La ganadora de ocho premios Goya y una de las voces más personales del cine español estrena su primera serie, Foodie love. Una comedia romántica en la que la directora y guionista barcelonesa une dos de sus grandes pasiones: la gastronomía y las historias de amor. Quedamos para comer con Isabel Coixet para charlar de comida, de placeres y de estrellas. Michelin, por supuesto. Por Diego Bagnera/ Fotografía: Daniel Méndez.

Test gastronómico con Isabel Coixet

Quienes han trabajado con Isabel Coixet suelen comentar que al poco de empatizar con ella, y ella con ellos, acaban comiendo, cenando y tomando copas juntos, como si el cine fuera para ella casi una mera excusa para terminar en torno a una buena mesa con gente a la que aprecia y admira. «Sí, básicamente, es así. Lo confieso, vale…».

Desde esta perspectiva, su nuevo trabajo, Foodie love –una deliciosa comedia romántica, protagonizada por unos fantásticos Laia Costa y Guillermo Pfening–, es el no va más: comida, amor, sexo, humor, viajes, música, amigos haciendo cameos… «Realmente, todo lo que me gusta y con lo que me lo paso bien confluye en esta serie, más que en cualquier otro trabajo mío».

“La comida es algo tan primario, tan vinculado a los sentidos, que dar de comer a alguien es expresarle que te importa y una manera –más que de hacérselo saber– de hacérselo sentir”

Y sí: Coixet no solo ha escrito y dirigido su primera serie, sino, además, una comedia en la que a su talento y sensibilidad suma todo su humor, desparpajo, inteligencia y desenfado para redondear una auténtica delicatesen, que, ya se sabe, tendrá segunda temporada. La primera de ocho capítulos se estrena íntegra el 4 de diciembre en HBO y narra la historia de una mujer y un hombre que se conocen a través de una aplicación para encontrar pareja entre amantes de la gastronomía. A lo largo de varias citas irán descubriendo si las filias y fobias que comparten por las comidas son cimientos reales de un verdadero amor. Siguiendo el hilo de la propia Coixet, le hemos propuesto vernos y nos ha citado en uno de sus rincones favoritos de Barcelona, el restaurante Topik, en l’Eixample, comandado por su amigo Adelf Morales.

Isabel Coixet saca el cuchillo

Coixet huele uno de los platos de Adelf Morales, chef del Topik de Barcelona. «Aquí me lo he pasado genial comiendo muchas veces. Por el nivel de producto que dan, es de los mejores sitios en cuanto a la relación calidad-precio»

XLSemanal. Bonito sitio. ¿Por qué lo has elegido?

Isabel Coixet. Porque, para escribir Foodie love, me he inspirado en muchos sitios y este es uno de ellos.

XL. ¿Qué tiene que otros no?

I. C. Bueno, es un poco un crisol de todo lo que me gusta sobre el comer. Un lugar sin más pretensiones que la comida, donde se ofrece un producto de primera calidad, tratado con una sensibilidad especial por alguien humilde y muy bueno en lo que hace, que ha vivido en Japón y que corta el atún tras haber cortado ya muchos según lo aprendió de los grandes maestros japoneses. Y también porque quiero hablar de lugares que no por no tener estrellas Michelin dejan de ser excelentes. A mí las estrellas me la ‘sudan’. Un poco el mensaje es ese. La mezcla de sencillez y sofisticación sin pretensiones me gusta mucho.

XL. ¿Y cómo te surgió la idea de una comedia?

I. C. Fue hace unos cuatro años en un coffee shop de Brooklyn al que iba a escribir, cerca del apartamento en el que yo me encontraba. Estaba escribiendo algo que no tenía nada que ver con Foodie love. Y veía a una chica que quedaba con gente a tomar un café y, con el pasar de los días, me di cuenta de que eran citas. La vi con cinco chicos a lo largo de diez días. Había citas que duraban dos minutos, y otras más. Pero terminé de atar todo esto un día en que quedó con una amiga a la que le contó los encuentros que yo había presenciado. Y así, de deducir sus relaciones, empecé a fabular sobre ella y a mezclarlo con otras cosas que me inspiraron mucho.

XL. ¿Qué cosas?

I. C. Por ejemplo, una que pasa en Brooklyn, en uno de estos sitios llenos de gente y foodtrucks y en los que de pronto está el tío que se inventa el cronut (mezcla de cruasán y donut) o el ramenburger, que es la hamburguesa con ramen frito al modo de masa o pan… Hay algo en mí que me llama a probar esa clase de cosas, aunque luego tampoco me fascinen. Pero el solo acto de probar algo nuevo me satisface. Y descubrir y conocer mundos diferentes a través de la comida me fascina.

XL. ¿A qué te refieres?

I. C. A que yo creo que mucha gente confunde un poco esta cosa foodie con ir de finolis y probar restaurantes consagrados. Para mí, en cambio, es la aventura de ir a un barrio en Nueva Jersey a probar unos dumplings de no sé qué. Es ir una hora en el metro y caminarte después dieciocho calles para llegar a un agujero donde una señora te pone en una caja de plástico cosas que te tienes que comer en la calle. Y ver a la señora cómo los hace y ver el ambiente es descubrir otros mundos a través de la comida.

XL. Da la sensación de que eres ese tipo de persona tan apasionada por la gastronomía que a alguien a quien aprecias le regalas antes unas buenas anchoas que cualquier otra cosa.

I. C. [Ríe]. Debo confesar que esta mañana le he regalado justamente a una persona un queso. ¿Qué mejor regalo? ¿Qué mejor regalo que una botella de champán o unas buenas anchoas? Tú llevas unos sobres de jamón al vacío ahí en tu maleta a Nueva York y a la gente la haces feliz.

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XL. ¿Recuerdas la primera comida que te impactó?

I. C. Sí, todo esto empieza conmigo metiendo el dedo en la masa de croquetas cruda de mi madre. Tendría cuatro años y no quería que mi madre las friera. No. Otra primera sensación fuerte es el olor de la naranja mezclada con el plátano y la galleta aplastada que me daban de niña, porque aún no existían los potitos.

«Al restaurante Topik de Barcelona hemos venido algunas veces con Laia Costa, porque en el último episodio ella va a Japón y yo quería que Adelf le explicara cuál es la relación del país con la comida y el ritual».

XL. ¿Y tu primer restaurante?

I. C. Eso ya fue posterior. Mi familia era más de ir al campo a hacer asado. Pero tengo que decir –y ahí, fíjate, se mezcla todo– que tuve un novio muy gourmet que, aunque lo nuestro no acabó muy bien, me dejó este regalo. Bueno… o maldición [ríe]. Pero me dejó ese amor por ir a lugares que no conoces con el fin de comer algo. Fue la primera persona con la que recorrí una gran distancia para ir a probar una comida.

XL. ¿Dónde fuisteis?

I. C. A Llivia, a 160 kilómetros de Barcelona, a conocer una pizzería que luego se hizo muy famosa. Y yo no podía parar de pensar: ¿estamos haciendo realmente 300 kilómetros para ir a comer una pizza? Claro, llegué y lo entendí todo: era una pizza con trufa blanca, que era la primera vez que la probaba, y todo era como muy impresionante. Te hablo de mis veintipocos. Antes de eso, casi nada. Pero ese viaje me hizo ver esto de: ojo, que el mundo tiene más color.

XL. ¿Y en tu casa quién cocinaba?

I. C. Siempre mi madre. Y sigue cocinando increíblemente bien. Hace un mar y montaña, esta cosa de las albóndigas con sepia, pollo con langostinos, impresionante. Cuando cocina algo que sabe que nos gusta en casa, nos lo trae en un tupper, porque mi madre, sí, es madre de tupper y, como todas, luego se queja de que nunca se los devolvemos [ríe].

XL. ¿Y es de las que solo dicen «te quiero» a través de la comida?

I. C. No, mi madre lo dice, pero la comida es también para ella muy importante en lo de expresar afecto. Es lo que decía de los regalos. La comida es algo tan primario vinculado a los sentidos, al olor, el gusto, la vista, el tacto, que es un modo más de expresarle a otra persona que te importa y, aun más que de hacérselo saber, de hacérselo sentir.

XL. ¿Y a ti te gusta cocinar?

I. C. Cosas fáciles, sí. Si hay una receta de dieciocho pasos y hay que hornear, mal plan. Yo el horno no lo controlo. Es un misterio insondable. Las recetas siempre son para hornos que no son el mío. Me quedan las cosas muy secas o muy crudas. Mal. Entonces soy más de sartén y paella.

XL. ¿Y participas en el diseño del catering del rodaje?

I. C. Sí, pero sin éxito. Siempre digo: «Por favor, ni ajo ni bacalao». ¿Qué hay el primer día? Bacalao al pilpil. Y todo el mundo: «Qué buena pinta tiene», y yo, conteniendo el grito… Porque, claro, tú misma puedes evitarlo, pero el ayudante de cámara, que trabaja muy cerca de mí, lo come y estoy yo oliendo el ajo y el bacalao, literalmente, dos días… Ante eso, te resignas o montas un pollo. Yo he optado por la resignación, que en un rodaje ya suele haber bastantes motivos para montar un pollo, y no añades uno si lo puedes evitar.

XL. ¿Y en el caso de Foodie love?

I. C. Se lo han currado para que hubiera cosas que a la gente le diera buen rollo para seguir trabajando. Y eso nos ha ayudado. Pero, como dice uno de los grandes actores europeos, Jean-Pierre Bacri, on s’adapte: uno se adapta. Es mi modo de vida. ¿Que hay bacalao al pilpil? Pues vas repartiendo mentas mientras intentas pensar en otra cosa. Pero desde aquí ya lo digo: por favor, ¿gambas al ajillo? No. ¿Bacalao al pilpil? No. ¿Conejo al ajillo? No hace falta. Si hay cosas muy buenas…

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Isabel Coixet con los dos protagonistas de la serie ‘Foodie love’, Laia Costa y Guillermo Pfening. Foto: Zoe Sala Coixet/HBO España

XL. Hablando de lo que hace o no falta, ¿el futuro será vegano? ¿Al ser humano del futuro le sorprenderá que comiésemos animales con tanta naturalidad?

I. C. Seguramente. Y tiene sentido. De alguna manera, todos, unos más, unos menos, estamos pensando en dejar de comer carne, que en mi caso no supondría un gran esfuerzo: me interesa bastante poco, y te diría que casi paso. Sí me costaría dejar el pescado, hay algo en él y en el marisco que me gusta.

«Estar enamorado es una extraña mezcla de niebla y luz, y no sé si es la mejor manera de estar en el mundo… O sí. Cada vez tengo menos certezas»

XL. En esto de lo que nos gusta está el dilema. Al menos en esta parte del mundo raramente comemos por hambre, alguna vez con hambre, pero casi siempre por placer.

I. C. Por placer, por consuelo… Y a veces es malo porque nos consolamos mucho. Pero también tiene que ver con el compartir. Pero está claro que, si hay que ir hacia allí, encontraremos modos de sacarle partido al nabo, que se le puede sacar, seguro.

XL. O, al modo astronauta, con la pastilla de las proteínas necesarias.

I. C. Uy, lo de la pastilla, no sé. Yo en plan futurista, no. El otro día probé, por ejemplo, un tartar de zanahoria con pipas y me encantó. Creo de verdad que cualquier cosa con inspiración puede ser buenísima.

XL. Quizá se necesite también de todos una mayor apertura, vivir nuestro cuerpo no como un templo, sino como un parque de atracciones, según decía el chef Anthony Bourdain, que tanto te gustaba.

I. C. Yo en este sentido he cambiado. Antes juzgaba mucho más a la gente. Como soy antigimnasio, el que iba al gimnasio era un tal… Ahora creo que cada uno encuentra su camino de vida y que, en cuanto juzgan el tuyo, te vuelves juzgador. Pero sí me da pena la gente que no disfruta comiendo o que dice que le da igual la comida. Pienso: claro, esa parte del parque de atracciones te la pierdes, el túnel del terror no te mola, ya, pero quizá sí la noria, ¿no? Y seguro que hay muchas partes de ese parque que yo me pierdo, eh. Por torpeza, por ignorancia, pero, bueno, admito que me las puedo perder.

XL. ¿Se puede ‘leer’ a una persona a partir de cómo se comporta en la mesa y en relación con la comida?

I. C. [Sonríe]. Claaaro… Y también por lo que tengan en la nevera. Hay muchas novelas en las que algunas personas, sobre todo mujeres, van al botiquín de una casa que visitan para ver qué tienen allí. O para robarles los somníferos, que también ocurre [ríe]. A mí, más que los botiquines, me gusta mirar las neveras. Sobre todo, las americanas; hay algo que siempre me choca. Como piden mucho que les lleven comida a casa, me fascina ver todo lo que guardan hasta que se pudre. Esa idea de que esos pad thai tailandeses que pediste hace una semana, el mes que viene, recalentándolos, quizá aún sirven…

XL. Tendrá que ver con la obsesión capitalista de rentabilizarlo todo y acumular cada céntimo invertido hasta que no haya más remedio que tirarlo.

I. C. Sí, sí. Y es una de las cosas de las que hay que ser cada vez más consciente, ¿no? De todo el desperdicio. Una de mis grandes metas es desperdiciar lo menos posible. Creo que en las nuevas generaciones hay una tendencia a ir al súper y aprovechar las ofertas del 2×1 porque las cosas están a punto de caducar. Creo que cada vez todos somos más conscientes de esto, porque lo que hacemos es una vergüenza. Y me incluyo.

XL. Hay otra frase que te gusta, la de John Waters: «Si vas a su casa y no tiene libros, no te lo folles». ¿Es extrapolable a la gastronomía, en plan: si en la mesa hace tal cosa…?

I. C. Pues yo una vez cené en casa de un escritor al que admiraba y, cuando vi lo que nos ponía, pensé: no voy a poder leer ningún otro libro suyo sin pensar en esta especie de carne seca y gris de hace dos días, sin un chorro de aceite, y en estas tres aceitunas que nos ha puesto. Eso arruinó para siempre mi experiencia como lectora, porque hay algo de ruindad en eso.

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XL. ¿A qué te refieres?

I. C. A que existe una cosa muy atávica de todos los pueblos de la tierra que es la de ofrecer, ¿no?, la de ser anfitrión. Y vas a sitios recónditos de África y, aunque tengan que pedir a los vecinos, las personas se esfuerzan en obsequiarte algo, y es muy bonito. Cuando ves que alguien te sirve carne seca y que tú le has llevado un vino especial, que incluso te ha costado una pasta, y en lugar de compartirlo en esa cena te sirve uno malo abierto hace tres días… Yo creo que ahí hay algo que… no sé… Ya te digo, no pude leer más a ese escritor. Sé que quieres que te diga quién es… [Risas].

XL. Desde luego.

I. C. Solo off the record… [más risas].

XL. Oye, ¿y expresa mayor capacidad de disfrute quien come sin prisas respecto de aquel que come casi como un trámite?

I. C. Sí, pero es que el ansia… A ver. Yo reconozco que muchas veces como con ansia, pero creo que al menos he logrado reconocerlo, aunque no sé si he llegado aún a poder pararme cuando lo percibo; igual sí alguna vez. Pero a ver, la manera de comer. En la serie, él le dice a ella: «Eres muy sexy cuando comes, y no hay mucha gente que lo sea». Y es verdad. En First dates –mi show de referencia–, me conmueve ver los esfuerzos que hacen los participantes por comer bien, que luego se les olvida, claro, y les queda ahí algo colgado. Y es conmovedor, todos lo hacemos, ¿no? Hay gente que es más torpe y otra menos. Pero somos así.

«Desde que tengo cinco años y oí la palabra ‘feminista’, me dije: ‘Yo soy feminista’. Pero me rechina el hembrismo»

XL. Otra frase, esta de Foodie love, dicha por Laia: «Me interesa más la comida que comer. No sé si me explico. Es decir, la comida es como los libros». ¿Cómo es esto?

I. C. Es que el personaje de Laia rechaza la falsa poesía y los falsos argumentos que muchos cocineros emiten. Y, claro, he construido los personajes con cosas mías. Mucho de lo que dicen lo he dicho o lo pienso. Y yo, cuando la literatura sobre la cocina eclipsa la esencia de un plato, siento un rechazo.

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Laia Costa y Guillermo Pfening es una secuencia de la serie ‘Foodie love’. Foto: Zoe Sala Coixet/HBO España

XL. Te has quedado pensando…

I. C. Sí, estamos en un momento en el que la narrativa no binaria es de la que más se habla, cosa que me parece genial, pero sé que me preguntarán por qué he hecho una serie con un hombre y una mujer. A ver: desde que tengo cinco años y oí la palabra ‘feminista’, me dije: «Yo soy feminista». No obstante, y al margen de esto, lo que me rechina siempre es el hembrismo. Quiero decir: en mí estaba la idea de hacer una historia de amor entre un hombre y una mujer, pero cambiando las cualidades que se cree que le corresponden a uno y a otra. Lo que se supone que una mujer no puede hacer, el personaje de Laia lo hace. Y lo que se supone que un hombre no puede sentir, él lo siente. Busqué, así, cruzar los estereotipos de lo que se supone que tiene que hacer, pensar, decir y sentir cada uno.

XL. Eso es muy nítido en la escena en la que ella le pregunta si él es más de culos o de tetas y él se queda cortado, y ella insiste en que ellas tienen dos cosas muy llamativas para mirar mientras que los hombres solo el culo, y que no entiende cómo no se habla del culo de los tíos el triple de lo que se habla del culo de ellas.

I. C. Claro, y acto seguido, ella le pide que vaya a la barra a por otro café. Y él dice: pero es que en cuanto me levante me vas a mirar el culo. Y ella le responde: bienvenido al club de ‘me estás mirando el culo’. Y esto ella lo hace mucho, y él intenta adaptarse. Es un hombre que reconoce y va reconociendo muchos de sus fallos e intenta aprender de ella. También quería enseñar esto.

XL. ¿Estar enamorado es el mejor modo de estar en el mundo, incluso cuando uno no sea correspondido?

I. C. No lo sé… [Ríe].

XL. Toda una cinematografía detrás de ti dice lo contrario.

I. C. Hombre, las cosas tienen más color, ¿no? Los perfiles de las cosas son más nítidos, pero a la vez tu visión del mundo es a veces más nebulosa. Es una mezcla extraña de niebla y de luz. Pero no sé si es la mejor, porque no sé qué es la mejor forma de estar en el mundo. Hoy diría que es ser consciente, sereno y un poco loco, y eso te lo da el estar enamorado. Pero creo… Cada vez tengo menos certezas.

XL. Hablando de certezas, ya has dejado muchas veces clara tu posición sobre lo que pasa en Cataluña. Pero ¿esperas que se desbloquee algo pronto?

I. C. Esperar… Una cosa es lo que me gustaría y otra lo que sucederá. Me temo, y ojalá me equivoque, que el desbloqueo pasa, primero, por un real deseo de desbloqueo. Y el independentismo, por mucho que se llene la boca diciendo que quiere diálogo, ha hecho lo imposible para crear un paisaje que lo hace inviable. Su consigna es «cuanto peor, mejor», la más perversa de las consignas, porque anula toda iniciativa para arreglar algo las cosas.

«El independentismo se llena la boca diciendo que quiere diálogo, pero ha hecho lo imposible para que sea inviable. Su consigna, la más perversa, es ‘cuanto peor, mejor'»

XL. ¿Tienes esperanzas de que se recupere al menos la normalidad?

I. C. Muy pocas. Todas las partes deberían tragarse algunos sapos. El Gobierno central ya se ha tragado algunos; quizá menos de los que debería. Torra y sus secuaces, ninguno. Cuando te has enrocado en un castillo cuyas piedras están hechas de victimismo, supremacismo y ansia de martirologio, no sales de ahí. He asistido al nacimiento de todo esto y he visto de cerca el adoctrinamiento y cómo se lo niega. Es para volverse loco, que es lo que el independentismo quiere contagiarnos a todos. Mi problema es justamente el contrario: una sobredosis de cordura.

XL. ¿Por dónde crees que deberían ir las soluciones?

I. C. Una que parecería viable es que la Generalitat aparcara, por poner una cifra, dos años el tema de la independencia y que ella y los ayuntamientos se dedicaran a gobernar, a ver qué hacemos con las pensiones, la sanidad, el urbanismo, la conservación de los espacios naturales, la calidad del aire, la educación, la emigración… Los temas que de verdad determinan nuestra vida de ciudadanos. Y luego, si han trabajado bien, pues ya se vería. Creo que todos, incluidos los procesistas, necesitamos una tregua.

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