Y se convertirá en inmortal. Eso aseguran grandes ‘popes’ de Silicon Valley, como Larry Page, fundador de Google; Peter Thiel, creador de PayPal; o Larry Ellison, de Oracle. Por Carlos Manuel Sánchez

Parece cosa de ciencia ficción o de millonarios con ganas de jugar a ser Dios, pero no se equivoque: están invirtiendo millones en conseguir el transhumanismo, la fusión perfecta entre hombre y máquina. Bill Gates y Stephen Hawking ya han advertido sobre sus terribles consecuencias.

Nuestros días están contados… ¿o no? Los transhumanistas discrepan. Morir no entra en sus planes.

Que se muera la gente normal. Ellos serán otra cosa porque en unos años habrán trascendido a la condición humana y sus limitaciones. No estamos hablando de otra secta, aunque su discurso pueda parecer mesiánico. Sus apóstoles son filósofos, informáticos, médicos, neurólogos, biólogos, genetistas, ingenieros en robótica e inteligencia artificial, nanotecnólogos, políticos… Su meca es Silicon Valley. Allí es donde predican sus gurús. ¿Una panda de iluminados? Puede ser, pero los fondos de inversión los toman muy en serio. Y están consiguiendo millones para sus proyectos empresariales relacionados con la superlongevidad.

Hay un dicho en Silicon Valley. Los programadores se centran en los problemas de la gente de su edad. Cuando eran jóvenes, inventaron las redes sociales para ligar. Ahora que los pioneros peinan canas, les ha entrado la angustia existencial. Y el transhumanismo se ha convertido en la ideología de moda. «Pretende que la especie humana mejore, aumentando sus capacidades físicas y cognitivas echando mano de las tecnologías emergentes. La integración con las máquinas será habitual. Un deber moral incluso. Tienen recursos económicos y centros de investigación», afirman Albert Cortina y Miquel-Àngel Serra Beltrán, coautores de ¿Humanos o posthumanos? [Fragmenta, 2015].

Millonarios que aspiran a cambiar el mundo

¿Pero qué es este delirio? Si fuera una cosa de cuatro chalados, nos haría gracia. Como nos la hace que Tim Cannon, un biohacker, se implante él solito y sin anestesia una computadora en el brazo que mide sus constantes vitales y las envía a su móvil Android. Pero que los fundadores y directivos de Google, PayPal, Oracle, Facebook… se lancen en pos de la utopía ya es otro cantar. Sin embargo, ellos también empezaron en garajes. Muchos no acabaron la carrera y han creado sus propias universidades alternativas, donde pescan a sus talentos. Ninguno admite interés en el dinero, pero lo ganan a manos llenas. ¿Y qué hacer con tanto dinero? Un empresario tradicional lo tendría muy claro. más dinero. Amancio Ortega pone más tiendas. Pero ellos se consideran de otra estirpe. Tienen un pasado excéntrico, un sustrato libertario. Aspiran a cambiar el mundo.

Google marca la pauta. Calico es su proyecto más ambicioso y secreto. Objetivo: resolver la muerte como si fuera un problema de ingeniería

Google marca la pauta, con Larry Page al frente. El buscador se ha convertido en una «empresa extraña», como lo califica la revista Time, con una política de inversiones que parece diseñada por novelistas de ciencia ficción. Calico es su proyecto más ambicioso y secreto. Objetivo: resolver la muerte como si fuera un problema de ingeniería. Y para ello ha fichado al profeta del transhumanismo, el informático Ray Kurzweil. Su método: combinar toda la información médica, biológica y genética disponible en una inteligencia artificial dotada de herramientas para el autoaprendizaje que generen nueva información, cada vez más refinada y potente..

Pero hay una auténtica fiebre de start-ups. Para muestra, un botón: Mark Zuckerberg (Facebook), Elon Musk (PayPal) y el actor Ashton Kutcher se han aliado para invertir 50 millones de dólares en Vicarious, una compañía rodeada de misterio que busca replicar el neocórtex, la parte del cerebro que ve y oye, habla y razona.

Manejan dos fechas claves

Los transhumanistas basan su optimismo en unos principios que vienen a ser como sus tablas de Moisés. El primer mandamiento es la ley de Moore, que reza que la potencia de los microchips se dobla cada año, pero ellos entienden que esta ley no se restringe a los ordenadores y puede aplicarse a la biotecnología.

El progreso llegará mucho más rápido de lo que creemos y solo hay que ver los ladrillos que teníamos de móviles hace una década para darnos cuenta. ¿Pero cómo de rápido? Hay dos fechas claves: La primera es 2029: los ordenadores adquirirán conciencia de sí mismos. Para entendernos, la inteligencia artificial tendrá alma. La segunda es 2045: el advenimiento de la singularidad. El progreso tecnológico será tan acelerado que escapará a nuestro control. Las máquinas serán más inteligentes que nosotros. Puede que se rebelen, como temen Bill Gates o Stephen Hawking, quienes consideran que una superinteligencia supone una seria amenaza. Pero también puede que sean nuestras aliadas, como sueñan los transhumanistas. A partir de entonces, según Kurzweil, se producirá una fusión entre inteligencia artificial y humana.

Máquinas y hombres estarán tan simbiotizados que acabarán siendo indistinguibles: nanorrobots patrullarán por nuestra sangre para evitar infecciones; cualquier órgano o tejido podrá ser manufacturado; el acortamiento de los telómeros, culpable del envejecimiento celular, será automáticamente corregido; nuestro ADN vendrá con garantía de fábrica; podremos hacer una copia de seguridad de nuestras mentes y subirla a la nube.

Del mismo modo que el triunfo del Homo sapiens supuso la extinción del neandertal, el éxito del Robo sapiens supondrá un salto evolutivo y convertirá al ser humano actual en obsoleto. Habrá un momento en que los récords deportivos absolutos se batirán en los Juegos Paralímpicos, con prótesis controladas por la mente, corazones artificiales y exoesqueletos sintéticos.

La droga de moda en Silicon Valley

¿Qué pinta tendrá el hombre del futuro? ¿Será un cíborg? ¿Algo más minimalista, digamos el software con nuestra memoria cargada en un dispositivo? ¿Será tan irreconocible para el hombre actual como lo fueron los soldados de Hernán Cortés a caballo, con armaduras y armas de fuego, para los aztecas, que los veían como dioses?

Al fin y al cabo, la idea de mejorar nuestras prestaciones con tecnología no es nueva. Una vacuna o unas gafas ya lo hacen. La industria militar sabe mucho de esto. El fármaco de moda en Silicon Valley es el modafinilo, la droga que les daban a los soldados estadounidenses en Irak para que no se durmieran. ¿No perdemos un tercio de nuestras vidas durmiendo? Algunos quieren empezar por ahí, por aprovechar mejor ese tercio improductivo. Se trata de acumular experiencias. Y a los transhumanistas no les da una sola vida para probarlo todo. Si llevas una existencia miserable, la muerte es un descanso. ¿Pero quién quiere descansar cuando su vida es estupenda?

¿Llegará un momento en que la muerte sea un accidente? Un pino puede quemarse en un incendio, pero algunas variedades alcanzan los 4700 años. Y hay almejas que viven cinco siglos. Si el tiempo ha dejado de ser un problema para un árbol o un molusco, ¿por qué no para una raza humana tuneada? Bill Maris, director de inversiones de Google, declaró a Bloomberg que está convencido de que podremos vivir 500 años. Google, según sus detractores, quiere que vivamos para siempre porque así seremos los consumidores perfectos: insaciables. Y, además, es un despilfarro tener que tirar todos esos datos que ha recopilado sobre nosotros.

En el fondo, el progreso es una cuestión de coste y beneficios. Los avances en robótica, por ejemplo: una hora de un trabajador en una fábrica cuesta 40 euros si es alemán, 10 euros si es chino y 5 euros si es un robot, explica Horst Neumann, director de personal de Volkswagen. Y los transhumanistas pronostican que, en la próxima década, los robots no solo nos sustituirán en las tareas rutinarias, también en los trabajos creativos, pero que nos adaptaremos, como sucedió con la mecanización de la agricultura. También puede llegar un momento en que la muerte sea opcional. Se habla de los humanish, que renegarán de la tecnología y querrán seguir siendo humanos, igual que los amish prescinden del coche o la televisión.

La crítica más demoledora es que es una filosofía de ricos. La inmortalidad tendrá un precio prohibitivo que la inmensa mayoría no podrá pagar. Hay quien augura revueltas, porque una cosa es ver cómo unos pocos se dan la gran vida, pero encima que esas ‘vidorras’ sean eternas. Los transhumanistas replican que la tecnología terminará siendo asequible. Leer el primer ADN costó 500 millones de dólares, hoy cuesta 800. En cualquier caso, los ciudadanos deberán prepararse para grandes dilemas éticos que afectarán a sus valores y creencias. Y es que una vida que dura para siempre es demasiado valiosa. ¿Quién estará dispuesto a arriesgarla para salvar al prójimo? ¿Quién se hará bombero o policía? ¿Quién luchará contra el ébola?: ¿los robots o los humanos pobres y mortales?

Su caladero son los nacidos en los ochenta y los noventa

Da vértigo. En Silicon Valley no solo se está cociendo la economía del futuro, también la moral y la política. La democracia evolucionará hacia la noocracia, el gobierno de las mentes.

En 2015 se creó el Partido Transhumanista, cuyo líder -Zoltan Istvan-fue candidato en las elecciones presidenciales de 2016. Logró un gran impacto mediático. Los analistas calcularon que su techo más optimista rondaría el 15 por ciento de los votantes. Su caladero natural eran los millennials, los nacidos en los años ochenta y noventa. Pero los expertos en marketing recuerdan que basta un 13 por ciento de early adopters, de consumidores visionarios, para lanzar un producto, y que consigan arrastrar al resto de la población. Además, según el Centro de Investigaciones Pew, el 61 por ciento de los millennials basan su información política en las noticias que les sirve Facebook.

Se supone que esa generación y las posteriores, formadas ya por nativos digitales, serán las grandes beneficiadas. Está por ver si les hará ilusión. Hay quien considera que pasarán sus vidas en entornos de realidad virtual y aumentada, como si jugaran un videojuego que nunca se acaba. Sus predecesores, los baby boomers, tampoco querrán perderse la fiesta, pero ellos lo tienen más difícil.

Kurzweil, de 68 años, ya no es un mozalbete. El hombre se cuida, hace ejercicio, toma decenas de pastillas… Como él hay miles de creyentes que se mantienen en forma esperando la llegada de la singularidad como quien espera al Mesías.

En última instancia, se trata de una cuestión teológica. El historiador Yuval Harari considera que lo que está sucediendo en Silicon Valley es más importante que lo que se ventila en Siria e Irak. «El Estado Islámico es un bache en la autopista de la historia. Ray Kurzweil está creando la nueva religión. La religión que conquistará el mundo», afirma. Formar parte de un pueblo elegido es consustancial a la psicología religiosa. Y ese sentimiento de pertenencia a una élite destinada a salvarse es muy propio del Valle, la nueva tierra prometida.

Nuevo XL Semanal
El nuevo XLSemanal

A partir de ahora consulta los nuevos contenidos en la web de tu periódico

Descúbrelos