Nos hace felices o nos incita a llorar. No hay duda. La música influye en el ánimo, pero también nos hace más listos. El misterio es cómo. El cerebro tiene la clave. Por Rodrigo Padilla

James Rhodes: 'No he perdonado a mi violador. No soy el Dalai Lama'

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Los chinos utilizaban la música para curar, los griegos elaboraron siete escalas musicales a las que atribuían una gran influencia sobre determinados estados de ánimo, y la ciencia moderna se ha adentrado en el centro donde reside el enigma. El cerebro, responsable de interpretar los sonidos y de asociarlos a los sentimientos, empieza a desvelarnos sus secretos.

La música ha demostrado tener efectos curativos: relaja el corazón, reduce la tensión y aumenta la secreción de endorfinas, un sedante natural

Los sonidos son vibraciones producidas por objetos que son transmitidas a las moléculas del aire y que llegan a nuestro oído. Este complejo laberinto de cavidades, huesecillos minúsculos y células sensibles a las vibraciones es el responsable de transformar esas ondas recibidas en impulsos eléctricos. Desde el momento en que se produce ese fenómeno, el sonido ya es ‘algo más’. Y ahí es precisamente donde reside la fascinación que produce la música. Su capacidad de emocionar depende del viaje que esos impulsos nerviosos realizan por el cerebro. Imágenes de la actividad cerebral obtenidas mediante escáneres revelan que cuando escuchamos una canción no sólo se activa una zona de la cabeza, sino que regiones muy alejadas entre sí, emiten los destellos de color que delatan que se han puesto en funcionamiento. De esta forma se iluminan áreas distintas que están dedicadas a diferentes tareas o habilidades. Esta multirreacción revela bien a las claras que la música es mucho más que un sonido. Demuestra que es un factor que despierta los sentimientos. Veamos cómo.

Las razones de este placer

Una pareja de neurólogos canadienses, Anne Blood y Robert Zatorre, descubrió que la música afecta al sistema límbico, el lugar donde residen nuestros sentimientos. En primer lugar, comprobaron que la actividad de la amígdala, la glándula que desencadena la sensación de miedo, se reducía de forma considerable. Según Blood, «una música hermosa activa los centros cerebrales encargados de hacernos sentir felices». Estos lugares que menciona la doctora son los mismos que producen esas sensaciones agradables que nos recorren al comer un dulce, sentir una caricia o practicar el sexo. Conocer la relación de la música con los sistemas de autogratificación, aquellos que nos hacen volver a probar lo que nos gusta y huir de lo que supone un peligro, es el siguiente reto que la ciencia intenta descubrir.

La música sirvió para reforzar la cohesión del clan. No es difícil imaginar a los primeros cazadores dando palmas para ahuyentar a una manada de bisontes. Y así empezó todo

Para empezar, estos sistemas descansan sobre las estructuras neuronales situadas en las zonas más antiguas de nuestro cerebro, responsables directas de las emociones, formadas a lo largo del proceso evolutivo y que compartimos con otros muchos animales. Por ejemplo con los gibones, unos simios de Indonesia que son unos verdaderos genios vocales. Sus cantos, divididos en estrofas, adoptan a menudo la forma de duetos interpretados por un macho y una hembra. Esta especie de primates es monógama, y los científicos piensan que sus cantos sirven para reforzar sus vínculos de pareja. Por tanto, esta función de integración social que tiene la música entre los simios también pudo haber jugado un papel fundamental en los primeros momentos de la evolución humana.

Cantar nos socializó

Cuando cantamos o hacemos música en grupo se reduce la producción de cortisona, la hormona responsable del estrés, y aumenta la de oxitocina, que fortalece las relaciones sociales y también los lazos afectivos entre madre e hijo. En los hombres, además, disminuye la concentración de testosterona, la hormona de la agresividad. En este sentido, el investigador japonés Hajime Fukui apunta que la música sirvió para atenuar las tensiones sociales y sexuales que surgían en los primeros grupos sociales, además de reforzar los lazos de cohesión del clan. David Huron, de la Universidad de Ohio, afirma que «los seres humanos dependen en gran medida de las relaciones sociales» y que, por tanto, «los primeros grupos de cazadores pudieron sobrevivir gracias a que se mantuvieron unidos». No es difícil, por tanto, imaginar a un grupo de cazadores dando palmas para ahuyentar a una manada de bisontes o sincronizando su esfuerzo para arrastrar un ejemplar abatido hasta el campamento. Es posible que todo empezara por casualidad y de forma casi automática y que luego estos ritmos y letanías fuesen alcanzando una mayor complejidad.

Precursora del habla

En definitiva parece claro que la música resultó fundamental para la sociabilidad humana y para su éxito como especie. Los científicos sugieren, además, que los mecanismos neuronales de la música podrían haberse desarrollado originalmente para comunicar emociones, es decir, como verdaderos precursores del habla, y que aquí residiría buena parte del crecimiento de la capacidad intelectual humana. Asimismo, Frances Rauscher cree que la música estimula conexiones neuronales específicas situadas en el centro del razonamiento abstracto del cerebro y que esto aumenta la inteligencia. Sus experimentos con ratones demostraron que aquellos que habían escuchado música de Mozart eran más rápidos a la hora de recorrer un laberinto. En el ser humano se han encontrado datos igual de sorprendentes que relacionan la música con el desarrollo de algunas zonas del cerebro, que crecen con el entrenamiento igual que los músculos lo hacen al pasar por un gimnasio. Por ejemplo, el cerebelo, la zona que concentra el 70 por ciento de las neuronas, es el doble de grande en los músicos, y su cuerpo calloso, donde transcurren los haces de fibras que conectan ambos hemisferios cerebrales, es hasta un 15 por ciento más grueso.

Experimentos con ratones han demostrado que aquellos que habían escuchado a Mozart eran más rápidos a la hora de recorrer un laberinto. Al ser humano le ocurre lo mismo

Pero hay más. Diversas pruebas realizadas con escáneres han demostrado que escuchar música también activa el centro de Brocca, la región cerebral donde los científicos sitúan la capacidad del habla. Para interpretar las notas musicales de una partitura se utiliza una zona del hemisferio derecho que se corresponde, en el lado izquierdo, con la zona empleada para leer las palabras escritas.

Nanas en el subconsciente

La musicalidad del habla es la base sobre la que los niños aprenden a decir sus primeras palabras. A menudo se habla a los niños pequeños como cantando y lo hacemos sin darnos cuenta. Para tranquilizar a sus bebés, las madres cantan nanas o melodías improvisadas que parecen letanías surgidas del subconsciente. Los niños imitan el ritmo y la entonación de su lengua materna antes de pronunciar su primera palabra. Es muy probable, aseguran los científicos, que los primeros intentos de comunicación entre los seres humanos primitivos surgieran como cantos apaciguadores, similares a las nanas, o como cánticos amenazadores para impresionar al rival. En opinión de Dean Falk, de la Universidad de Florida, la música y el lenguaje están tan interrelacionados desde el punto de vista neurológico porque ambos fenómenos han evolucionado a la vez a medida que lo hacía nuestro cerebro.

Miremos donde miremos, hay música. Forma una parte tan esencial del ser humano que se hace inseparable de lo que somos. Algunos científicos llegan incluso a sostener que el término Homo musicus se ajusta más a la realidad que el de Homo sapiens. Esto suena bien.

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