Censura es otra cosa

ARTÍCULOS DE OCASIÓN

Supongo que a casi todo el mundo le habrá sorprendido el eco que tuvo en España la retirada de la película Lo que el viento se llevó de la plataforma de televisión HBO. Para muchos de nosotros se trataba de una agresión sin precedentes a un icono cultural. Sin embargo, lo verdaderamente sorprendente era el grado de superficialidad con el que se trató el asunto. Para empezar, vimos desarrollarse la habitual bola de nieve que fabrica una noticia falsa. Muchos articulistas, demasiados, acusaron de censura al guionista de Doce años de esclavitud, que había escrito la pieza de opinión en Los Ángeles Times para exigir a HBO que acompañara Lo que el viento se llevó dentro de su catálogo con algunas películas que dieran una visión más equilibrada de la guerra civil norteamericana y la esclavitud en el país. La plataforma, propiedad de Warner, retiró la película de manera momentánea para incorporar una contextualización para prevenir a los espectadores.
Lo raro de la reacción española es la falta de sensibilidad para los conflictos ajenos. Censura era un calificativo desmesurado. Ninguna mente inquisitorial exigió que se destruyera o variara la película tal y como la conocemos. Eso sí lo sufren a diario cientos de obras de arte sin que nadie alce la voz. Aquello de la contextualización quizá sea un mal menor en los tiempos en los que vivimos. Muchas piezas artísticas lo sufren. Es un signo de lo bobo que se va volviendo nuestro tiempo, donde tratamos al espectador como a un deficiente incapaz de contextualizar nada por sí mismo. En España sabemos que pueden emitirse sin ningún problema en la televisión nacional películas que invocan los valores machistas y delirantes que se fabricaban durante la dictadura de Franco. Estoy seguro de que una niña de ocho años que se enfrenta a los romances y las diatribas católicas de tantas emisiones de Cine de barrio percibirá que aquello se trata de reliquias del pasado y, superado el pasmo, sentirá una enorme empatía por su madre o su abuela si tuvieron que criarse bajo esos parámetros civiles.
La censura se aplica a lo que no puede verse, lo que no es asequible en ninguna cadena y a ninguna hora. Pero esto no parece preocuparle a nadie. Ya se encargan los dueños del negocio de hacer invisible lo que no quieren que se vea. Sucede algo similar con la polémica del ataque a las estatuas de esclavistas y líderes coloniales tras el asesinato de George Floyd a manos de la Policía. Juzgado desde España nos parece irracional y un crimen con la historia de un país. Pero si hacemos un pequeño ejercicio de comprensión quizá nos demos cuenta de lo fácil que es entender la humillación que significan esos homenajes públicos para los descendientes de negros norteamericanos. No hace tanto que hemos exhumado el cadáver de Franco del Valle de los Caídos o tratamos de eliminar el nombre de las calles a criminales de la Guerra Civil. La esclavitud es para los norteamericanos un episodio doloroso que condujo a la guerra entre estados y el mantenimiento de esos símbolos respondía al poderío económico del racismo blanco en aquel país. Por no irnos tan atrás, en España establecimos una ley para que no pudiera homenajearse a los terroristas de la banda ETA y en ningún momento se relacionó este hecho con la censura o el falseamiento histórico, sino con la decencia. Cada país lidia con sus fantasmas de la mejor manera que puede. Quizá a los españoles, aficionados a la opinión contundente e irracional, les vendría bien pararse a reflexionar antes de mostrar tan poca capacidad para entender un conflicto ajeno. Es más, puede que nosotros seamos los que más necesitáramos una contextualización de Lo que el viento se llevó cuando la vuelvan a reemitir estas navidades o regrese al catálogo de HBO. No en vano siempre nos hemos tragado como historia cierta de ese país la versión hollywoodiense y ya es hora de sensibilizarnos hacia algo más veraz. Debemos respetar y conocer el pasado que nos trajo hasta aquí, pero no bendecirlo como mojigatos ni homenajear a quien no merece esa distinción. Y aprender a no llamar censura a lo que no lo es.
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