El 23 de junio de 1944 arrancó una de las campañas militares más determinantes de la Segunda Guerra Mundial. Menos conocida que otras grandes ofensivas, la Operación Bagration supuso la mayor derrota alemana de todos los tiempos, provocó el derrumbe del Frente del Este y aceleró el final de la contienda. Por Rodrigo Padilla

Mientras los ojos del mundo estaban puestos en las playas de Normandía, donde estadounidenses y británicos luchaban por avanzar metro a metro y el desastre todavía parecía posible, a miles de kilómetros de distancia, entre los espesos bosques de Bielorrusia, los soviéticos se preparaban para lanzar una ofensiva de proporciones colosales. Pensada como una verdadera campaña de aniquilación, la Operación Bagration aspiraba a romper las líneas alemanas en la zona central del Frente del Este, envolver la mayor cantidad posible de fuerzas enemigas y destruirlas. El resultado final superó las previsiones más optimistas. Fue una masacre.

Los alemanes eran conscientes de que aquel verano se avecinaba un golpe brutal, lo que no sabían era dónde tendría lugar

Aunque llevaba encadenando derrotas prácticamente desde la debacle de Stalingrado de finales de 1942, aunque los desembarcos aliados primero en Italia y ahora en Francia habían obligado a dividir fuerzas a una Wehrmacht al límite, el acorralado Tercer Reich seguía dispuesto a resistir. En el otro extremo, Moscú por fin veía llegado el momento de dar rienda suelta a una superioridad material que se había vuelto aplastante. Los alemanes eran conscientes de que aquel verano se avecinaba un golpe brutal, lo que no sabían era dónde tendría lugar.

Engaño en los bosques

Pese a los retrocesos de los meses anteriores, en junio de 1944 el Frente del Este todavía se extendía desde los alrededores de Leningrado, en la costa del mar Báltico, hasta Odessa, a orillas del mar Negro. Eran 2 000 kilómetros cada vez más difíciles de defender y con varios puntos especialmente indicados para encajar el esperado y temido ataque del Ejército Rojo. La principal apuesta de los alemanes eran las llanuras ucranianas, ideales para el desplazamiento rápido de grandes unidades blindadas, muy probablemente en dirección noroeste, hacia el interior de Polonia. Por eso era la zona mejor defendida. Y por eso la Stavka, el Alto Mando soviético, decidió que el golpe no sería ahí, sino donde menos lo esperaba el enemigo: justo en el centro, en la boscosa y pantanosa Bielorrusia.

Para ocultar el movimiento de semejante volumen de efectivos y mantener el factor sorpresa, restringieron las comunicaciones por radio y diseñaron una magistral campaña de engaño

La operación empezó a planearse a principios de la primavera, cuando los aliados occidentales confirmaron que su desembarco en el norte de Francia sería a últimos de mayo o primeros de junio. Se basaba en el concepto de avance en profundidad, estrategia que los soviéticos habían ido perfeccionando a lo largo de la guerra. La idea era aprovechar la superioridad de fuerzas, una total coordinación y el dominio del aire para desencadenar ataques en repetidas oleadas y en múltiples puntos. Por las brechas abiertas se precipitarían a continuación las unidades mecanizadas, que se valdrían de su velocidad para extenderse por la retaguardia enemiga, impidiendo el desplazamiento de refuerzos y cortando una posible retirada. En el caso de la ofensiva que estaba a punto de desatarse, el objetivo inicial era converger en dos avances distintos más allá de Minsk, la capital bielorrusa y centro del sistema defensivo alemán, cerrando una tenaza letal. A partir de ahí, y en función de la situación, proseguir el avance hasta donde fuera posible.

Ocultos en camiones sin luces

Los soviéticos reunieron un total de 166 divisiones, con dos millones de hombres, 4.000 carros de combate y más de 7.000 aviones. Para ocultar el movimiento de semejante volumen de efectivos y mantener el factor sorpresa, restringieron las comunicaciones por radio y diseñaron una magistral campaña de engaño: aumentaron el tráfico de convoyes militares en Ucrania a plena luz del día para que los vieran los aviones de reconocimiento alemanes, mientras las tropas que tomarían parte en la ofensiva llegaban a sus puntos de agrupamiento en Bielorrusia a bordo de camiones que circulaban de noche y sin luces. Además, contaban con el apoyo de decenas de miles de partisanos que operaban en los bosques de la región y que, llegado el momento, se encargarían de sembrar el caos tras las líneas alemanas.

Las estrategia secreta de Stalin para humillar a Hitler 3

Mujeres partisanas soviéticas

Enfrente se encontraba el Grupo de Ejércitos Centro, dirigido por el mariscal Ernst Busch. Aunque sobre el papel contaba con unos 800.000 hombres y varias formaciones acorazadas, sobre el terreno la realidad era muy distinta. Muchas de sus 34 divisiones de infantería tenían claros en las filas, otras unidades eran de escasa calidad o estaban mal equipadas. En general, escaseaban los pertrechos y el combustible. Y el Tercer Ejército Panzer, a pesar de su nombre, no tenía ni un solo tanque operativo. En expresión del historiador alemán Karl-Heinz Frieser, a esas alturas de la contienda la Wehrmacht libraba ‘la guerra del pobre’.

Un guiño a Guerra y Paz

El comienzo de la ofensiva se fijó en el 22 de junio para hacerla coincidir con el tercer aniversario de la invasión alemana de la URSS, aunque la revancha finalmente tuvo que arrancar un día más tarde. El propio Stalin la bautizó como Operación Bagration en homenaje a Piotr Ivanovich Bagration, general que se ganó un lugar destacado en la historia rusa y en las páginas de Guerra y paz por su valor frente a los ejércitos de Napoleón. Si entonces fueron el invierno y la inmensidad de Rusia los que se tragaron a la Grande Armée, esta vez sería la superioridad material y táctica la que aplastaría al invasor. Con una ventaja de casi tres a uno en hombres, de diez a uno en carros de combate y de siete a uno en aviones, la versión soviética de la Blitzkrieg, la guerra relámpago, se les venía encima a los alemanes como un bumerán.

Miles de soldados alemanes se vieron atrapados, envueltos por una marea que parecía no tener fin

La campaña empezó con una intensa preparación artillera, seguida por sucesivas embestidas de las unidades de choque. Las defensas alemanas no aguantaron y el frente se rompió en seis lugares diferentes. En paralelo, los partisanos volaron líneas férreas, puentes y carreteras de la retaguardia alemana en lo que fue la mayor acción de sabotaje de toda la guerra. El movimiento de suministros y tropas quedó prácticamente paralizado mientras el avance soviético rodeaba las principales bolsas de resistencia y seguía adelante sin detenerse. Miles de soldados alemanes se vieron atrapados, envueltos por una marea que parecía no tener fin.

Hitler no pide refuerzos

Pese a todo, el Alto Mando alemán seguía pensando que aquello era una distracción, un señuelo, y que la verdadera ofensiva tendría lugar más al sur, en Ucrania, por lo que se resistió a enviar refuerzos. Además, Hitler se negaba por principio a aceptar todo intento de retirada: en su delirante concepción épica de la guerra, las unidades aisladas tenían que resistir y mantener las posiciones hasta que llegara la contraofensiva. Pero la contraofensiva nunca llegó. Cuando los alemanes quisieron reaccionar ya era tarde, las vanguardias soviéticas estaban cerrando la pinza sobre Minsk en medio de violentos combates. Sin escapatoria posible, divisiones enteras se vieron condenadas a la destrucción.

Las estrategia secreta de Stalin para humillar a Hitler 4

Infantería rusa a bordo de tanques T-34 aproximándose a Bielorrusia durante la Operación Bagration

No habían transcurrido ni dos semanas y los alemanes ya habían perdido más hombres, entre muertos, heridos y prisioneros, que en el desastre de Stalingrado. El sector central del frente había retrocedido 300 kilómetros, dejando un hueco enorme que era una invitación a seguir avanzando. Ante la falta de respuesta alemana, las fuerzas que acababan de rodear Minsk recibieron la orden de lanzarse adelante, hacia Prusia Oriental. Para intentar taponar la hemorragia, los alemanes se vieron obligados a desplazar desde el norte y el sur todas las unidades que pudieron rebañar, debilitando su defensa. Y eso era justo lo que los soviéticos estaban esperando con los dedos cruzados. Inmediatamente pusieron en marcha dos nuevas series de ofensivas, una hacia la costa báltica y otra hacia Polonia desde Ucrania.

La primera avanzó sobre buena parte de Lituania y se asomó a las puertas de Riga, la capital letona. La segunda liberó las últimas regiones ucranianas en manos alemanas y se adentró en el corazón de Polonia. El 27 de julio, los hombres del mariscal Rokossovski alcanzaron los suburbios de Varsovia. El empuje soviético se agotó por fin a orillas del Vístula. Fue la peligrosa sobreextensión de sus líneas de suministro, más que la resistencia alemana, lo que puso fin a una campaña vertiginosa que llegó mucho más lejos de lo esperado.

Rumanía y Bulgaria cambian de bando

Aunque la cascada de ofensivas soviéticas finalizó a mediados de agosto, el efecto dominó que había puesto en marcha siguió derribando fichas. La retirada alemana de los territorios fronterizos con Rumanía provocó la caída del Gobierno de Bucarest, la ruptura de su alianza con Berlín y el cambio de bando. Bulgaria, otro aliado nazi, siguió el mismo camino un mes más tarde. El Ejército Rojo tenía ahora vía libre para avanzar hacia los Balcanes, lo que obligó a los alemanes a evacuar a toda prisa sus fuerzas en Grecia y Albania.

La cuarta parte de las fuerzas del Frente del Este se había volatilizado en solo dos meses

Cuando el polvo levantado por los T-34 rusos se posó, los mapas de los estados mayores en Berlín y Moscú eran irreconocibles. Hasta 17 divisiones alemanas habían sido aniquiladas y otra cincuentena habían perdido más de la mitad de sus efectivos, lo que suponía en torno a medio millón de hombres, además de cientos de blindados y miles de vehículos destruidos que la industria alemana ya no sería capaz de reponer. En total, la cuarta parte de las fuerzas del Frente del Este se había volatilizado en solo dos meses. El Ejército Rojo había avanzado más de 700 kilómetros hacia el Oeste, superando la frontera de 1941 y liberando amplias zonas de Bielorrusia, Letonia, Lituania, Ucrania y Polonia.

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Dos Panzer IV de la 20 División Panzer destruidos.

Sin la conmoción inmensa de la Operación Bagration, que privó a los alemanes de la posibilidad de una defensa elástica y una retirada ordenada, quién sabe cuántos meses más se habría alargado la guerra, cuántos millones más de personas habrían perdido la vida en aquel reino del terror que era la agonizante Alemania nazi. Después de casi cinco años de sufrimiento y destrucción, el final de la pesadilla en Europa parecía ya al alcance de la mano.

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