Su aparición, hace casi diez siglos, causó una revolución en el mundo musulmán. Los ‘asesinos’, una familia escindida del islam, fue el primer grupo en la historia que usó el asesinato como instrumento de Estado. Por M.R.

La leyenda cuenta que se drogaban fumando hachís y que su fanatismo hacía el resto. Entonces eran capaces de todo. Estamos en el siglo XI, en la época de las Cruzadas, al norte del actual Irán. Allí, una secta, la de los nizaríes, inaugura el crimen político y se convierte en el primer comando terrorista de la historia.

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Todo empezó con un ruego. «¿Quién de vosotros librará a este territorio del demonio de Nizam al-Mulk Tusi?» La llamada de Hasan-i-Sabbah, el líder de esta rama escindida en el siglo XI de la dinastía musulmana fatimita, no cayó en saco roto. Un zapatero llamado Bu Tahir Arrain la atendió y en la noche del 16 de octubre de 1092 acabó con Al-Mulk, visir del sultanato selyúcida en la antigua Persia, que había permitido la persecución de los nizaríes.

Esta muerte fue la primera de una serie de crímenes que convirtió esta secta en el grupo musulmán más temido de la historia, un colectivo que practicó el asesinato como una forma de terrorismo y que por su modo de actuar recibió el nombre despectivo de hashshashin, consumidores de hachís, palabra que después pasó a nuestro vocabulario como ‘asesinos’.

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Hasan-i-Sabbah, líder del poder nizarí

Los nizaríes, ‘asesinos’ o hashishitas, surgieron en la antigua Persia como una escisión de los ismailitas porque, a su juicio, la comunidad islámica había tomado el camino equivocado, por lo que era necesario inaugurar una nueva era para defender la «auténtica fe». Para ello no dudaron en recurrir al asesinato selectivo de representantes del poder establecido. A diferencia de otros grupos, el pueblo llano no les interesaba, más aún, catalizaron el descontento social contra los gobernantes selyúcidas. Los ‘asesinos’ sólo atacaban a las élites: a los reyes, los generales, los funcionarios y los jueces que jugaban algún papel en el sistema que querían derrocar: el estado islámico suní.

Fueron los cronistas occidentales, especialmente Marco Polo, los culpables de que los nizaríes alcanzaran su fama en Europa. En su libro de viajes, el veneciano relató una leyenda que sembró el pánico en Europa. Según su versión, los integrantes de esta secta eran drogados y llevados a un jardín donde reinaba una especie de edén. Allí, gozaban durante tres días de grandes comilonas y de bellas mujeres. Pasado un tiempo, éstas volvían a suministrarles hachís y, cuando despertaban, lo hacían con una misión: sólo volverían a aquel paraíso si obedecían el mandato de su líder, el Viejo de la Montaña, y acababan con la vida del enemigo político que él indicara. El acto incluía, incluso, el sacrificio de sus vidas, pues el soñado edén ya sólo lo pisarían en la eternidad: estamos, por tanto también, ante los primeros ‘kamikazes’.

El pueblo llano sólo le interesaba para captar adeptos. Los auténticos enemigos se encontraban entre la élite suní. Entre ellos: el sultán Saladino

Leyendas aparte, los nizaríes alcanzaron su auge en Egipto, Siria e Irán entre los siglos XI y XIII, pero sus seguidores, 60.000 según los autores de la época, no llegaron a ser tan numerosos como los del resto de facciones islámicas. Sin embargo, plantaron cara durante décadas a los turcos que se instalaron en Bagdad y en los territorios adyacentes en el siglo XI y, pertrechados en escasas, pero bien defendidas, fortalezas situadas en lugares poco accesibles, sólo sucumbieron finalmente ante una de las máquinas de guerra más potentes de todos los tiempos, el Ejército mongol, que los venció en 1256.

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Los nizaríes, como explica el historiador W. B. Barlett en su libro titulado Los asesinos, publicado por la editorial Crítica, escogían a sus víctimas con cuidado y eran capaces de esperar durante meses antes de asesinarlas, mostrándose, incluso, como amigos de ellas para ganarse su favor y lograr que bajaran la guardia. En dos ocasiones, los nizaríes intentaron matar a Saladino, sultán de Egipto y Siria. La primera no lograron acercarse a él, la segunda le causaron heridas leves.

Su primera víctima occidental llegó en 1192. Fue nada menos que el rey Conrado de Monferrat, soberano del reino latino de Jerusalén, que fue acribillado por dos miembros del grupo que se hicieron pasar por religiosos cristianos. La fidelidad de unos hombres dispuestos a hacer cualquier cosa por su jefe cautivó la imaginación de Occidente. De hecho, fueron los primeros en manejar a la perfección el terror psicológico. Les bastó con dejar hacer. Las crónicas de los informadores occidentales que redactaron informes para sus monarcas aterrorizaron a los europeos. Muchos de estos informes se elaboraron, sin embargo, sin pisar el terreno y se basaron en testimonios de viajeros o en propaganda negativa suní, sus grandes enemigos, algunos de cuyos escritos afirmaban que los nizaríes podían convertirse en fantasmas y abrirse paso sin ser vistos y que estaban dispuestos a arrojarse desde sus castillos para demostrar lealtad a su señor. Sin embargo, el asesinato de occidentales por los nizaríes no se convirtió en una política sistemática para ellos. En general, los ‘asesinos’ mantuvieron buenas relaciones con los cruzados y con las órdenes cristianas, que incluso llegaron a cobrarles un tributo.

Fueron los primeros en manejar a la perfección el terror psicológico. Les bastó con dejar aue los cronistas agrandaran hasta la fantasía sus crímenes

En algunos aspectos, los nizaríes adoptaron reglas muy parecidas a las de las órdenes occidentales: los comandantes de los castillos no aceptaban la compañía de mujeres mientras estuvieran al mando; apenas había rangos sociales en la jerarquía nizarí, un hecho que explica la gran aceptación que tuvo entre las clases sociales menos desfavorecidas; los miembros de la comunidad se llamaban entre sí sencillamente «camaradas»; nombraban a sus dirigentes por sus propios méritos, no por su estatus social, y los proyectos se consideraban empresas colectivas y no el resultado de esfuerzos individuales.

Aquellos que deseaban formar parte de la comunidad debían pasar por una ceremonia de iniciación antes de acceder a los conocimientos que les permitían interpretar los significados ocultos del Corán. Una vez superado ese paso, y sólo tras unos rituales secretos, los candidatos eran aceptados. Por otra parte, aunque su líder más carismático fue Hasan-i-Sabbah (1126-1166), tuvo a lo largo de los cien años que duró el poder nizarí muchos sucesores, todos ellos apodados el Viejo de la Montaña, cuyo cargo no se heredaba por linaje ni por parentesco, sino por méritos de los candidatos.
Y aunque ninguno de ellos inventó el asesinato, sí le dieron el nombre y se convirtieron en el primer grupo que usó y planeó, sistemáticamente y a largo plazo, el terror como arma política, por lo que se los considera los primeros terroristas de Estado. Así forjaron la leyenda que los acompaña, e hicieron realidad las palabras de un poeta ismaelita: «Cuando llegue la hora del triunfo, con la fortuna de ambos mundos por compañera, un rey con más de mil guerreros a caballo será aterrorizado por un solo guerrero de a pie». Y así fue.

El modus operandi de los hombres daga

Su bastión…

Alamut, una fortaleza paraíso

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El principal centro de operaciones de los nizaríes era la fortaleza de Alamut, al norte de Irán. Este bastión les fue arrebatado a los turcos por el líder de la secta, Hasan-i-Sabbah , en 1090. La fortificación se levantaba en una zona montañosa y, según Marco Polo, contaba con «el jardín más vasto y soberbio que jamás se vio», donde los nizaríes eran drogados para lanzarlos, después, a cometer sus crímenes. Sin embargo, muchos historiadores dudan de esta descripción, ya que el año que Marco Polo afirmó haber visitado Alamut, la fortaleza ya había desaparecido.
Los ‘asesinos’ ismaelitas perdieron este bastión en 1256 a manos del Ejército mongol. El entonces jeque de Alamut, Rukn al-Din Khurshah, resistió unas semanas el asedio, pero finalmente hizo caso de su asesor Narîroddîn Tûsi y rindió la fortaleza a los ejércitos de Hülegü, poniéndose a su servicio. Pero éste, tras conquistar el resto de bastiones nizaríes, lo asesinó junto con toda su familia y su séquito.

… y su táctica

Cara a cara frente al enemigo

La capacidad de camuflarse y pasar inadvertidos de los ‘asesinos’ fue uno de los temores de sus enemigos, tanto occidentales como musulmanes. En 1332, cuando Felipe VI de Francia lanzó una nueva Cruzada para reconquistar los Santos Lugares, el clérigo alemán Brocardus elaboró un informe en el que comunicaba al rey los peligros de su viaje. Entre ellos, mencionó con especial vehemencia a los nizaríes a diferencia de los sarracenos. Estos últimos enviaban emisarios desarmados para despistar a sus rivales y pillarlos por sorpresa con un ataque con lanzas y un posterior combate cuerpo a cuerpo con espadas. Los ‘asesinos’, por el contrario, sólo usaban dagas, un arma más peligrosa para su integridad y que exigía acercarse mucho a su víctima, lo que incrementó la fama de esta secta. Según la leyenda, cuando el Viejo de la Montaña ordenaba una misión a un seguidor, le entregaba una daga de oro. Cometido el crímen, el asesino no intentaba escapar, pues su mayor honor era morir.


PARA SABER MÁS

Los asesinos. W. B. Barlett. Editorial Crítica. Barcelona, 2006.
Los asesinos. Una secta islámica radical. B. Lewis. Alba Ed. Barcelona, 2002.

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