El Estado Islámico obliga a sus esclavas sexuales a usar anticonceptivos para estar siempre disponibles. Sin embargo, muchas mujeres se quedan embarazadas durante su cautiverio. ¿Qué sucede con los bebés? Por Katrin Kuntz

Por la noche, cuando Khaula se mete en su cama y se queda dormida, sueña con su bebé. Ante sus ojos, casi siempre aparecen las mismas imágenes: está sola en una habitación y se mira las manos.

Tiene las palmas a la altura del pecho y ahuecadas, como guardando algo. Cuando levanta la mano de arriba, ve que en la otra sostiene un pajarillo. Pero el animal no la mira, de su garganta no sale ningún sonido, en realidad es un cuerpo sin cabeza.

«Cada vez que tengo este sueño, luego estoy un buen rato sin poder moverme», dice. Khaula tuvo un bebé, una niña, después de permanecer durante ocho meses como esclava del Estado Islámico. El padre era su dueño y torturador, un combatiente iraquí. Quería que ella, la yazidí secuestrada, le diese un hijo, niñas tenía ya bastantes. De eso hace 12 meses. En la actualidad, Khaula -de 23 años- ya no vive con él; reside en Alemania y sin el bebé.

Khaula no es su verdadero nombre. Ella y el millar de mujeres liberadas que residen en centros de acogida de Alemania están en peligro. En Europa, tampoco faltan simpatizantes del Estado Islámico.

El psicólogo y especialista en traumas Jan Ilhan Kizilhan es quien selecciona a las mujeres en Irak. Es un experto reconocido que también ha trabajado con chicas violadas en Ruanda y Bosnia. «Solo se permite venir a Alemania a las chicas especialmente traumatizadas» , dice Kizilhan. Una de ellas es una yazidí que vio cómo un terrorista metía a su bebé en una caja de metal y la dejaba al sol, hasta que el pequeño murió.

En agosto de 2014, el Estado Islámico cayó sobre la región de Sinyar, en el norte de Irak, y asesinó a buena parte de la población. Miles de mujeres acabaron convertidas en esclavas sexuales. Cientos de ellas lograron escapar y algunas regresaron a sus hogares embarazadas.

En el Kurdistán iraquí, según aseguran los responsables médicos, viven entre 40 y 100 hijos del Estado Islámico. A la vista del número de mujeres que fueron secuestradas, son pocos. La violación como arma de guerra es tan vieja como la guerra, pero el Estado Islámico ha organizado este crimen de una forma especialmente pérfida: obliga a las chicas a usar anticonceptivos para asegurarse de que el comercio con estas mujeres, que llegan a ser vendidas y revendidas hasta seis y siete veces entre los islamistas, no se vea truncado por un posible embarazo.

Los niños del Isis no tienen más de año y medio. Son la prueba viva de la vejación y sufren el odio de las familias cuando las chicas son liberadas

La mayoría de los niños del Daesh, como se conoce en árabe al Estado Islámico, no tiene más de un año y medio. Son la prueba viva de una vejación. ¿Cómo reaccionan las comunidades del norte de Irak ante estos niños? ¿Qué significan para las madres liberadas?

La historia de Khaula

El 3 de agosto de 2014, el Estado Islámico asaltó el pueblo de Khaula. En solo un mes desaparecieron 5000 personas. A Khaula la encerraron con otros cientos de mujeres. Las obligaban a beber el agua en la que habían escupido sus captores. Se negoció su venta. Khaula acabó en manos de un islamista alto y vestido de blanco, que decía llamarse Abu Omar y tener 45 años. La compró por unos 1500 euros: «Ahora, me perteneces» , le dijo. Luego la encerró en su casa en Mosul, el baluarte del Estado Islámico en Irak. Allí, fue salvajemente desvirgada por su nuevo amo. A los cuatro meses, la llevó a la casa de su esposa. Khaula antes intentó colgarse de un ventilador.

El hombre ya había tenido cinco hijas con su mujer. A Khaula le dijo: «Quiero que me des un hijo». Cuando la muchacha se dio cuenta de que estaba embarazada, fue al salón y cogió en brazos el televisor. Cargó con el pesado aparato por toda la casa, subió y bajó por las escaleras durante horas. Algunas mujeres se arrojan piedras unas a otras, o saltan desde las azoteas para intentar perder el feto. Khaula dice. «Lo probé todo, pero el niño no salía». La esposa del hombre se puso muy celosa, por suerte para Khaula. «No quiero volver a ver tu barriga» , le espetó una mañana. Le dio un teléfono y ella marcó el número de su hermano en Dohuk. El hermano le facilitó la dirección de un conocido que podía ayudarla. Salió de la casa de su captor cubierta por un burka y con algo de dinero que la esposa le había dado para la huida.

Escapar del horror

El conocido del hermano la puso en contacto con una red yazidí que opera en territorio del Estado Islámico, bastante eficaz a la hora de pasar antiguas cautivas al territorio kurdo. Cuarenta días después, Khaula era libre. Se cree que unas 2000 mujeres han conseguido escapar del territorio del Estado Islámico. Naciones Unidas calcula que todavía quedan 3500 esclavizadas allí; otras fuentes elevan la cifra hasta las 7000.

Khaula se reencontró con su hermano en uno de los campamentos en torno a Dohuk, a 75 kilómetros de Mosul. Para entonces ya estaba embarazada de seis meses. Se puso ropa ancha para ocultar su barriga, pero todo el mundo la miraba. Una noche, su tío la llevó aparte y le dijo. «Por favor, un niño del Daesh no».

Khaula miró al bebe muerto a su lado. Tocó su piececito. Luego extendió la sabana sobre el pequeño cadáver. Lo enterraron en una cuneta

Aliviada, decidió abortar. Una doctora le dio un fármaco para provocar las contracciones. Dio a luz a una criatura de pelo oscuro y con el rostro de un pajarillo. Khaula miró al bebé muerto. Tocó su piececito. Fueron solo un par de segundos. Luego extendió la sábana sobre el pequeño cadáver. Su primo vino con el coche, metieron el cuerpo en una bolsa de plástico y condujeron de vuelta a la ciudad. Enterraron al bebé en una cuneta, junto a la carretera. Khaula se quedó dentro del vehículo. Había matado a un niño, era lo único que podía pensar, dice. Tras el entierro, su tío sacrificó un cordero para expiar la culpa.

El médico que ayuda a los inocentes

Si el bebé de Khaula hubiese sobrevivido, probablemente habría acabado al cuidado de dos hombres volcados en ayudar a los hijos del Estado Islámico y a sus madres en la misma ciudad de Dohuk. El primero de ellos es el doctor Nezar Ismet Taib. El segundo, Mohamed Hasan, juez y encargado de las adopciones de los huérfanos de la región; Hasan entrega hijos del Estado Islámico a padres kurdos que no saben nada del origen de los niños. Cada uno de ellos hace lo que está en su mano para intentar que la tragedia no se prolongue.

El doctor Taib es psiquiatra infantil. Cuenta con la ayuda de tres terapeutas y una ginecóloga. En la consulta aguarda hoy una mujer que ha intentado suicidarse. «De las 700 mujeres que vinieron a la consulta el año pasado, el cinco por ciento había quedado embarazada durante su cautiverio» , dice, lo que supone hablar de 35 casos. Este número tan bajo lo explica el doctor Taib por el uso de métodos anticonceptivos. Luego insiste en que todas las mujeres que se quedan embarazadas tienen derecho a un aborto seguro. Él y su equipo luchan para que las mujeres violadas puedan abortar después del segundo mes de embarazo, pese a que eso es ilegal en el Kurdistán.

Las mujeres que llegan a estados avanzados de gestación se ven obligadas muchas veces a dar a luz en contra de su voluntad. El equipo del doctor Taib pone a su disposición una plaza en la unidad de neonatología, en la que el bebé puede permanecer hasta que el juzgado le encuentre unos padres adoptivos. En Irak no hay orfanatos. Y la sociedad yazidí es muy conservadora. Taib dice.» Nunca aceptarían sangre extraña, es decir, el hijo de un musulmán» . Además, el hecho de que las mujeres embarazadas no estén casadas hace que los niños sean «inaceptables» para la sociedad. Por eso, el doctor Taib los registra en el juzgado como huérfanos de ascendencia desconocida.

En el Juzgado de lo Civil de Dohuk trabaja Mohamed Hasan. Es él quien entrega los hijos del Estado Islámico a sus nuevos padres. No es fácil conseguir que acepte hablar con nosotros. Por fin, una tarde accede. A Hasan le encantan los niños. Incluso los del Estado Islámico.

Desde la clínica del doctor Taib le mandan un dosier con información sobre cada niño, encabezado por la indicación «padres desconocidos». Lo hacen así para proteger tanto al bebé como a la madre. Por cada niño se suelen presentar unas 20 parejas dispuestas a adoptar, cuenta el juez Mohamed Hasan. ¿Los criterios que siguen? Deben tener una posición acomodada y garantizar que, en caso de fallecimiento, el niño heredará un tercio de sus bienes; además, tienen que poseer una casa y estar casados. «Tenemos que estar seguros de que pueden darle un buen futuro al niño». Si todos los candidatos cumplen los requisitos, el juez introduce sus nombres en un bombo, los mezcla bien y saca el ganador.

Lo normal es entregar a los padres adoptivos toda la información disponible sobre los niños, dice Hasan. Pero en el caso de los hijos del Estado Islámico hace una excepción. «¿Quién los querría si no?». Además, añade, para los niños también es mejor no saber nada.

El caso de Sajedah

Los bebés que llegan hasta el doctor Taib y el juez Hasan son afortunados. Algunas mujeres están tan traumatizadas que ni acuden a organizaciones humanitarias. Son chicas que se han encerrado en su propia realidad, que cuentan y se cuentan una historia que las salve de su desgracia: que su bebé fue concebido por su marido.

Sajedah es una de ellas. Es una joven yazidí de 18 años que vive en una casa de paredes desnudas en el extrarradio de Dohuk. A su lado se balancea una cuna con su bebé, Nura. Tiene cinco meses.

Sajedah se queda sentada a un par de metros de la cuna. Solo al cabo de media hora dice. «El bebé de la cuna es mío». Vive en libertad desde hace medio año, dio a luz a Nura tras pasar 14 meses en cautividad. Se escapó de su último torturador en la ciudad de Tall Afar, en el último mes de embarazo. Consiguió salir del territorio del Estado Islámico con la ayuda de un intermediario de la red kurda.

Está gravemente traumatizada, se nota en sus movimientos, en su mirada, en las oscilaciones de su voz. Sajedah se derrumbaría si tuviera que admitir que su bebé es hijo de un combatiente del Estado Islámico.

Cuando el Estado Islámico atacó su pueblo, Tall Asser, a comienzos de 2014, Sajedah fue capturada con su marido, Misban. La pareja fue llevada de un lugar a otro durante meses. «Aquello duró medio año -dice Sajedah-. Fue en esa época cuando concebimos a la niña» .

A la vista de que muchas parejas conseguían escapar, el Estado Islámico decidió separarlos. Sajedah fue vendida por primera vez. «Para entonces ya estaba embarazada -cuenta-. De cuatro meses» . Pasó por cuatro hombres, que la devolvieron como si se tratara de una mercancía defectuosa al saber que estaba embarazada.

Aprovechando que el cuarto hombre había salido de viaje, Sajedah consiguió acceder a su ordenador y entrar en Facebook, desde donde pudo contactar con la red que la salvó. Tras su liberación ayunó durante seis días como señal de agradecimiento a Dios. Dio a luz a Nura en el hospital de Dohuk. «Estoy segura de que es hija de mi marido -afirma en voz baja-. Pero, salvo mis padres, nadie aquí se lo cree» . En el mercado, una persona se acercó a su hermana y le dijo. «Matad a vuestro bebé del Daesh». Cuando Sajedah se enteró, intentó ahorcarse. Ahora, ella trata de no hacer caso de las habladurías de los vecinos. Pero apenas sale de casa. Sajedah y su bebé han escapado de una cárcel para meterse en otra.


Así ve ISIS a las esclavas sexuales

ISIS publicó en 2014 un folleto con instrucciones para el trato con las esclavas sexuales. En él se puede leer que el sexo con las esclavas está permitido. Al embarazo solo se lo menciona como una cuestión que afecta al valor de mercado de la esclava. «No puede venderla si se convierte en madre de un bebé». Es decir, su valor de mercado pasa a ser cero. Pero su estatus mejora. como madre, accede a una posición intermedia entre esclava y mujer libre. En el folleto también se recoge un precepto de tiempos del profeta Mahoma. cuando un hombre adquiere una esclava sexual, tiene que renunciar a mantener relaciones con ella durante un tiempo determinado, una o dos menstruaciones. El derecho islámico denomina a esta abstinencia istibra, y su objetivo es asegurarse de que el vientre de la esclava está vacío , es decir, que el nuevo dueño no tenga que cargar con un hijo de otro hombre.

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