Este organismo crece dentro del reactor nuclear que explotó en Chernóbil, en la antigua Unión soviética, en 1986. Se trata de un hongo capaz de transformar la radiactividad en energía. Pero no es el único ser vivo allí. Un grupo de investigadores españoles ha descubierto, a los pies del reactor, varias especies de ranas del mismo color. Te lo contamos. Por Raquel Peláez

Lejos de ser un ecosistema fantasma, la zona de Chernóbil, donde tuvo lugar la mayor catástrofe nuclear de la Historia, se ha convertido en un laboratorio evolutivo.

Un hongo negro comenzó a crecer en 1991 en el área de más alto nivel de radiación y, desde entonces, los científicos han tratado de entender su mecanismo de supervivencia. «Los hongos aparecieron dentro del reactor que explotó, un lugar donde se suponía que no podría haber vida durante más de 20.000 años», asegura el investigador español Germán Orizaola, del Instituto Mixto de Investigación en Biodiversidad de la Universidad de Oviedo.

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Considerada como la mayor pieza móvil construida por el ser humano, esta estructura se inauguró en 2019 para cubrir el reactor nuclear destruido y su función es impedir la filtración de material radiactivo al entorno. Tiene 110 metros de alto, 150 de ancho y 256 de largo y pesa más de 30.000 toneladas.

Más de una década después, la profesora Ekaterina Dadachova, por entonces miembro del Colegio de Medicina Albert Einstein en Nueva York, y su equipo descubrieron que tres de estas especies de hongo (Cladosporium sphaerospermum, Cryptococcus neoformans y Wangiella dermatitidis) tenían grandes cantidades de melanina, la sustancia encargada de dar color a la piel de los humanos. «Se trata de un organismo capaz de transformar la radiactividad en energía para su funcionamiento. Igual que las plantas utilizan la radiación solar para generar energía a través de la clorofila, estos hongos lo estarían haciendo a través de la melanina, de ahí ese color negro», explica el investigador español.

Los hongos se alimentan de la radiactividad y lo hacen a través de la melanina: de ahí ese extraño color negro que presentan

El descubrimiento abría una puerta asombrosa: no se trata de un ser vivo que se protege de la radiactividad, sino que se ‘alimenta’ precisamente de ella. Y esto fue solo el principio. El equipo de investigadores que dirige Germán Orizaola, especializado en ecología evolutiva en ambientes extremos, lleva cinco años estudiando la fauna en Chernóbil y ya han descubierto «resultados similares en ranas que viven en charcas a los pies del reactor, que deberían ser de un verde brillante y allí son muy oscuras, incluso algunas negras como estos hongos», explica. «En este caso, no creemos que utilicen la radiactividad como energía, eso sería mucho para un vertebrado, pero sí como mecanismo de defensa. Igual que la piel oscura protege al ser humano frente a la radiación ultravioleta, estos anfibios podrían utilizar algo parecido frente a la radiación de Chernóbil».

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El trabajo con anfibios del equipo liderado por el investigador Orizaola (en la foto) ha detectado indicios de respuestas adaptativas frente a la radiación, como cambios en la coloración de las ranas que, en la zona de exclusión, son más oscuras, lo que podría protegerlas.

Pero, ¿qué aplicaciones prácticas tiene este descubrimiento para los humanos? «De momento, los estudios se están centrando en la investigación espacial», explica el científico. «Uno de los principales problemas de viajar al espacio es que los niveles de radiación son muy altos. Por tanto, si conseguimos entender mecanismos como estos, podrían servirnos de protección frente a esas exposiciones. Incluso se estudia la posibilidad de cultivar los hongos para utilizarlos como alimento debido a sus propiedades protectoras».

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Unos 3000 trabajadores acuden cada día a la central para realizar tareas de seguridad, mantenimiento y descontaminación. Viven en la ciudad de Chernóbil. Dentro de la zona de exclusión hay dos hostales, un restaurante, dos tiendas de ultramarinos, un bar y hasta un cajero automático.

De hecho, un equipo dirigido por Kasthuri Venkateswaran, científico investigador en el Jet Propulsion Laboratory de la NASA (centro dedicado a la construcción y operación de naves espaciales no tripuladas), envió ocho especies recolectadas en el área a la Estación Espacial Internacional en 2016 para comprobar cómo reaccionarían los organismos. Y, aunque los resultados del experimento todavía no se han publicado, la idea es utilizar los hongos para desarrollar una especie de ‘bloqueante’ que proteja a los astronautas de las inclemencias de las radiaciones cósmicas.

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En cuanto a la presencia humana, más de 150 personas volvieron a instalarse en la zona de exclusión y, en su mayoría, viven del cultivo de sus tierras en condiciones muy precarias. Foto: Quintina Valero

Refugio de animales

Lobos, jabalíes, zorros, anfibios, osos, caballos… «La diversidad de fauna en la zona del accidente de Chernóbil es espectacular», continúa Orizaola. «Incluso en las zonas más contaminadas, la vida se ha abierto paso y ahora se trata de investigar cómo sobreviven». Tras el accidente, se creó una zona de exclusión alrededor de la central nuclear de la que se evacuaron a unas 350.000 personas. El impacto inicial sobre la naturaleza tuvo también sus consecuencias y una de las partes más afectadas fue el pinar conocido como Bosque Rojo. Pocos animales sobrevivieron a las dosis radiactivas. Sin embargo, hoy, 34 años después, Chernóbil alberga una gran biodiversidad. «Todavía no sabemos si la exposición no les ha hecho tanto daño como suponíamos o si son capaces de reparar ese daño de una manera más eficaz, pero será lo que trataremos de averiguar», concluye el científico.

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La zona sirve de refugio para el caballo de Przewalski, un animal en peligro de extinción.

Foto apertura: vida en la sala de control. Arriba, el hongo, que habita donde se suponía que no podría haber vida durante más de 20.000 años. El 26 de abril de 1986, el reactor número 4 explotó durante unas pruebas en esta sala. Tras la descontaminación, el año pasado recibió a 150.000 turistas.

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