Para muchos es el escritor cubano vivo más importante. Y, desde luego, el más vendido. Crítico con el régimen y enamorado de su país, nadie mejor que él para radiografiarnos, con tanta sabiduría como humor, la situación actual de la isla, de la que siempre se negó a marcharse. Por

Leonardo Padura vive en la casa donde vivieron sus padres y sus abuelos. Un símbolo claro de su apego por la tierra que lo vio nacer. Porque sin Cuba, no es nadie. Autor de El hombre que amaba a los perros, demoledora y exitosa novela -150.000 ejemplares y traducida a 22 idiomas- sobre Trotsky, su asesino, Stalin y la Cuba revolucionaria, y de la saga del detective Mario Conde, álter ego con el que lleva 25 años diseccionando las entrañas de su país, Padura nunca abandonó la isla caribeña. Allí nació, cuatro años antes de la victoria de Fidel Castro, bajo cuyos designios ha vivido toda su vida. De niño jugó sin cesar al béisbol sin prestar mucha atención al colegio y a la lectura. De adolescente cortó caña de azúcar con fervor patriótico hasta perder la piel de sus manos. En la Universidad estudió Literatura en un campus al que, por primera vez, negros y pobres tenían acceso libre. Antes de cumplir los 30, como periodista, cubrió las andanzas de las tropas cubanas en la guerra de Angola. Y ya, por fin, bien entrados los años ochenta se hizo escritor. Entonces, cuando miles de cubanos huían acuciados por el hambre, él se quedó para escribir sobre su país. Es lo que ha hecho desde entonces, hasta convertirse en el mayor escritor vivo de Cuba. De visita en España para lanzar Regreso a Ítaca (Tusquets Editores), guion novelado de la película dirigida por Laurent Cantet, hablamos con él sobre Cuba. Es decir, su infancia, su obra, la Revolución

XLSemanal. Todo escritor se debate entre lo que quiere y lo que puede escribir, pero en Cuba hay un componente político evidente. ¿Ha escrito siempre lo que ha querido?

Leonardo Padura. Siempre. Trato de ser lo más libre que puedo. Hay unos límites, claro, y trato de llevarlos al extremo. En todo caso, tengo una enorme ventaja y es que todas mis novelas, desde hace 20 años, se editan primero en España y luego en Cuba, sin cambiar una coma.

XL. Pero sí que lo han censurado. En 2015, la película Regreso a Ítaca fue vetada en el Festival de La Habana

L.P. El problema era con el guion; es decir, conmigo, porque yo lo escribí. Así que, sí, hay censura. Ahora bien, nada que ver con la de los años sesenta y setenta. Entonces ni se nos hubiera ocurrido pensar en una película como esa.

XL. ¿Cuáles son los límites ahora?

L.P. Puedes escribir lo que te dé la gana. Los límites no están en la creación, sino en la distribución. Las editoriales son del Estado y, claro, publican lo que les da la gana.

XL. Criticar a los Castro, por ejemplo, ¿trae problemas?

L.P. Las novelas que conozco que van por ahí son de escritores que no están en Cuba. Son novelas muy malas. Yo creo que puedes acabar creando un alegato, pero tus intenciones deben ser literarias. El escritor que no se lo toma así está perdido, pervierte su literatura.

XL. En El hombre que amaba a los perros, su gran crítica al totalitarismo, la política lo impregna todo

L.P. Cierto, pero es que con personajes como Trotsky y Ramón Mercader es imposible que la política no esté ahí. Yo toco la política porque el tema me lo exige.

«Yo quería escribir sobre la perversión de la utopía. Y Stalin es la personalización de cómo y por qué se pervirtió»

XL. La figura de Stalin es clave en la novela. Escribir sobre sus crímenes ¿era una necesidad insatisfecha?

L.P. Sí y no. Yo quería escribir sobre la perversión de la utopía. Y Stalin es la personalización de cómo y por qué se pervirtió. La primera persona que expresa una crítica a ese proceso fue Trotsky y por ahí va la novela. Aunque el origen de todo fue descubrir que Mercader había vivido en Cuba entre el 74 y el 78. Imagínate, con 19 años, ¡pude habérmelo cruzado en la playa! Eso fue lo que me llevó a escribirla.

XL. Los crímenes de Stalin se conocían desde hace décadas, pero la URSS siguió siendo un referente para muchos. ¿Cómo se veía esto desde Cuba?

L.P. Aquí se conocían, pero nadie hablaba de ello. Por cierto, en el último Congreso del Partido, Raúl se refirió con desdén a los nostálgicos de los tiempos soviéticos. ¡Raúl Castro! Es decir, en el Partido hay nostálgicos de aquello.

XL. Tras la visita de Obama, el Partido cerró filas…

L.P. Puede ser, pero es que el Gobierno cubano tiene razón cuando insiste en que bloquear y embargar a otro país no permite establecer relaciones normales. Es una verdad como un templo. La relación entre Cuba y Estados Unidos desde 1898 siempre fue traumática. ¿Tú te imaginas que en la Constitución Española se incluya un artículo que permita a Francia intervenir cuando quiera? Pues eso pasó en Cuba.

XL. ¿Se sigue con atención desde Cuba la carrera presidencial a la Casa Blanca?

L.P. La alta política norteamericana es un tema doméstico en Cuba. Siempre. Y más ahora con este proceso abierto.

XL. Donald Trump dijo que aprobaba la apertura de Obama hacia Cuba, pero criticó su visita

L.P. Poner en su justo lugar el pensamiento de Trump es difícil. Quizá todo lo que dice sea payasería y pose y, si es presidente, todo sea diferente, pero su escalada muestra un desgaste peligroso de la democracia.

XL. Cuando se habla de Cuba, se tiende a verlo todo negro o blanco. ¿Ocurre igual dentro de la isla?

L.P. En Cuba hay posiciones enfrentadas, pero todos, al final, vivimos la realidad cada día. Ese problema es exterior. Durante años han imperado dos visiones extremas: la izquierda que ve el paraíso socialista y la extrema derecha que ve el infierno comunista. Nadie con sentido común puede creer que la realidad responde a una de estas dos visiones.

XL. Desde posiciones equidistantes, las críticas se centran en cuestiones de derechos humanos y de libertades

L.P. En Cuba, por supuesto, ocurren cosas que no deberían ocurrir, pero también hemos tenido oportunidades y ventajas que no encuentras en otros países de América Latina, nuestro referente histórico, geográfico, social y económico. Piensa en ecuatorianos, salvadoreños, bolivianos quienes van a España y Estados Unidos cuidan viejitos, trabajan en bares, construcción, en el campo, algunos acaban ens o el narcotráfico, porque salen con un nivel muy bajo de formación. Los cubanos son médicos, informáticos, diseñadores, ingenieros y piensas. ¡Qué país más bueno que exporta gente tan preparada! .

XL. Eso también es un síntoma de su fracaso como país. Educar a la gente y no poder aprovecharla

L.P. Sí, y es terrible que dejemos marchar todo ese talento. Pero bueno, a España le sucede que se le van ingenieros, médicos, técnicos Eso también es un fracaso.

XL. Dijo hace meses, cuando le preguntaron por el futuro de Cuba, que no es sociólogo ni politólogo ni mucho menos adivino. ¿De verdad no tiene una ligera idea?

L.P. ¡Muy ligera! [Se ríe]. Podría añadir que tampoco soy economista ni futurólogo. A ver, no sé si los cubanos conseguirán algún día vivir dignamente de sus salarios. Eso sería el avance. Y tampoco creo que se anule la libertad de comerciar, viajar, tener teléfono, carro

XL. Usted pertenece a la generación que nació con la Revolución. ¿Cómo los marcó?

L.P. Fuimos la generación que nunca se concretó. Es decir, fuimos todos a la universidad; no importaba si tenías dinero, si eras blanco o negro, pero entonces llegó el año noventa y todos los sueños se frustraron. Vino una diáspora masiva y quienes se quedaron lo hicieron en condiciones muy difíciles. Esa es la materia sobre la cual escribo.

XL. La política determinó sus vidas, pero la participación real, de aportar, debatir y decidir les fue castrada

L.P. Sí, y fue una generación que creyó y participó. Tampoco te quedaba más remedio, claro [se ríe]. Sonará a disparate, pero somos la generación que nunca tendrá presidenciables.

XL. ¿Perdón?

L.P. En Cuba solo hemos conocido dos presidentes: Fidel y Raúl. Pues ahora se va a aprobar una ley que si tienes más de 60 ya no puedes entrar en las estructuras superiores del Estado. Y, si estás dentro, te retiras con 70. Es decir, ya nunca podré ser presidente de Cuba [se ríe].

XL. Raúl Castro cumple 85 este junio. Deberá jubilarse…

L.P. Bueno, ha dicho que acaba su mandato en 2018. Si él lo ha dicho, supongo que lo hará. Al fin y al cabo es quien ha impulsado los cambios. Afirma que la economía es la asignatura pendiente y reconoce que los cubanos no consiguen vivir dignamente de sus salarios. Aunque eso es así desde la caída de la URSS.

XL. Quienes se quedaron, muchos lo hicieron esperando tiempos mejores. Tras 57 años, ¿es hoy el momento en que más esperanzas flotan en el ambiente?

L.P. Sí, las hay. No podemos creer, por supuesto, que llegan los americanos y todo se arregla. Es ingenuo y peligroso. En Cuba ya es visible la desintegración, de igualdad hacia abajo, en la pobreza, y han surgido barrios en la periferia de La Habana donde se vive en condiciones paupérrimas.

XL. Ese es el paisaje habitual de las grandes ciudades de América Latina, desde el norte de México a la Patagonia…

L.P. Así es. Porque en Cuba la esperanza de salir de la pobreza no la tienen todos. Los que montan negocios son blancos en su mayoría; y los que viven en los lugares desfavorecidos son negros. De todas maneras, esta situación está generando posibilidades que la gente nunca tuvo de emprender y que todos intentan aprovechar.

XL. ¿Se podría decir que sus novelas son armas de indagación sobre la condición humana y la sociedad?

L.P. Sí. Soy un escritor absolutamente social. Escribo para hablar de una sociedad y, cuando me voy a otras geografías, épocas o culturas, siempre regreso. Siento una responsabilidad con Cuba y la cumplo como escritor.

XL. Abordó, por ejemplo, el mundo marginal de los homosexuales en la Cuba revolucionaria en Máscaras y nunca ha dejado de hacerlo. Y de un modo crítico

L.P. Es que fue una cosa terrible. Ser homosexual en Cuba era peligroso. Porque en la Revolución una debilidad sexual se consideraba una debilidad política. En los setenta, de hecho, fueron marginados del mundo cultural. Fue lo que se llamó el ‘proceso de parametración’. Los que no cumplían determinados parámetros eran separados y se dijo públicamente que un homosexual no podía ser un representante de la cultura cubana. Afortunadamente, ya se hacen desfiles del orgullo gay y del Día de la Tolerancia.

XL. La juventud cubana ¿se parece más de lo que la gente piensa a la de otros países?

L.P. Sí, muchos de los jóvenes viven con la misma estética, el mismo pensamiento y las mismas preocupaciones que los de otras partes del mundo. Ya se habla en la televisión del consumo de drogas. Mi generación fue tan ajena a las drogas que yo vi por primera vez a una persona fumar marihuana con 34 años. Y en España. Era algo ajeno a nosotros.

XL. ¿Qué era para ustedes, en un país socialista, el futuro?

L.P. El futuro era, primero, una casita en uno de los nuevos barrios obreros; después, si te consideraban mucho en el trabajo, un automóvil, un Moskvitch soviético; y lo tercero, viajar a la URSS, RDA, Checoslovaquia , aunque el premio mayor era España, Canadá o México. Nadie pensaba en hacerse rico y tener varias casas ni automóviles.

XL. A usted, como a todos los de su generación, le tocaría cortar caña, ¿no?

L.P. Claro, ya con 15 años tuve que ir. Se me quedó la mano en carne viva y no podía soltar el machete; si lo hacía, no lo agarraba de nuevo. Alguien nos dijo que el ácido úrico ayuda a cauterizar las heridas, así que nos orinábamos las manos. Trabajábamos diez horas, era todo una emulación socialista, una cuestión nacional; el modo de salir del subdesarrollo.

XL. También fueron la generación que combatió en la guerra de Angola. ¿Anduvo por allí?

L.P. Sí, sí, y como yo, todos, aunque tuve suerte y fui como periodista, no como militar, pero pasé un año entero. Otros se fueron a alfabetizar a la montaña, por el oriente de Cuba; por eso te digo que fue una generación que participó, creyó, trabajó, soñó con el futuro y de pronto

XL. Y de pronto, en los noventa, se quedan sin nada

L.P. Bueno, nos quedamos con una bicicleta china que pesaba no sé cuántas libras [se ríe]. Lucía, mi esposa, y yo hacíamos 30 kilómetros cada día, al ir y volver del trabajo, con el calor y la lluvia, para ganar una miseria. Pero resistimos.

XL. Y pasó hambre, supongo, como todo el mundo

L.P. ¿Hambre? ¿Has probado el picadillo de cáscara de naranjas? Pues se hervía la cáscara, se molía, se le ponía una sazón como la de la carne molida y a la candela. ¡Nos parecía una maravilla! [Se ríe]. Las naranjas, eso sí, las cogíamos de donde aparecían y con el dinero comprábamos ron. De mis amigos cercanos la mayoría se alcoholizó. Era el modo de sobrellevar la realidad.

XL. Eso o huir, ya que fue la época del mayor éxodo

L.P. Entre irse y quedarse, yo creo que la opción más cómoda era, sin duda, quedarse. El exilio no es fácil y piensa, además, que la gente se jugaba la vida; muchos murieron en el mar. Yo me quedé para escribir.

XL. De niño, ¿a quién leyó?

L.P. A nadie. Hasta los 18 jugué béisbol. Iba poco a clase, prefería andar con todos los mataperros del barrio mío.

XL. Y cuando empezó a leer, ¿a quién leyó?

L.P. Verne, Salgari , aunque la primera gran conmoción fue El conde de Montecristo. Yo escribía como un burro, con faltas de ortografía, hasta que entendí que había que leer. Lo primero que leí con ese espíritu fue La Iliada y seguí, seguí

XL. Tenía cuatro años cuando triunfó la Revolución. ¿Guarda algún recuerdito?

L.P. Los primeros son de lo de playa Girón. Aunque, en mi caso, la Revolución se había hecho en casa. Mi padre era masón y mi madre, católica; y esa mezcla me dio una visión humanista del mundo. Me crie sin prejuicios, y eso me dio un sentido de la igualdad.

XL. ¿Cómo vivieron el cambio sus padres?

L.P. Como la mayoría en esa época, mi padre simpatizó porque había vivido dos dictaduras -la de Machado y la de Batista- muy sangrientas. El mismo año 59 vendió el negocio y se convirtió en chófer de ómnibus, y lo fue el resto de su vida con absoluta dignidad. Recuerdo el refrán que decía mi abuelo. El que nace burro, si adelanta mucho, muere caballo . Y mi padre murió caballo [se ríe].


 

PRIVADÍSIMO

1 Nació el 9 de octubre de 1955, en La Habana. En su casa no había libros, sus padres tenían un bajo nivel cultural.

2 Su padre era propietario de un pequeño comercio, que vendió en 1959. De esa posición de una pequeña burguesía media pasamos a ser absolutamente proletarios .

3 Le hubiera gustado convertirse en jugador de béisbol profesional hasta que se dio cuenta de que no tenía suficiente fuerza como para ser un buen bateador .

4 Empezó a escribir cuentos en la universidad, ante todo, por un espíritu de competencia. si sus compañeros escribían, ¿por qué no iba a hacerlo también él?

5 En 2015 recibió el Premio Princesa de Asturias de las Letras. Recibió también, entre otras distinciones, la Orden de las Artes y las Letras de Francia.

 

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