‘Los pilares de la Tierra’ es, en muchos países, el libro más vendido, después de la Biblia. Así que su precuela, ‘Las tinieblas y el alba’, es esperada por millones de lectores como una revelación. Hablamos con el escritor del pasado que recrea en sus novelas y de lo que nos puede enseñar sobre el futuro. Por Carlos Manuel Sánchez / Fotografía: David Levene

Hay un gran árbol en el jardín de la casa de Ken Follett en Knebworth, a 45 kilómetros al norte de Londres, donde lleva confinado desde marzo con su mujer, Barbara, ex ministra de Cultura por el Partido Laborista. «Es un cedro. Los lugareños dicen que debe de tener por lo menos doscientos años». Ese cedro se ve desde el despacho donde el escritor galés (Cardiff, 1949) trabaja desde muy temprano hasta las cuatro de la tarde, cuando empieza a fatigarse. Es el momento de beber un Ribera del Duero (blanco) y jugar con sus perros, Nell y Nutmeg. Cada libro le cuesta tres años. Uno para planificarlo y documentarse, otro para escribirlo y el de propina para corregirlo. Ese derroche de energía narrativa y de rigor histórico le ha servido para vender 170 millones de libros en 33 idiomas. Este martes se publica la precuela de Los pilares de la Tierra, Las tinieblas y el alba (Plaza & Janés), cuyo lanzamiento mundial es una de las novedades más esperadas del otoño. Follett da un salto en el tiempo de unos 150 años antes de su mítico Kingsbridge, e imagina cómo sería Inglaterra en el año 1000. Los destinos de un constructor de barcos, una noble normanda y un monje se entrecruzan con el de un obispo malvado durante 936 páginas, siempre con los vikingos al acecho.

XLSemanal. ¿Ha cambiado la pandemia su manera de vivir y trabajar?

Ken Follett. Mi vida laboral es la misma desde hace cuarenta años. Me siento en esta silla todos los días a escribir, de lunes a viernes. Lo que ha cambiado es mi vida social. Ahora no tengo. No veo a mis amigos. No voy al cine. No salgo a cenar. Y lo peor de todo es que no veo a mis hijos ni a mis nietos. Esto me entristece. Por lo demás, esta casa no es un mal lugar para refugiarse.

XL. ¿Echa de menos los besos, apretones de manos…?

K.F. Mucho. Echo de menos el contacto físico, no poder abrazar a mis seres queridos. ¡Pero de todos modos no los veo! Mis nietos viven en California y de momento no pienso viajar allí.

Ken Follett: "Estamos yendo hacia la oscuridad" 1

El reino del escritor. Follett posa para XLSemanal en su casa de Knebworth, a 45 kilómetros de Londres. Pese a que ha extremado las precauciones por la pandemia, el escritor nos recibió en su hogar, acompañado por sus perros, Nell y Nutmeg. En la imagen, con uno de ellos.

XL. Ha titulado su nueva novela Las tinieblas y el alba porque se desarrolla en el periodo de transición entre los llamados Años Oscuros y la Edad Media.¿ Cree que con el coronavirus también estamos viviendo una época de cambio?

K.F. Es difícil decirlo todavía. La mayor parte de mi vida he creído que el mundo cambiaría a mejor. Sería más libre, más democrático y más próspero. Y esto es lo que ha sucedido durante las últimas décadas. En los años sesenta, la mitad de los habitantes del mundo eran pobres; ahora es menos del diez por ciento. Siempre creí que el progreso era imparable. Ahora, de repente, estoy viendo países que escogen no ser libres: Turquía, Polonia… En los Estados Unidos, la mayoría votó a alguien que no cree en la libertad de la que tanto presumen. Y lo sabían.

XL. ¿Estamos en un punto de inflexión?

K.F. No lo sé. Deseo que esto solo sea un paso atrás y que pronto tengamos pasos hacia adelante. La política es así. Das dos pasos hacia la libertad y luego retrocedes uno. Es un patrón que ves a lo largo de la historia.

XL. ¿Entonces cree que vamos hacia las tinieblas o hacia el alba?

K.F. Espero que no estemos yendo hacia la oscuridad. Pero veo indicios de que puede ser así. El virus, la política, el cambio climático. Hay gente que dice que mi generación se recordará como la más afortunada en la historia porque lo tuvimos todo. Y que esto no volverá a ser así nunca. ¡Espero que no!

«He vivido una vida maravillosa y me han pagado una cantidad absurda de dinero por hacer mi trabajo. No pienso en caer enfermo, pienso que tengo 71 años y me lo he pasado estupendamente»

XL. Es precisamente su generación, y la de sus padres, la más golpeada por la pandemia. Están muriendo en silencio, sin despedirse, a veces incluso sin un funeral…

K.F. Sí, es muy triste. Es tremendo.

XL. ¿Tiene miedo?

K.F. Procuro ser muy prudente. Pero si pienso en el futuro no me da miedo lo que tenga que venir. Tengo una edad, sé lo que me espera… Me digo a mí mismo que esto se acaba, pero he vivido una vida maravillosa haciendo algo que me encanta. Y me han pagado una cantidad absurda de dinero por mi trabajo. He sido más afortunado que mucha gente. No pienso en que me estoy haciendo viejo y voy a caer enfermo. Pienso que he vivido 71 años y me lo he pasado estupendamente.

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Follett empezó como periodista y escribió su primera novela porque necesitaba dinero para arreglar su coche. El adelanto por esta última fue de 33 millones de libras. Foto: Sutterstock.

XL. Usted abordó la peste negra en una novela anterior, Un mundo sin fin. ¿La historia se repite?

K.F. Muchas de las cosas que estamos haciendo ahora se inventaron durante el siglo XIV porque la gente estaba desesperada. Por ejemplo, lavarse las manos no era algo que en la Edad Media preocupase hasta que llegó la peste. O ponerse una mascarilla de tela.

XL. ¿Alguna lección?

K.F. Ocurrió algo fascinante. La gente perdió la fe en los remedios tradicionales que proponía la Iglesia. Recuerdo que hice una lista de veinticinco tratamientos tradicionales, se la di a una de mis hijas, que es ginecóloga, y le pregunté cuáles funcionarían. Me dijo que solo uno: lavar las heridas con vino, porque el alcohol es antiséptico. Así que la gente empezó a acudir a los que practicaban una medicina basada en la evidencia. Y como ellos trataban de ganarse la vida procuraban poner en práctica terapias que veían que funcionaban. Las comadronas, boticarias y cirujanos que iban con los ejércitos sabían más que cualquier sacerdote educado en Oxford o en la Sorbona… Es un momento decisivo en la historia intelectual de Europa y espero que ahora suceda algo similar.

«Cosas que hacemos ahora, como lavarnos las manos, se inventaron en el siglo XIV. La gente perdió la fe en los remedios de la Iglesia y acudió a los que practicaban una medicina basada en la evidencia»

XL. ¿Qué quiere decir?

K.F. Empezaron a escribirse pequeños libros, basados en las pruebas, sobre cómo actuar con la plaga y después con otras enfermedades. La medicina y la ciencia modernas nacen ahí. Quizá ahora, y es lo que espero, toda esa gente que mira Internet y se cree cualquier cosa empiece a darse cuenta de que no puede seguir así.

XL. Pues no sé qué decirle, porque hay millones de personas que se creen cualquier cosa.

K.F. No olvide que hubo una época en que todo el mundo creía en chorradas. Ahora hay mucha, pero no es todo el mundo. Así que hemos avanzado.

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Follett, tocando el bajo junto a su hijo mayor, Emanuele, que falleció en 2018 a los 49 años, tras luchar durante cuatro meses contra la leucemia. Una pérdida devastadora para la familia. Foto: Cordon.

XL. Edgar, el héroe de su novela, construye barcos; Jack, el protagonista de Los pilares de la Tierra, levanta catedrales… ¿El mundo de sus ficciones históricas se divide entre los que construyen y los que destruyen?

K.F. Nunca lo había pensado, pero es una buena manera de expresarlo. En muchos de mis libros hay artesanos de algún tipo. Pero, como suele pasar, yo no soy capaz ni de montar una estantería. Y quizá sea una de las razones por las que admiro a esta gente. Pero si retrocedemos en la historia era muy importante construir barcos, iglesias, puentes… Esa gente sacó a Europa de las tinieblas. Y, por supuesto, lo que construyen trae cambios. Y, cuando hay cambios, siempre hay gente que los apoya y gente que no los quiere. Lo vemos todo el tiempo.

Está casado desde 1985 con Barbara Follett, ex ministra de Cultura. Ella ya tenía tres hijos de dos parejas anteriores y él, dos

XL. El personaje de Ragna encarna a una mujer fuerte que lucha contra los límites que le imponen. Usted está casado con una política laborista que ha sido parlamentaria y ministra…

K.F. Ya veo por dónde va. Me gustan las mujeres decididas. Estoy rodeado de mujeres fuertes. Tengo una mujer, una exmujer, una hija, dos hijastras, cuatro nietas, todas son así. ¡Podrían ser asesoras de Atila! [Ríe].

XL. Ragna procura no parecer más inteligente que los hombres que la rodean…

K.F. [Ríe]. Es una de sus habilidades. Tiene habilidades que la mayoría de los hombres no tienen. Si nos fijamos hoy en el mundo, vemos a mujeres y hombres que dirigen grandes compañías. Y las mujeres las dirigen con otro estilo. La manera de liderar de las mujeres es muy diferente. Muchos países que han gestionado bien la pandemia tienen a una mujer como primera ministra: Nueva Zelanda, Finlandia, Alemania… Entre los peores, los americanos, los británicos y los brasileños… No creo que sea casualidad que tengamos hombres al frente.

XL. Populistas, además.

K.F. Donald Trump, Boris Johnson y Jair Bolsonaro están haciendo un auténtico desastre con el coronavirus.

XL. ¿Se necesitan líderes con empatía?

K.F. Lo que necesitamos son líderes competentes. Estos tres no tienen ni idea de gobernar, solo les preocupa acertar con el discurso. Trump dijo lo del muro para que sus seguidores lo aplaudieran. Pero es una gilipollez. No hizo el muro y nunca lo hará, pero proponerlo le dio votos. Y lo único que ha demostrado es que es un perfecto inútil.

«Boris Johnson es un pésimo dirigente, imbuido de una especie de pensamiento mágico: cree que, si se le ocurre el eslogan apropiado, resolverá el problema»

XL. ¿Y Johnson?

K.F. Otro pésimo dirigente que está imbuido de una especie de pensamiento mágico. Piensa que si se le ocurre el eslogan apropiado resolverá el problema.

XL. ¿Como si recitara un conjuro?

K.F. Eso es. Dice, por ejemplo: «¡El Reino Unido tendrá el mejor sistema de rastreo del mundo!». Y parece que piensa que, solo por decirlo, se materializará. Pero ese sistema de rastreo nunca ha funcionado. No tenemos ningún sistema. Es lo que hacen todos estos populistas. Solo hacen ruido. El ruido que quieren escuchar sus seguidores.

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Follett es muy riguroso en su trabajo. «Yo hice mis pinitos como periodista en un diario de Cardiff, el South Wales Echo, muy pendiente de sus lectores. Como te equivocases en un nombre, una calle…, tenías al redactor jefe en tu mesa. Eso me causaba una gran ansiedad. Conservo esa impronta». Durante el confinamiento se distraía limpiando, como mostró en las redes.

XL. Volvamos a su novela. Todos los planes del protagonista se vienen abajo por culpa de los vikingos, que parecen estar ahora de moda.

K.F. Y es un error. Los vikingos eran horribles: asesinos, violadores, ladrones… Tenían un negocio montado con los prisioneros, a los que vendían como esclavos. Pero la gente piensa que son sexys. Pasa algo parecido con los nazis. Si piensas en gente horrible, son los primeros que te vienen a la cabeza, pero tenían unos uniformes fantásticos.

XL. ¿Quién va a salvar el mundo? ¿Los gobiernos, las grandes empresas?

K.F. No creo que vaya a venir un mesías a salvarnos. Cuando has visto La vida de Brian, de los Monty Python, ya no puedes creer en los mesías. Vivimos en una época en la que la voluntad de los ciudadanos es más importante que cualquier otra cosa. Por ejemplo, frenaremos el cambio climático cuando queramos verdaderamente pararlo. De momento, preocupa a los científicos, pero la mayoría de los ciudadanos no están todo lo preocupados que deberían. Cuando a la gente corriente le preocupa algo, entonces hay un cambio.

XL. La cultura griega y romana son los valores de Europa. Este virus está desplazando el eje del poder hacia Asia. ¿Perderá el mundo esos valores?

K.F. La libertad no es algo que se nos garantice. Mire a los alemanes, que la perdieron en los años treinta. Tenemos que estar vigilantes. Hay mucha gente entre nosotros a la que le incomoda la libertad. A mí, sin embargo, nunca me gustó la autoridad. Me rebelé con cinco años. Yo era hijo de un inspector de Hacienda y de un ama de casa. Mi familia pertenecía a un movimiento evangélico: los Hermanos de Plymouth. Eran muy puritanos. No nos permitían ir al cine, ver la televisión o escuchar la radio. Aquello me parecía una injusticia. Mi escapatoria fue hacerme socio de la biblioteca pública. Pero fui el gamberro de la escuela.

XL. Da la impresión de que el virus también ha abierto una brecha generacional, ¿sucede también en el Reino Unido?

K.F. Hay una gran división entre jóvenes y viejos en mi país que el virus ha acentuado, pero que viene de la política. Los jóvenes no querían el brexit. Fue la gente mayor la que quiso irse de Europa. Pero hay más gente mayor y ganan las votaciones, y eso causa resentimiento entre los jóvenes.

XL. Usted llegó a decir que se sentía avergonzado por el brexit.

K.F. Sí. Y ni siquiera estoy pensando en los argumentos económicos. Todos vamos a ser más pobres. Pero, para mí la actitud que personifica el brexit.«Somos británicos, no necesitamos a nadie». Odio eso. No es cierto y siento vergüenza. No estamos mejor solos. Y menos ahora.

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