Psicólogos y algoritmos tratan de descubrir los secretos de nuestro rostro: si nuestra cara refleja nuestra inteligencia, nuestras opiniones políticas, nuestra orientación sexual o incluso una posible tendencia a cometer delitos. Por Víctor de Azevedo

¿El brillo en su mirada? ¿Su sonrisa irresistible? No, lo que más dice de usted son sus cejas. «Son la parte más expresiva de nuestro cuerpo», afirma el neurocientífico canadiense Javid Sadr. Reflejan nuestra actividad mental, expresan sentimientos como la ira o sensaciones como la repugnancia, además de estados como la confusión o la concentración. Y mientras que una sonrisa es fácil de forzar, las cejas nunca mienten.

Muchos investigadores se ocupan de descifrar qué es lo que hace atractivo a un rostro. La respuesta número uno: una piel tersa y juvenil

«El rostro es el espejo del alma», dijo el poeta chino Tu Fu. Y más de 1200 años después nadie parece llevarle la contraria. Al fin y al cabo, es el lugar donde residen casi todos nuestros sentidos, el principal escaparate de la belleza humana y la expresión pública de nuestra individualidad. Y no hay dos rostros iguales. Ni siquiera los gemelos univitelinos son exactamente idénticos. Los 7500 millones de seres humanos que viven en el planeta tienen 7500 millones de rostros diferentes.

Atraídos por sus misterios, los científicos llevan años estudiando la relación entre las expresiones faciales y el carácter. Buscan saber qué hace que un rostro transmita confianza o qué rasgos permiten a un político parecer competente y atractivo.

Ahora, las nuevas tecnologías les han proporcionado herramientas tan precisas -aunque de lo más inquietantes- que auguran una inminente revolución. A saber: cámaras de estaciones y aeropuertos con algoritmos que aspiran a leer nuestras emociones para adentrarse en nuestra mente.

Cuando alguien nos atrae, nuestras pupilas se agrandan y el párpado inferior se hincha

Sin embargo, no está claro aún si los nuevos sistemas de videovigilancia son compatibles con la endurecida normativa de protección de datos que acaba de entrar en vigor en la UE. Países como Estados Unidos no muestran tantos escrúpulos. Allí, el FBI tiene acceso a las fotos de 64 millones de carnés de conducir de 16 estados, si bien sus algoritmos tienen problemas para reconocer a los afroamericanos. Y, en Rusia, la aplicación FindFace compara fotos hechas con el móvil con la base de datos de VKontakte, el Facebook ruso. Haces una foto a un desconocido por la calle y al instante busca coincidencias entre sus más de 400 millones de cuentas. Ya se ha usado para extorsionar a prostitutas y actrices porno o para identificar a los asistentes a manifestaciones de opositores a Putin.

Un pequeño gesto

El rostro -y sus 26 músculos ‘empotrados’ en él- dice mucho de nosotros. Por ejemplo, un ligero ensanchamiento de las aletas de la nariz, que disimulan el bostezo que casi se nos escapa en presencia de nuestro interlocutor, es una señal de que alguien nos aburre. Pero, cuidado, los humanos estamos habituados desde pequeños para percibir los más leves matices en cualquier gesto, y más si es de alguien conocido. De hecho, tardamos entre tres y cuatro centésimas de segundo en identificar a las personas que conocemos. Y captamos al vuelo si la sonrisa que nos dedica es de alegría o de burla.

Nada más directo y expresivo que la mirada franca a los ojos; mirada que los primates suelen rehuir, pues les resulta demasiado violenta y puede interpretarse como un desafío. Y en ningún otro primate el contraste entre el iris y la esclerótica, el blanco del ojo, es tan marcado como en el ser humano. Es nuestra interfaz más característica. Delata y nos delata. Hay que tener razones muy concretas para clavar, parafraseando a Bécquer, «en mi pupila tu pupila azul». Y el flirteo sexual es una de ellas. Las pupilas se agrandan y el párpado inferior también se hincha si alguien nos atrae…

secretos de las caras

La segunda respuesta a la cuestión de la belleza es: simetría. El busto de la reina egipcia Nefertiti es el máximo exponente del cumplimiento de este criterio

¿Y qué nos atrae? La belleza, por supuesto, pero desde el siglo XIX se sabe que superponiendo 32 imágenes de rostros al azar, aunque sean poco agraciados o incluso patibularios, se percibe un rostro bello. Por eso sigue siendo un misterio quién nos atrae. Y todavía no hay una fórmula definitiva. La simetría solo explica el diez por ciento. Un aspecto saludable -en las medicinas tradicionales china e india se examina la cara del paciente- también es un plus. ¡Y la alegría! Hay científicos que dividen el nivel de atractivo en una escala de siete grados. A la mayoría, sonreír nos hace subir un grado.

No obstante, y a diferencia de los algoritmos de reconocimiento facial, los humanos no nos limitamos a interpretar las señales que ‘emite’ un rostro. De forma intuitiva nos fijamos también en el tono de voz, el lenguaje corporal, la ropa… Algo que las máquinas ya están aprendiendo. Es lo que se conoce como affective computing, que sirve a las empresas para saber si su publicidad funciona. Amazon aspira a monitorizar nuestras expresiones mientras leemos un libro en un dispositivo electrónico. Saber así qué nos interesa y qué nos divierte.

Una empresa israelí asegura que su algoritmo descubre a un pedófilo analizando el rostro

La propia Facebook, con más de dos mil millones de usuarios, utiliza una tecnología de reconocimiento facial para identificar rostros en fotografías sin etiquetar. Una opción que facilita más datos todavía a la red social que mejor ha sabido convertir en poder y dinero las cuentas de sus usuarios.

En Israel, mientras tanto, la empresa Faceception parece haber ido incluso más allá al asegurar que es capaz de descubrir a pedófilos y terroristas a partir de fotos o imágenes de vídeo.

Nacidos para identificar

No solo los algoritmos son capaces de estudiar los rostros. Los seres humanos venimos al mundo con una capacidad fascinante para percibirlos. Es una aptitud innata. Los humanos recién nacidos dirigen inmediatamente su mirada a cualquier cosa que le remita al patrón de dos ojos y una boca.

Los recién nacidos dirigen la mirada inmediatamente a aquello que responda al patrón ojos y boca

Pocas neuronas del cerebro presentan un grado mayor de especialización que las faciales, agrupadas en una docena de cúmulos. Biólogos de la Universidad californiana Caltech han descubierto que bastan 200 de estas células especializadas para reconocer a una persona conocida. Un cometido que se realiza en el vertiginoso intervalo de 30 a 40 milisegundos, por debajo del umbral de la percepción.

Quizá por este entrenamiento precoz analizamos y juzgamos a los demás casi a la misma velocidad con la que los reconocemos. Basta un vistazo fugaz para catalogar a nuestro interlocutor y juzgar si nos es simpático o antipático. «Es difícil escapar a esa primera impresión -dice el psicólogo Alexander Todorov, uno de los mayores investigadores del rostro humano-. Y apenas somos conscientes de la forma en la que construimos el primer juicio».

analisis secretos caras (3)

La belleza la determina un contraste marcado entre labios y piel, como en esta Venus de Botticelli. También la alegría. Algunos científicos dividen el nivel de atractivo en una escala de siete y sonreír hace subir un grado

Todorov, profesor de la Universidad de Princeton, se hizo famoso por mostrar lo bien que se le da a la gente predecir el desempeño electoral de políticos desconocidos solo a partir de sus fotografías. Por lo general, atribuimos buenos resultados a rostros que nos transmiten competencia, rostros maduros, atractivos y, preferiblemente, masculinos. El experimento de Todorov se ha repetido con voluntarios en Francia, Italia, México, Finlandia o Japón con similares pronósticos. Incluso los niños identificaban correctamente a los ganadores. En su caso, eso sí, la pregunta era: «¿Quién crees que debería ser el capitán del barco?».

Las personas, al igual que las máquinas, suelen tener problemas a la hora de distinguir hombre de mujeres si carecen de referencias como el pelo o la constitución física

Pero que a un rostro le atribuyamos de forma tan unánime un rasgo de personalidad concreto nada tiene que ver con que su dueño sea competente, sincero, inteligente o dominante. «Los rostros no transmiten un reflejo objetivo de la personalidad -advierte Todorov-. Nuestras impresiones, más bien, reflejan prejuicios y estereotipos compartidos». Es decir, no conocemos a una persona por su rostro, sino que deducimos por sus facciones una forma de ser y se la adjudicamos de forma definitiva.

El mismísimo Charles Darwin fue víctima de este juicio acelerado tan común cuando el capitán del Beagle, Robert FitzRoy, le impidió subir a bordo para emprender su famoso viaje a las Galápagos. Seguidor del párroco suizo Johan Caspar Lavater, uno de los fundadores de la fisiognomía
-seudociencia que dice que por la cara de una persona se conoce su carácter o personalidad e incluso su futuro-, al marino no le gustó la nariz del célebre naturalista, propia, a su entender, de una persona insuficientemente audaz para un viaje tan arriesgado.

Condenas a muerte

Esta precipitación a la hora de atribuir rasgos de carácter no es exclusiva de hombres como FitzRoy. Todos sobrevaloramos de forma alarmante nuestras capacidades para distinguir y reconocer rostros con los que no estamos familiarizados. En Estados Unidos, la mayoría de las sentencias judiciales erróneas -incluidas condenas a muerte- se debe a una mala identificación por parte de los testigos. En un experimento realizado por científicos australianos y escoceses, los agentes de fronteras no reconocieron a un 14 por ciento de las personas que intentaban atravesar los controles con un pasaporte que no era el suyo.

Estamos tan obsesionados por las caras que creemos verlas por todas partes. Pareidolia es el nombre de este fenómeno perceptivo

La explicación a todo esto, según Todorov, es que solemos catalogar como fiable un rostro que nos resulta familiar y con apariencia similar a la nuestra. Las personas atractivas, en este sentido, poseen ventaja, ya que, sin razón alguna, les atribuimos cualidades positivas como inteligencia o encanto; lo que los psicólogos denominan ‘efecto halo’.

Una limitación humana que, como muchas otras, las máquinas ya se preparan para superar. Lejos de derretirse ante un Adonis o una Afrodita cualesquiera, sus algoritmos ya analizan perfiles, volúmenes y estados de ánimo con tal precisión que nuestro rostro lleva camino de convertirse en una especie de infalible DNI.

PARA SABER MÁS

Web del Social Perception Lab, dirigido por el psicólogo Alexander Todorov
Empresa líder en el campo de la biométrica:

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