Debilitado y casi sin fuerzas, Juan Genovés dedicó sus últimos días a la creación de un cuadro circular, que dejó inacabado, y que mostramos en exclusiva en la portada de ‘XLSemanal’. A través de su hijo Pablo, nos introducimos en el universo del artista que plasmó como nadie la concordia de la humanidad. Por María de la Peña Fernández-Nespral/ Fotografía: Carlos Luján

• Visitamos el estudio de Juan Genovés tal y como lo dejó tras su fallecimiento el pasado 15 de mayo a los 90 años (vídeo)

Comprometido hasta la médula con su oficio, Juan Genovés, mientras estaba en la cama del hospital, pidió un lápiz negro. Quería trazar el esquema de su próxima obra. «Solo pensaba en pintar. Y, poco antes de morirse, seguía haciéndolo, pero con la imaginación», asevera su hijo, Pablo.

XLSemanal reproduce en exclusiva el cuadro en el que el celebrado pintor valenciano estaba trabajando hasta un día antes de ser hospitalizado en Madrid. Ya muy falto de fuerzas, lo dejó inacabado y sin firmar.

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Su hijo, Pablo, tiene su propia lectura del cuadro. Considera que, con su forma circular, su padre -además de representar el planeta y sus habitantes- enfatizaba la idea de una humanidad dándole siempre vueltas a las mismas eternas preguntas

Fallecido hace dos meses, Genovés es el ejemplo de una vida dedicada a la creación. Famoso por su obra realista, que plasmó como nadie en su icónico cuadro El abrazo -símbolo indiscutible del espíritu de la Transición española-, su estilo personal desembocó en imágenes de multitudes, con personajes cada vez más empequeñecidos captados desde lejos, en colores intensos y a la vez dramáticos.

En sus últimos meses de vida ideó una técnica para aprovechar al máximo el hilo de energía que le quedaba. Instaló un cronómetro en el estudio

En los últimos meses de su vida ideó una técnica para poder sacar el mayor rendimiento posible al hilo de energía que le quedaba y seguir pintando. En la pared de su estudio se instaló un cronómetro que sonaba como un estruendo -«oía bastante mal»- después de media hora. Era el tiempo límite que le había aconsejado su médico para trabajar. «Se quedaba en casa hasta que veía el momento de subir al estudio, cuando tenía claro lo que quería pintar», asegura Pablo Genovés, fotógrafo y el mayor de los tres hijos del artista. Así, dosificando sus fuerzas, le decía a su primogénito que pintaba con el pensamiento.

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A la izquierda, un detalle de su estudio. A la derecha, una miniatura del célebre grupo escultórico ‘El abrazo’, basado en el cuadro del mismo nombre e instalado en la plaza de Antón Martín de Madrid en homenaje a los abogados laboralistas asesinados por la extrema derecha en enero de 1977 en la vecina calle de Atocha.

A pesar de su debilitamiento, continuó trabajando hasta el final en un cuadro de formato circular que dejó inacabado y que ilustra la portada de nuestro número. «Empezó pintando la parte de abajo -describe su hijo-; iba muy lento, acabando poco a poco los personajes hacia la luz, hacia arriba». Eso explica que a las figuras de la parte superior les falten las sombras. Una bandeja de plástico con una mezcla de carbones y grafito estaba preparada, en su mismo sitio, esperando que les diera uso para terminar de difuminar esas sombras. Tampoco le dio tiempo a poner título al cuadro.

Durante los días de la pandemia, Juan Genovés ya se encontraba mal y estaba «muy pasota». «Normalmente podía pintar un cuadro en una semana, pero con este redondo llevaba unos tres meses», cuenta su hijo.

El artista elegía, a menudo, el formato circular para sus obras; era casi una ‘obsesión’. Una forma de reflejar la relación tan importante que tuvo con la fotografía, como si estuviera fijando la obra a través de un foco. «Lo último que me dijo sobre ese cuadro es que iba a su ritmo, que iba haciendo lo que le iba pidiendo», cuenta Pablo.

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Genovés incluía a veces su retrato enmarcado en una pequeña argolla entre los personajes de sus cuadros. Manejaba bien el móvil y se hacía selfis improvisando muecas. Lo hacía para añadir un elemento divertido. «Como cuando ponía pintura que por la noche se ilumina -explica Pablo Genovés-. Chistes que él vivía, entre lúdico y dramático».

Era un clásico oír decir a Juan Genovés que sus cuadros no había que explicarlos, que había que sentirlos y vivirlos. Y defendía sus múltiples interpretaciones porque quería que la gente los entendiese -«no quería irse a un sitio para expertos del arte»-. Pablo Genovés tiene su propia lectura del cuadro y pensaba que su forma circular enfatizaba, desde luego, la imagen de personas que dan vueltas a un planeta, pero estaba seguro también de que su padre buscaba lecturas filosóficas y existencialistas. «Estamos siempre dando vueltas a lo mismo, haciéndonos siempre las mismas preguntas de quiénes somos y qué hacemos aquí», reflexiona.

Su padre era un lector infatigable, pero nunca leía novelas, siempre títulos de filosofía, antropología o ciencia. Algunos todavía tienen su hueco en los anaqueles de su estudio, donde todo sigue intacto, tal como lo dejó el propio Genovés. Tan solo estuvo un día sin trabajar. A la mañana siguiente ingresó en un hospital madrileño y falleció cinco días después, rodeado de sus tres hijos.

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El taller de Juan Genovés se mantiene intacto y tal como él lo dejó antes de su muerte, el pasado 31 de mayo, a los 90 años.

Vivía en un chalé de dos plantas en Aravaca, en lo que antaño sería todo menos una zona burguesa de las afueras de Madrid. Su vivienda está en la planta de abajo y subía a diario a la de arriba para pintar. En su estudio quedan cuadros acabados contra las paredes, muchos botes de pintura, de infinitos colores, reposando en estanterías, al igual que en una tienda de bellas artes. Todo en un orden admirable. Hasta una tapa de algún recipiente está deliberadamente colocada sobre su mesa. Una tapa con mensaje. Por un lado, indica: «No tocar», y por el otro: «Ordenar». Era su forma de comunicarse con su asistente desde hace 16 años, Leonardo Villela, cuando hasta hace poco aún trabajaba de madrugada y se iba a la cama por la mañana antes de que Leonardo llegase. «Es muy duro -confiesa-. El primer día que entré en el estudio después de morir Juan, estaban aún sus llaves con el llavero del escudo del Valencia». Para su asistente, Juan era un rayo de luz porque todo lo contaba con alegría. Sin embargo, los últimos días estaba «enfadado». Luchaba contra su vejez, contra su falta de energía para pintar y también sufría por la situación política. «Estaba muy descorazonado por el nivel tan bajo en la clase política», revela.

«Cuando las fuerzas le fallaron, no dejó de pintar -dice su hijo, Pablo-. Siguió haciéndolo con los pinceles de su pensamiento»

Un año atrás, Juan Genovés decía que el Museo del Prado era una especie de tesoro en el que entraba y salía como de su casa. También decía que el Prado le daba confianza, y quizá por eso fue el último sitio al que tuvo fuerzas de ir antes de fallecer, el pasado 15 de mayo. Fue a visitar la exposición de Goya, el artista que probablemente más lo influyó, otro cronista de su tiempo, con el que se sentía identificado por su tono reivindicativo y su dramatismo.

Pablo Genovés llamaba a su padre ‘Juan’. «Era parte de su filosofía de ‘hijos-amigos’ que siempre incentivó -afirma-. Me he dado cuenta estos días de que se me ha muerto un amigo», añade.

 

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