Con su cara de buen chico, este colombiano de Medellín es un auténtico Rey midas del pop latino. Ha vendido más de 50 millones de discos, cantando exclusivamente en castellano. Un auténtico hito: el 15 de julio arranca en Gijón su gira española. Antes habló en exclusiva con «XLSemanal» sobre el amor, su infancia, la familia, el éxito, la política y la importancia de decir siempre la verdad. Por Fernando Goitia

En pleno Times Square, el lugar más agitado de Nueva York, Juan Esteban Aristizábal Juanes para los amigos y, cada día, para más millones de fans pasa inadvertido mientras posa como un turista más. Es extraño porque, horas más tarde, cerca de 20.000 personas llenan el Madison Square Garden para escuchar sus canciones, algo de lo que pocos artistas, sobre todo si cantan en español, pueden presumir. No importa que sus discos se vendan a millones; que sus canciones se descarguen por torrentes en Internet; que los locales de sus conciertos como los nueve de su gira española P.A.R.C.E. Tour-Ron Brugal, a partir del 15 de julio se queden pequeños; que sus iniciativas sociales movilicen a miles de personas y que hasta el presidente Obama fan declarado de Juanes le abra las puertas de la Casa Blanca. A sus 38 años, Juanes accede sin rechistar a las peticiones del fotógrafo. Tumbado en un diván de una habitación de hotel con vistas a Manhattan, el cantante habla sin ambages de sus opiniones políticas, de su pasado al frente de una influyente banda colombiana de trash metal, de sus hijos e incluso de su mujer.

XLSemanal. Ya que está ahí tumbado, ¿me daría un consejo para sobrellevar el peso de la fama? ¿Psicoanálisis quizá?

Juanes. [Se ríe] Lo fundamental es saber quién eres, adónde vas y por qué estás aquí. Si alcanzas ese estado, todo lo demás se lleva bien. En esta vaina un día estás arriba y otro, abajo; un día te aman, al siguiente te odian; si te dejas llevar es como: ‘¡Buaa!, ¿quién soy yo?’. Antes de conectar con el público, las discográficas o los críticos has de conectar contigo mismo. Si llegas a esto por fama y dinero, el éxito, si lo consigues, que eso es muy duro, hermano, te durará muy poquito y es probable que luego caigas muy abajo.

XL. Se lo preguntaba porque a usted, que no ha cumplido todavía los 40, ya le han levantado una estatua en su pueblo. Seguro que si se presenta a alcalde lo eligen, ¿no?

J. ¡Uf! Ni hablar, hermano. Lo mío es la música. Aunque a muchos les pueda extrañar, porque he apoyado algunas causas, a mí no me gusta nada la política. Divide más que une. Con esto de la estatua me siento muy raro. Estatuas tienen los héroes, los próceres, ¡pero yo! A veces pienso en lo que diría mi papá si estuviera vivo y me viera ahí plantado en medio de su pueblo.

XL. ¿Qué pensaría su padre?

J. No le gustaría nada; que me traten como un héroe lo habría molestado. Me siento incómodo, creo que deberían quitarla, pero bueno, sé que es un reflejo del cariño de mis paisanos y no quiero parecer desagradecido. Carolina, de todos modos, es un lugar muy especial para mí. Allí nacieron mis papás y mi hermano mayor y fue un lugar fundamental en mi infancia. Salíamos del colegio en Medellín y nos íbamos directos al pueblo: fines de semana, vacaciones… Mi papá tenía un rancho y me lo pasaba en grande con los caballos y el ganado.

XL. ¿En su casa se hablaba de política?

J. Muy poquito. Hoy hablamos más, pero evitamos que nos separe. Hace tres años, recuerdo, cuando organicé los Conciertos Paz sin Fronteras, estábamos todos sentados a la mesa comiendo y, cuando vi que no tenía cómo ponerme de acuerdo con mi mamá y con mis hermanos, me levanté. La política separa, te enojas con personas a las que amas; implica confrontación, no se respeta al que piensa diferente; si no nos respetamos, nunca construiremos algo juntos. Y ya ni te digo cuánta gente se mata por cuestiones políticas. Evito tratar esos temas con la familia, los amigos y en general, pues…

XL. Paquito D»Rivera, saxofonista y clarinetista cubano, dijo hace poco: «Los músicos son unos pendejos. No cambiarán nada. Nunca hemos sido famosos por rebelarnos».

J. Ya sé que la música no va a cambiar tu forma de pensar, que un concierto no cambia nada, pero es que la idea de Paz sin Fronteras no era esa. Solo quise hacer un gesto de paz con la música como canal, llamar la atención sobre la necesidad de tejer lazos de unión. El concierto de Cucutá no dio problemas, ya que todos estaban de acuerdo. en una zona fronteriza entre Colombia y Venezuela juntarnos miles de personas para cantar y celebrar que es mejor estar unidos. Pero es que lo de Cuba era la misma idea, ir a tocar a un lugar que lleva décadas aislado por culpa de la ideología y crear un puente con la gente joven cubana por la paz y la libertad. Recibí amenazas, insultos, fueron momentos muy raros, pero creo que la paz es una lucha que merece la pena.

XL. Llegó usted a decir que Hugo Chávez sería un buen mediador para la paz en Colombia. ¿Sigue pensando igual? Hay quién le atribuye lazos muy fuertes con el narcotráfico…

J. ¡Uuuff! No sé, hermano. Eso lo dije hace ya unos años. Creo que el conflicto colombiano es cosa de los colombianos. Cuantas menos injerencias externas haya, mejor. He visto intenciones políticas ocultas de por medio [silencio]. La verdad es que no me gusta mucho hablar de este señor. No me siento a gusto con el espíritu y las ideas de su gobierno.

XL. A usted lo han acusado de usar el activismo como arma publicitaria…

J. Sí, bueno, ya nadie cree que hagas las cosas porque te salen de dentro. Desde luego, cada vez es más difícil distinguir quién es honesto y quién no. A veces uno se equivoca, pero yo todo lo que hago es por convicción personal. Me meto en lo que me hace sentirme bien, ayudo cuando veo posible marcar una diferencia, por pequeña que sea.

XL. ¿Es de los que toman té con primeras damas y así?

J. No, tanto como eso, no [se ríe]. He conocido a mucha gente, pero más que a líderes y presidentes he tratado con las personas que viven los problemas directamente.

XL. Pues visitó hace poco a Obama…

J. Sí, sí, pero no es habitual. Dijo que era fan mío. Estuvo muy cordial, hablamos de música, de los inmigrantes latinos, de la situación de las minas antipersona en Colombia [Juanes creó en 1999 la Fundación Mi Sangre, que ayuda a personas mutiladas por estos artefactos], le regalé un par de mochilas y él me regaló su primer libro [Los sueños de mi padre. Una historia de raza y herencia] autografiado. Estuvo bien chévere.

XL. Los anglosajones, por cierto, lo llaman a usted el príncipe del pop latino

J. El príncipe del pop [suelta una carcajada], no, no, ese es Justin Bieber Ah, no, del pop latino. ¡Puta! No me libro, no. Esto es como lo de la estatua, una exageración. Se sobredimensionan las cosas, es el marketing.

XL. Como artista cuida mucho su carrera, pero ¿ha descuidado en algún momento su vida personal?

J. Estos diez últimos años han sido duros, satisfactorios, sí, pero de mucho trabajo. Entre 2000 y 2007 estuve sin descansar y, hermano, ¡nunca más!, ya no sabes ni dónde estás, ni quién sos ni qué dices; te pierdes y no debes esperar a que eso llegue. El equilibrio es básico. Hoy, si pasara demasiado tiempo sin ver a mis hijos, me pegaría un tiro, me volvería loco, prefiero renunciar; pero si estoy todo el día en casa sin poder grabar y sin actuar tampoco tengo vida. La vida te va dando toques de atención y debes estar atento.

XL. Su crisis matrimonial tuvo lugar por aquel entonces, ¿no? Estar separado durante más de un año, supongo, fue uno de esos toques de atención…

J. Así es. A veces uno tiene que salir del camino para entender lo que te ocurre. En ese momento las cosas no estaban bien y tenía que ser así. Lo importante es que los dos entendimos lo que nos llevó a separarnos.

XL. ¿Recuerda dónde besó por primera vez a su mujer?

J. Sí, claro. Fue en Bogotá. ¡Cómo iba a olvidarlo, hermano!

XL. Ambos hablaron de sus problemas en entrevistas. Incluso admitió en una ocasión ser un hombre infiel y enamoradizo. ¿La prensa, digamos, les sirvió de terapia?

J. Bueno [se ríe], es que lo afrontamos todo con naturalidad. Cuando me preguntaban, yo contaba lo que estaba sintiendo en ese momento. No sé, a veces estamos confusos y otras lo tenemos todo claro. Hombre, es distinto cuando se enteran millones de personas, pero, en el fondo, es como cuando te peleas con tu mujer y te desahogas con un amigo. Yo no tengo miedo de mostrar cómo soy ni cómo están las cosas. Decir lo que uno siente, lo bueno y lo malo, pero lo que uno siente de verdad, sin pensar en qué dirán de ti, es como una cura, te ayuda a pensar, a conocerte mejor, te libera. Ir con la verdad por delante es terapéutico.

XL. ¿Vive su momento más confortable?

J. Digamos que me subo al escenario y mi alma está conmigo, no en otro lado lejos de allí. Estoy donde estoy al cien por cien. Ahora soy yo quien controla el tiempo. Toco dos meses, paro uno; es más humano.

XL. ¿Se le quejaban los hijos [tiene tres] de sus ausencias?

J. Sí, te lo hacen saber. Sufres mucho. Es horrible. No les gusta que me vaya, pero son muy comprensivos. la vida de papá es así, hay que acostumbrarse. Otros papás son doctores, policías, bomberos, el suyo es músico. Lo hablamos y luego, siempre que podemos, me vienen a ver.

XL. ¿Qué lugar ocupa el nacimiento de sus hijos entre las fechas cruciales de su vida?

J. ¡Uuff! ¡Tres momentos de una luz! Te replanteas toda tu relación con el mundo, contigo mismo, con Dios; la vida es como un milagro. Ves a tu hijo y te quedas: ‘¡Puta, es increíble!’. Ya no paras de pensar en qué es lo mejor que puedes darle. educación, formación, ayudarlos a ser buenas personas, capaces de discernir los problemas que les tocará vivir. Y, sobre todo, darles mucho cariño. Eso es lo más importante.

XL. ¿Cuál es la imagen más presente de su infancia?

J. En el colegio. Acto cívico, izada de bandera. «Juan Esteban, canta». ¡Siempre me tocaba! Mi hermano y yo, con las guitarras, cantando música antigua, algunos compañeros que se reían; solíamos interpretar Samba de mi esperanza, una canción argentina.

XL. ¿Sus padres lo obligaban a cantar ante las visitas?

J. Totalmente [se ríe], sí. No es que me obligaran, pero, bueno, insistían. ¡Venga, a cantar! Tenía siete años, todo el mundo me aplaudía y yo, feliz. Como cantaba música vieja, pues triunfaba entre los amigos de mis papás.

XL. ¿Recuerda su primera composición?

J. Como a los ocho años, con mi hermano mayor, una chacarera, que es un ritmo argentino; solo recuerdo que era de amor. Luego, a los 13 ya empecé a componer con un amigo del colegio en plan metal. De pronto, me puse rabioso y ya con 15 formamos Ekhymosis, que era una banda para vomitarlo todo, esa rabia adolescente. Cantábamos sobre lo que pasaba en Medellín y en toda Colombia.:violencia, inseguridad, jóvenes que mataban, desaparecidos, corrupción… Fue una época muy chévere, muy salvaje.

XL. ¿Era una pesadilla para sus vecinos?

J. Sí, bueno, un poco [sonríe]. Le decían a mi mamá: ‘¿Qué es esa bulla que están haciendo allá?’. Ella no entendía nada de la música que hacíamos, toda aquella gritería. ‘Mi hijo, ¿qué es toda esa pelea de gatos?’. Me decía: ‘Mi hijo, motílese [córtese] ese pelo tan largo’. Sufría mucho; me vestía siempre de negro, pero sabía que no estaba haciendo nada malo. Además, en casa, yo cantaba las mismas canciones de siempre.

XL. Un buen día se cortó la melena. Sus fans «metaleros», me imagino, no le tendrán mucho aprecio hoy en día

J. ¡Uy! Muchos se sintieron traicionados, me criticaron mucho. Pero uno evoluciona; si hicera hoy lo mismo que cuando tenía 16 años, estaría muy preocupado [se ríe]. Creo que uno debe ser fiel a sí mismo. Pasaban los años y yo extrañaba cada vez más esa parte mía de la raíz. También me cansé de gritar y de quejarme. Un buen día me dije: ‘¡Basta! Ya no voy a pensar más en para quién tengo que hacer las cosas. No, Juanes, haz la música que te salga del alma, mezcla lo que te apetezca y al que le guste, bien y al que no, pues también’. Mi música hoy es un resumen de mi vida.

XL. Cuando se disolvió Ekhymosis tenía 25 años. Digamos que le llevó unos años decidirse a ser usted mismo

J. Sí, puede ser, pero es que en el arte es todo tan relativo, hermano. Necesitas libertad, no depender de nadie más, has de ser honesto y ser quién eres realmente. Necesitas descubrir eso, cada uno tiene su proceso. Y bueno, pues, ese soy yo [se ríe]. Me gusta Metallica y me gusta Silvio Rodríguez, ¿por qué no?

XL. ¿Le iba la juerga?

J. ¿Juerga de licor, dices?

XL. Bueno, entre otras cosas

J. Pues la verdad es que tuve una época en la universidad en la que me gustaba la marcha e ir de fiesta. Pero fue una época muy , como de los 18 a los, no sé la verdad [se lo piensa], a los 30 [suelta una carcajada]. Sí, la verdad es que sí he sido juerguista. Me gusta, sí, me gusta.

XL. ¿La música le ha salvado la vida?

J. La música para mí es la salvación absoluta.

XL. De pequeño, ¿hacía alguna otra cosa, aparte de cantar, tocar y componer?

J. Sí, bueno, estaba un poco obsesionado [se ríe]. Con 8 años llegaba del colegio y tocaba la guitarra sin parar. A los 13 ya ni te cuento; en cuanto podía, a ensayar con los amigos en un cuarto minúsculo; durísimo, hermano, a todo volumen. Pasó el año y se me olvidó estudiar, para que veas cómo era, me descuidé, vamos, pero siempre fui de los mejores del colegio. Hasta que descubrí el rock. Pero terminé y fui a la universidad. Estudié Diseño Industrial y acabé la carrera, sobre todo por felicidad de mis papás. Hoy me alegro de haberlo conseguido, es importante terminar lo que empiezas.

XL. ¿Llegó a imaginarse en otra profesión?

J. ¡Jamás, hermano! En la vida has de tomar decisiones. Yo iba acabando la universidad y me decía. Se acerca la hora; si no lo intento, mi vida no tiene sentido . Así que con 26 años cometí la locura de irme a EE.UU. Primero, a Miami, pero no me sentía cómodo, no conocía a nadie y era todo música latina; así que me fui a Nueva York, pasé tres meses, ¡puff!, durísimo.

XL. ¿Por qué, de qué vivía, qué hacía?

J. Nada, caminaba por las calles angustiado. Me despertaba y era. Dios mío, otro día, pero ¿qué hago yo aquí? . Vivía en el Soho, en el apartamento de un amigo colombiano, también músico, que estaba fuera de la ciudad. No sabía qué hacer, estaba paralizado. Había ahorrado 5000 dólares trabajando en Colombia y tiraba con eso, pero, claro, se consumía. En Los Ángeles tenía un contacto de una management mexicana, había una lucecita por allá. Llegué y me sentí mejor. Pasé allí los años más penosos de mi vida, al principio me tocó, como decimos, comer mierda, pero ahí comenzó todo.

XL. ¿Y cuánta mierda, digamos, comió exactamente?

J. Bastante [se ríe]. Una amiga colombiana me dio hospedaje al llegar, pero a su patrona le molestaba y me tuve que mudar. Andaba con un saco de un lado para otro; dormía en el suelo, sofás… Tenía una chaqueta de aviador, como la de Tom Cruise en Top Gun, negra y de forro anaranjado. Llevaba ahí mi plata y me pasaba el día tocando el cerro de billetes; cada vez se quedaba más delgaditico y me iban entrando unos nervios tremendos.

XL. Y la música, ¿no le daba nada?

J. Nada, me junté con una banda colombiana de metal, Agony, que buscaba bajista. No ganaba un peso, pero tocaba, hacía algo. Mientras, grababa canciones y mandaba las demos a las disqueras. Así hasta que una canción cayó en manos de Gustavo Santaolalla [ganador de dos Oscar a la mejor banda sonora y productor de Julieta Venegas, Café Tacuba o Calle 13], le gustó y me firmó con su sello. Llevaba dos años fuera de Colombia. ¡Buff! Ese día, hijoputa, yo lloraba, hermano. No me lo podía creer. Me alquilé un lugar decente, un carro y grabé el disco.

XL. ¿Qué les contaba a sus padres?

J. Bueno, mi papá ya no estaba con nosotros, murió hace 15 años, me vio con Ekhymosis, que también estuvimos en Los Ángeles, pero a mí solo no me vio. Mi mamá, de todos modos, me animaba porque yo me pegaba unas desesperadas tremendas y me abatía. ‘No, mi hijo, quédese, tenga fe, pídale a mi Dios que todo va a estar bien’. Ella veía mi idea, confiaba en mí y me apoyó siempre.

XL. No sé si muchos de sus fans le han escuchado cantar en euskera

J. Sí, hermano. ¡Súper! En un disco de Kepa Junkera [Kalea, 2009]. Fue chévere cantar en euskera. Bella lengua, hermano.

XL. ¿Y qué tiene usted de vasco?

J. La familia por parte de mi papá fueron gente de carácter, pero no sé cuántas generaciones pasaron ya. La región de Antioquia está llena de descendientes de vascos. Los primeros llegaron hace unos 380 años. Es curioso, cada vez que voy a Euskadi, sobre todo a San Sebastián, el verde, las montañas , el paisaje, hermano, es exactamente igual al de Medellín. Con razón estos vascos llegaron y, claro, dijeron: ‘Yo me quedo por aquí’.

XL. ¿Usted no ha heredado ese carácter fuerte?

J. Hombre, soy firme en mis cosas, pero tranquilo. Por lo que dicen, los vascos eran muy violentos al llegar, superviolentos. De eso, a mí, no me quedó nada [se ríe].

Hijo del «metal»

  • Soy el menor de seis hermanos, dos mujeres y cuatro hombres.
  • Con siete años mi papá empezó a enseñarnos guitarra y a partir de ahí se convirtió para mí en una obsesión.
  • Crecí escuchando la Nueva Trova Cubana, Caetano Veloso, Los Panchos, Gardel Al llegar al instituto era un bicho raro. Todos escuchaban rock y yo, ni idea, pues. Lo primero que oí fue Slayer. Me volví loco.
  • Con 16 años fundé, con unos amigos, una banda de metal. Ekhymosis. Al principio éramos trash metal; luego fuimos buscando armonías y suavizando el sonido. Cuando me corté el pelo, muchos fans se indignaron, pero yo ya tenía claro cuál debía ser mi camino.

 

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