Lleva más de 45 años funcionando y no ha perdido su romanticismo. Más de 300.000 viajeros utilizan cada año el Interrail, esta particular metáfora ferroviaria de la unidad europea. Por C.M.Sánchez y Safia Krivdic

Dicen que el alma viaja más despacio que el cuerpo; que por eso, cuando bajamos de un avión, solo somos una carcasa vacía hasta que el alma rezagada consigue alcanzarnos. En el tren, más lento, no podemos huir de nosotros mismos, y nuestros pensamientos acaban discurriendo a la velocidad exacta del paisaje que vemos por la ventanilla.

Hay viajes que tienen esa cualidad de acompasar la mente y el cuerpo, son iniciáticos porque te inician en la vida o te abren los ojos a otras maneras de vivir. Y, sobre todo, porque otros viajeros comparten esa misma vibración, como si sintonizaran una frecuencia espiritual colectiva. En Europa hay dos viajes iniciáticos que habría que hacer al menos una vez en la vida. el Camino de Santiago y el Interrail.

La prueba de que el Interrail que empezó en 1972 no ha perdido su romanticismo, es que 300.000 viajeros lo hacen cada año, con un incremento que ronda el 30 por ciento en el último lustro, pese a la competencia de las líneas aéreas baratas y ahora también de los autobuses de bajo coste, como Megabus o Flixbus, sin contar Blablacar y otras plataformas de la economía colaborativa.

El Interrail es un pase que permite viajar en tren (y también en ferri) durante un periodo variable, desde cinco días hasta un mes, y recorrer un máximo de 30 países europeos (incluida Turquía) por una tarifa muy asequible: desde 200 euros, la más barata. Para muchos jóvenes es la primera vez que viajan de mochileros; su primera aventura fuera del nido. Sin embargo, no es un viaje exclusivo para menores de 25 años (que es la edad límite en la que los descuentos son mayores). Los adultos ya suponen uno de cada cinco clientes de Interrail. Y hay también abonos para familias y para mayores de 60.

En total son 250.000 kilómetros de vía férrea que se pueden recorrer de punta a punta de Europa, incluido el Reino Unido que, por el momento, no se queda fuera del circuito a pesar del brexit. Se puede empezar en Lisboa y terminar en Atenas, o salir de Helsinki y acabar en Sevilla. O dejarse llevar por los caprichos de la serendipia. Cada viajero se hace su propia ruta, y hay billetes a la medida de cada presupuesto. Un recorrido para volver a casa habiendo vivido pequeñas aventuras que nos hacen crecer. Y de las que se sacan lecciones para la vida. Quizá la mejor manera de reivindicar el sueño de la unidad europea, en estos tiempos en los que está siendo tan cuestionado, es fluir por sus venerables arterias, un sistema circulatorio que lleva ahí desde el siglo XIX.

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