El periodista Fernando Ónega mantuvo una entrevista con don Juan Carlos después de la coronación de su hijo Felipe VI, publicada en el libro ‘Juan Carlos I: El hombre que pudo reinar’

Cuatro horas de diálogo que se recogen en el libro Juan Carlos I: El hombre que pudo reinar (Plaza & Janés) y del que XLSemanal publicó un extracto en exclusiva en 2014

Fernando Ónega. En su viaje de retorno desde el Palacio de Oriente a La Zarzuela, el ciudadano Juan Carlos de Borbón y Borbón ya no era jefe del Estado español, pero seguía siendo rey. Durante unos minutos contempló la película completa de su biografía ¿Qué sobresalía en los recuerdos?

Juan Carlos I. Hay dos momentos fundamentales en mi vida. el primero, cuando Franco me comunicó que había decidido designarme sucesor a título de rey . Por una parte era un desaire tremendo a mi padre, que era el legítimo titular de la Corona; pero, por otra, era la única solución posible y lo importante era que se salvaba la monarquía, y mi padre lo entendió. El segundo, el 23F, donde la monarquía se jugó su prestigio y su continuidad. Pero recuerdo también de forma especial el ingreso de España en la OTAN y en Europa, en la actual Unión Europea. Ambas significaban la consecución de uno de mis objetivos. poner a España en el mundo.

«Ignoro quién era el ‘elefante blanco’, aunque todo apunta a que era Armada»

F.O. El 22 de noviembre de 1975 fue proclamado rey de España con el nombre de Juan Carlos I, ¿sintió vértigo?

J.C.I. Más que vértigo, sentía una enorme responsabilidad por todo lo que se me venía encima. Yo era el rey de España, pero con todos los poderes de Franco. Y entre esos poderes figuraba uno terrible. la potestad de firmar una pena de muerte. No dormía pensando en eso. Me quitaba el sueño la espantosa posibilidad de que se me pusiera a la firma una sentencia y una orden de ejecución que nunca estaría dispuesto a aceptar, aunque estaba dentro de la legalidad. Estaba entre mis poderes, y formó parte de ellos hasta la aprobación de la Constitución en 1978. Fueron tres años conviviendo con esa angustia, con la amargura de reinar con la pena de muerte vigente.

F.O. ¿Fue cierto que, después de liberados los diputados (tras el 23-F), mantuvo una conversación tan tensa con Adolfo Suárez que hasta el perro del Rey estuvo a punto de saltar sobre el presidente.

J.C.I. Ni hubo perro ni hubo nada. Fue una conversación cordial, tranquila, muy agradable y de reconocimiento a Suárez por la valentía y dignidad que había demostrado en su escaño y por haber desconfiado tanto de Armada.Yo tenía noticias, claro está, de que había reuniones de mandos militares, de su descontento por el terrorismo, de su preocupación por la unidad de España cuando se estaba poniendo en marcha el Estado de las Autonomías, y estaban disgustados por la legalización de algunos partidos. Ese estado de ánimo se me comunicaba por los cauces habituales y en conversaciones directas. Pero ni yo ni el Gobierno creímos que fuesen a actuar de esa forma, promoviendo nada menos que un golpe de Estado. Y aún hoy mantengo algunas incógnitas. ignoro quién era el ‘elefante blanco’, aunque todo apunta a que era Armada. Tampoco sé si por un lado actuó Tejero, y el de Milans era otro golpe.

F.O. ¿Cómo vivió aquellas horas, cómo dirigió la anulación del golpe?

J.C.I. Lo primero que hice fue llamar al jefe del Estado Mayor y al general Armada. Llamé a Armada porque había sido mi colaborador durante 17 años. ¿Cómo iba a suponer que podía estar metido o encabezando una rebelión? Habíamos estado juntos desde las academias militares. Siempre había sido un colaborador leal y eficaz. Armada me dijo. Si no le importa voy a enterarme bien de lo que ocurre y subo a La Zarzuela a informarle. Subo con todos los planes . Quien primero me abre los ojos es el general Juste, Pepe Juste, el jefe de la Brigada Acorazada, que venía de unas maniobras en Zaragoza. Y preguntó si Armada estaba en La Zarzuela. En ese momento di la orden de que no entrara nadie en el palacio ni en el recinto. Tenía que darla porque, si llegase Armada, le hubiesen dejado entrar porque era un hombre de la Casa. Una llamada suya diciendo que hablaba desde La Zarzuela significaba que tenía el amparo real e incluso que el rey estaba a favor del golpe.

F.O. ¿Por qué se tardó tanto en emitir el mensaje que ponía fin al golpe?

J.C.I. Es que no sabíamos si estábamos rodeados. Entre otras muchas cosas, fue Mondéjar quien habló con el capitán (de caballería, por cierto) que mandaba las tropas que habían ocupado Radiotelevisión Española. Le dijo que hiciera el favor de dejar pasar a los que llevaban el mensaje. Y el capitán respondió: «A sus órdenes, mi general».

«Aunque no guste a todo el mundo, nunca podré olvidar el comportamiento del Partido Comunista y del PSOE durante la Transición»

F.O. Sentado en el palacio de La Zarzuela, el rey Juan Carlos recordó su relación con la izquierda política.

J.C.I. Aunque no guste a todo el mundo, nunca podré olvidar el comportamiento del Partido Socialista y el Partido Comunista. Si en aquellos momentos a la izquierda española, y concretamente a Santiago Carrillo, se le hubiera ocurrido sacar sus militantes a la calle, hoy ni tú ni yo estaríamos aquí. Pero funcionó la buena voluntad de Carrillo y la confianza que tuvo en mi palabra. Yo había prometido legalizar al PCE. Se lo había dicho al gran amigo de Carrillo, Ceaucescu, a través de Manolo Prado, que fue mi emisario con una única salvedad. yo decidía el cómo y el cuándo. Y Carrillo aceptó. Si se hubiera revuelto y exigido la legalización inmediata me hubiera puesto en un aprieto.

F.O. Le pregunto por el significado de reinar por primera vez con un gobierno socialista que tantas veces se había proclamado republicano e incluso había tenido gestos de rechazo a la monarquía en la ponencia que redactó la Constitución.

J.C.I. Una vez que se había instaurado la democracia tener un Gobierno socialista era un hecho normal. Y fueron trece años con Felipe González. No hemos tenido ningún problema ni personal ni institucional. Me llevaba y me llevo divinamente con él. Es un hombre que piensa en España y piensa en el Estado.

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