¡Larga vida al Rey!

Arenas movedizas

El excelente periodista, leyenda del Henares, Antonio Naranjo publicó algo en Twitter que recoge una de las malditas contradicciones a las que está sometido nuestro querido país: en España es más fácil organizar un homenaje a Josu Ternera que al Rey Don Juan Carlos. Cruda realidad. El primero se ha llevado matando y ordenando matar durante décadas y el segundo lideró la transformación más extraordinaria que ha experimentado la nación en siglos. Sin embargo, al primero le organizan una manifestación homenaje de vergüenza y podredumbre moral tras ser detenido por la Guardia Civil en Francia y al segundo se le mantiene velado hasta el límite de tener que abandonar la vida pública. Cuando Don Juan Carlos acudió al festejo taurino en el que se homenajeaba la figura de su madre, Doña María de Borbón, una incansable aficionada, el público de Aranjuez prorrumpió en aplausos hasta el agotamiento; sin embargo, si alguien propusiese ahora mismo organizar un gran acto de despedida a una figura excepcional como la suya, en la que diversos ámbitos de corpus social español manifestasen su agradecimiento y afecto, se echarían a temblar unos cuantos, a gruñir otros y a mostrar un prudente silencio cobardón los demás. Luego, evidentemente, estamos los que aplaudiríamos convencidos de estar haciendo lo correcto, pero tenemos menos prensa o cuota de pantalla.

Juan Carlos fue un hombre joven educado y pretendidamente moldeado por un régimen que quería obtener un modelo concreto de sucesor. Cuando es requerido por Franco para sucederle en la Jefatura del Estado, el joven príncipe de quien primero se acuerda es del hombre por el que siente devoción, de quien toma las lecciones pertinentes para el futuro: su padre. Y es Don Juan quien prevalece en su determinación cara al futuro. Así, tendiendo todo el poder en su mano, toma el camino correcto: el de la modernización social y política de un país excepción de todos los de su alrededor. Y se pone a ello eligiendo a un desconocido para acompañarle en la hercúlea labor y a su profesor y tutor para ser aconsejado con sabiduría. Y de aquella España encerrada en sí misma se pasa a una nación con ganas de reconciliarse y mirar al futuro, que establece un gran y admirable pacto y que comienza a crecer y a situarse, no sin dificultades –como las que ocasiona el terrorismo de los Ternera y demás nacionalistas vascos–, cerca de sus países de referencia. Ha sido, por demás, un portentoso embajador de España; ha realizado una discreta pero muy eficaz labor de promoción comercial de los intereses de empresas españolas; y su nombre y prestigio internacional le han hecho estar entre los principales líderes mundiales. Por los errores personales que cometiera pidió perdón –cosa que no ha hecho nadie en la España oficial desde que se tiene memoria, y mira que hay razones– y hace cinco años, en una decisión meditada, discreta y acertada, abdicó en la persona de su hijo, que ha gestionado hasta el momento con una eficacia absoluta las cosas de palacio.

Recientemente ha renunciado a desarrollar vida pública y a estar en la agenda de la Casa Real. Tiene sus razones, absolutamente respetables. Desarrollará su vida privada y dejará todo el espacio a su heredero, con lo que seguramente estará más tranquilo y se ahorrará algún que otro malentendido. Si con ello se ahorra también las toneladas de basura que vierten determinados medios de comunicación en torno a su figura y su trabajo, habrá conseguido dar un paso sólido hacia una serena jubilación, sin tener que aguantar especulaciones absurdas, baratas y oportunistas que de forma vergonzosamente inducida e intencionada se vierten en el lodazal televisivo y digital español.
Tiene, y debe saberlo, el homenaje callado o explícito de muchos españoles, de aquellos que estábamos allí cuando los tiempos eran otros, cuando muchos de los vociferantes que quieren enfangar un tiempo admirable ni siquiera habían nacido. Todo reconocimiento es poco a una figura histórica de primer orden y a una mujer, la Reina Doña Sofía, que ha mostrado la grandeza de su vocación de servicio por España, que tantísimo le deberá siempre.

Por todo ello y por lo que no cabe en este artículo: ¡larga vida al Rey!

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