Las personas con discapacidad quieren trabajar. Existe una ley incluso que promueve su contratación. Sin embargo, el estigma y los prejuicios siguen siendo los mayores frenos para su inclusión laboral. Por Priscila Guilayn

Alba Jiménez se desplaza con ayuda de un bastón por la enorme sede madrileña de una multinacional energética española. Licenciada en Psicología con un máster en Recursos Humanos, Jiménez es invidente, tiene 34 años, un contrato indefinido y trabaja en selección de personal: «Los candidatos no esperan encontrarse a una persona ciega haciéndoles las entrevistas en el proceso de reclutamiento», cuenta.

Las historias de este reportaje son el reflejo de un colectivo que se siente tan capaz como el resto de los mortales.

La sorpresa de los aspirantes es comprensible. Al fin y al cabo, el caso de Jiménez es algo excepcional en España, un país donde la diferencia en las tasas de empleo y de actividad entre la población con y sin discapacidad rondan el 40 por ciento. Por concretar, de los 1.840.700 españoles en edad laboral con alguna discapacidad, el 60 por ciento (más de 1.100.000) están en su casa. Los vientos, sin embargo, parecen cambiar. En 2017 se firmaron más de 300.000 contratos, un 15 por ciento más que el año anterior, mientras que la contratación general apenas crecía un 7,6 por ciento.

«El compromiso de las personas con discapacidad suele ser mayor -dice Jiménez-. Cuando apuestan por ti, quieres devolverlo con tu trabajo. Y eso se nota. Contratarnos provoca una retroalimentación positiva, ya que se derrumban prejuicios, las empresas acaban empleando a más y se genera una filosofía de aportación social y un entorno de trabajo diverso que enriquece a todos los trabajadores».

Ahora bien, este panorama que dibuja Jiménez no está, ni mucho menos, generalizado. La ley que, desde 1982, obliga a las empresas españolas con más de 50 trabajadores a aplicar una cuota de reserva del 2 por ciento a favor de las personas con discapacidad parece estar muy lejos de cumplirse 36 años después de su aprobación. No hay cifras oficiales, pero algunos estudios calculan que la incumple el 85 por ciento de los empresarios. Aunque esa cuota del 2 por ciento sea de las más bajas de Europa.

Hay empresas que, cuando piden determinados perfiles a los servicios de empleo de la ONCE, dicen: «Pero que no se note que tiene discapacidad»

«En nuestro entorno cercano europeo, las cuotas son mayores y afectan a empresas de menor tamaño -ilustra Pepa Torres, secretaria de empleo del Comité Español Representante de Personas con Discapacidad (CERMI)-. Aun así, hemos avanzado mucho».

Lenguaje y paternalismo

Es lo que siente Eva González, una periodista empleada en el gabinete de prensa del Congreso de los Diputados. González, que nació con acondroplasia -un desorden genético que afecta al crecimiento de los huesos, responsable de su metro y diez de altura-, percibe el cambio en diferentes frentes. Uno de ellos, el lenguaje. «Ya no se suele dar connotación negativa a la discapacidad utilizando, como antes, los verbos ‘sufrir’ o ‘padecer’». El tratamiento, así lo ve ella, también ha dejado de ser tan paternalista: la gente ya no actúa tanto creyendo que hay que sobreproteger, guiar o ayudar constantemente a las personas con discapacidad. «Recuerdo que me ponía de los nervios cuando alguien, en vez de hablar directamente conmigo, le hacía preguntas sobre mí a la persona que me acompañaba».

Estos cambios se reflejan en un mercado de trabajo menos receloso. En Repsol, donde trabaja Alba Jiménez, los empleados con diferentes discapacidades representan el 3,5 por ciento de la plantilla en España. Sin embargo, quedan muchas barreras por romper. «Parece mentira, pero hay empresas -señala Sabina Lobato, directora de Formación y Empleo de la Fundación ONCE- que, cuando les piden determinados perfiles de trabajador a nuestros servicios de empleo, dicen. ‘Pero que no se note que tiene discapacidad’. Pasa cada vez menos, pero pasa».

En febrero, una mujer con Down fue expulsada en Cuenca de un evento de una empresa de cosméticos. La organización dijo que «daba mala imagen» y podía «asustar a la gente»

El pasado febrero, sin ir más lejos, una mujer de 49 años con síndrome de Down fue expulsada de una charla comercial que una empresa de productos de estética promovía en un hotel de la provincia de Cuenca. La organización del evento le dijo que se fuera porque «daba mala imagen» y podía «asustar a la gente».

Son prejuicios y mentalidades que llevan a muchos empresarios a acogerse a las medidas alternativas establecidas en el año 2000 para eludir esa cuota del 2 por ciento. Por ejemplo, pueden hacer donaciones a entidades que fomentan el empleo entre personas con discapacidad. «Hay empresas que se dirigen a nosotros exclusivamente para saber cuánto tienen que donar -cuenta la directiva de la Fundación ONCE-. Ni siquiera quieren sentarse a conocer las posibilidades de contratación». También las hay que, asegura Pepa Torres, «no cumplen ni la cuota ni las medidas alternativas».

Israel Jesús Martín Morante, 29 años, auxiliar de caja

Discapacidad: síndrome de Down

trabajo para discapacitados, insercion laboral

«Dejo las cajas organizadas y limpias. Siempre aprendo cosas nuevas»

Israel quería ser policía. Había acabado la secundaria, el ciclo formativo de carpintería y el taller de cuero y ya no tenía ninguna actividad. Se quedaba en casa. «Me sentía muy apagado. Quería hacer cosas nuevas», recuerda. Pasó el tiempo y un buen día su madre, Pilar Morante, recibió una inesperada llamada telefónica. «Era la Policía y querían hablar con Israel -rememora Pilar-. Me asusté y les pregunté a ver qué había hecho». Ningún problema, todo estaba bien. Llamaban porque habían recibido el currículo de su hijo ofreciéndose a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. «Les pedí que me disculparan y les expliqué que mi hijo tenía síndrome de Down -cuenta la madre de Israel-. Mi hijo es un hacha con el ordenador. Lo sabe todo sobre redes sociales. Y puso en práctica lo que sabe para hacerles llegar su currículo». Poco después, a los 21 años, consiguió su primer empleo, sirviendo cafés en una boutique de Nespresso, en el madrileño barrio de Salamanca. «Ahí conocí a muchos famosos -cuenta-. Me gustaba mucho, pero a los seis años la tienda cerró y tuve que buscar otro trabajo». Un par de meses después surgió una oportunidad en Alcampo, que emplea, de manera directa, a 622 trabajadores con discapacidad, acogidos, como los demás, al convenio colectivo de grandes almacenes. «Dejo las cajas organizadas y limpias. Siempre aprendo cosas nuevas», explica. «Él es feliz trabajando y es muy arropado», añade su madre. El efecto de contratar a una persona con Down, cuenta su encargado, Fernando Paniagua, es muy positivo entre los demás empleados: «Incluso me han dado las gracias. Es muy enriquecedor para todos».

Jéssica de Angulo Morales y Antonio Galindo, 37 años ambos, operarios

Discapacidad: intelectual, ella, 38 por ciento; él, 65 por ciento

trabajo para discapacitados, insercion laboral

«Los viernes salimos con los compañeros a tomar algo»

Nunca tuve sueños ni había pensado en trabajar. Mis padres no me prepararon para eso. Hice la secundaria en colegios que contaban con unidades de apoyo, pero nada más», cuenta Jéssica. «Yo sí -dice Antonio, que dejó los estudios al acabar primaria-. Quería ser futbolista o bombero». Casados, Jéssica y Antonio se conocieron en el Centro Especial de Empleo de la Fundación Juan XXIII Roncalli, donde trabajan desde hace dieciocho años. «Fue un flechazo -recuerda ella-. Nos casamos y tenemos una hija de nueve años». En la planta donde trabajan juntos haciendo diferentes servicios de marketing directo, como montar carpetas personalizadas con artículos promocionales, el 85 por ciento de los empleados tiene, como ellos, discapacidad intelectual. «Son trabajadores que ponen muchísima atención; aprenden muy rápido, son muy metódicos y hacen las cosas tal y como les has enseñado. Son espectaculares. Somos un equipazo y eso no es fácil de conseguir», relata Inmaculada Piriz, jefa de operaciones. «Si me explican una cosa, no la cojo a los dos minutos. Tardo cinco o seis -explica Jéssica, que, como su marido, nunca ha trabajado en otra empresa-. Además, si lo necesito, me atiende una psicóloga, y una voluntaria ayuda a mi hija con los estudios». «Yo -añade Antonio- al principio no quería aprender mucho, pero luego pasé a hacer de todo. Opero máquinas y lo que haga falta. He visto que soy capaz. Y los viernes salimos todos a tomar algo».

Andrea Durán Rodríguez, 30 años, futura ejecutiva

Discapacidad: ceguera de nacimiento del 75 por ciento

trabajo para discapacitados, insercion laboral

«Nunca he visto mi discapacidad como una barrera»

Andrea camina con rapidez por su empresa. Nadie diría que sus ojos ven mucho menos que los de la mayoría. «Siempre he intentado normalizar mi discapacidad. No uso lentillas. Es un muro más que saltar, pero nunca la he visto como una barrera que me perjudicara o entorpeciera». Una mentalidad que la acompaña desde que estudió Empresariales y, «como cualquier joven», ganaba su dinerillo como azafata en eventos y trabajos de fines de semana. Al acabar la carrera, cursó un máster en Sostenibilidad y Responsabilidad Social Corporativa y entró al Grupo Social ONCE, como recepcionista o monitora de vacaciones sociales. Ya formada, ni siquiera tuvo tiempo de buscar trabajo en empresas ordinarias. «Toqué alguna puerta, hice alguna entrevista, pero enseguida me invitaron al programa de formación de directivos de Ilunion». Aquello, hace dos años y medio, cambió su vida. «Dejé toda mi vida en Galicia por este proyecto y me mudé a Madrid», cuenta Andrea. Desde entonces recorre este conglomerado creado por ONCE con 50 líneas de negocios, más de 14.000 trabajadores con discapacidad, casi medio millar de centros de trabajo -la mitad, Centros Especiales de Empleo- y una facturación de 850 millones de euros. «Somos diferentes. Es un trabajo por y para personas. Esta es la clave que marca la diferencia con las empresas ordinarias, más frías. Trabajar en valores me llena de ilusión».

Eva González Martínez, 41 años, periodista

Discapacidad: acondroplasia (mide 1,10 metros)

trabajo para discapacitados, insercion laboral

«La gente no sabe cómo tratar a las personas con discapacidad»

Una simple acera puede ser un gran obstáculo. Eva aparcó un día su coche adaptado ante una demasiado alta y lo pasó fatal. Esta excorresponsal en el Congreso de la agencia Servimedia recuerda que una señora la vio y le dijo: «Nunca había pensado en lo difícil que algo tan sencillo como subirse a una acera puede ser para algunas personas». «Y es verdad -dice Eva-. Para que haya normalidad es importante que se nos conozca». Nada más lejos, sin embargo. «Cuando la gente se encuentra a una persona con discapacidad, no sabe cómo tratarla. Al fin y al cabo, somos menos en las universidades, oficinas, empresas…», lamenta. Una discriminación que vivió en carne propia en cuarto año de Periodismo cuando se postuló para hacer prácticas. «Yo me preguntaba: ‘Tengo buenas notas, ¿por qué solo me cogen en una beca para personas con discapacidad?’». Veinte años después se quitó aquel regusto amargo tras quedar segunda, entre medio centenar de candidatos, en una oposición para tres plazas en el gabinete de comunicación del Congreso. «En igualdad de condiciones conseguí el puesto».

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