Creció en una comunidad mormona de Utah. Mide 1,91, ha domado a Mick Jagger y diseña vestidos para los Oscar. Hablamos con LWren Scott, de 44 años, una mujer espectacular en todos los aspectos. Por O. C. 

Un hotel de cinco estrellas en Londres. Los huéspedes se reúnen en el vestíbulo para tomar el té: elegantes árabes que lo mismo podrían negociar con especias que con armas, damas con grandes sombreros, caballeros con trajes impecables. De repente, un taconeo interrumpe de golpe las conversaciones de la sala. L’Wren Scott acaba de entrar. Los huéspedes asisten, mudos, a una aparición vestida de negro. 1,91 de altura, melena oscura, casi azulada, suelta hasta la cintura, el rostro pálido como una bruja de los hermanos Grimm. L’Wren Scott, de 44 años, se sienta en uno de los sofás y solo entonces las cabezas vuelven de nuevo hacia las tazas de té.

La norteamericana no presta atención a las reacciones que provocan sus entradas en escena. «De adolescente ya era muy alta y muy delgada», dice. No conoce otra cosa. Al igual que los extraterrestres de la película Avatar, L’Wren Scott sobresale por encima de su entorno, incluido Mick Jagger, su pareja.

Pero no quiere hablar de él. Ni de si es la domadora de leones que ha conseguido que el promiscuo Jagger se haya dejado atar a la monogamia. Tampoco de lo que opina sobre que la prensa sensacionalista británica la haya bautizado como la nueva Yoko Ono. Se dice que, cuando embutió a Jagger en ropa de Versace y Prada, los demás Stones se quedaron eso, de piedra. La cuestión de si Jagger, a quien conoce desde hace diez años, es útil para su carrera la liquida de la siguiente forma: «No se trata de a quién conoces, sino de lo que tú eres capaz de hacer». Quien pretenda arrancarle más se verá despachado con la frase: «Tenemos algo parecido a una relación».

«Mick Jagger y yo tenemos algo parecido a una relación. Pero soy una ‘outsider’ en su mundo»

L’Wren Scott está aquí para hablar sobre el camino que la llevó desde Utah hasta París y luego a Hollywood. Es la historia de alguien distinto, de una mujer que no solo tuvo que aprender a hacerse sus propios vestidos para encajar en el mundo. Creció como Laura Bambrough, a quien todo el mundo llamaba Luann, adoptada por una familia mormona.

Se crio en Roy, una comunidad de Utah. «Era un sitio genial, con desiertos, montañas, el Gran Cañón y el lago Salado. Recuerdo la quebradiza costra de sal, el vapor que se alzaba del suelo. A los 12 años ya había dejado atrás a todos sus compañeros de clase. A sus burlas respondió con tacones de vértigo que la hacían aún más alta. Su madre no permitía revistas de moda en casa, así que Luann iba al cine a calmar su sed de glamour. Cuando creces en una ciudad pequeña y te interesas por el diseño, estás obligada a hacerte tu propia ropa dice. Compraba prendas usadas; descosía las chaquetas y los pantalones y los volvía a hacer de otra manera.

Tenía claro que algún día se dedicaría al mundo de la moda. Con 17 años les dijo a sus padres que se iba a visitar a una amiga en Nueva York y lo que hizo en realidad fue reservar un billete de ida a París. «No tenía ningún miedo al viaje, solo a quedarme en Utah».

París, 1985. Cuando Laura pisó suelo francés, decidió adoptar el nombre de L’Wren Scott y se lanzó a descubrir la ciudad. Su primera impresión: «París olía a panaderías. Y a cigarrillos». Su plan: recorrer las agencias, hacerse modelo. Al cabo de una semana llegó el primer contrato: un trabajo con el fotógrafo Guy Bourdin, un extremista de la cámara que colocaba a sus modelos en un entorno lleno de violencia y sexo. Esperaba hasta que una modelo rompía a llorar y entonces empezaba a disparar. Yo pensaba. estos franceses son inquietantes. Poco después llamó por primera vez a sus padres. «Me preguntaron dónde estaba. Les respondí: ‘En París’. Ellos dijeron: ‘¿París, Texas?’. Yo dije: ‘No, París, Europa’.

Su primer desfile: Chanel. Horrible. «Me sentía como un ciervo paralizado en mitad de la carretera por los faros de un coche». Su primer maestro: el diseñador Thierry Mugler, en aquellos momentos en la cúspide de su carrera. Mugler mandó a su nueva musa a la pasarela subida en unos tacones de 20 centímetros. «Aprovechaba todas las ocasiones para descubrir las leyes que rigen en el mundo de la moda. Observaba cómo se gestaban los vestidos y por la noche, en vez de irme a la discoteca, trasladaba a la máquina de coser todo lo que había observado». Para 1994, L’Wren Scott ya había visto bastante. Se trasladó a Los Ángeles, donde empezó a trabajar como estilista, encargada de que las mujeres famosas llevaran la ropa adecuada. A través de sus trabajos con el fotógrafo Herb Ritts conoció a mucha gente de Hollywood. El vestido negro que Nicole Kidman luce en los primeros 20 minutos de Eyes wide shut era obra de L’Wren Scott.

«Mi primer desfile como modelo fue horrible. Me sentí como un cervatillo en la carretera»

Luann, la chica de Utah, se había convertido en L’Wren Scott, la diseñadora de las candilejas. «No importa lo insustancial que pueda parecerte el mundo en el que te mueves afirma. Lo importante es que sepas mantener los pies en el suelo». L’Wren Scott ha visto muchas cosas turbias como modelo en París, como diseñadora en Hollywood o como novia de Mick Jagger, pero nunca traicionará al mundo en el que vive y del que vive, eso sí, «como una outsider», según se define ella misma. Una rival la describió una vez como una mujer «con las piernas de una gacela y la piel de un búfalo».

La outsider dirige ahora su propia marca de moda. En su página web aparecen las mujeres que aprecian sus estrechos vestidos: Nicole Kidman, Madonna, Uma Thurman, Penélope Cruz, Michelle Obama… Este invierno ha salido al mercado, presentada por Lancôme, una línea de cosméticos con su nombre que incluye un lápiz de labios rojo profundo, una paleta de sombras de ojos con brillos metálicos y un esmalte de uñas oscuro.

Es hora de marcharse. Las cabezas de los bebedores de té vuelven a alzarse. Un breve repiqueteo de tacones y L’Wren Scott se ha desvanecido en el aire…

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