Lleva vendidos más de 65 millones de libros en 35 idiomas; entre ellos títulos ya clásicos como ‘La casa de los espíritus’ o ‘Paula’. A sus 72 años, nos confiesa,se acaba de separar, tras 27 de matrimonio. Por Ana Tagarro

«Esta casa fue el primer burdel de Sausalito», dice Isabel Allende mientras repasa con la mirada el estado de las maderas centenarias del exterior de lo que hoy es su oficina en esta pequeña ciudad al norte de San Francisco. En esta casa colonial trabaja la escritora chilena afincada desde hace 30 años en los Estados Unidos, y aquí ha escrito muchos de sus exitosos libros.

«Yo creí que el machismo se acabaría en una generación porque nosotras íbamos a criar a nuestros hijos de manera distinta. Pero no ha cambiado casi nada»

Ahora publica El amante japonés (editorial Plaza & Janés), una novela en la que, en torno a dos historias de amor, se permite una reivindicación de la vejez y se asoma con valentía a la muerte. Hablamos con Allende en un soleado salón con muchos libros y fotos familiares. Su casa está unos kilómetros más al norte, en San Rafael, pero ahora está «patas arriba». La está reformando. En realidad está redecorando su vida. A sus 72 años, nos confiesa, se acaba de separar.

XLSemanal. Pues empezamos con una mala noticia, un matrimonio como el suyo (con el abogado y escritor americano Willie Gordon), desde hace 27 años…

Isabel Allende. Bueno, seguimos siendo muy amigos, nos hablamos, pero en un matrimonio hacen falta otras cosas, hace falta estar enamorado.

XL. Siempre ha sido usted una gran defensora de las historias de amor; una constante en sus novelas.

I.A. Yo creo que el amor lo mueve todo. Para empezar, el amor de una madre hace que sobreviva la especie. ¿Por qué ibas a estar tú durante años peleando por un chiquillo que lo que más hace es llorar y molestar? [Ríe]. Ese amor que no tiene ninguna explicación. Y el amor de pareja es lo que te mantiene vivo. Es un ancla en la vida.

XL. Dice usted que ha sido una mujer muy apasionada.

I.A. ¡Lo he sido y espero seguir siéndolo! Me acabo de separar en este momento… [Risas].

XL. ¿Cree que se va a volver a enamorar?

I.A. ¡Claro que sí! No es que yo ande buscando, pero puede ocurrir. Yo me enamoré la primera vez cuando tenía siete años. ¿Por qué no me voy a volver a enamorar?

XL. Y se casó muy joven, con 19 años, aunque quizá su primer matrimonio tuvo más que ver con los convencionalismos sociales que con el amor

I.A. No, no, yo me casé muy enamorada. Pero, cuando se me acabó el amor, arrastré el matrimonio como nueve años más. Porque tenía hijos [Miguel Frías es el padre de sus dos hijos, Paula y Nicolás] y trataba de arreglar las cosas. Ahora, cuando voy a Chile, veo siempre a mi exmarido y a su mujer.

XL. En su novela hay dos historias de amor y en ambas el amor es una tabla de salvación. ¿Lo ve así en la vida real?

I.A. El amor salva. Sé que es de un romanticismo tremendo, pero es así. Cuando veo a los jóvenes que son tan cautelosos con el amor, que no quieren correr riesgos, que no quieren que los hieran, ¿cómo van a amar así?, ¿cómo van a ser amados así? El amor es dar. Y cuando es correspondido es precioso. Ahora bien, no dura mucho… [Sonríe]. Un amor así tiene un elemento de desequilibrio, de insano. Le cuelgas a la otra persona todas las virtudes del universo y luego se le van cayendo las virtudes…

XL. Bueno, en su caso, no ha sido tan breve el amor…

I.A. No, me ha durado. En realidad, el amor se transforma. Evoluciona. Yo he vivido con Willie 27 años. Yo no estaría en los Estados Unidos si no fuera por él, por él me vine y traje a mis hijos. Han sido muchas cosas juntos.

«Antonio Banderas podría ser casi mi nieto, pero un tipo como él, atractivo, dulce y que sepa bailar… ¡por Dios, que me lo presenten ya!»

XL. Su novela, como indica el título, habla de amantes, de un amor prohibido que precisamente por serlo es excepcional y gratificante. ¿Cree usted que el amor prohibido es mejor?

I.A. Eso es lo que cree la protagonista. Ella prefiere el amor de amantes porque resulta más maravilloso que si tuvieran que desafiar a la sociedad y enfrentarlo a los problemas domésticos.

XL. ¿Y usted qué cree?

I.A. [Breve silencio]. ¡Las veces que he tenido amante ha sido rebueno! [Se ríe a carcajadas].

XL. ¿A qué lo atribuye?

I.A. Te juntas para ver a tu amante en tiempo robado, así que vas a sacarle todo el jugo. Estás con él cien por cien. Olvídate del niño que está con paperas, olvídate de todo. Estás intensamente. Eso es delicioso. Es un banquete de la vida.

XL. Si ha sido infiel, entiendo que admite igual la infidelidad del otro, de su pareja…

I.A. Eso depende de la pareja. Si la pareja se pone de acuerdo para la monogamia, es un compromiso que hay que respetar. Ahora, para serte franca, yo no soy una persona particularmente celosa. Si me han sido infieles los hombres con los que he estado, que seguramente lo han sido, no me he enterado [risas].

XL. O sea, que lo que pide es que sean discretos.

I.A. La verdad es que, si lo pillo, se acaba la relación. Ya me pasó en una ocasión con un amante y se terminó la relación. ¿Para qué voy a estar cargando con un hombre que, primero, no es mi marido y, después, me pone los cuernos?

LA VEJEZ 

XL. Hablemos del otro gran tema de su novela. la vejez: El libro está dedicado a su madre, que tiene 95 años, y a su padre (padrastro, para ser precisos), que tiene 99. Familia longeva la suya

I.A. Sí, en mi familia viven hasta viejitos y todo el mundo mantiene la cabeza. Mi abuelo murió muy viejo y mi mamá tiene 95, pero con el cerebro de una mujer de 30. Aunque está muy débil de cuerpo. Mi papá está algo peor, ya no tiene bien la cabeza.

XL. ¿Es su circunstancia familiar lo que la animó a abordar el tema?

I.A. Yo tengo muchas amigas que tienen a la madre viva y que estáiendo el deterioro y la muerte de sus madres. Es una generación que confronta ahora la muerte. Porque estamos viviendo más. Antes, una mujer de 70 años era una anciana. Hoy en día, ya no. Uno como que todavía tiene mucha vida a los 70 años.

XL. Desde luego eso parece en su caso.

I.A. No solo en mi caso. Una de mis mejores amigas, Olga Murray, acaba de cumplir 90 años y estaba el otro día en el terremoto de Nepal porque tiene orfanatos allí, donde cuida a tres mil niños. Sigue trabajando y va dos veces al año a Nepal.

XL. ¡Cuánta gente mayor estupenda a su lado! Así se entiende la novela.

I.A. Sí, aunque yo no quisiera vivir tanto.

XL. ¿Por qué dice eso?

I.A. Salvo excepciones, te conviertes en una carga. Mi mamá dice que uno se vuelve hacia dentro y que hay más vida interior. Pero no sé yo.

XL. ¿Usted no cree que la vejez nos hace más sabios, como dice el tópico?

I.A. No. La vejez te hace más de lo que eres. Si no empiezas temprano a cultivar aquellas cosas que te van a servir en la vejez, vas a ser el mismo desastre que fuiste siempre, pero peor. Porque, además, te vuelves dependiente. Una vida de búsqueda, de curiosidad, de intelectualidad eso no llega por la simple acumulación de años. Por supuesto que no.

LA MUERTE

XL. Usted se ha mostrado a favor de la eutanasia…

I.A. Vamos a ver, decir que uno está a favor de la eutanasia es como decir que uno está a favor del aborto. Nadie está ‘a favor’. El aborto es una medida extrema, cuando todo lo demás falla y cuando las circunstancias no te permiten otra salida. No eres pro aborto. Yo estoy a favor de que una mujer pueda decidir, sin las interferencias de nadie, sobre su cuerpo. Estar a favor del aborto es como estar a favor de la vasectomía. ¡Depende de las circunstancias! Lo mismo pasa con la eutanasia. Es también una decisión personal y un recurso extremo. Pero debe existir la posibilidad de decidir.

XL. ¿Consideraría la eutanasia para usted?

I.A. Por supuesto que sí. Porque yo soy muy independiente, muy vanidosa y no quiero ser una carga para mi hijo. Pero tendría que estar sufriendo y saber que no hay remedio.

XL. Usted ha vivido una situación muy cercana y muy dolorosa: la muerte de su hija, Paula, en 1992, que no fue un caso de eutanasia, pero sí la llevó a plantearse el tema.

I.A. Paula tenía el cerebro muerto (después de que en un hospital de Madrid le diesen una medicación sin considerar su porfiria, enfermedad genética). Lo ocultaron durante cinco meses. Que se equivocaran con la medicación lo puedo entender, sé que no fue intencionado. Pero que ocultaran que su cerebro estaba muerto es otra cosa. Decían que se podría recuperar del coma. Pero no era así. Nunca fue así. Cuando ya no lo pudieron ocultar más, me la traje para acá en estado vegetativo. Se murió en casa, pero pasaron muchos meses. Ella respiraba sola. Su marido y yo decidimos que si le daba una pulmonía, porque se le podían colapsar los pulmones, no la medicaríamos ni la enchufaríamos a nada. Pero ella era muy fuerte y aguantó muchos meses.

XL. Una experiencia como la que usted vivió con Paula ¿le hace ver a uno la vida o la muerte de otra manera?

I.A. Te hace perder el miedo a la muerte. Yo estaba con Paula cuando nació y estaba con ella cuando murió. Y los dos momentos son muy similares. Es como pasar por un umbral. Le perdí completamente el miedo a la muerte. A lo que tengo miedo es al sufrimiento. El dolor es tremendo. Pero la muerte misma es muy natural.

«Yo considero la eutanasia para mí misma porque soy muy independiente, muy vanidosa y no quiero ser una carga. Pero es una decisión personal y un recurso extremo»

XL. ¿Da una experiencia así un sentido más trascendente de la vida?

I.A. La vida misma es espíritu. Y yo no creo que ese espíritu se destruya completamente. Ahora bien, tampoco creo que vaya a encontrarme a Paula vestida con una túnica blanca al final de un túnel. La tengo presente siempre en el corazón y en la memoria y es una forma de mantenerla viva.

EL FEMINISMO

XL. Su último libro habla también de la dificultad de deshacerse del peso de los convencionalismos sociales.

I.A. Así es. Uno pertenece a una tribu o a una clase social y hay convenciones que te protegen pero que te amarran también. Yo intenté huir de ellas. Yo fui una rebelde tremenda. Y tuve que pagar las consecuencias. Porque no me ceñí a lo que se esperaba de una mujer, una madre y una esposa en la época en la que yo era joven. Sobre todo en Chile, que es un país socialmente muy conservador y muy clasista.

XL. Eso la llevó a defender abiertamente la causa de la mujer. Siempre se ha definido como feminista. ¿Se sigue definiendo así?

I.A. Totalmente.

XL. ¿Sigue habiendo razones?

I.A. Por supuesto. En el tema de la mujer se ha avanzado en unos países, pero en la mayor parte del mundo no.

XL. Tampoco en el Primer Mundo hemos superado ciertas lacras, como el maltrato. ¿Alguna idea para solucionarlo?

I.A. Educación. Y las madres tienen mucho que ver en esto. Porque hay muchas madres que educan a sus hijos para ser servidos y a sus hijas para servir. Cuando yo empecé con el feminismo, pensaba: esto se tiene que resolver en una generación, porque con todas las mujeres que ahora somos conscientes del problema vamos a criar a nuestros hijos de una manera distinta, y en una generación el patriarcado y el machismo habrán acabado. Imagínate tú ¡no ha cambiado casi nada!

XL. La veo todavía ‘peleona’. Hace poco dijo. Por dentro: «me siento como de 17 años y sigo enamorada de Antonio Banderas».

I.A. [Ríe a carcajadas]. Pobre Banderas, si podría ser casi mi nieto Pero un tipo como él, atractivo, dulce y que sepa bailar, ¡por Dios, que me lo presenten ya!

XL. La veo abierta al amor…

I.A. Por supuesto que sí. A lo que no estoy dispuesta es a salir a cazar. Yo antes era muy agresiva en el amor. si alguien me gustaba, salía y lo cazaba como fuera. Ahora estoy en una posición de esperar. Tranquilamente.

 

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