Omán es un país en medio de un hervidero: Arabia Saudí, Yemen, Irán, Israel… y, sin embargo, su sultán, Qaboos, no sale en los medios. Prefiere las sombras. Pieza fundamental en el equilibrio entre Oriente y Occidente, a los 78 años, enfermo de cáncer y sin hijos, está dispuesto a una última jugada. Por Richard Spencer

¿Quién es quién en el ‘Juego de Tronos’ de Oriente Medio?

Omán es un país único en el mundo. «Donde vive la belleza», afirma el lema de su Oficina de Turismo, y no hace falta pasar mucho tiempo en el lugar para descubrir el porqué. El resto de la península Arábiga se ha empleado a fondo a la hora de crear fealdad: los rascacielos de Dubái, el skyline de Kuwait… En Omán han hecho todo lo contrario. En la capital, Mascate, no hay un solo edificio con más de diez alturas. Con sus viejos caserones frente al mar, sus fiordos con delfines y sus montañas, Omán recuerda a una Noruega calurosa. Pero, a diferencia de Noruega, Omán –con poco más de 3 millones de habitantes– cuenta con un sultán. Él es responsable de que no haya rascacielos, de que en la radio suenen gaitas y de que el paisaje apenas haya sido destruido.

La ubicación geográfica de Omán lo convierte en un lugar de gran valor estratégico y diplomático con solo 3 millones de habitantes, frente a los 33 millones de Arabia Saudí y a los 81 de Irán

El sultán Qaboos, de 78 años, divorciado y sin hijos, lleva una vida más bien solitaria en sus palacios, pero es un personaje clave en Oriente Medio. Es un autócrata árabe –no nos engañemos–, pero también un gobernante ducho a la hora de hacer equilibrios entre Arabia Saudí e Irán, sus vecinos siempre a la greña, y entre Israel y sus enemigos árabes.

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El paisaje de Omán no tiene nada que ver con el de sus países vecinos. Sus edificios son bajos y las ciudades están rodeadas de montañas

Al sultán le han diagnosticado un cáncer, pero en octubre pasado sorprendió al mundo entero al aparecer en uno de sus palacios junto con el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, la figura más odiada en el mundo árabe. ¿Qué se trae el sultán entre manos?

Su visión de las cosas

El sultán tiene su propia visión del mundo. Un ejemplo es el espectacular teatro de la ópera, un edificio que nuestro hombre considera la plasmación de sus iniciativas destinadas a hermanar el este y el oeste.

El sultán se hizo con el control del país en 1970, después de estudiar dos años en la academia militar británica de Sandhurst y de otro más sirviendo en filas del ejército de su majestad; desde el primer momento dejó clara su pasión musical. E hizo lo posible para que las gentes de su país la compartieran. La asignatura de Música se convirtió en obligatoria y en 1985 creó una orquesta sinfónica compuesta íntegramente por músicos omaníes. Interpretaron su primer concierto en 1987 y, en los primeros años, su director fue el propio sultán.

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En 2011 se inauguró la Royal Opera House en Mascate, la capital. Un imponente edificio de mármol italiano y madera birmana que abrió con la ópera Turandot, de Puccini, interpretada por Plácido Domingo

¿Es Omán un país musulmán? Sí que lo es. ¿Patrocinador del terrorismo islamista? Ni por asomo. Desde los atentados de las Torres Gemelas, de 2001, ni un solo súbdito omaní ha sido condenado por acciones de terrorismo en ningún país del mundo.

Hablo con un alto funcionario del Gobierno. A Mohammed al-Hassan, subsecretario de Estado, no le gusta que use la palabra ‘matón’ en referencia al polémico nuevo gobernante de Arabia Saudí, el príncipe Mohammed bin Salmán. «Preferimos utilizar otro tipo de lenguaje», explica.

El sultán se ha reunido recientemente con los líderes de Palestina e Israel. ¿Está mediando para un acuerdo de paz?

Durante años, Omán ha ejercido como un discreto mediador en los conflictos de Oriente Medio. «Lo que hacemos no es mediar, no exactamente. Solo facilitamos las cosas», matiza Hassan. Se queda corto. Mascate fue el escenario de las reuniones secretas entre altos cargos norteamericanos e iraníes que llevaron a la firma del tratado nuclear en 2015. Obama envió a su gente a hablar con los iraníes sin que nadie se enterase.

Es sabido que a Donald Trump no le gusta nada ese tratado. Al principio, su pataleta con el acuerdo
–del que se retiró en mayo– se extendió a todos los implicados, también a Omán. Trump no cruzó palabra con el sultán Qaboos al asumir la Presidencia. Para él, Irán era un enemigo, y el príncipe Mohammed de Arabia Saudí, un amigo que, además, había invertido miles de millones en la compra de armamento estadounidense. Dieciocho meses después, las cosas han cambiado. Los saudíes se han ganado el descrédito internacional por el asesinato de Khashoggi; Irán no va a someterse a las exigencias estadounidenses y ha quedado aparcado el «acuerdo histórico» entre israelíes y palestinos que trataba de promover Trump.

En Omán tuvieron lugar las reuniones que llevaron al tratado nuclear entre Estados Unidos e Irán

Y aquí es donde Omán ha respondido con una jugada maestra. En octubre, Netanyahu y el sultán Qaboos se reunieron en Mascate. El encuentro fue todo un mensaje para Trump. En enero, Mike Pompeo –el secretario de Estado– finalmente se presentó en Mascate. Pocos días después, otro visitante llegó al sultanato: Mahmud Abás, el presidente palestino. Una vez más, todo apunta a que Omán está haciendo lo posible por facilitar un acuerdo de paz.

La guerra de las petroleras

En su forma moderna, Omán es una creación del Ejército británico, que estableció un protectorado y ayudó al padre del sultán a unificar la nación en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado. Pero la historia de Omán se remonta mucho más atrás. En su momento fue la principal potencia marítima de Oriente Medio. A lo largo de los siglos, los omaníes tuvieron una relación complicada con los colonizadores europeos: con los portugueses primero, con los británicos más tarde, pero estos últimos acabaron siendo sus protectores.

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El sultán se educó en el Reino Unido. Y de allí se trajo las gaitas escocesas que ahora forman parte de las bandas de música de las Fuerzas Armadas. Además, creó una orquesta sinfónica compuesta íntegramente por músicos omaníes

A mediados del siglo XX, Omán estaba en decadencia y los gobernantes se las veían y se las deseaban para imponer su autoridad, justo cuando empezaban las prospecciones en busca de petróleo. Las petroleras británicas aliadas del sultán y las estadounidenses vinculadas a Arabia Saudí se hicieron la vida imposible las unas a las otras, siempre con la idea de llevarse la mayor parte del petróleo escondido bajo la superficie. Los conflictos, suspicacias y disensiones se perpetuaron durante décadas… hasta el punto de que explican parcialmente la complicada relación actual con Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos (país compuesto por siete emiratos:​ Abu Dabi, Ajmán, Dubái, Fuyaira, Ras al-Jaima, Sarja y Umm al-Qaywayn).

El golpe de estado

El sultán Said bin Taimur, el padre de Qaboos, enriquecido por el oro negro, era famoso por su tacañería. No era partidario de construir escuelas. «Así fue como perdisteis la India –espetaba a sus consejeros británicos–, porque educasteis a la gente». Tampoco quería construir hospitales, con el argumento de que la mortalidad infantil atenuaba la superpoblación en el mundo. Excéntrico, se sentía cómodo en su papel de semicolonizado. Le complacía que los coroneles británicos estuvieran al mando de su Ejército, porque «en el mundo árabe todas las revoluciones las empiezan los coroneles. En mi Ejército no hay coroneles árabes, un problema que me ahorro».

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Hace 47 años, el sultán Qaboos destronó a su padre, Said bin Taimur, un dictador excéntrico que llegó a prohibir el uso de pantalones y gafas de sol

Sin embargo, los británicos terminaron por darle la patada. Una mañana de julio de 1970, oficiales británicos, acompañados por su hijo Qaboos, irrumpieron en su palacio de Mascate y
–después de que el sultán se pegara un tiro en el pie por accidente al tratar de repelerlos– le hicieron salir del país. El resto de sus días los pasó en un lujoso hotel de Londres.

El nuevo sultán se propuso modernizar el país. Pero, claro, en el golfo Pérsico, la modernidad siempre es algo relativo. El litoral posee suntuosos hoteles y la sanidad pública tiene buena fama, pero no está claro cómo sobreviviría Omán si el petróleo se secase.

El sultán ha escondido en palacio un sobre con el nombre de quien quiere que sea su sucesor

En lo referente a la religión, los gobernantes quieren creer que están al margen de las disputas entre chiíes y suníes, ya que en su país se practica el ibadismo, que no es lo uno ni lo otro. No obstante, la suya también es una fe de tintes conservadores. La gran mayoría de las mujeres visten el niqab y algunos observadores aseguran que cada vez hay mayor tendencia a ser estrictos en las costumbres.

Políticamente hablando, Omán tiene tan poco de democracia liberal como cualquier otro Estado del Golfo, por mucho que el sultán tenga fama de ser un dictador benevolente. Los periódicos que no presentan la realidad local bajo el prisma rosa son cerrados sin más. El país experimentó su propia versión de la Primavera Árabe cuando unos pocos millares de personas protestaron en las calles.

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El sultán recibió a Netanyahu –el presidente israelí– el 28 de octubre, algo absolutamente inusual. El israelí no visita países árabes

Algunos de los líderes de la revuelta cumplieron cortas condenas de cárcel; a otros se les facilitó el exilio. He hablado con uno de estos últimos, Nabhan Alhanshi, hoy residente en Londres; me cuenta que en Omán no existe la libertad de expresión y que la oposición es muy débil.

Una sucesión muy peculiar

Hace cuatro años, el sultán enfermó de gravedad. Y su dolencia llevó a plantearse el «después de él, ¿qué?».

Para ello, él mismo ha establecido un sistema de transición a la sucesión que no sé si tachar de absolutamente genial o demencial. Las reglas del juego son las que siguen: cuando el sultán muera, la familia real ha de reunirse para escoger a un sucesor. Si no se ponen de acuerdo, un edecán de la corte y el jefe del Estado Mayor del Ejército tienen que dirigirse a cierto punto secreto del palacio donde encontrarán una carta en la que el finado expresó su preferencia.

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Pocos días después de reunirse con el presidente israelí, llegó al sultanato Mahmud Abás, el presidente palestino. Todo indica que Omán está mediando en un acuerdo de paz, negociación a la que Estados Unidos se ha visto obligado a unirse

Se cree que hay tres candidatos principales; todos ellos, primos del sultán. «Hay constantes especulaciones sobre quién es el predilecto», asegura un diplomático. Mi interlocutor añade que el sultán es tan respetado que nadie osará hacer trampas. Sea quien sea el ganador, parece claro que las líneas de falla entre la ambición modernizadora del sultán y su conservadora sociedad y estructura política van a agudizarse con el tiempo.

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