Más conocido por quemar libros que por conservarlos, Hitler tenía, sin embargo, una gran colección.  Por Ana Tagarro

Adolf Hitler no escuchaba nunca a nadie, pero, sentado frente a un libro abierto, el más terrible de los dictadores era capaz de entablar un diálogo con el autor a través de notas al margen y subrayados que, en palabras del historiador y periodista Timothy Ryback, «reducen a uno de los personajes más complejos de la historia a un simple lector». Ryback, indagó en uno de los aspectos de la vida del Führer que no se había valorado hasta ahora: el Hitler lector. Y lo hizo porque,  una parte de la colección de libros del líder nazi se conserva en la Biblioteca del Congreso de EE.UU., hasta donde llegaron en 1952.

Leía con asiduidad a Karl May, un escritor de novelas baratas del oeste que recomendaba a sus generales cuando les reprochaba su falta de imaginación

Ryback se sumergió en estos 1.200 ejemplares, en las dedicatorias, desde las de su amiga Winifred Wagner, nuera del compositor Richard Wagner, hasta las enviadas por el jefe de las SS, Heinrich Himmler, en las notas al margen y en los párrafos subrayados. «Me di cuenta de que esos signos indicaban un camino, eran información sobre lo que le había interesado», explica Ryback. «Y ese camino, en último término, lleva a las cámaras de gas de Auschwitz.»

Las bases de su ideología

En la biblioteca de Hitler puede verse cómo se va trazando esa mente que acabará diseñando el holocausto. Un volumen señalable es Peer Gynt, una novela del noruego Henrik Ibsen sobre un personaje tortuoso, con la dedicatoria: «Para mi querido amigo Adolf Hitler. Dietrich Eckart. Múnich, 22 de octubre de 1921».

biblioteca de HItler

Como señala Ryback, pocos podían llamar ‘amigo’ a Hitler, pero aún menos ‘querido amigo’. Eckart, que era el traductor de Peer Gynt, fue no sólo un amigo de Hitler, sino su mentor. Además de formarle en su odio a los judíos, le enseñó a hablar en público y le presentó a destacados miembros de la sociedad de Múnich, a veces con la frase: «Este es el hombre que liberará Alemania». Hitler le dedicó el primer volumen de Mein Kampf y cuentan que Eckart dijo al morir, en 1923: «Seguid a Hitler. Él bailará, pero su música la compuse yo».

Además de ser un lector impenitente, el dictador alemán escribió Mi lucha donde expuso su ideario nazi

El camino a Auschwitz también puede intuirse en otros libros, como en un tratado de 1932 sobre la guerra química que explora las cualidades del gas venenoso, incluido el ácido prúsico, que se comercializó como Zyklon B y fue utilizado en los campos de exterminio nazis.

Karl May vendría a ser el equivalente alemán a Estefanía, un escritor de novelas baratas del oeste que contaba en los años 30 con un gran número de fans, entre ellos, Adolf Hitler. Él es único novelista que leía con asiduidad, aunque alguna vez citó Los viajes de Gulliver, Robinson Crusoe y Don Quijote como las mejores novelas del mundo. Según un periodista alemán que visitó la casa de Hitler en los Alpes, el Führer tenía una estantería llena de obras de May y se dice que cuando en la guerra reprochaba a sus generales su falta de imaginación, les recomendaba leer estas novelas.

Hitler recibía unos 4.000 libros al año

En 1925 la declaración de la renta de Hitler valora sus bienes personales en mil marcos y asegura no tener otra propiedad que «una mesa para escribir y dos estanterías con libros». En 1934 suscribe una póliza de seguros en la que valora su biblioteca, unos 6.000 volúmenes, en 150.000 marcos. Se calcula que a principios de los 40, Hitler recibía unos 4.000 libros al año y hay planos para construir una biblioteca en un anexo de su casa de los Alpes, para albergar 60.000 volúmenes. Aunque él nunca inventarió sus libros, el periodista alemán Frederick Oechsner lo hizo en 1942 sobre 16.300 volúmenes, estimando que 7.000 eran sobre asuntos militares, 1.500 sobre arquitectura, teatro, pintura y escultura y el resto, sobre temas diversos.

biblioteca de Hitler

Adolf Hitler con Herman Goering en Obersalzburg.

A Rybak, en cambio, lo que le llamó la atención no son los libros militares, ni los antisemitas, ni los artísticos, sino los de espiritualidad y ocultismo. Unos 130 de los 1.200 que se conservan en la Biblioteca del Congreso tratan sobre temas espirituales, religiosos o de ocultismo. Un volumen le interesó en especial, Worte Christi, Palabra de Cristo, un ejemplar en el que hay numerosos subrayados, como «si crees, todo es posible» o «muchos son los llamados pero pocos los elegidos» e incluso «amarás al prójimo como a ti mismo».

Uno de sus libros preferidos fue ‘Los Ensayos Alemanes’, de Paul de Lagarde, escritor nacionalista alemán del siglo XIX, que sentó las bases de su antisemitismo

Conociendo la aversión de Hitler por todas las religiones y por el cristianismo en particular, no tiene sentido que el libro figure en su biblioteca, pero lo está. Cabe que los subrayados no sean suyos sino de su hermana Paula, que pasó temporadas con él, pero tampoco es descartable que fuese parte de la búsqueda espiritual del dictador. Una búsqueda que se aprecia de igual forma en otros libros como los ocho volúmenes con las obras completas del filósofo alemán del siglo XIX Johann Gottlieb Fichte. Esta obra lleva una especial dedicatoria: «A mi querido Führer con la más profunda admiración, Leni Riefenstahl». La polémica cineasta se la regaló a Hitler, según ella, para congraciarse con él después de cometer la osadía de atreverse a interceder por unos amigos suyos judíos. En la obra de Fichte están algunos de los subrayados más destacados. Cuando el autor habla de la Santísima Trinidad y define al Padre como «una fuerza natural del universo», al Hijo como «la encarnación física de esa fuerza» y al Espíritu Santo como una expresión de «la luz de la razón», Hitler casi se deja el lápiz. Y cuando Fichte se pregunta de dónde proviene el poder de Jesús, la línea que subraya la respuesta es igual de intensa: «De su total identificación con Dios». Poco más adelante insiste en el subrayado: «Dios y yo somos uno».

Pasión de Hitler por el ocultismo

En el búnker de Berlín donde Hitler se refugió y se suicidó, se hallaron 80 libros. El coronel norteamericano Albert Aronson los tuvo en su casa hasta su muerte en 1979, cuando un sobrino suyo los donó a la Universidad Brown. Una docena de esos 80 volúmenes son sobre ocultismo, las predicciones de Nostradamus entre ellos. Es conocido que Hitler mostró un gran interés por estos temas y que algunos de sus colaboradores, como Rudolff Hess o Heinrich Himmler, pertenecían a diversas sectas ocultistas. La biblioteca confirma esta teoría. Uno de los más subrayados es Magic: History, Theory and Practice (1923), de Ernst Schertel. Ryback cuenta que cuando tecleó el nombre del autor en internet, aparecieron varias páginas sobre satanismo, parapsicología, sadomasoquismo y diversas prácticas sexuales. Según una página sadomasoquista, Schertel, que dedicó el libro personalmente a Hitler, escribió numerosos libros sobre erotismo y fue una figura central del movimiento nudista alemán en los años 20 y 30. Una frase está especialmente subrayada: «Aquel que no lleva semillas demoniacas dentro de él, nunca dará a luz un mundo nuevo».

Walter Langer, autor del primer perfil psicológico de Hitler encargado por la CIA en 1943, concluía que para entender al líder nazi había que comprender su profunda creencia en los poderes divinos. Timothy Ryback añade: «Pero Hitler creía que lo mortal y lo divino eran uno y que el dios que estaba buscando era en realidad él mismo».

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