Laurene Powell Jobs está decidida a cambiar la sociedad tanto como su marido, Steve Jobs,  con el iPhone. Pero con otras herramientas. Ha creado una empresa que cambiará, cree, la filantropía como la conocemos. Por David Montgomery/Fotografía Nigel Parry

Empezó discretamente por la educación y la política migratoria, pero ahora ha saltado a la escena pública con la adquisición de medios de comunicación, productoras, equipos deportivos… Dinero no le falta. Determinación tampoco.

«El cambio raras veces surge desde arriba. Al poder hay que empujarlo, hay que gritar tan alto que nuestros líderes no pueden ignorar ese grito»

Al igual que los inventores y visionarios que la rodean y la han rodeado, Laurene Powell Jobs piensa a lo grande. Corría 2004, y Laurene trabajaba sola en un despacho alquilado en Palo Alto (California) con un teléfono y un ordenador Apple. Su propia creación estaba empezando a cobrar forma. Una combinación de filantropía, tecnología, cambio social… Bautizó su proyecto Emerson Collective, en honor a Ralph Waldo Emerson, uno de sus escritores preferidos

LAURENE Powell JOBS

Empezó paso a paso. Lentamente. Su trabajo estaba supeditado al cuidado de sus tres hijos y al de su marido, Steve Jobs, que batallaba contra un cáncer que terminaría por matarlo en 2011 a los 56 años. Tras su fallecimiento siguió un periodo de luto familiar.

Laurene heredó su fortuna, hoy estimada en unos 20.000 millones de dólares, y se convirtió en la sexta mujer más rica del mundo. Pero en Silicon Valley todavía nadie sabía qué era eso del Emerson Colletive. En 2014, el colectivo ya tenía diez empleados. Pero Powell Jobs no quería llamar la atención. De hecho, no suele dejarse oír, aunque cada vez se deja ver más:  sentada junto con Michelle Obama durante el discurso sobre el estado de la Unión en 2012, o de vacaciones con Adrian Fenty, antiguo alcalde de Washington, con quien estuvo saliendo.

Laurene Powell Jobs

Laurene con el exalcalde de Washington Adrian Fenty, con quien inició una relación en 2013. Aunque el verano pasado se fueron juntos de vacaciones, parece que ya no son pareja.

Pero Laurene seguía al frente del Emerson Collective sin hacer ruido. Primero, creó una especie de Equipo A integrado por figuras progresistas, como Arne Duncan -secretario de Educación en la Administración Obama- o Jennifer Palmieri -directora de comunicación de Hillary Clinton-.

Y de repente, el año pasado, Powell Jobs tomó una serie de medidas de gran visibilidad. En julio, el Emerson Collective compró The Atlantic, revista con 161 años de antigüedad y uno de los pilares del establishment periodístico americano. En septiembre logró que cuatro grandes canales televisivos emitieran de forma simultánea un programa en directo, en el que decenas de famosos invitaban al país a repensar el sistema educativo. Y en octubre se convirtió en accionista de los Wizards de la NBA, de los Capitals de la liga de hockey sobre hielo, del Capital One Arena -principal estadio deportivo de Washington- y de muchos otros conglomerados deportivos.

Las iniciativas han seguido sucediéndose a lo largo de este año. Por ejemplo, en marzo, el Emerson Collective facilitó que el cineasta Alejandro Iñárritu creara la instalación de realidad virtual Carne y Arena, una estremecedora inmersión sensorial en la experiencia de un inmigrante que cruza la frontera. Laurene de pronto está en boca de todos, pero… qué busca en realidad?

Otra forma de filantropía

El Emerson Collective no parece ajustarse a los modelos tradicionales de filantropía. Su orientación ideológica está más o menos clara: políticas de centroizquierda salpimentadas por el pensamiento libertario característico de Silicon Valley. Pero su hoja de ruta es desconocida.

Ya ha donado más de dos millones y medio de dólares para que una mujer lidere el partido demócrata. «Deseo figuras más edificantes en lo más alto»

Sus métodos para fomentar el cambio en la sociedad sugieren que para ella la simple financiación de buenas obras no es suficiente. La maquinaria diseñada por Powell Jobs tiene tanto de think-thank como de fundación, pero también de fondo de capital-riesgo, de mecenazgo artístico y de agrupación de activistas. Desde luego se trata de una creación original, con potencial de poder.

«Me gustaría que los grandes líderes se animaran a trabajar con nosotros para afrontar retos de envergadura -explica Laurene-. Lo que aportamos va más allá del simple dinero… Si te limitas a repartir cheques, al final te quedas sin dinero y no solucionas nada».

No es una ONG. Es una empresa

La sede del Emerson Collective ocupa ahora tres pisos de un edificio de Palo Alto. Laurene registró el colectivo como una empresa de responsabilidad limitada, y no como una fundación; lo mismo hicieron Priscilla Chan y Mark Zuckerberg al fundar la Chan Zuckerberg Initiative. Lo hacen así para tener más flexibilidad y poder hacer algo más que subvencionar a organizaciones sin ánimo de lucro.

Laurene ha comprado ‘The Atlantic’, una prestigiosa revista, e invierte fuerte en webs de información y productoras de cine. Quiere influir en la ‘agenda mediática’

Powell Jobs, de hecho, invierte en compañías privadas y lo hace, según explica, no por ganar dinero, sino porque Silicon Valley le ha enseñado que «unos emprendedores de primer nivel, enteramente comprometidos con nuestra misión», pueden encontrar unas soluciones distintas a las de las ONG. Además, eso le permite respaldar a grupos de presión y a organizaciones políticas. De hecho, desde 2013 ha donado 2,6 millones de dólares a Emerge America, un grupo que se dedica a la captación de mujeres para que se presenten como candidatas por el partido demócrata. Registrada como votante independiente (no afiliada ni a los republicanos ni a los demócratas), Powell Jobs ha donado 4 millones de dólares a candidatos demócratas desde 1997.

Otra de las ventajas de constituirse como sociedad de responsabilidad limitada es que no está obligada a dar detalles sobre sus activos y sus gastos. Aun así, una declaración impositiva firmada por Powell Jobs el otoño pasado nos da alguna pista: a comienzos de 2017, la Emerson Collective Foundation tenía unos activos por valor de 1,2 mil millones de dólares.

La educación, lo primero

A mediados de los noventa, Powell Jobs trabajó como orientadora en un instituto. En 1997, con la ayuda de otro orientador, Carlos Watson, creó en un barrio humilde de Palo Alto el programa College Track. Su objetivo: dar apoyo a alumnos sin recursos, apoyos que en otras familias se dan por supuestos, como enseñarles a escribir una carta para solicitar el ingreso en la universidad o cómo conseguir préstamos y becas.

Actualmente este programa está operativo en nueve ciudades y sigue a sus estudiantes durante 10 años, desde secundaria hasta la universidad. Para sus alumnos, Powell Jobs era y es «Laurene», y no la esposa o viuda de un hombre famoso.

LAURENE Powell JOBS

Laurene Powell Jobs visita uno de sus proyectos educativos. Tiene claro que los estudios son la forma de acceder a una vida mejor y a tener capacidad de decisión

«No supe quién era Laurene hasta que estaba a punto de licenciarme, 6 años después de haberla conocido», recuerda Mayra. Hoy tiene 32 años y, como sus padres la trajeron de México cuando era niña y sigue careciendo de permiso de residencia, pide que no citemos su apellido, porque el presidente Donald Trump ha ordenado la cancelación del programa que la protege a ella y a otros muchos de la deportación. Ahora Mayra, tras licenciarse, trabaja en la sanidad pública.

La política migratoria, lo segundo

El caso de Mayra y otros muchos hicieron que Laurene se convirtiese en activa defensora de la reforma de las leyes inmigratorias, una labor en la que contó con el total apoyo de su marido. «La situación de los llamados dreamers le indignaba tanto como a mí. También la desigualdad en la educación que se da en este país». Sus propios hijos iban en bicicleta a los colegios públicos de Palo Alto. La familia vivía en una casa normal, en una calle normal; ni se les ocurría residir en una urbanización con vigilancia privada para millonarios.

«Steve y yo nunca hablamos de qué haría con el dinero cuando él no estuviese. Tenía fe en mí y estaba seguro de que se me ocurrirían muchas cosas»

A Steve Jobs le diagnosticaron el cáncer en 2003. Laurene habla del dolor de perder «a mi marido y mi compañero en la vida, de verlo sufrir por la terrible enfermedad, de perderlo y de tener que presentarme ante la opinión pública como ‘la viuda de’. El duelo ya resultaba devastador sin necesidad de que, además, fuera público; lo digo por mí, pero también por mis hijos».

Aunque estaba claro que Laurene pronto iba a encontrarse con un montón de dinero, Steve y ella no hablan de lo que haría con él. Steve «tenía gran fe en mí y estaba seguro de que se me ocurrirían muchas cosas».

El reciente y espectacular incremento en la actividad de Emerson tiene lugar cuando el hijo menor de Powell Jobs acaba de marcharse a la universidad. «Hace tiempo que quiero poner en marcha iniciativas ambiciosas y ahora voy a tener más tiempo para hacerlo».

«Siempre tengo presente que en la vida estamos de paso -añade-. Tengo la sensación de que por fin estoy llegando adonde quiero llegar… El cambio no se produce con rapidez. Va muy lentamente y, de repente, las cosas se aceleran. A veces son necesarios 10 años; otras, 20; o no vives lo suficiente para verlo. Mi objetivo es adjudicar recursos. Y si muero sin ver el cambio, me diré que valió la pena intentarlo».

Pagarte si estudias

Una de las apuestas de Emerson Collective es CRED. El acrónimo responde a Creating Real Economic Destiny. El programa se basa en la idea de que los jóvenes que se dedican al tráfico de drogas u otras formas ilícitas de comercio callejero en realidad estarían dispuestos a sumarse a la economía legal si pudieran; lo único que necesitan es un empleo y un salario decentes.

Y ahí entra CRED: unos centros en lo que se enseñan oficios y se paga por aprender. Los asistentes cobran 12,50 dólares por hora de clase. No se trata de darles una segunda oportunidad, sino de darles la primera de sus vidas.

El deporte para unir

Pero Powell Jobs no se limita a las aulas. Más vistosas han sido sus iniciativas en el mundo del deporte y los medios de comunicación. Gran aficionada al baloncesto, Powell Jobs explica que el deporte es otra forma de acceder a la cultura; además, es el ámbito al que pertenecen algunos de los héroes de las narrativas nacionales. «El deporte es una de las grandes oportunidades que nos quedan para sentirnos unidos y olvidarnos de todo lo demás», afirma.

Apuesta por el periodismo

Al otro lado de la ciudad, visito a David Bradley, director de la revista The Atlantic y su propietario durante 20 años. Cuando hace poco se planteó vender la compañía, pensó que Powell Jobs era la compradora indicada. Y ella estuvo de acuerdo, aunque insistió en que Bradley, que tiene 65 años, continuara al mando durante unos cuantos años más. Después de hacer público el acuerdo, se reunió con los periodistas de la publicación y prometió no interferir en las decisiones editoriales. Pero Powell Jobs está empeñada en expandir la empresa, y la revista ha anunciado la contratación de unos 100 empleados durante el próximo año, lo que supone un incremento del 30 por ciento; la mitad de ellos, periodistas.

«No me gusta que la riqueza sea sinónimo de poder. El poder tiene que estar mejor repartido»

Pero las inversiones mediáticas del colectivo no se limitan a Atlantic. También ha proporcionado fondos a la agencia de noticias ProPublica, a The Marshall Project -especializado en información judicial- y a la revista The Texas Observer; también ha invertido en empresas de información digital como Axios, OZY Media y Gimlet Media. El colectivo también ha puesto dinero en productoras de Hollywood como Macro (que produjo las películas Mudbound y Fences) y Anonymous Content (productora de Spotlight). Estas inversiones muestran que para Laurene el cambio social se logra influyendo en el mundo mediático.

La paradoja

Powell Jobs reapareció hace poco, vestida con la toga de Stanford, en el Miami Dade College, donde pronunció el discurso de inicio del curso.

«He aprendido una lección importante -dijo-. El cambio raras veces procede de arriba. El poder es obstinado, testarudo. Hay que empujarlo. Y solo nosotros podemos empujarlo. La forma más efectiva de favorecer los cambios consiste en construir un movimiento desde abajo, en gritar a escala nacional, de forma tan alta y fuerte como para que nuestros líderes no puedan ignorar ese grito».

Laurene también comentó a los alumnos. «He tardado algún tiempo en comprenderlo, pero, para vosotros, la organización desde abajo resulta perfectamente natural. Habéis crecido usando unas herramientas que pueden conectar y unir a las personas a una escala antes inimaginable. Esta conectividad constituye un sueño democrático».

Laurene Powell Jobs y Steve Jobs

Lauren Powell con su marido, el fallecido Steve Jobs

No dio más detalles, pero era fácil saber a qué herramientas estaba refiriéndose: a los teléfonos inteligentes, a las aplicaciones y redes sociales.

«No me gusta que el dinero y la riqueza sean sinónimos de poder -me dice-. El poder tiene que estar mejor repartido, y sería deseable ver a figuras más edificantes en lo más alto».

La paradoja es evidente… Está invirtiendo su dinero y su poder para conseguir que las personas con tanto dinero y poder como ella sean menos decisivas.

«Es una paradoja -admite-. El propio Martin Luther King habló sobre esta paradoja cuando dijo que la filantropía es un arma muy útil, pero que no convenía olvidar la situación social que posibilitaba la aparición de dicha filantropía, una situación que la propia filantropía trataba de remediar. Y la situación hoy se ha agudizado, pues la acumulación de la riqueza por parte del 0,1 o el 0,5 por ciento de la población es mayor. Es necesario usar esta riqueza acumulada para corregir el sistema que la ha creado… Como filántropa, diría que lo principal es darse cuenta y reconocer la paradoja, decir la verdad sobre el modo en que acumulaste esa riqueza, ser lista a la hora de intentar que las cosas cambien».

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