En estos laboratorios se descubren nuevas estrellas o se avanza en el tratamiento contra el cáncer. Visitamos las ‘guaridas’ de seis Nobel que han revolucionado nuestra manera de entender el mundo. Por Carlos Manuel Sánchez

El laboratorio de Brian P. Schmidt. Nobel de Física en 2011

Aquí descubrió la energía oscura

«¡El universo está abarrotado de una extraña energía que lo condena a morir!».

Sabíamos que el universo se expande, pero pensábamos que esa expansión se estaba frenando. En mi observatorio buscaba pruebas de ello. Estudié supernovas, estrellas moribundas, para medir su velocidad. ¡Y vi que ocurría todo lo contrario! El universo se expande cada vez más rápido. ¡Era inconcebible! ¡Iba en contra de la ley de la gravedad! Así que tenía que existir algo que tirase de estrellas y galaxias con más ímpetu que la atracción gravitatoria. Una fuerza desconocida. Se trata de la energía oscura. Nadie sabe lo que es, pero compone el 70 por ciento del universo , explica este astrónomo australiano, de 46 años, que revolucionó la cosmología en los noventa. No podía creer lo que había descubierto. La idea de un universo abarrotado de una extraña energía que lo condenaba a morir era difícil de digerir , cuenta. Las matemáticas que podrían explicar la energía oscura están por desarrollar. También busco las estrellas más antiguas, tan viejas que se formaron solo mil millones de años después del big bang, que ocurrió hace 13.800 millones.

Schmidt describe así el fin del universo. Estrellas y galaxias estarán cada vez más alejadas entre sí. Dentro de 500 millones de años, desde la Tierra no se verá ni una galaxia. Contarán solo con sus propias energías y se irán consumiendo, hasta apagarse. ¿Que si hay otros universos? ¡Quién sabe! Cada vez que la humanidad ha empezado a comprender algo se ha dado cuenta de que se equivocaba.

El laboratorio de John C. Mather. Nobel de Física en 2006

Aquí se fabrica el telescopio más potente de la historia

«Quiero saber cómo nacen las estrellas».

Nació en un pueblo de EE.UU. hace 66 años. Crecí en una granja. En el laboratorio donde se congelaba el semen de los toros, me familiaricé con los aparatos con los que luego he trabajado toda mi vida. Mi primer recuerdo del colegio es la intuición matemática del infinito. a los seis años, me di cuenta de que podía llenar el cuaderno de dígitos y nunca llegaría al número más alto posible. Ya iba para científico. A los nueve fabriqué una radio para oír países lejanos. Lo que hago para la NASA es parecido , asegura. Le dieron el Nobel por el primer satélite para estudios de cosmología. Ahora lidera la creación del telescopio espacial James Webb, que será lanzado en 2018. Costará 6000 millones de euros. Queremos saber cómo nacen las estrellas . El telescopio está frío (266 C) para evitar que su emisión infrarroja bloquee las señales. Lo más complejo es el espejo. Como no cabe en el cohete está cortado en 18 pedazos. Esta tecnología ya ha beneficiado a los oftalmólogos. ¡Y yo me libré de la guerra de Vietnam por miope!

El laboratorio de Oliver Smithies. Nobel de Medicina en 2007

Aquí se creó el ratón transgénico

«Sigo investigando con 88 años. No conozco mejor manera de pasar el tiempo».

No tira nada. Recoge cosas de aquí y allá, como si tuviera síndrome de Diógenes. Y las usa. En el caótico laboratorio de este estadounidense de la Universidad de Carolina del Norte hay aparatos con décadas de antigüedad. A algunos hasta les he puesto nombre. Mi favorito es el ‘hexápodo’, una especie de pulpo con seis tubos o tentáculos que bombean agua a diferentes temperaturas. Es una pieza de museo, pero la uso . Sigue trabajando a sus 88 años. No conozco mejor manera de pasar el tiempo. Voy todos los días al laboratorio; incluso los domingos. Me quejé al decano porque mi plaza de garaje estaba demasiado lejos, a diez minutos, y yo ya no tengo edad de perder el tiempo.

A mediados de los ochenta desarrolló la técnica para crear el primer ratón transgénico. Me costó tres años. Mis colegas no lo veían. Y mis colaboradores desaparecían desanimados. Hoy, esta tecnología ha producido cientos de ratones que replican enfermedades cardiovasculares, diabetes y cáncer. La pasión por la ciencia le viene de niño. Había un tebeo en el que salía un inventor que me encantaba y me dije que yo iba a ser como él. Para mí, la ciencia es creatividad. Te inventas algo para resolver un problema. Yo me apaño con lo mínimo, con lo que tengo alrededor. Mi abuelo recogía clavos torcidos y los ponía derechos, y yo cojo cosas que veo por el suelo para ver si se puede hacer algo con ellas.

El laboratorio de Martin Chalfie. Nobel de Química en 2008

Aquí se investiga la proteína verde fluorescente

«Mi despacho tiene vistas a Nueva York. ¡Hay que estar abierto al mundo!».

Llevo trabajando con bacterias y gusanos desde los años noventa. Y sigo. Me fascina el gusano Caenorhabditis elegans, que apenas mide un milímetro y es transparente. Lo que hicimos fue introducirle un fragmento de ADN de una medusa fluorescente. Fue como si se hubiese tragado una linterna, con la particularidad de que se iluminaba solo lo que nosotros queríamos ver, explica este bioquímico estadounidense de 66 años.Esta técnica es posible gracias a una proteína verde que brilla con la luz ultravioleta y que está presente en ciertas medusas. En biomedicina, la proteína verde puede unirse a otra proteína que sería invisible de otro modo, la marca y se chiva de sus movimientos. Es muy útil. Sirve para estudiar, por ejemplo, cómo crecen los tumores o cómo se desarroller en las neuronas. Ahora investigo cómo se activan y desactivan las células nerviosas relacionadas con el sentido del tacto, el oído y la contracción de los músculos , asegura. Nunca me atrajeron los microscopios. Y en el instituto no me veía en el futuro estudiando gusanos. Tampoco soy el típico científico que vive en una burbuja, absorto. La ventana de mi despacho tiene vistas a Nueva York. Y eso te obliga a estar abierto al mundo. Yo, por ejemplo, toco la guitarra española y compongo música.

El laboratorio de Theodor W. Hänsch. Nobel de Física en 2005

Aquí se inventó El ‘peine’ láser de frecuencias de luz

«Los errores te marcan el camino. Cuant antes metas la pata, mejor».

A este físico alemán de 72 años lo llaman el ‘mago de la luz’. Es un pionero de la óptica cuántica. Consiguió que un láser midiera la frecuencia de la luz, que vibra miles de millones de veces por segundo, con exactitud. Hänsh compara el artilugio con un peine antipiojos, porque el láser filtra la luz y la descompone en cientos de miles de colores como los dientes de un peine tupido. Gracias a ese invento hay relojes atómicos mucho más exactos, fundamentales para los sistemas de localización por satélite (GPS). También ha contribuido a elevar la velocidad de transmisión de datos en redes de fibra óptica. En 2020 veremos en televisión películas en 3D, sin gafas de colores. Pero esas aplicaciones son secundarias; lo primero para mí es investigar la teoría cuántica, que tiene casi un siglo y todavía no la entendemos, porque desafía al sentido común. Desde niño le hechizaba la luz. Echaba sal sobre una llama para ver la lluvia de colores. Iba para químico. Escondía bajo la cama productos peligrosos. Jugaba con ellos hasta que una mezcla me estalló en la cara y perdí audición. Entonces, la física me pareció más segura , recuerda. Siempre le han gustado los gadgets. En el laboratorio tengo un montón de aparatos que he comprado en eBay. láseres, monitores. Y nunca se desanima. Cuanto antes metas la pata, mejor. Los errores te marcan el camino.

El laboratorio de Dan Shechtman. Nobel de Química en 2011

Aquí se descubrieron los cuasi-cristales

«Cuando publiqué mi hallazgo, todos mis colegas se rieron de mí».

No podía creer lo que veía . Este israelí de 72 años, ingeniero de materiales, lleva desde los años sesenta trabajando con microscopios electrónicos. Entonces no eran tan gigantescos ni tan potentes como el que tengo ahora. el Titán. Lo bueno del Titán es que te permite ver la materia a nivel atómico. Pero su sensibilidad es tal que cualquier ruido, incluso mi respiración, puede afectarle, así que debe estar aislado. Cuando Shechtman vio al microscopio el primer cuasicristal, en 1982, no daba crédito. ¡Era una nueva estructura de la materia! Un cristal cuyos átomos están organizados de manera no periódica. ¡Algo así no podía existir! La cristalografía se basaba en un principio inamovible. todos los cristales están estructurados en formas periódicas que se repiten de manera constante. Y aquello desobedecía las reglas.

Cuando anunció el hallazgo, sus colegas le hicieron el vacío. Y se convirtió en un paria. Lo invitaron a abandonar grupos de investigación, rechazaban sus artículos. Se reían de mí. Pero siguió en sus trece. Hoy, los cuasicristales tienen cientos de aplicaciones porque son muy duros, pero, a diferencia de los metales, malos conductores de la electricidad. en motores diésel, sartenes antiadherentes. Son muy bellos. Simetrías pentagonales que pueden verse en el arte islámico, por ejemplo, en la Alhambra de Granada.

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