Veinte años después. la señal

Gracias a Dios, la sala está llena para la conferencia que voy a dar en este país africano. Dos intelectuales locales están encargados de hacer la presentación; nos encontramos antes, uno de ellos tiene un texto de dos minutos, el otro escribió una tesis sobre mi obra de un cuarto de hora de duración.

Con mucho tacto, el coordinador explica que es imposible la lectura de la tesis, ya que el encuentro debe durar como máximo cincuenta minutos. Imagino cuánto debe de haber trabajado en su texto, pero pienso también que el coordinador tiene razón. estoy ahí para charlar con mis lectores, ese es el principal motivo del encuentro. Comienza la conferencia. Las presentaciones no duran más de cinco minutos, y me quedan ahora cuarenta y cinco para un diálogo abierto. Digo que no estoy allí para explicar nada, sino que lo interesante sería establecer un diálogo.

Viene la primera pregunta, por parte de una joven. ¿Qué son las señales de las que tanto hablo en mis libros? . Le explico que es un lenguaje absolutamente personal que desarrollamos a lo largo de la vida, a través de aciertos y errores, hasta que entendemos cuándo nos está guiando Dios. Otro pregunta si fue una señal lo que me trajo a este lejano país, y le digo que sí, que estoy haciendo un viaje de noventa días para celebrar mis veinte años de peregrinación por el Camino de Santiago.

Continúa la charla, el tiempo pasa rápidamente, hay que dar por finalizada la conferencia. Escojo al azar, de entre cerca de seiscientas personas, a un hombre de mediana edad, con un gran bigote, para la última pregunta. Y el hombre dice.

-No quiero hacer ninguna pregunta. Solo quiero mencionar un nombre.

Y dice el nombre de una pequeña ermita que está en mitad de ninguna parte, a miles de kilómetros del lugar donde me encuentro, donde un día coloqué una placa dando gracias por un milagro. Y adonde fui, antes de esta peregrinación, para pedir a la Virgen que protegiese mis pasos.

Ya no sé cómo continuar la conferencia. Las palabras que vienen a continuación las escribió Adam Fethi, uno de los dos escritores que forman la mesa.

Y de repente, en aquella sala, parecía que el universo había dejado de moverse. Tantas cosas sucedieron. vi tus lágrimas. Y vi las lágrimas de tu dulce mujer cuando aquel lector anónimo pronunció el nombre de una capilla perdida en un lugar del mundo.

Perdiste la voz. Tu rostro sonriente se tornó serio. Tus ojos se llenaron de lágrimas tímidas que temblaban a la luz de las velas, como si se disculparan por estar allí sin haber sido invitadas.

Allí también estaba yo, con un nudo en la garganta, sin saber por qué. Busqué a mi mujer y a mi hija en la sala; siempre las busco cuando me siento cerca de algo que no conozco. Ellas estaban allí, pero tenían los ojos fijos en ti, silenciosas como todo el mundo, intentando apoyarte con su mirada, como si la mirada pudiera apoyar a un hombre.

Entonces intenté fijarme en Cristina, pidiendo socorro, intentando comprender lo que estaba sucediendo, cómo terminar con aquel silencio que parecía infinito. Y vi que también ella lloraba, en silencio, como si fuesen notas de la misma sinfonía y como si vuestras lágrimas se pudiesen tocar, a pesar de la distancia.

Y durante unos largos segundos no hubo sala, ni público ni nada. Tú y tu mujer os habíais marchado a un lugar adonde nadie podía seguiros; lo único que había era la alegría de vivir todo eso, que era contado solo con el silencio y la emoción.

Las palabras son lágrimas que fueron escritas. Las lágrimas son palabras que necesitan salir a borbotones. Sin ellas, ninguna alegría tiene brillo, y ninguna tristeza tiene final. Por lo tanto, gracias por tus lágrimas .

Debería haberle dicho a la chica que me había hecho la primera pregunta, acerca de las señales, que allí había una de ellas, afirmando que me encontraba en el sitio en el que debía estar y en el momento en el que debía estar, a pesar de no entender exactamente qué es lo que me llevó hasta allí.

Pero creo que no era necesario. debió de darse cuenta.

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