La mutación brasileña del coronavirus es más contagiosa, más letal, ataca a gente muy joven y no está claro que las vacunas funcionen contra ella. La variante P1 está causando estragos en Brasil. Y es una señal de alarma para todo el planeta. Por Jan Christoph Wiechmann/ Fotografías: Bruno Kelly

• Mutaciones preocupantes de la COVID-19: por qué son tan peligrosas

Cuando despunta el alba sobre Manaos, la ciudad de dos millones de habitantes a orillas del Amazonas, tres personas retoman su lucha contra la mutación P1.

La enfermera indígena Vanda Ortega inicia una ronda de visitas por poblados apartados, donde no deja de crecer el número de reinfectados.

El sepulturero Ulisses de Souza Xavier se enfrenta con su pala a las consecuencias de la enorme mortalidad de esta pandemia y dice que cada vez tiene que enterrar a víctimas más jóvenes.

El científico Lucas Ferrante examina las últimas cifras de contagiados por la nueva mutación y advierte al mundo de la inminencia de una «catástrofe anunciada»: hay indicios que apuntan a que la variante P1 es resistente a las vacunas.

«Lo peor está por llegar: una tercera ola en el Amazonas a partir de mayo. Y, con ella, un caldo de cultivo para nuevas mutaciones»

El mutante avanza desatado sobre Brasil, que ahora está atravesando los peores días de la pandemia. Peores que en mayo de 2020, cuando las imágenes de las fosas comunes en Manaos dieron la vuelta al mundo. Peores que en enero de 2021, cuando colapsó el abastecimiento de oxígeno para hospitales y los pacientes se asfixiaban en sus camas. «Y lo peor todavía está por llegar -anuncia Lucas Ferrante-. Una tercera ola en el Amazonas a partir de mayo. Y, con ella, el peligro de nuevas mutaciones. Los europeos tendríais que aislar Brasil urgentemente».

Mutación brasileña de la COVID-19: más contagiosa y letal, ataca a los jóvenes y quizás más resistente a las vacunas 1

Diego Neves, de 24 años, en plena lucha por sobrevivir. Este yudoca era conocido por su fuerza. A pesar de ello, el coronavirus mutante casi acaba con él.

Ferrante ya vio venir la tragedia el pasado agosto. Desde entonces, este biólogo del Instituto INPA de Investigaciones de la Amazonia cada pocos días tiene que cambiar el número de teléfono. Sus llamamientos públicos al confinamiento total hacen que reciba constantes amenazas de muerte.

¿Quién está detrás de ellas?

Gente del entorno de la poderosa comunidad empresarial, supone. «Quieren impedir el cierre». Pero a Ferrante las nuevas mutaciones le preocupan más que las amenazas de muerte. «Si el virus se sigue propagando de forma descontrolada, habrá más mutaciones. La cuestión clave es si entonces
las vacunas serán eficaces o no».

Este joven investigador de solo 35 años causó un enorme revuelo por la exactitud de sus cálculos, publicados en la prestigiosa revista Science. En agosto del año pasado, Ferrante y sus compañeros advirtieron de que en Manaos se podrían registrar decenas de miles de fallecimientos por coronavirus hasta finales de año. Los políticos reaccionaron acusándolos de alarmistas y de incitar el pánico. Al final, la estimación se quedó corta.

Ferrante saca unas hojas con las últimas cifras y repasa la propagación de la variante P1 en Manaos. Noviembre de 2020: 0 casos. Diciembre de 2020: 50 por ciento de los casos. Enero de 2021: 91 por ciento. En estos momentos, la P1 se extiende incontenible por todo Brasil.

P1 parece el nombre de un modelo de coche, pero de un día para otro se ha convertido en una de las mayores amenazas a las que se enfrenta el mundo.

El caldo de cultivo de Manaos

Lucas Ferrante sigue repasando cifras: por todo el país se están registrando récords de fallecimientos, casi 2000 diarios. Y hace un pronóstico aterrador: «Manaos es el caldo de cultivo ideal para variantes del virus nuevas y más peligrosas».

Al recorrer las calles del que probablemente sea el lugar del mundo más castigado por la pandemia, la dimensión de la catástrofe asoma en cada esquina. Por todas partes circulan camionetas blancas con la inscripción «SOS Funeral», que recogen en las casas los cuerpos de los fallecidos. Y en el cementerio central de Taruma están usando excavadoras porque a pico y pala los enterradores ya no pueden seguir el ritmo que marca la enfermedad.

Mutación brasileña de la COVID-19: más contagiosa y letal, ataca a los jóvenes y quizás más resistente a las vacunas

Cementerio desbordado. La nueva sección del cementerio de Taruma no tardó ni dos meses en llenarse. La falta de espacio hace que ahora se apilen los ataúdes.

«La P1 es el doble de contagiosa que el virus original y provoca reinfecciones», asegura Ferrante. Científicos brasileños y británicos han comprobado que la P1 elude la inmunidad provocada por un contagio previo en entre el 25 y el 61 por ciento de los casos. Además, al menos la vacuna china usada en Brasil, la Coronavac, es relativamente ineficaz contra la nueva mutación.

La supuesta inmunidad de rebaño, que ya se daba por alcanzada en Manaos por el enorme número de contagios registrados en 2020, no existe. En estos momentos solo hay una forma de impedir una ola mundial de P1, dice Ferrante, y la voz casi se le quiebra cuando añade: «Lo repetimos, pero nadie nos hace caso. Hay que decretar un confinamiento total de entre 20 y 30 días. Y la vacunación inmediata del 70 por ciento de los habitantes de la ciudad. Y cerrar el aeropuerto de Manaos. No dejar que salga de Brasil ni un solo vuelo más».

«Ahora, los muertos tienen la edad de mis hijos»

En el cementerio de Taruma, en el norte de Manaos, el elevado número de muertes de los primeros meses obligó a crear una sección nueva para enterrar a las víctimas de la COVID. Cientos de cruces de madera se alzan hoy unas junto a otras en la húmeda tierra rojiza. Pero la zona habilitada originariamente ya está completa y las sepulturas se siguen extendiendo hasta alcanzar la selva.

El 9 de enero se abrió otra sección destinada a las víctimas de la segunda ola, la ola P1, pero se ha llenado a tal velocidad que ya se ha abierto una tercera, en la que los ataúdes se colocarán uno sobre otro entre paredes de cemento.

Al final de las hileras de tumbas, en la fila 80, se encuentra Ulisses de Souza Xavier. El enterrador, de 52 años.

¿Cuántos nombres de muertos por el coronavirus ha tenido que escribir en cruces?

«Cientos  -responde-. Quizá miles».

¿Se está convirtiendo en una tarea rutinaria?

«No, cuando escribo los nombres, siempre pienso en las víctimas, sobre todo cuando son tan jóvenes como ahora». Xavier escribe con cuidado la fecha de nacimiento de Joene, 10.10.92, y dice: «La edad de mis hijos. Esta segunda ola está afectando a gente de 25 a 50 años».

Sabe muy bien de lo que habla, trabaja en la primera línea de esta pandemia. El mundo todavía no es consciente de ello, y los científicos prefieren esperar a tener datos suficientes para pronunciarse, pero un paseo entre las sepulturas muestra lo evidente: las víctimas de la P1 son muy jóvenes, de los años 1988, 1997, 1992… incluso del 2000.

Xavier dice: «Ya no puedo soportar la pena. Hasta 80 muertos al día. Es terrible, pero no quiero que los familiares me lo noten». Ha visto tanto sufrimiento que ha decidido poner a su familia a salvo del virus, llevarla a un pueblo lejos de la ciudad. «Muchos de los que se quedaron en Manaos ahora están muertos -dice-. No conozco ni a una sola familia que no se haya visto afectada por el coronavirus. Hace poco estaba de turno y vi llegar a la familia de un amigo. Había muerto de repente. Era un hombre joven. Fue una sacudida. Mueren tan rápido que ni llegas a enterarte de que estaban enfermos».

Entre los indígenas mueren hasta los niños

A unos 20 kilómetros de distancia del cementerio, donde comienza la selva, llega a oídos de la enfermera Vanda Ortega una noticia que también es una advertencia para el mundo: una vecina del pueblo de los barés se ha vuelto a contagiar de COVID. Y lo que es peor: su hija, de 40 años, también está enferma de gravedad, y ya es la tercera vez.

«Tengo que ir, es mi obligación», afirma rotunda Ortega, de 33 años, la única enfermera indígena en toda el área metropolitana de Manaos. Se sube al coche y conduce por un camino de tierra roja. Últimamente, esta mujer pequeña y de aspecto frágil pasa mucho tiempo yendo en coche, canoa o a pie hasta asentamientos muy apartados, a veces a días de viaje. Su propio pueblo se halla a seis días de Manaos.

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Un equipo de vacunación se dirige a los asentamientos situados a lo largo del río Solimões, donde no es fácil su labor. El presidente brasileño, que alentó hasta hace poco el escepticismo hacia las vacunas, ahora dice creer en ellas…

Los indígenas se están viendo especialmente afectados por la pandemia. «Muchas veces no tienen anticuerpos contra los virus más simples. Ya han muerto de coronavirus siete niños de los yanomamis. Y el último descendiente del pueblo de los jumas. Con ellos va muriendo también una cultura». Por ahora se ha conseguido evitar la gran tragedia que sería la desaparición de pueblos enteros. «Muchos de nuestros hermanos y hermanas se han aislado en lo más profundo de la selva», cuenta Ortega.

Un paseo entre las sepulturas muestra lo evidente: las víctimas de la P1 son muy jóvenes, de los años 1988, 1997, 1992… incluso del 2000

La enfermera se mueve con seguridad entre la maleza y llega hasta la casa de la familia Valerio.
Marlene Valerio, de 61 años, tiene dificultades para respirar y dolores en el pecho y el vientre. «La primera vez tuve unos síntomas más leves», cuenta.

«Reinfección», dice Ortega con tono preocupado. «Tengo pacientes como ella en todas partes. Ni hablar de inmunidad… y menos de inmunidad de rebaño».

Al igual que el sepulturero, la enfermera Vanda Ortega trabaja en primera línea y conoce la evolución de esta pandemia en tiempo real, mucho antes de que los investigadores hayan reunido y analizado los datos y comprobado algo que aquí ya se sabe: que el virus mutado P1 reinfecta a personas que ya han pasado la COVID con anterioridad.

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La enfermera Vanda Ortega -única sanitaria indígena en el área metropolitana de Manaos- examina a Glauciane Melguero, contagiada de COVID por tercera vez.

La segunda paciente es Glauciane, la hija de Marlene, de 40 años y con fiebre alta. «He pensado que esta vez me moría», dice con voz débil. «Me duele todo. Y es la tercera vez que me contagio», añade.

«Nunca habíamos tenido una tercera infección», asegura con desconcierto la enfermera. Son pésimas noticias, para ella y para todos. «Ahora, la pregunta es: si tus anticuerpos no te protegen de las mutaciones, ¿te protegerán al menos las vacunas?». Ortega no tiene la respuesta.

En su opinión, Manaos es en estos momentos el laboratorio de todo el planeta. Pero el resto del mundo todavía está a tiempo de protegerse.

Maria Barboza -directora de un pequeño puesto sanitario en la localidad de Careiro Castanho- también está viendo en sus enfermos algo nuevo: que la variante P1 es más agresiva que el virus de la primera ola. Ataca a varios órganos a la vez, no solo a los pulmones. «Yo misma lo he tenido y he pasado cuatro semanas muy grave. Tenía dolores en los riñones, en el hígado, en todas partes». Los investigadores todavía no lo han confirmado, pero Barboza afirma que «la P1 no solo es más contagiosa, además, es más peligrosa».

Si hay una cosa en la que están de acuerdo Ortega, Ferrante y Barboza es en que el Gobierno brasileño ha dejado a su pueblo en la estacada. El presidente ultraderechista Jair Bolsonaro, que llamaba «gripecita» a la COVID-19, había llegado a nombrar ministro de Sanidad a un militar sin idea en la materia. Y, cuando alguien le exigía que comprase vacunas, lo tachaba de idiota. Ahora -ya tarde- dice creer en ellas…

El balance hasta el momento: casi 330.000 muertos. La P1 está por todas partes y es un peligro para el mundo. Y el Gobierno de Brasil vuela a ciegas. No hay un final a la vista.

Foto apertura: Terrible despedida. Regina Marao, con su hija y su marido, se despide de su madre en un cementerio de Manaos. La fallecida tenía 61 años. Es el país donde muere más gente por COVID, una media de 2300 al día. Ha superado ya los 300.000 fallecidos en la pandemia.

La mutación brasileña de la COVID-19, más contagiosa y letal, ataca a los jóvenes

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