El paraíso son los otros

Artículos de ocasión

Muchas personas se han sorprendido de que las últimas revelaciones sobre las cuentas en paraísos fiscales de personas relevantes no hayan tenido una gran repercusión pública. Cada vez más, las noticias entran en la agitadora de la red informativa y, si de ahí salen con una versión escandalosa y febril, pueden llegar a algo. Si por el contrario son desapasionadas y requieren análisis, se quedan en nada. Por eso el escándalo Weinstein y sus ramificaciones han llegado a la gente, con denuncias de casos similares, mientras que los llamados paradise papers han sido ignorados y no se ha producido ningún contagio denunciador. Uno de los problemas es que si la prensa se arroga el papel de ser el enjuiciador moral de la sociedad se topará con un problema básico: cada persona tiene un rasero moral. Por ello la prensa no es el sustituto de Dios ni de la moral, sino un transparente ejercicio de datos y verdades consolidadas que debe poner a funcionar otra cosa distinta del linchamiento moral y que podríamos llamar ‘información veraz’. De lo que se trata con los delitos económicos no es tanto de establecer un juicio moral, sino de recuperar el dinero extraído a la fiscalidad nacional porque lo necesitamos para las escuelas y hospitales.

Ya en el anterior escándalo de los papeles de Panamá, descubrimos que el mayor daño se le causaba a personas que muestran un comportamiento solidario, a esos se les afrentaba de manera directa. En cambio, a los caraduras les daba igual que les hubieran pillado con las manos sucias. Hacemos lo que hace todo el mundo, dijeron, manchando de mierda a las personas honestas. En cambio, los que sostenían posiciones ejemplares fueron dañados en su prestigio, de nuevo el linchamiento por encima de la veracidad. De recuperar el dinero, me temo, pocos indicios vimos si incluso había familiares de un ministro y comisario europeo que salvaron el escollo con el ya recurrente yo no sabía nada. En nuestra sociedad se tiende a perdonar el delito fiscal porque desde niños se enseña a apreciar al listo de la pandilla, ese que copia en el examen, pega al indefenso de clase y acosa a la guapa con su zafiedad. Así se construye el carácter en nuestro pequeño mundo y luego nos avergonzamos de la gente que hemos fabricado.

La otra razón por la que han carecido de la fuerza brutal esas revelaciones tan incómodas se debe a que las grandes empresas que todo el mundo ama de manera irracional, sobre todo las tecnológicas como Amazon, Google, Facebook o Apple, llevan años recurriendo a sus argucias contables en el extranjero, negociando con gobiernos bajo cuerda y eludiendo las fiscalidades locales. Si ellas lo hacen, por qué no lo habría de hacer el personal que triunfa, se preguntan los ilusos que en lugar de celebrar que se cace a un tramposo parecen festejar que haya otro que alcanza el club del lujo impune. Incluso empresas con mucha menos imagen amada también recurren con constancia a llevarse el dinero a paraísos fiscales. Los últimos datos que hemos conocido sobre la cantidad de dinero que tienen depositados en cuentas fuera del alcance del fisco y en lugares cuyo nombre nos hace salivar, como las islas Caimán, la isla de Jersey, Bermudas o Curaçao, invita a entender que no estemos para formar muchos escándalos por culpa de cantantes, políticos, nobles y familias ricas de toda la vida que han puesto su pasta a refugio. Al final hemos visto que otra de las ventajas que tiene el sistema hereditario es que también heredas los chanchullos contables de tus padres y no pasa nada. La familia parece muy unida cuando se trata de no denunciar el delito del que se nutren todos. Ay, qué delicioso mundo el que vamos formando con tanta envidia modelada hacia la gente que engaña en el pago de impuestos. No parece importarnos la degradación que conlleva en los servicios públicos, sometidos a recortes ya perpetuos, mientras que en España se calcula que hay empresas multinacionales que declaran anualmente cerca de veinte mil millones de euros como fondos en paraísos inalcanzables.

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