Este hombre es una auténtica estrella de la computación. Y da la voz de alarma: sus colegas están yendo demasiado lejos. La inteligencia artificial jamás logrará recrear la conciencia humana y en su consecución estamos asumiendo muchos riesgos. Por Romain Leick / Fotos: Getty Images y Cordon Press

Este profesor de Yale, de 61 años, es uno de los grandes genios de la computación. Una especie de estrella del rock de la era digital. Hasta dicen que fue él quien acuñó la expresión «en la nube» para referirse a la capacidad de almacenar información en un espacio virtual.

Sin embargo, este genio odia las computadoras. «Las detesto», confiesa. Y dice cosas como. «La informática nos da un poder increíble. Un buen programador puede crear una cantidad enorme de cosas y luego darles vida con un interruptor. Por eso, a los apasionados de la tecnología les encantan estas máquinas. Sus vidas se basan en ellas. Ansían que sean lo más potentes posible, porque en el fondo es una realización de sí mismos. Pretenden ser los amos de la mente».

Este genio informático y filósofo -herido en 1993 por una de las cartas bomba del llamado Unabomber, el matemático psicópata que envió paquetes explosivos a varios científicos- explica en su último libro, Las mareas de la mente, por qué los ordenadores y la inteligencia artificial no podrán replicar las profundidades de la conciencia humana.

XLSemanal. Para muchos es cuestión de tiempo que tengamos superordenadores lo suficientemente potentes como para ejecutar el programa ‘mente’; es decir, capaces de pensar por sí mismos.

David Gelernter. Algún día tendremos ordenadores como esos, no cabe duda, pero el ordenador clásico nunca alcanzará una conciencia como la humana, no tendrá un modo consciente, no experimentará emociones, nunca estará en condiciones de vivir el mundo o de imaginar nada.

XL. Entonces, ¿no podrán percibir el mundo y sentirlo como un ser humano?

D.G. La simulación informática de la conciencia y los sentimientos es factible. Las personas pueden fingir emociones, los ordenadores pueden simular. Pero no debemos ser tan ingenuos como para confundir simulación y realidad. El actor que interpreta a Hamlet o a Fausto sigue siendo un actor, da igual lo magistral que sea su interpretación. Pero esa frontera se difumina para un científico informático. Los partidarios de la supermente informática se han corrompido intelectualmente, no por dinero, sino por fantasías de poder. Evidentemente, esto último se ve alentado por la cantidad de dinero que mueve el negocio del procesamiento de datos. El dicho de que el dinero es poder ha alcanzado una dimensión siniestra.

«Es imposible reducir la felicidad a una serie de procesos bioquímicos o neurofisiológicos en el cerebro»

XL. Pero no puede negar que la inteligencia artificial ha hecho grandes avances.

D.G. La racionalidad es solo un segmento de la mente humana. El exterior. Cuando me sumerjo en los niveles inferiores hasta alcanzar la inconsciencia o el sueño, mi mundo interior cobra vida, pero digamos que mi pensamiento deja de ser del todo puro. Los científicos desprecian estos aspectos, no pueden hacer nada con el pensamiento estético o emocional. Cuando pretenden investigarlo, lo que acaban haciendo siempre es racionalizarlo. Pero es imposible explicar el sentido artístico mediante una serie de procesos bioquímicos o neurofisiológicos en el cerebro.

XL. Pero ¿no es el pensamiento racional, como expresión de la inteligencia, lo que define a la mente humana? Emociones también tienen los animales.

D.G. No, es la conciencia. Es decir, la capacidad autorreflexiva del intelecto. Un ordenador podrá superar millones de veces la capacidad intelectual humana, pero, desde un punto de vista filosófico, seguiría siendo un zombi. El ordenador no puede generar subjetividad; esto es. un mundo interior, una vida espiritual propia, un paisaje mental único por el que nadie más puede transitar. Le puedo preguntar a un robot. « Tienes conciencia?», y él me puede responder. «Por supuesto, qué te creías?». Pero no puedo hacerle feliz ofreciéndole un plato de fresas con nata. Sería algo estúpido. No tiene conciencia, por fortuna. No hay mente en la máquina, no hay presencia de ánimo. No hay nada. La verdadera cuestión es otra: ¿hasta qué punto nos dejamos engañar por las capacidades de un ordenador? ¿Sucumbimos a su magia?

«La ciencias exactas se han convertido en la nueva religión, marginan a los no creyentes e imponen su dogma»

XL. Sin embargo, las capacidades de la tecnología parecen infinitas… hasta el punto de que nos planteemos que la mente humana podría acabar capitulando ante la inteligencia artificial.

D.G. La eficiencia de la máquina va más allá de nuestra imaginación. Pero lo mismo se puede decir de la potencia de los motores… Creemos que con la inteligencia artificial estamos ante la creación de una mente sobrenatural, que hemos dado con la piedra filosofal. En realidad, hoy seguimos sin entender qué es la conciencia. No podemos explicar la subjetividad, quizá no podamos hacerlo nunca.

XL. Explicaciones metafísicas, espirituales o religiosas sí que las hay.

D.G. Son totalmente insatisfactorias. Los sentimientos rigen la mente. Cuerpo y alma se reflejan el uno en el otro. La conciencia tiene dos ámbitos. uno externo y otro interno. El externo viene determinado por las percepciones, el interno por las vivencias y los recuerdos. La conciencia es a un tiempo lo visto y lo que ve, lo observado y el observador. Es como una habitación con vistas. Desde la habitación observamos tanto el mundo de fuera como el mundo privado que hay dentro. El problema es la peculiar posición que ocupamos en el interior del fenómeno que pretendemos entender.

XL. ¿Qué papel desempeñan las humanidades en la investigación de la conciencia?

D.G. La literatura, la poesía, el arte, pero también la filosofía y la psicología de Freud, son la llave de acceso al plano interno de la conciencia. En las universidades, cada vez se arrinconan más las disciplinas humanísticas. La presión cultural empuja a los jóvenes académicos hacia la parte científicamente objetiva, analítica, del espectro intelectual. La consecuencia es esa atrofia de la parte emocional de la existencia y del intercambio comunicativo que estamos pudiendo constatar en las redes sociales, pero también en el ámbito del arte y en el mundo del espectáculo. Antes, al ver un manuscrito o una carta, se podía apreciar fácilmente si era obra de un hombre o de una mujer. Hoy, la comunicación tiene lugar de una forma cada vez más impersonal.

«Las emociones no se pueden mantener al margen de la comunidad. Si no, los populistas ponen voz a esos sentimientos»

XL. Pero la humanidad ha llegado muy lejos gracias a la razón. La supremacía de la civilización occidental descansa en sus conocimientos científicos.

D.G. Todo eso a lo que llamamos ‘progreso’ tiene lugar en el espectro racional de la mente. Sin embargo, hemos llegado a un punto en el que corremos el peligro de sacrificar el humanismo, que también es un logro del pensamiento occidental, en el altar de la tecnología y la devoción por la ciencia.

XL. ¿Por eso Freud tiene tanta importancia para usted?

D.G. Cuando era estudiante, me gustaba mucho leer a Freud. Nos mostró que podemos aprender lo que ocurre en nuestro cerebro enfrentándonos a nuestros sueños y pensamientos inconscientes. Además, Freud tenía una obsesión que a mí también me fascina. la religión.

XL. Bueno, Freud era ateo.

D.G. Era uno de esos ateos que no sienten indiferencia hacia Dios. El sentimiento más reprimido y ocultado en la vida pública del mundo occidental es la fe en Dios. Pero no se puede matar a Dios. En nuestro mundo mental, Dios es una concepción ampliamente extendida y al mismo tiempo reprimida. Lo que más les gustaría a los devotos de la ciencia sería eliminar a los devotos de Dios, al igual que al espectro racional de la mente lo que más le gustaría sería reprimir el espectro emocional.

XL. Pero que tengamos el concepto de Dios no prueba la existencia de Dios.

D.G. No, la presencia de Dios en la mente no tiene nada que ver con la existencia o no existencia de Dios. Dios no es una cosa ni una persona.

XL. ¿Se puede explicar la mente sin recurrir a Dios o a conceptos metafísicos?

D.G. No lo sé. Pero tampoco puedo reducir la sensación de felicidad simplemente a una serie de procesos bioquímicos o neurofisiológicos en el cerebro. En el caso de la conciencia, la ciencia materialista siempre se queda corta, falla en lo esencial. Creo que tenemos que ampliar aún más nuestro pensamiento. En los últimos 50 o 60 años, las ciencias exactas se han convertido en la nueva religión. Están tan convencidas de sí mismas que, como en su día hiciera la religión, marginan a los no creyentes, y a los que dudan los tachan de herejes e imponen su dogma. Es la última ideología.

XL. Pero defender una nueva forma de espiritualidad o de religiosidad… ¿no es traicionar el espíritu de la Ilustración?

D.G. No se trata de eso. Retomar a la tradición europea de formación y educación humanística no sería un rechazo al racionalismo, sino un compromiso con la radicalidad de la razón, que concibe la vida como un todo. Si estuviera en mi mano, a los científicos en ciernes les impondría un curso condensado de humanidades antes de permitirles abrir un libro sobre neurofisiología o informática. En mis cursos en la universidad trabajo con ejemplos extraídos de la literatura y el arte; la mayoría de mis colegas cree que esas cosas no pintan nada en el campo de los ordenadores. Si pretendiera hablar del concepto de Dios o del alma, probablemente la mayor parte de mis alumnos saldría corriendo. Y sería una huida de la subjetividad.

XL. ¿Las ciencias puras han provocado una edad de hielo emocional?

D.G. El ser humano científico, obediente ante el frío lenguaje del pensamiento matemático, lógico, no tiene hogar porque ha perdido su contexto vital y con él la sensación de lo propio, su identidad. Junto con la fe en Dios, esa nostalgia probablemente sea el sentimiento privado más extendido del ser humano moderno, la añoranza de un jardín del edén, un hogar que ya no existe. Queremos sentir que pertenecemos a algún sitio, adquirir seguridad como parte de un todo.

XL. Buscar un contexto que dote al ser humano de un sentido último… ¿no representa una asunción peligrosa?

D.G. La sensación de falta de sentido no es menos peligrosa. El dolor, la ira y la frustración pueden ser muy saludables. El lado oscuro del espíritu no se puede suprimir durante mucho tiempo.

«A los estudiantes les impondría un curso de humanidades antes de permitirles abrir un libro de informática»

XL. La política, por otro lado, tampoco es un asunto puramente racional. Si alguien descompone un problema en un número interminable de pequeños pasos, pierde de vista el objetivo.

D.G. No tienen visión. Los políticos tienen que transmitir una visión, sin ella no hay liderazgo. El éxito de ese tirano cruel que es Donald Trump en la precampaña norteamericana evidencia que los ciudadanos esperan emociones. No votan a un ordenador. Las emociones no pueden mantenerse al margen de la vida de la comunidad. Si no, populistas como Trump les ponen voz a esos sentimientos. Todas las noches, nuestra mente nos dice quiénes somos. Y por la mañana volvemos a olvidarlo.

Un hombre con una misión

Gelernter alerta. «Hemos llegado a un punto en el que corremos el peligro de sacrificar el humanismo -que, como la razón, es también un logro del pensamiento occidental- en el altar de la tecnología y la devoción por la ciencia».

Su lucha contra APPLE

Apple Computer Inc. Chief Executive Officer Steve Jobs speaks during a special event in Tokyo August 4, 2005. Apple launched it's iTune online music store in Japan on Thursday, bringing its market-leading download service to the world's second-largest music market by album sales. REUTERS/Toshiyuki Aizawa

De familia judía, David Gelernter aprendió hebreo clásico, y él se hubiera dedicado a estudiar la Torá si un pasaje del Talmud no dijera que los judíos deben hacer algo práctico en la vida. Así que se doctoró en Informática siguiendo los pasos de su padre. «Fue una decisión tonta que tomé en un arrebato».

Apple ha preferido llegar a un acuerdo por 25 millones de dólares antes de sentarse en el banquillo

Sin proponérselo, también emulará un pasaje de la Biblia. la lucha entre David y Goliat, a saber, entre David (Gelernter), profesor de Yale; y Apple, el gigante de Cupertino. A diferencia del duelo bíblico, los contendientes firmaron tablas el pasado julio después de más de una década de litigios.

¿Cómo empezó la disputa?

En los noventa, cuando las redes sociales aún no existían, Gelernter creó un software pionero que permitía a los usuarios navegar por sus historias en un orden cronológico similar a los hilos de Twitter y Facebook. En 2001 fundó Mirror Worlds, para comercializarlo. Steve Jobs se interesó e incluso envió un correo a sus directivos en el que hablaba de «conseguir una licencia lo antes posible». No hubo acuerdo. Y la empresa de Gelernter quebró en 2004. Un año más tarde, el profesor se quejó de que Apple había copiado su idea en tres programas. Aquello no pasó de una pataleta.

Y arranca el juicio

Sin embargo, en 2008, un fondo de capital riesgo especializado en comprar patentes en disputa y presentar demandas (lo que se conoce en la jerga como ‘un trol de patentes’) contactó con Gelernter, que vendió su participación a cambio de un pellizco del 2 por ciento de lo que el fondo pudiera sacar… Demandaron a Apple y ganaron. Era 2010 y un juez obligaba al gigante a pagar 625 millones de dólares. Hubo apelación, que ganó Apple. Y aquello quedó en agua de borrajas. Pero otro trol más grande y con mejores abogados compró al trol chico. Son muchos los que se dedican a pescar en río revuelto… Y esta vez Apple, al que le crecen los enanos que lo llevan a juicio, ha preferido llegar a un acuerdo por 25 millones, calderilla para ellos, antes que sentarse en el banquillo y generar más publicidad negativa.


PARA SABER MÁS

The tides of mind: uncovering the spectrum of consciousness, de David Gelernter (2016). En inglés.

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