Ahora que el cáncer amenaza con vencerlo definitivamente, el dueño de Apple se concentra en lo que más le importa: sus hijos y su mujer. Por Carlos Manuel Sánchez

Laurene Powell, una economista de Stanford que logró atisbar bajo el espíritu feroz de Steve Jobs al niño adoptado, confundido, que no tenía claro quiénes eran los suyos. Esta es su historia.

El hombre del jersey de cuello de cisne inclina la cabeza. Descontextualizado, es un gesto universal de rendición. Pero el contexto es tan hermoso… El contexto es una mujer de la que solo vemos la melena rubia, iluminada, el perfil a contraluz de su barbilla y los labios, que sonríen. Y la cabeza del hombre ya no capitula; descansa en buen puerto. Lo demás no importa.

Hay personas alrededor, pero no interfieren. Es imposible interferir en ese instante. Es un acto público. Una reunión mundial de desarrolladores de software en San Francisco. ¿Y qué? Una corriente de ternura imanta a esa pareja. Están solos lo que dura ese instante. Y, mientras dure, son indestructibles. La mejilla de la mujer es sanadora. Y la derrota del hombre no es más que aceptación.

La pareja se conoció en la universidad. «Pensé que, si esa fuera la última noche de mi vida, querría pasarla con ella»

La derrota estaba cantada desde hace tiempo. Ocho años. Steve Jobs llevaba desde octubre de 2003 luchando contra un cáncer de páncreas. «Mi médico me recomendó entonces que volviera a casa y pusieron orden en mis asuntos, lo que significa. prepárate para morir. Significa que debes decirles a tus hijos, en unos pocos meses, todo lo que planeabas decirles en diez años. Significa que te asegures de dejarlo todo listo porque debes despedirte». Pero Jobs no estaba dispuesto a rendirse. Es una persona de espíritu feroz. Lo saben bien sus empleados de Apple y sus competidores. Y tan orgulloso como para pretender curarse un cáncer haciendo dieta, despreciando el potencial del enemigo, como intentó al principio. «Steve es Steve. Puede ser muy tozudo», se lamentaba un miembro de su consejo de administración. Costó Dios y ayuda que se sometiera a una cirugía y, luego, a un trasplante. Entretanto siguió alumbrando maravillas: iPhone, iPad, iCloud Finalmente, este agosto pasado, a los 56 años, llegó la hora de poner en orden sus asuntos. Dimitió como presidente ejecutivo de Apple. Se refugió en su familia.

Porque es un hombre de familia, cuya privacidad ha defendido como un caballero templario. Y Laurene Powell Jobs, su mujer, es la guardiana del castillo. Solo ella supo serenar al soñador con tendencia a desquiciarse. Vio más allá de las filias y fobias que despertaba. Y no le pareció ni un iluminado ni un déspota. Porque Laurene percibió al niño adoptado, confundido, que no tenía claro quiénes eran los suyos hasta que ella apareció en su vida.

Se conocieron en la universidad de Stanford. Jobs había sido invitado a dar una conferencia y se fijó en aquella estudiante de sonrisa contagiosa que lo escuchaba concentradísima. Intercambiaron teléfonos, pero él tenía una cena de negocios y se despidieron al salir de clase con el vago compromiso de quedar en otra ocasión. Unos minutos más tarde, Jobs se lo pensó mejor. «Estaba en el aparcamiento, con la llave del coche en el contacto, y pensé que si esta fuera la última noche de mi vida preferiría mil veces pasarla con esta mujer que en una reunión de negocios. Así que salí del coche, crucé corriendo el aparcamiento y le pregunté si quería cenar conmigo. Dijo que sí, fuimos paseando hasta el centro y hemos estado juntos desde entonces», recordó.

Llevan casados más de 20 años. La boda fue una ceremonia budista presidida por el monje zen Kobun Chino Otogawa, gurú personal de Jobs, que en su juventud y después de acabar de mala manera en la universidad (no duró ni un semestre) viajó por la India buscando iluminación espiritual. Jobs reconoció que unas veces la encontró en la religión y otras en el ácido lisérgico. Laurene, que ha cumplido 47, es diez años más joven que él. Pero le aportó la pizca de sentido común que le faltaba al visionario. Por ejemplo, que incluyese el pescado en una dieta vegetariana tan estricta que llegó a alimentarse solo de zanahorias.

Laurene es una economista brillante. Estudió dos carreras y un máster. Trabajó como analista de inversiones para Merrill Lynch y Goldman Sachs. Nunca ha querido vivir a la sombra de su marido. Montó una empresa de alimentación enfocada a la agricultura biológica y pertenece a la dirección de Achieva, una organización que proporciona becas a alumnos sin recursos. Es una defensora de la ley Dream, un proyecto que pretende otorgar la ciudadanía a estudiantes sin papeles que hayan llegado con sus padres a EE.UU. siendo menores de edad. «Son alumnos brillantes. Científicos, escritores, enfermeras y artistas en potencia, y nuestra sociedad no puede permitirse renunciar a su talento», razona. Laurene también colabora con varias organizaciones benéficas, pero la filantropía no es algo que haya conseguido imbuir en Jobs, que no destina ni un dólar a proyectos sociales. Según antiguos empleados, considera estos gastos «una distracción» de dudosa eficacia. El contraste con Bill y Melinda Gates, volcados en su fundación, es notable. Las únicas donaciones que se le conocen son al Partido Demócrata.

Para Jobs, multimillonario desde los 25 y con una fortuna estimada en 5500 millones de dólares, el dinero nunca ha sido una motivación. Dormía en un colchón tirado en el suelo en una mansión que no amuebló. Llegó a trabajar en Apple por un salario anual de un dólar (aunque sus acciones le reportaban 44 millones). «Tanto dinero me causa hilaridad. Es la cosa menos valiosa de mi vida», dijo. Es alérgico a la ostentación. Y la residencia familiar de Palo Alto (California) es un templo del minimalismo. Tuvo un apartamento en Nueva York antes de conocer a Laurene que, básicamente, utilizó de picadero. Jobs tuvo su época de conquistador. Entre sus parejas, la cantante Joan Baez y la actriz Diane Keaton.

Laurene y Jobs tienen tres hijos. Reed Paul (20 años), Erin Sienna (16) y Eve (14). Han sido su consuelo en los momentos sombríos. Desayunar con ellos en el porche o conversar mientras el sol de la tarde calienta su rostro, su último placer. Conserva hasta el final su sentido de humor. Como en 2008, cuando la cadena Bloomberg publicó por error su obituario. «Los rumores sobre mi muerte son muy exagerados», bromeó, citando a Mark Twain. Destellos del gamberro que llamó una vez al Papa con un teléfono pirateado. «Quiero ser un buen padre. Es a lo único a lo que aspiro. Me gustaría ser tan bueno para ellos como fue mi padre conmigo. Pienso en ello cada día de mi vida», confesó. Cuando Jobs habla de su padre, se refiere a su padre adoptivo, al que idolatraba. Fue dado en adopción al nacer y criado por un matrimonio de Silicon Valley: Paul Jobs era maquinista en una fábrica; Clara, contable. Ambos han fallecido ya. Jobs fundó Apple con su amigo Stephen Wozniak en el garaje de la casa familiar. El padre, un manitas, los ayudaba a soldar los prototipos del primer Macintosh.

Su familia biológica es otro cantar. Steve Jobs es hijo de Abdulfattah John Jandali, un ciudadano sirio, y de Joanne Simpson. Estudiaban en la universidad. Ella se quedó embarazada y, presionados por el padre de Joanne, decidieron dar al bebé en adopción. Sin embargo, meses más tarde se casaron y tuvieron una niña, Mona Simpson, que hoy es una escritora famosa. Esta vez decidieron quedarse con su hija, pero Jandali abandonó a su familia al cabo de cuatro años. Jobs conoció la historia siendo ya adulto. Había contratado a un detective para que buscara a sus padres biológicos. El impacto fue demoledor. Jobs recuperó el trato con su madre y mantiene una relación estrecha con su hermana, que escribió una novela inspirándose en él. «Nos llamamos por teléfono cada dos o tres días y es una de las mejores amigas que tengo en el mundo». Pero con su padre fue inflexible. «No quiso saber nada». Jandali, a sus 80 años, le pidió perdón a través de la prensa hace unas semanas. «Tengo la sensación de que el tiempo se acaba. Aunque solo nos pudiéramos ver para tomar un café, eso me haría muy feliz. Pero Steve no contesta mis correos».

Paradójicamente, el propio Jobs vivió una situación parecida en la universidad. Tuvo un romance con Chris-Ann Brennan, a la que dejó embarazada de una niña, Lisa. Pero se negó a reconocerla, creyendo que no era suya. La madre lo demandó y Jobs juró ante un tribunal que él era estéril y se negó a pagar la pensión. Lisa fue criada con ayudas estatales para madres solteras hasta que Jobs se sometió a una prueba de ADN que confirmó su paternidad. La niña ya tenía siete años. Desde entonces pasó largas temporadas con su padre. Hoy tiene 33 y es escritora. «Recuerdo a mi padre conduciendo, muy callado. Yo me sentía segura con él. Siempre he lamentado el momento de bajarme del coche». Jobs bautizó a uno de sus ordenadores con su nombre. Pero Lisa costaba 10.000 dólares y fue un fiasco.

«Jobs siempre aspiró a ser inmortal, se vio a sí mismo como Ghandi o Luther King, y se encomendó a la inmortalidad de las máquinas», escribió un biógrafo. Pero no hay nada más perecedero que una máquina. Su legado quizá sea su desbordante capacidad de sorprenderse a sí mismo y a los demás. «La muerte es el mejor invento de la vida. Desde los 17 años, cuando me miro al espejo, me pregunto si lo que voy a hacer hoy lo haría si fuese el último día de mi vida».

LOS DIEZ MANDAMIENTOS DEL ÉXITO, SEGÚN STEVE JOBS

El genio de este visionario radica ante todo en la gestión del proceso creativo. estas son las normas por las que se rige.

1. Mantener equipos de trabajo reducidos. En los inicios de Macintosh, la plantilla de empleados era de cien personas, ni una más ni una menos. Si era necesario contratar a un nuevo empleado, antes se despedía a otra persona, para que el número siguiera siendo el mismo exacto. Jobs estaba convencido de que tan solo podía acordarse de los nombres de pila de cien personas.

2. Usar la zanahoria antes que el palo.Jobs a veces puede dar miedo, pero su carisma personal es lo que de verdad motiva a sus empleados. Su entusiasmo contagioso fue la razón por la que el personal que diseñó el primer Mac se pasó tres años seguidos trabajando 90 horas a la semana, lo que redundó en un ordenador demencialmente bueno

3. Crear prototipos de todas las cosas.Todo cuanto Jobs saca al mercado viene precedido por una exhaustiva sucesión de prototipos. el hardware, el software, las mismas tiendas de Apple Los diseñadores y arquitectos se pasaron un año entero construyendo en secreto el prototipo de la tienda ideal en el interior de un hangar situado cerca de la sede de Apple. Jobs, al final, desechó su propuesta y ordenó que volvieran a empezar de cero.

4. Guardar los secretos.En Apple, nadie habla. Todas las labores se ejecutan de forma compartimentada, para que nadie sepa más de lo que es estrictamente necesario. Este secretismo provoca que exista un interés entusiasta por sus sorprendentes presentaciones de producto, lo que a su vez permite acaparar los titulares de los periódicos.

5. Abstenerse de realizar estudios de mercado.Es famosa la frase de Jobs. La gente no sabe lo que quiere hasta que uno se lo muestra . Él mismo se encarga de realizar sus personales estudios de mercado. se lleva los prototipos a casa y los pone a prueba durante meses seguidos

6. Investigar de forma permanente.A la hora de diseñar los folletos comerciales de Apple, Jobs estudió en detalle el uso que Sony hacía de los tipos de letra, la maquetación y el papel con un peso determinado. Cuando llegó el momento de diseñar la caja de cartón para el primer Mac, estuvo paseando por el aparcamiento de Apple fijándose con atención en las carrocerías de los automóviles alemanes e italianos.

7. Tomar decisiones sin vuelta atrás.Jobs está tan orgulloso de los productos que ha descartado como de los que ha lanzado al mercado. Durante un tiempo trabajó con ahínco en el desarrollo de una clon del Palm Pilot, proyecto que acabó por cancelar cuando comprendió que los teléfonos móviles iban a imponerse a los ordenadores de bolsillo. Esto permitió a sus empleados disponer de tiempo para desarrollar el iPod.

8. Buscar la perfección.Jobs presta meticulosa atención al detalle. La víspera del lanzamiento del primer iPod, los empleados del staff se pasaron la noche entera sustituyendo las clavijas de los auriculares porque Jobs consideraba que no hacían clic de la forma precisa y deseable.

9. Fichar a los mejores. Esa es siempre su consigna. Por eso contrató al arquitecto I. M. Pei para que diseñara el logotipo de NeXT y reclutó a Mickey Drexler, de Gap, para que formara parte del consejo de administración de Apple con vistas al lanzamiento de la cadena de tiendas de la compañía.

10. Simplificar.La filosofía del diseño que tiene Jobs se basa en la constante simplificación. En su momento ordenó a los diseñadores del iPod que eliminaran todos los botones y las teclas de los primeros prototipos. Los diseñadores se quejaron, pero luego crearon la tan icónica función de desplazamiento.

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