Javier Goma bilbaíno del 65, es filósofo, escritor y ensayista. También es director de la Fundación Juan March de Madrid. Publica el libro ‘Dignidad’ (editorial Galaxia Gutenberg). Texto y foto: Daniel Méndez

XLSemanal. ¿Por qué un libro sobre la dignidad?

Javier Gomá. Porque es el concepto más revolucionario y transformador del siglo XX y no se le ha prestado suficiente atención.

XL. Sin embargo, es la base de todo…

J.G. La dignidad está en el origen de los derechos fundamentales y en la base de las grandes constituciones modernas, nutre gran parte de la doctrina de la jurisprudencia: y no hay un solo libro de filosofía sobre el tema. Como se dice en derecho, es una cosa sin dueño y me la he apropiado [ríe].

XL. Está también muy presente en nuestra conversación cotidiana.

J.G. Es más, en España hubo un grupo que se movilizó, con gran éxito, y se hizo llamar ‘los indignados’. Pero no se detuvo a definir cuál era el concepto cuya ausencia encendía su protesta.

XL. ¿Y usted cómo define la dignidad?

J.G. Es una cualidad que todo ser humano posee por el hecho de serlo. Esto te sitúa en una posición de acreedor respecto al resto de la humanidad, que es deudora porque te debe un respeto.

XL. No siempre ha sido así.

J.G. Es indudable que a lo largo de la historia de la humanidad se ha producido un progreso moral.

XL. Un ejemplo.

J.G. Nos indignamos porque muchos Estados cierran sus fronteras a los inmigrantes. Pero al criticar eso estamos atribuyendo al extranjero una dignidad que nunca antes en la historia se le había dado. Los derechos eran solo para los de tu comunidad.

«Si fueras pobre o enfermo, en ninguna otra época vivirías con más dignidad que hoy»

XL. ¿Entonces estamos mejor?

J.G. A menudo planteo una pregunta: ¿en qué momento de la historia te gustaría vivir si fueras pobre o enfermo?

XL. Dígamelo.

J.G. En ninguno anterior llevarías una vida más digna que hoy. Hemos dado muchos rodeos, pero la humanidad está hoy en lo más alto desde un punto de vista moral y, sin embargo, se da la paradoja de que existe un enorme malestar.

XL. ¿A qué se debe?

J.G. En el siglo XIV, Petrarca se hizo la misma pregunta: por qué hay tantos libros sobre la miseria y ninguno sobre la dignidad?

XL. ¿Y qué se respondió Petrarca?

J.G. La miseria es evidente -basta abrir los ojos para verla-, pero para recordar la dignidad hace falta cavar, trabajar con obstinación. Requiere un esfuerzo y una cierta sofisticación para acceder a ella.

XL. Es optimista con el futuro…

J.G. No, no. Observo el pasado y veo que se han producido muchos avances. Pero no sé qué ocurrirá en el futuro. Puede haber una regresión fatal y un hundimiento en la barbarie.

XL. ¿La filosofía nos ayuda a evitarlo?

J.G. No es fácil dar recetas prácticas. Las propuestas filosóficas deben servir como principios rectores, de orientación, pero no ofrecer recetas para los gobernantes, aunque algunos filósofos lo hagan; en mi opinión, un error.

XL. ¿Cuál es el reto hoy?

J.G. Para empezar, hay que entender en qué situación cultural estamos. Desde finales del XVIII hasta la contracultura de los setenta y ochenta del siglo XX, el motor de la cultura fue la liberación individual frente a las presiones tradicionales. Hoy, la tarea moral pendiente no es ser libres, sino justos.

XL. ¿Y eso qué implica?

J.G. Aceptar determinados límites a tu libertad.

XL. ¿Y la dignidad tiene algo que ver con la ideología, con ser de derechas o de izquierdas?

J.G. Es que el concepto de derecha o izquierda tiene que ver con la actualidad. Sirve para ordenar el caos de la cotidianidad y la lucha por el poder. Es razonable, pero la filosofía trasciende esta actualidad, que es la espuma de los días; el Gobierno, que dura cuatro años; o la empresa que cierra su balance cada año. La filosofía, en cambio, se ocupa de esa otra realidad que se mantiene vigente durante siglos.

PREGUNTA A BOCAJARRO

¿Es usted creyente?

La pregunta sobre la inmortalidad del alma me parece muy pertinente. Ha sido fundamental en la filosofía desde Platón hasta el Renacimiento, y yo trato de recuperarla hoy. Respondiendo a la pregunta: sí, soy creyente.

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