia mundial en atención sanitaria penitenciaria –cuenta De Juán, médico premiado por su trayectoria en relación con el VIH–. El problema es que, ahora, con los recortes, todos esos logros se están echando a perder, ya que una tercera parte de las plazas de médicos de prisiones en España está sin cubrir y nadie quiere venir porque cobras menos que un médico de fuera y, encima, hay mayor riesgo».

Antes de concluir la visita de XLSemanal al centro penitenciario cordobés, bajo la verja culminada por concertinas que delimita la zona restringida, la directora Yolanda González lanza al aire una reflexión, reivindicación más bien, sobre el trabajo que desempeñan ella y su equipo de más de 500 funcionarios. «La prisión debe neutralizar y desactivar la ira, el odio y los impulsos. Por eso, el endurecimiento de las penas y de las condiciones de reclusión que propugnan algunos políticos solo contribuye a que los presos salgan peor de lo que entraron. Y cuando salen, porque todos salen, más nos vale que hayan vivido experiencias transformadoras y que salgan mejor de lo que entraron. Es algo que nos beneficia a todos», sentencia.

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