Su hijo tenía tres años cuando le diagnosticaron un cáncer de hígado. De golpe, todo perdió el sentido. La música, los números uno, los millones de discos vendidos… Hoy Noah ha superado el cáncer, pero la experiencia ha transformado a su padre. Michael Bublé, el canadiense de oro habla de ello sin tapujos. Por Fernando Goitia/ Fotografía: Dean Freeman

«Soy Miguel Burbujas», dice Michael Bublé, bromista, sonriente, en un español de sonoridad argentina. A primera vista, este canadiense con más de 75 millones de discos en el zurrón no parece un hombre que haya mirado de cerca a la muerte. En cuanto se sienta -en el diván de una lujosa habitación de hotel en Londres- y empieza a hablar, sin embargo, un incontenible aluvión emocional le brota del pecho. A sus 43 años, este crooner -ya saben, cantantes al estilo de Sinatra, Tony Bennett o Mel Tormé- se confiesa renacido tras haber visto como su hijo Noah superaba un cáncer de hígado. El infierno se desató en 2016, cuando el pequeño tenía 3 años.

«Tras pasar un año aislado en el hospital con mi hijo, todo parecía estar patas arriba, como si fuera a haber otra guerra mundial»

El cantante era entonces un hombre exultante, con nuevo disco en el mercado y gira mundial en ciernes, poco después de que él y su mujer, la actriz argentina Luisana Lopilato, acabaran de darle a Noah un hermano; es decir, Bublé no podía pedir más. Pero, de pronto, el mazazo. El hombre lo canceló todo y, durante un interminable año de tratamiento, no se despegó de Noah. Hubo final feliz, pero aquella experiencia sumió a su padre en reflexiones de calado vital donde se le cruzaron las palabras de Steve Jobs en su lecho de muerte; pensó incluso que nunca volvería a cantar. Sin embargo, aquí está, con un disco cuyo título es un corazón, un emoji (a la venta el 16 de noviembre), dedicado, dice, a todo lo que ama. Mirándote a los ojos, aferrándote por momentos del brazo para cerciorarse de que le dedicas atención completa, Bublé -padre, en julio, de una niña- habla sin freno de su ‘resurrección’ y de su familia, de las penurias de su ascensión a la fama y de las turbulencias del mundo actual.

XLSemanal. Estos 2 últimos años han sido para usted una montaña rusa, pero…

Michael Bublé. Sí, ese es el dicho, aunque una montaña rusa es algo divertido [sonríe], nada que ver con lo que mi familia y yo hemos vivido.

XL. Han vivido también un final feliz. No estaría hablando conmigo de no ser así.

M.B. Sí, claro, todo ha pasado. Fue un año de tratamiento de Noah, con quimioterapia y demás, y otro año de recuperar nuestra vida como familia: ir a la iglesia, al hockey… En fin, sé que con la promoción del nuevo disco los periodistas me vais a preguntar por Noah, pero hay una delgada línea roja porque es su historia, no la mía. Los detalles pertenecen a la vida de mi hijo. Cuando él crezca, podrá contarla.

Michael Bubble hijo cancer

Michael Bublé con su hijo Noah/ Foto: Cordon Press

XL. Entiendo. Pero la enfermedad de su hijo, su experiencia y visión de la misma forman parte del viaje que lo ha llevado hasta este nuevo disco…

M.B. Eso es verdad… [Toma mi muñeca, me mira a los ojos]. ¿Sabes una cosa? Muchas veces, sentado en el hospital ante mi hijo, pensé: «Voy a llamar a mi mánager y a la compañía para decirles que…» [abre los brazos y resopla; no acaba la frase].

XL. … que se acabó?

M.B. Eso es. Dedicarme a mi familia, ser solo un padre… [Larga pausa]. Es que mi profesión, ser famoso, implica muchas cosas, no es solo hacer música y conciertos.

XL. ¿A qué se refiere?

M.B. Verás, me marcó mucho un evento benéfico que hice en Dallas, con Noah ya en el hospital. Me había comprometido antes del diagnóstico y les dije que, por razones obvias, no acudiría, pero insistieron tanto que…

«Iba a por pan y todos me paraban en la calle, me transmitían buenos deseos… Era algo constante. Tuve que dejar de salir a la calle»

XL. ¡De verdad le insistieron!

M.B. Sí, en fin, el caso es que accedí, canté y aguanté el tipo en el escenario. El problema fue al bajar, cuando la gente empezó a decirme que rezaban por nosotros, que a un amigo suyo le pasó lo mismo y se recuperó… Eran deseos sinceros, pero tantos a la vez que llegó un momento en que ya no podía más. ¡Hablemos de otra cosa, por Dios! [Se ríe]. Y al salir con Noah del hospital también; salía a comprar el pan y la gente: «Hey, tío, ¿estás bien?». Y todo volvía a mi cabeza. Era constante.

XL. ¿Se encerró en casa entonces?

M.B. Nadie sabe esto, pero sí, dejé de salir a la calle, ni a comprar el pan, durante siete meses. Iba a los médicos, pero ir y volver. No podía. Y empecé a pensar que cantar no significaba nada para mí. El artista Michael Bublé, el crooner, es una mierda, no es lo que soy. Es una parte importante de mi vida, desde luego, pero es un personaje que proyecta una imagen, alguien que actúa en un vídeo, en un escenario, pero no está entre las cosas importantes de la vida… Quizá no pudiera volver a ser él. « ¿Puedo salir de nuevo ahí fuera?», me preguntaba.

XL. ¿Cómo superó esos pensamientos?

M.B. Ya de vuelta en casa, invité un día a mis músicos, que son como de la familia, nos tomamos algo y nos pusimos a tocar [saca el móvil y muestra un vídeo de aquel día]. Fue como. «¡Dios mío, sí, música! ¡Cómo la necesitaba!». Todo empezó con aquella sesión. Llamé a mi mánager, decidido a volver, y le dije: «Escucha, David, cada día ha de ser una bendición; en cuanto no sienta felicidad pura, se acabó».

XL. ¿Superar esta experiencia lo ha convertido en un hombre más feliz?

M.B. Bueno, me ha proporcionado una nueva claridad, nuevas perspectivas. Atravesar parajes oscuros nos permite discernir cuáles son las cosas importantes de la vida. Mira lo que le pasó a Steve Jobs. ¿Sabes qué dijo en su lecho de muerte? «Escucha. Soy rico, la gente cree que soy el hombre más exitoso del mundo, pero soy un fracaso. Conectado a estas máquinas que pitan en este último aliento de mi vida, no tengo nada. Todas las cosas importantes que podrían hacerme feliz. el amor, la familia, los amigos y las experiencias que provienen de esas relaciones, las he jodido todas por acumular poder y dinero». Es muy triste. Sentir esa claridad en ese momento es tremendo.

«Steve Jobs dijo al morir: ‘Soy un fracaso. He jodido lo importante, el amor, la familia, los amigos…’. Yo no quiero acabar como él»

XL. Sí, cuando ya no tiene remedio.

M.B. Eso es, y yo no soy Steve Jobs ni de lejos, pero no quiero acabar así. Ver a mi hijo cerca de… [no acaba la frase].

XL. Su hijo le ha dado, digamos, la oportunidad que Jobs no tuvo.

M.B. Bueno, quizá suene horrible, pero sí, no tuve que esperar al momento final para plantearme estas cosas. Lo he visto claro. Soy más consciente que nunca de la mortalidad y me he preguntado qué me hace feliz, qué es lo que más quiero. Y no es el trabajo ni conseguir un éxito ni grandes cifras de ventas ni de entradas; esa no puede volver a ser mi mayor preocupación. Tengo tres hijos y hay que dedicarles toda tu atención. ¡Toda! Anoche estuve hasta las cuatro de la mañana con la pequeña Vida en brazos: «Duérmete, cariño, por favor». Y nada. No duerme muy bien, que digamos. A veces te asoma la frustración, por el cansancio. Es como una pequeña vampira [se ríe].

Michael Bubble hijo cancer

Bublé y Luisana Lopilato con sus hijos: Noah, Elías y Vida. La familia vive a caballo entre Vancouver y Buenos Aires. Foto/Lagencia

XL. En el disco incluye ‘Forever now’, una declaración de amor a un hijo en toda regla. Refleja el modo en que afrontó la enfermedad de Noah, ¿no?

M.B. Sí, y te confieso que no sé cómo conseguí grabarla, en el estudio me sentía al borde de… Fue durísimo. Hasta el último minuto, de hecho, no quise incluirla; es demasiado personal. Mi esposa, mi madre y más gente me dijeron: «Escucha, Mike, es de verdad, eres tú, tu experiencia y es hermosa. Busca la fuerza. Inclúyela». Al final lo hice, pero pongo el disco y me la salto. En febrero salgo de gira mundial y va a ser difícil cantarla… En fin, ya veremos, tendré que superarlo.

XL. La hospitalización de su hijo Noah coincidió, por cierto, con la victoria de Trump. Pasó un año aislado de todo. ¿Cómo vio el mundo al salir del hospital?

M.B. Pues fue extraño, la verdad. Parecía estar todo patas arriba, como si fuera a haber otra guerra mundial. Te lo digo en serio. Quizá por eso sentí que lo más adecuado en estos tiempos es hacer un disco alegre que hable del amor.

XL. Su primer ministro, Justin Trudeau, ha tenido algún que otro desencuentro con Trump. Su Presidencia está afectando al modo en que sus paisanos ven la relación con Estados Unidos?

M.B. En absoluto. Hay que diferenciar entre el presidente y la gente. Todo depende, además, de qué medios elija cada uno para informarse. Cada día es más difícil conocer la verdad, los hechos objetivos, porque nos cuentan las noticias desde puntos de vista enfrentados. Pones la televisión y la mitad de los canales son liberales y la otra mitad, conservadores.

XL. ¿Y no confía en ninguno de ellos?

M.B. Bueno, hay sitios que cuentan las cosas de un modo más objetivo, pero cada vez es más difícil fiarte de los medios. El público, por otro lado, busca las noticias que sustenten su modo de ver el mundo, que los reafirmen en sus convicciones. Cada vez veo más enfrentamiento en la sociedad, más división. Eso genera también mayor desconfianza. Como canadiense podría alegrarme ante la decadencia de nuestro vecino del sur, pero no hay razones para alegrarse.

XL. ¿Qué tienen los estadounidenses contra los canadienses? Siempre están metiéndose con ustedes.

M.B. Sí, mis amigos del sur siempre me vacilan por ser canadiense; nos tienen envidia [se ríe]. No sé, es algo que nos ha dejado siempre inseguros; en Estados Unidos nos lo pensamos bien antes de decir que somos canadienses. Creo que empezamos a superarlo. En Canadá tenemos mucho de lo que presumir.

XL. ¿Ha ayudado en ese aspecto tener a Trudeau de primer ministro? Un político que es una especie de sex symbol, posa para Vogue con su esposa, hace surf y boxeo, celebra el Orgullo gay…

M.B. Sobre Trudeau, solo te puedo decir que nunca había visto a mi mujer mirar a un político como lo mira a él [se ríe]. ¡Ni que fuera Luis Miguel, por Dios!

XL. ¿Luis Miguel?

M.B. Sí, es que me acaba de dejar por él…

XL. ¿Perdón?

M.B. Sí, se acaba de ir a Las Vegas solo para verlo… En concierto, claro [se ríe y pone otro vídeo en el móvil]. Mira, estas son Luisana y su hermana viendo a Luis Miguel. Cantaron sin parar. Y este pobre hombre que está delante de ellas aguantó el concierto entero con el coro de las Lopilato detrás [carcajada].

XL. Y usted ¿también es fan de Luis Miguel?

M.B. En casa, todos somos grandes fans de Luis Miguel. Has visto este vídeo en YouTube en que, con 15 años, canta Cucurrucucú, paloma? ¡Es impresionante! Yo sueño con hacer un dueto con él. Tengo incluso una idea para hacer una canción juntos. No se lo he propuesto, pero igual si lee tu revista… Puedes ponerlo, por favor? Y puede ser en inglés, en castellano, no importa.

XL. Usted, como él, empezó jovencito. ¿Recuerda cómo reaccionaba la gente cuando le oía cantar?

M.B. Bueno, hasta los 14, en que me maduró la voz, no impresionaba a nadie, la verdad [se ríe]. Luego, ya con 15, iba con mis amigos a un sitio en Vancouver, mi ciudad, con DNI falsos, a beber y cantar en un karaoke. Cuando la gente me escuchaba, se sorprendía, sí. Aunque tampoco era Luis Miguel [se ríe].

XL. ¿Podría ampliar eso de los DNI falsos?

M.B. Lo hacen todos los jóvenes. Es la cultura canadiense, se bebe mucho en Canadá. Buena parte de mi juventud consistió en beber. Aunque tampoco tuve una juventud normal. A los 13 ya trabajaba en verano en el barco de mi padre, y así 6 años. Y bebía. Todos bebíamos mucho.

XL. ¿Con 13 años?

M.B. Bueno, igual un poco después.

XL. ¿Y les cantaba a los rudos marineros?

M.B. Oh, sí [se ríe], todo el rato. Siempre que tenía oportunidad. Cantábamos todos, muchísimo. Yo era uno más. Trabajaba como un hombre, me trataban como a un hombre y bebía como un hombre. Mis amigos del colegio seguían yendo de bares y andando con chicas, mientras yo trabajaba con adultos y pasaba semanas sin tocar puerto. Después, ya con 15 o 16 años, empecé a cantar en bares y clubes nocturnos a los que iba acompañado de mi abuelo. Él era fontanero y se pateaba los garitos abriéndome camino.

«Mi abuelo me abrió el camino. Era fontanero y se ofrecía a los dueños de bares a cambio de que dejaran cantar a su nieto de 15 años»

XL. ¿Qué pasa, sacaba la llave inglesa?

M.B. [Carcajadas]. Pues más o menos, sí. Hablaba con el dueño y le ofrecía sus servicios profesionales para lo que necesitara si dejaba que su nieto cantara con la banda esa noche. Una vez lo acompañé a la casa de uno para repararle el triturador de basuras; el hombre fue muy desagradable, lo trató fatal, pero mi abuelo aguantó estoicamente para que yo pudiera tocar en su club.

XL. ¿Dónde dio su primer concierto?

M.B. En una reunión de vendedores de coches. Gracias, por supuesto, a mi abuelo. Cantaría solo una canción, pero el organizador pidió a la banda que me dejaran algunas más. Y así empezó todo, con mi abuelo trabajando para todo el que quisiera darme una oportunidad. Sigue vivo, por cierto, y siempre me dice lo que piensa de mis discos. El último le gusta, salvo la canción My funny Valentine. «Muy oscura», me dice [se ríe].

Michael Buble hijo cancer

XL. El éxito le llegó a los 26, una década después. ¿Nunca flaqueó su voluntad?

M.B. Uf, desde luego, pasé unos años muy duros. Todo lo que ganaba se me iba en pagar a los músicos. No me llegaba ni para el alquiler. «Lo has intentado, Mike, te has esforzado -me decía-. Se te da bien, pero igual no estás llamado a esto. Quién sabe, en otra vida…» [se ríe]. Y la gente del negocio me decía: «Eres un gran animador, tienes una gran voz, pero nadie te va a firmar un contrato. No ganarás dinero con esto». Todo el mundo, durante 10 años, me repitió ese tipo de cosas.

XL. Pues sí que le puso usted empeño…

M.B. Muchísimo. Llegó un momento, con 26 años, en que empecé a pensar que me gustaría casarme y tener hijos, pero que si continuaba así… El pesimismo, digamos, me había vencido. Vivía en Toronto y ya pensaba en regresar a Vancouver, cuando un tipo y su mujer se me acercaron tras una actuación en un evento corporativo. Les había gustado y les regalé uno de los CD que había grabado de forma independiente. «Si no os gusta, siempre os puede servir de posavasos», les dije [se ríe]. Imagínate, y al día siguiente me llama este hombre y me dice que es la mano derecha del primer ministro Brian Mulroney, que le ha hablado de mí y que si puedo tocar en la boda de su hija, a la que acudiría el productor David Foster. No me lo podía creer. Y al poco firmé mi primer contrato discográfico.

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