María Galiana, sevillana, 85 años, más conocida como Herminia la abuela de la serie ‘Cuéntame cómo pasó’ -papel que lleva interpretando 20 años-, que por fin llega al presente y a la pandemia… asegura: «Lo peor que me podría pasar es terminar en una residencia. Mi independencia, por encima de todo». Hablamos con la actriz. Por Virginia Drake/Fotografía: Daniel Méndez

→ Me parece muy humillante cómo nos tratan a las personas mayores cuando vamos al médico o al banco… Todo el mundo te tutea, te chilla como si estuvieras sorda o como si fueras tonta. Es más, incluso mis propios hijos, sin ir más lejos, me dicen: «¿Mamá, te vas a ir sola conduciendo hasta Isla Cristina?». Entonces, yo les respondo: «Mira, niño, mientras me sigan renovando el carné de conducir, iré donde me dé la gana. Yo veo muy bien; estoy sorda perdida, pero tengo audífonos; tengo muy bien los reflejos… y lo que os da es envidia».

→ Mi verdadera vocación es la enseñanza. Soy licenciada en Filosofía y Letras y, durante 38 años, fui profesora de Historia del Arte en varios institutos. Los últimos años de profesora fui haciendo a la vez pequeños papeles y, a partir de ese momento, he llevado una vida supercómoda.

«Lo peor que me podría pasar es terminar en una residencia. Mi independencia, por encima de todo»

→ La vida intensa era cuando me levantaba a la seis de la mañana, daba cuatro horas diarias de clases y a la vez llevaba una casa con cinco hijos -tuve seis, pero uno falleció de muerte súbita cuando era lactante-, marido, abuelos… Todos los días, después de ir al mercado, de dar de comer, de cenar y de acostar a todos, tenía que quedarme por la noche a corregir exámenes.

→ Todo el mundo piensa que las mujeres universitarias éramos poquísimas, quizá en Medicina, Derecho o Arquitectura había pocas, pero en Filosofía éramos muchas. Me molesta muchísimo el autobombo que se dan algunas, porque como yo hay montones de mujeres y bastantes con muchísimo más mérito.

→ La relación que tengo con mis seis nietos es muy lejana. Ellos están en Sevilla y yo llevo 20 años en Madrid. Como no hay roce, no hay confianza. Además, yo soy muy seca de carácter.

La vejez es triste porque vas viendo que te queda poco tiempo. Yo no soy nostálgica, pero la sensación de que te queda poco la tienes siempre encima como una losa.

→ No creo que haya otra vida. Para mí, un cadáver es una persona que ya no existe. No me agarro a pensar otra cosa. Mi marido, que amaba profundamente el mar, pidió que arrojáramos allí sus cenizas. Y mi hija y yo, con mucho disimulo, las lanzamos al aire cuando la marea estaba alta. A mí me da igual lo que hagan conmigo. Los que vengan detrás que arreen.

Lo peor que me podría pasar es terminar en una residencia, vivir con otros viejos. Sería como volver al colegio, a los horarios, al toque de campana, a las comidas regladas… Toda mi vida he sido muy rebelde y eso no lo soportaría. Si yo fuese monja, cumpliría los votos de castidad y de pobreza, pero jamás el de obediencia. Tampoco se me pasa por la imaginación meter a un señor de mi edad en mi casa: lo veo entrar por la puerta y salgo por la ventana [ríe].

→ Tampoco me planteo depender directamente de mis hijos ni turnarme por meses en casa de cada uno de ellos. Yo acabaré mis días del brazo de una mujer ecuatoriana o peruana, paseando por la calle o yendo al cine y a El Corte Inglés. Si alguna de mis hijas, porque es soltera o porque no tiene hijos, quiere venirse a vivir conmigo… bueno, pero estaremos en ‘mi’ casa. Mi independencia, siempre por delante. Yo quiero vivir hasta el final de mis días en mi casa.

Desde el 26 de marzo, protagonizará El abrazo, en el Teatro Bellas Artes de Madrid.

Te puede interesar

Ancianos, blanco principal del coronavirus, discriminados y solos

Nuevo XL Semanal
El nuevo XLSemanal

A partir de ahora consulta los nuevos contenidos en la web de tu periódico

Descúbrelos