Se define como disruptor, futurólogo y filósofo digital. Aric Dromi nació en Israel en 1974, reside en Suecia. Es fundador del ‘think tank’ tecnológico TEMPUS.MOTU y asesor de grandes compañías y del Gobierno sueco. Acaba de participar en los foros XLDesafío. Por Daniel Méndez

XLSemanal. ¿Me permite ver sus manos?

Aric Dromi. (Las muestra sonriendo).

XL. Tiene un chip en una de ellas.

A.D. Sí, aquí [señala un lugar junto a su pulgar]. ¡El chip está aquí porque es cool (‘molón’)! [ríe]. Cuando analizo la tecnología, trato de imaginar cómo impactará el futuro. No podría ponerme delante de la gente a hablar de estas cosas sin experimentarlo yo mismo en mi propia persona.

XL. Con él abre la puerta de su casa o paga el autobús.

A.D. Y puedo hacer muchas más cosas, como acceder al gimnasio. Suecia es el país con más implantes de este tipo en el mundo… Porque no tenemos miedo a experimentar con las cosas.

XL. ¿Acabaremos todos con un implante de este tipo?

A.D. La respuesta es que sí. ¡Pero ojalá sea un acto voluntario y no forzoso! Todo dependerá del sistema político que nos encontremos.

XL. Empieza a darme miedo.

A.D. ¡No! Yo soy muy optimista. Pero también soy una persona muy frustrada. Somos la única especie que ha sido capaz de demostrar tanta creatividad y capacidad de invención. Pero, en lugar de emplear la tecnología para hacer del mundo un lugar sostenible, hemos creado una jaula.

XL. ¿Una jaula?

A.D. Una prisión, sí. Y nosotros somos los esclavos de la tecnología. Pero tenemos el potencial para hacerlo mejor.

XL. ¿Y cuáles son los muros de esa prisión?

A.D. Los datos lo son en gran medida. Cuando compañías como Facebook, Google o Twitter dicen que nos dan todo gratis, no me lo creo. ¡Nada es gratis! Formamos parte de un ecosistema de datos al que no podemos acceder.

«Ahora somos esclavos de la tecnología, pero podemos cambiar eso»

XL. ¿Por eso no lo he encontrado en Twitter o Instagram?

A.D. Durante un periodo de mi vida compartí todo en redes sociales. Solo para entender qué significa ser adicto a la dopamina que me produce la pantalla. Ahora estoy experimentando el minimalismo digital.

XL. Y eso consiste en…

A.D. Enseñarme a mí mismo cómo generar serotonina, y para eso necesito desconectarme. Hay mucho ruido, mucha energía malgastada en Twitter.

XL. ¿Cómo combatirlo?

A.D. Ahora mismo estamos en manos de un liderazgo industrial, ligado al sector tecnológico, que no está haciendo las cosas como debería. Necesitamos un liderazgo político global capaz de entender los cambios que la tecnología está trayendo.

XL. Insisto, ¿cómo revertir la situación?

A.D. En parte, cambiando las leyes. Seguimos juzgando la realidad basándonos en normas que se remontan al Imperio romano. Pero eso ya no se puede llevar al espacio digital. Debemos reeducar a los que hacen las leyes, a los políticos, para que creen un marco libre donde las compañías puedan prosperar de otra manera. Ahora mismo es un zoo.

XL. Se muestra muy crítico con la esfera política.

A.D. Mucho. Solo les importa el futuro cercano, las próximas elecciones. Pero ¿qué plan tiene un país como España para los próximos 100 años? La edad media de la esfera política es 55 años. ¡Qué les importa a ellos el futuro!

XL. Usted habla de generación Z, ¿cambiará cuando ellos lleguen al poder?

A.D. La generación Z la componen los que ahora tienen menos de 20 años. Yo pertenezco a la generación Y, y sinceramente… ¡que les den! No lo han hecho bien. La generación Z ha crecido después del 11-S, en la era del terrorismo global. Son más asertivos, más dispuestos a tener un impacto en su propio futuro.

XL. ¿Cuál es su mensaje para ellos?

A.D. Su trabajo es crear un marco adecuado para sus hijos, a los que yo llamo digital alphas, que son los nativos digitales al cien por cien. Ellos marcarán el futuro de la humanidad.

PREGUNTA A BOCAJARRO

Como futurólogo, ¿cuál es su predicción?

(Ríe) Si pudiese predecir el futuro, ¡invertiría en Bolsa! Yo me defino como alguien que ayuda a las organizaciones a diseñar el futuro que debería ser. No es tanto predecir como saber navegar para tratar de llegar a buen puerto.

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